41| Distrazione nel gioco
LUCA
*
Había perdido la noción del tiempo entre sus piernas. No sabía por qué ni cómo, pero había acabado bajando la guardia.
Cuando le apunté con mi pistola y posé mi dedo sobre el gatillo, no leí en su semblante ni una pizca de miedo. En su lugar, me pareció ver otro tipo de emoción; una que me fue fácil identificar, pues yo me había visto arrastrado por ella en más de una ocasión: la apatía. Sentirse indiferente por la vida, creer que nada te queda por perder. Conocía muy bien lo que era eso.
Pero me sorprendió verlo en los acomodados rasgos de una londinense.
Mientras estaba poseyéndola... Entre esas facciones de placer, sus pómulos sofocados por el calor que irradiaban nuestros cuerpos y sus ojos vidriosos ante esa penetración que con tanta atención le estaba dando, pude ver como nada más allá de aquello le importaba. Y por primera vez sentí que esa mocosa y yo teníamos mucho más en común de lo que pensaba.
Hubo momento donde creí que había terminado de perder la cabeza, cuando estaba viendo su trasero agitarse por mis embestidas y escuchaba sus gemidos cómo decoraban la estancia como si fuera una banda sonora, fue entonces cuando recordé una voz que se removía entre lo más profundo de mi memoria. Esa voz aterciopelada e inocente que me seguía a todas partes desde que Shirley Jones pisó Palermo para casarse conmigo.
«¡Luca!»
¿Por qué ahora? ¿Por qué algo que creí olvidado por mucho tiempo no dejaba de removerse en mis entrañas, intentando ver la luz de nuevo?
Le di una cachetada, frustrado por aquello que pretendía sabotearme y ella reaccionó con un gemido obsceno como respuesta.
«Luca, vamos a jugar»
Le propiné otro azote movido por la ira que me generaba escuchar aquel recuerdo y pronto ella volvió a reaccionar como si aquello le excitara. Mi miembro se endurecía como respuesta mientras mi mente trataba de alejar aquello que me martirizaba.
—¡¡Luca!!
Gritó mi nombre con tanto ahínco que la voz de mi memoria desapareció. Ahora solo estaba su presente, su mirada lujuriosa y esa indecencia que se había tenido que doblegar a mí por culpa de sus padres. Y sin darme cuenta, fue en ese momento el mismo en el que terminé.
Mi respiración estaba agitada, pero poco a poco buscaba la calma que la caracterizaba. Salí de su interior mientras notaba como mi mente daba vueltas para, una vez más, resonar en mi memoria esa voz, pero en aquella ocasión no era nada alegre. Era la voz de alguien que estaba a punto de perderla.
«¡Ayúdame!»
Sentía como mi pulso comenzaba a temblar y mi garganta se secaba. Me tumbé a un lado de la cama sin dejar de pensar en ello, tratando de no sobresaltarme más de la cuenta. Shirley no dijo nada después de eso, dejó caer su cuerpo por completo, quedando boca abajo. Quería que se largara de mi cuarto, necesitaba estar solo, pero no me salían las palabras. Así que lo dejé estar; mientras no dijera nada, estaba bien.
La culpa volvió a tomar forma.
Me asfixiaba.
Me martirizaba.
Me asesinaba.
Estiré el brazo y agarré mi pistola. Una de las razones por la cual era poseedor de dicho objeto era que me recordaba que ya no era aquel chico genovés que iba a comprar al mercado los domingos; que ya no era un alma inocente y que la única razón que me hacía despertar cada mañana era llegar a apretar el gatillo cuando tocara el momento. Podría haberlo hecho ya, pero una muerte fácil y rápida no era lo que buscaba. Yo quería una venganza completa; una venganza como las que ya no había. Quería que quien me arrebató a la persona más importante de mi vida supiera lo que era estar desesperado y solo. Que supiera lo que era realmente estar en la auténtica ruina; no poder alimentar a tu familia y no poder hacer nada para consolarla estando completamente solo. Y cuando se hubiera quedado sin energías... Entonces sí. Entonces apretaría el gatillo.
Guardé el arma y agarré uno de los paquetes de cigarrillos que guardaba en uno de los cajones. Uno de los problemas de ser adicto al tabaco era la imperiosa necesidad de tener un paquete a mano todo el tiempo.
Entre el silencio de mi habitación solo podía escuchar la profunda respiración de la chica que había a mi lado. Cuando me di cuenta de que se había quedado dormida, no pude evitar esbozar una sonrisa. Mirándola en aquel momento, con sus ojos cerrados y su rostro emanando paz, me pregunté cómo podía ser ella la misma persona que hacía un rato atrás me estaba dando tanta guerra.
Paseé mi dedo índice por el centro de su espalda hasta llegar al final de sus lumbares. Allí pude ver lo sonrosada que había dejado su nalga izquierda a causa de las cachetadas que le había dado en aquel momento de efusividad. Sentí cierta lástima, acostumbrado a tener sexo con Isabelle, había olvidado que no a todo el mundo podía gustarle la rudeza en la cama. Aunque ella tampoco se quejó, así que me tranquilizó pensar que realmente le gustó.
Me levanté con mi paquete en mano y, antes de salir de la habitación, la arropé con la sábana.
Decidí llenar mis pulmones de mierda desde la tranquilidad del balcón. Necesitaba pensar y estar del mismo modo en que había crecido: solo.
"¿Y ahora qué?" Me decía. "Te has arriesgado a mandarlo todo a la basura. Y todo por echar un mísero polvo".
Me sacudí el cabello frustrado, mientras una retahíla de insultos dirigidos hacia mí salía de mi propia boca.
No entendía cómo lo había hecho. No entendía cómo mi mente se disipó en una neblina y antes de darme cuenta me estaba dejando llevar por la pasión carnal de aquella rubia.
Lo único que sabía a ciencia cierta era que en aquella partida no debía fallar un solo momento y que vincularme con aquella chica, aunque fuera solo sexo, era un riesgo en medio del tablero.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro