Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

38| La moglie del capo

SHIRLEY 

*

—¿Y cómo te has enterado? —pregunté.

—¿De que el director está casado? —Dibujó una sonrisa algo perversa, como si rejuveneciera ante la pregunta—. Al parecer Melissa escuchó una conversación que tenía con su secretaria, mencionando a su, cito textualmente, "esposa".

Estaba tan tensa como la cuerda de un arco; alerta y con el corazón en un puño, esperando que el pastel se descubriera. Según las fantasías de Camelia acerca de cómo debía ser la mujer de Luca, mi miedo fue disipándose. Por muy guapa que yo fuera, nunca podría ser el equivalente de una diosa en vida.

En aquellos momentos obvié la analítica mirada de Samu, atento a nuestra conversación. No parecía mostrar el mayor interés en aquello que estábamos hablando, pero sí que escuchaba con atención cada palabra que salía de nuestros labios. Fue entonces, cuando me analizó con el ceño fruncido, que yo supe que se había dado cuenta de algo. No sabría decir por qué ni qué, pero me di cuenta de que no podía engañar su astucia. Era una persona audaz y yo era un libro abierto. Estaba claro que sabía que tenía algún que otro secreto sobre mi matrimonio.

Pero no dijo nada. Guardó silencio. Intuía que bajo ninguna circunstancia me expondría. Era alguien muy reservado, hasta para lo que no era suyo.

—¿Lo sabe su secretaría? —Caí en cuenta segundos después.

Mi pregunta era de todo menos discreta, por fortuna, Camelia la interpretó como un baño más sobre el delicioso cotorreo de los asuntos ajenos.

—Eso parece.

Continuamos charlando de varias cosas. Por un momento creí que habían olvidado el interrogatorio acerca de mi maldito marido, pero nunca, jamás en la vida, hay que subestimar a una chismosa.

—Pero, Shirley, que no nos lo has dicho. ¿Cómo se llama tu marido? Háblanos de él.

Entreabrí la boca, rezando para que aquella pesadilla no continuara tomando forma y que se me ocurriera una mentira tan gorda y creíble como para no levantar sospechas.

—Se llama... —dudé en qué decir; me estaba metiendo en un problema aun sin decir nada—. Se llama Rick. Es... Alto, castaño, ojos marrones... —Arrugué la nariz—. No es nada guapo —decidí inspirarme en Luca y en todo lo que más odiaba de él y, sin duda, lo primero era su atractivo. No merecía ser tan malditamente guapo—. Y es bastante idiota, a veces no sé ni por qué me casé con él.

Camelia asentía con la cabeza, muy interesada en la información que le estaba transmitiendo.

—Debe ser un capullo.

Resoplé, alegre por tal término.

—Ni te lo imaginas.


*

Cuando llegué a casa, Luca ya estaba en ella. Un delicioso aroma se filtró por mi nariz. Estaba cocinando. El dichoso Luca Caffarrelli, el exitoso hombre de negocios de atractivo desmesurado, era, además, buen cocinero. Que rabia me daba que todo se le diera bien. Todo menos ser simpático, aunque aquellos días lo estuviera siendo. O intentándolo.

—Hola —dije apoyándome en el marco de la puerta de la cocina—. Huele muy bien.

—No he hecho para ti.

Mi corazón se rompió en mil pedazos.

—¿Por qué? —cuestioné con el timbre de mi voz más agudo de lo normal.

—Porque no venías y pensé que no ibas a cenar en casa. —No se giró hacia mí mientras hablaba—. Tampoco me has avisado. No pasa nada, hay muchas cosas en la nevera que te puedes hacer. —Señaló con el dedo el electrodoméstico, mientras removía la salsa.

Me puse de morros y me crucé de brazos.

—Había salido a tomar algo con mis compañeros —informé entrando al lugar.

—Me parece excelente, no necesito que me des explicaciones de lo que hagas. —Su tono de voz era normal, no apreciaba disgusto en él.

