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52| Voglio che andiamo a casa

SHIRLEY

*

El camino de regreso a casa estuvo marcado por un silencio sepulcral que en varias ocasiones Luca trató de eliminar en vano. Derrotado por mi más que evidente modo de negarme a hablar, decidió encender la radio. Tan solo quería llegar a casa y encerrarme en mi habitación para estar sola. En mi mente se repetía una y otra vez aquel falso "te quiero" que había pronunciado, en el daño que me hizo aquellas simples palabras y en el sentimiento que acababa de discernir y que bien sabía que sería mi propia condena.

Cuando aparcó el coche en su plaza del aparcamiento del edificio, bloqueó las puertas antes de que pudiera salir.

—¿Qué haces? —inquirí.

—¿Vas a decirme qué te pasa?

—No me pasa nada —mentí—. Ahora abre la puerta.

—Llevas callada todo el viaje.

—Ah, ¿sí? No me había dado cuenta.

—Shirley... No entiendo qué te pasa. Estabas bien y de repente hay un aura oscura a tu alrededor.

Me pareció tan injusto que él fuera el que me dijera a mí que tengo un aura oscura. Él; el hombre armado; el que está lleno de secretos. Fue tanta la indignación que me produjo escuchar su comentario, que antes de darme cuenta la rabia me estaba fustigando.

—¿Qué fue lo que no te importó en nuestra boda?

Me había enterado de demasiadas cosas de Luca aquel día, pero al menos esperaba que él fuera sincero por una vez en su vida.

Sonrió de forma cínica.

—Eso es una tontería. Le estás dando demasiadas vueltas.

—¿Si es una tontería por qué no me lo dices? —cuestioné.

—Bueno, porque...

Verlo dudar sobre qué responder me hacía imaginar cosas que me revolvían las tripas.

—¿Te has acostado con Isabelle? —Lancé la pregunta del único modo que se me ocurría: sin más rodeos. Como si lanzara una piedra al vacío.

—¿Qué? —preguntó manteniendo esa sonrisa que me estaba poniendo frenética.

Sabía que él también estaba perdiendo los estribos, pero sabía mantener la compostura mucho mejor que yo.

—Responde.

—No, ¿cómo piensas esos disparates? Estás hablando de mi cuñada; la mujer de mi hermano.

Conforme escuchaba su mentira, mantenía mi vista sobre la suya de un modo desafiante.

—Ella me dijo que sí —afirmé.

Tragó saliva. Parecía tenso, pero tratándose de él, no podía estar segura.

—¿Te dijo que sí?

—Dijo que fue antes de casarse con Marco.

Observé como sus hombros se relajaban y su respiración se volvía más profunda.

—Ah, eso. —Enarqué una ceja—. Sí, fue solo una vez.

—¿Se lo dijiste a Marco?

—No. Sabía que le afectaría así que preferí callármelo. Era lo mejor.

En aquel momento, tuve que tomar una decisión. Tuve que elegir fiarme de mi instinto o creerme sus palabras. Me tomé varios segundos para pensar qué iba a ser lo mejor para mí. ¿Qué sería lo que me causaría más complicaciones?

—Está bien —dije.

Una de las comisuras de sus labios se pronunció, mostrando así una sonrisa torcida y llena de suficiencia.

—¿Estabas celosa? —preguntó desabrochando su cinturón para inclinarse hacia mí.

—Cuéntame un chiste mejor —respondí lo más ásperamente que pude.

Pulsó el botón para liberar mi cinturón y acto seguido colocó su mano sobre mi muslo e hizo presión en él.

—Parece que sí —susurró cerca de mi oído.

Deslizó suavemente su mano por dentro de la falda de mi vestido y la detuvo justo en mi ingle, provocándome cierto cosquilleo anhelante.

—¿Se puede saber qué estás haciendo? —cuestioné, sintiendo que una parte de mí deseaba aquello y la otra darle un cabezazo en la nariz.

—Tocarte. Ese vestido te queda muy bien y lo único que ha hecho llevadero el día de hoy era pensar en el momento en que te iba a desnudar. —Posó su mano sobre mi vulva.

—Pues aquí no. Estamos en el garaje —me quejé mirando por la ventana.

—Sí, prácticamente a oscuras.

Mordió el lóbulo de mi oreja y comenzó a acariciar aquella zona con suma delicadeza por encima de la ropa interior.

—Luca... —Trataba de resultar firme, pero lo cierto era que siempre había tenido un apetito sexual enorme y aquellas situaciones me excitaban más de la cuenta.

Pero aún seguía molesta.

Comenzó a estimular mi clítoris, aun sobre la tela, pero pronto decidió continuar con aquella acción dentro de mi prenda.

Mi boca trataba de contener los gemidos que me estaba produciendo, aunque sabía que por más que lo hiciera él ya había notado en mi entrepierna lo muy encendida que estaba.

—No te contengas —hablaba en ese tono de voz suave y erótico—. Gime para mí.

Conforme iba liberando mis jadeos, súbitamente recordé las palabras de Isabelle.

«Se le da bien usar la boca, ¿a que sí?»

Los celos me azotaron de nuevo, quemándome la piel de un modo inevitable. Agarré la mano de Luca para apartarla y cerré las piernas.

Me miró con el ceño fruncido.

—Isabelle me dijo lo increíble que te recuerda en la cama —confesé.

A juzgar por su expresión, se lo tomó como un cumplido.

—¿Sí?

—Sí y no quiero que me toques ahí.

Estiré el brazo para desbloquear el auto.

—Juraría que lo estabas empezando a disfrutar.

Era cierto.

—Sí, pero no quiero que me masturbes. Quiero que subamos a casa y me comas el coño. Eso quiero. 

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