De nuevo, no me miraba.

—Como me has dicho eso... Parecía que te había molestado que no te hubiera avisado.

—No te lo he dicho de mala manera ni con mala fe. Solo te he dicho lo que es —enarcó las cejas y en aquel momento sí que posó sus ojos en mí—. No eres mi hija, ni nada así, puedes venir todo lo tarde que quieras a casa. Simplemente si veo que voy a estar solo, no cuento contigo. Es lo normal.

—La próxima vez te avisaré.

Puso los ojos en blanco.

—Por Zeus, te estoy diciendo que no hace falta que me avises. No seas pesada. Abre la nevera y mira que te apetece.

—Es que a mí me gusta como cocinas tú —me quejé.

El reproche tomó forma en su mirada.

—No trabajo para ti.

Bufé.

—Pero yo sí trabajo para ti. —Volví a protestar.

Soltó una leve carcajada.

—No te pongas dramática. Eres la única empleada a la que el jefe ha ayudado a terminar el trabajo.

Su comentario me escoció como si hubieran echado sal en una herida abierta. Puse los brazos en jarras.

—¿Me lo vas a recordar toda la vida?

Hizo una mueca que no fui capaz de descifrar.

—¿Acaso he dicho algo malo? —Frunció el ceño—. ¿Qué pasa? Parece que tienes ganas de discutir hoy.

Mientras Luca me miraba atentamente, a esperas de una respuesta, sujetaba con una mano la espátula de madera con la que estaba cocinando. Aun llevaba el pantalón de traje y la camisa puesta, parecía que poco le importaba que se pudieran ensuciar. Mi vista hizo un recorrido completo por todo su cuerpo. No era de extrañar que las de la oficina bebieran los vientos por él.

Recordé de nuevo la apreciación de Camelia sobre cómo debía ser la mujer del director y, de nuevo, un pequeño complejo floreció en mi interior. Aunque no entendía por qué. No sabía si era por no cumplir las fantasiosas expectativas de una compañera acerca de una persona que no existía o si realmente se trataba de aquello que me negaba a admitir.

—¿Shirley? Estás muy rara —comentó. Supuse que lo dijo por cómo lo estaba mirando.

Hacía mucho tiempo que no me sentía deseada. Siempre lo había sido. Fui la chica más popular de mi promoción. Mi ego estaba por las nubes siempre. Y ahora, sin embargo, me sentía verdaderamente diminuta; y no por mi estatura precisamente.

Me acerqué a él, sin apartar la mirada. Necesitaba que alguien me tocara. Necesitaba que alguien me dijera lo hermosa que era. Que me susurraran obscenidades al oído, reflejo del tremendo deseo que provocaba en ellos.

—Tienes algo aquí... —comenté, acercando mi pulgar a su mentón, como si fuera a limpiar algún tizne que allí se encontraba.

Por supuesto, no había nada allí. Y más aun siendo Luca tan cuidadoso como era con todo. Deslicé mi mano hasta su nuca, me puse de puntillas y haciendo algo de fuerza, lo acerqué hasta mi rostro. Poco tenía que ver mi beso con aquel que le di la última vez. No había una pizca de inocencia en este. No se lo estaba dando la Shirley asustada. Se lo estaba dando la Shirley egocéntrica y segura de sí misma... O más bien, la que necesitaba recobrar esa confianza.

Él no me detuvo cuando acerqué mi mano a su cara, ni cuando lo atraje hacia mí. Tampoco opuso resistencia al paso de mi lengua por el interior de su boca. Parecía conforme con aquella lasciva muestra de deseo que acababa de llevar a cabo. Al menos, él también movía aquel músculo al igual que hacía el mío.

Sin duda, fue un gesto recíproco. Pero no duró mucho, pues, apenas apoyó sus manos en mis caderas, me apartó de él.

—¿Qué haces? —inquirió molesto—. Te dije que no quería que volviera a pasar algo así.

De repente, toda confianza había abandonado mi cuerpo.

—Yo solo... —comencé a decir, pero me interrumpió.

—No quiero liarme contigo. Bajo ningún concepto puedo hacer algo así.

"Bajo ningún concepto".

¿En serio tanto le importaba no dejarse llevar ni una vez? ¿Tan terrible era enrollarse con una chica como yo?

Él se dio la vuelta para remover la salsa una vez más, mientras que su otra mano apagaba la vitrocerámica.

Apoyé mi trasero en la mesa de la cocina y agaché la cabeza derrotada. Me sentía humillada, una vez más. Empezaba a concebir ese sentimiento como algo normal en mí, pues últimamente me envolvía en su amargor. Estaba estática por el rechazo. Jamás me habían rechazado antes. Salvo Bruce, quizá, que me olvidó por una chica que poco tenía que ver conmigo y al que nunca pude recuperar. Era algo que estaba más que superado, pero mi orgullo, siempre sediento, nunca se olvidó.

Y allí estaba de nuevo, ante una nueva negativa. Quizá no era tan atractiva como me había creído toda mi vida.

Se volteó entonces. No estoy segura de si me miró o no, dado que yo tenía la vista fija en una de las losetas del suelo de la cocina, sin pensar en nada más que en la rotundidad de su no. Casi podría haber dicho que preferiría meter la polla en aceite hirviendo.

Estaba siendo dramática, lo sé. Pero en aquellos momentos no era capaz de pensar con claridad. Lo había perdido todo, hasta la belleza.

Resopló antes de volver a hablar.

—No te lo tomes a mal. Sabes que es lo mejor.

Sin embargo, yo no era capaz de escuchar nada con nitidez.

—¿No te gusta mi cuerpo? —dije al fin.

—¿Qué?

—¿No te parezco atractiva? —Levanté la mirada, luchando por mantener a raya aquel nudo en la garganta que se me formaba por mis propias inseguridades—. ¿No soy guapa?

Dejó escapar una débil risa.

—No digas tonterías.

—Es la verdad. No puedes soportar la idea de tocarme. —No hablaba yo, sino mi despecho.

Dejó el utensilio sobre la encimera.

—Mi decisión no tiene nada que ver con eso, ya lo sabes.

No respondí. Ni siquiera le miraba. Estaba tan ofuscada con mi propio autodesprecio que no quería ni mirarle. Apreté los ojos con fuerza, evitando derrumbarme, por alguna razón había vuelto a pensar en aquel día con aquellos hombres.

No quiero que eso marque mi vida.

—¿Tantas ganas tiene de que te folle? —preguntó de repente, devolviéndome a la cocina. Estaba serio. Muy serio.

—Yo... —No sabía que decir.

En apenas un par de pasos estaba frente a mí.

—Responde.

—No es que tenga tantas ganas de...

Mi habla fue interrumpida cuando agarró mi camisa y me la desabrochó de un tirón, haciendo que algún botón cayera al suelo como un soldado herido. Sentía como me iba poniendo nerviosa poco a poco, notaba mi pulso a mil por hora y sus orbes penetrantes continuaban transmitiendo una severidad que resultaba aterradora. Aunque yo no tenía miedo; no en aquel momento.

—¿Querías esto?

Con aquella pregunta lo supe. Solo quería intimidarme. Quería que sintiera miedo de lo que pudiera hacerme en aquel sentido. Era su modo de que yo alejara ese deseo de mí.

No obstante, lo que él desconocía era que yo anhelaba aquello como un animal y no me iba a intimidar de ese modo. Si fuera otra persona hubiera sido así, pero con Luca era distinto.

«Yo jamás te haría daño».

Por tanto, enrollé mis brazos en su cuello, con el torso al descubierto, luciendo mi sujetador como una pieza de arte. Mis ojos claros observaron el contraste de los suyos con tanta serenidad como pude y entonces, respondí:

—Sí. Lo quiero. 

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro