12| Alcool e verbosità
SHIRLEY
*
No dejaba de darle vueltas a la expresión ausente de Marco y a aquella frase en apariencia normal. Parecía tener muy claro lo que estaba pensando, pero por alguna razón no había querido compartirlo conmigo y aquello era lo que realmente me inquietaba.
Había estado pensando tanto en ello el resto de la celebración, que no fui capaz de darme cuenta de que mi prometido había desaparecido buena parte de la fiesta. Algo que en aquel momento no me generaba ningún tipo de intranquilidad. Aunque lo haría más adelante, muy a mi pesar.
Un aroma a jazmín se filtraba en mi nariz, mareándome y obligándome a apoyar mi frente en mi mano mientras la vibración del motor amenazaba con revolverme las tripas de un momento a otro. Había bebido demasiado y, para colmo, mezclando.
El acolchado asiento tapizado de cuero blanco no era suficiente para aliviar mi malestar. Me encontraba en la limusina de regreso a casa. Desde que habíamos subido, una agradable melodía ayudaba a romper el silencio que tanto nos estábamos esforzando por mantener. Luca permanecía de brazos cruzados frente a mí. Ni siquiera me miraba y yo no podía hacer otra cosa más que suspirar deseando que aquella angustia se calmara.
Después de varios minutos, se acercó al mini bar del vehículo.
—Ten. —Me extendió una botellita de agua—. Bebe.
Me costaba aceptar que aquel gesto era fruto de buenas intenciones, sobre todo si se trataba de él.
—Si trago algo creo que acabaré echando la pota —dije frotando mi cara con mis manos.
Mi aspecto debía ser pésimo, no quería ni pensar en cómo estaría mi maquillaje.
—¿La pota?
—Excusez-moi, quería decir residuos estomacales.
Soltó un bufido y meneó la mano en la que sujetaba la botella.
—No seas tonta. Necesitas hidratarte, has bebido mucho —insistía.
—No tengo quince años, conozco las consecuencias de tomar alcohol.
—Pues no lo parece.
Le dediqué una mirada de reproche y agarré el objeto de mala gana, sin dejar de apartar la vista de él. Antes de darme cuenta, no había dejado ni una gota. Tuve el impulso de decir "gracias", pero supe callarlo a tiempo, dejando que el silencio volviera a tomar presencia entre nosotros.
Pero bien se sabía que, aparte de aquel mareo, el alcohol tenía otros efectos. Como, por ejemplo, capacidad nula para controlar mi verborrea.
—¿No tienes nada que explicarme? —Bueno, también cierta pasivo agresividad.
Podía ver en su mirada una palpable confusión.
—¿Algo que explicarte? —Odiaba que respondieran a una pregunta con otra pregunta.
—Sí. —Esperaba que mi afirmación fuera suficiente para hacerle hablar, pero continuaba con cara de desconcierto, por lo que me vi obligada a profundizar más en el tema—. Todo eso de tener que fingir que nos hemos casado por amor... No lo entiendo.
Quizá fueron impresiones mías, pero me pareció ver como su cuerpo se destensaba: bajaba los hombros, dejaba caer los brazos...
—¿Hay algo que entender? —Lo estaba haciendo de nuevo.
Me llevé los dedos al puente de mi nariz, hastiada.
—Vale, lo diré de otra manera. ¿Por qué tus padres no saben que este matrimonio es pura conveniencia?
—Eso no es de tu incumbencia.
¿En serio el muy idiota pretendía que con esa mierda de orden me bastaría?
—No, no. —Remarqué mi negativa moviendo mi dedo índice hacia los lados—. No, queridísimo mío —exageraba cada palabra que decía—, si no quieres que tus padres reciban una llamadita de su nuera, será mejor que cantes.
Mi amenaza resultó ser efectiva, pues pronto cambió el tono.
—Vale. Te lo voy a contar. —Inclinó su torso hacia adelante, con sus codos apoyados en sus rodillas—. Pero mañana.
Mi mareo fue en aumento, pero no me detuvo en mi insistencia.
—Mañana no. Ahora.
—Estás borracha. Si te lo cuento ahora, mañana ni te acordarás.
Abrí la boca, indignada. Aquel cuento de mejor un día que otro era un recurso que utilizaban los padres para acallar a sus hijos pequeños esperando que al día siguiente no recordarán sus cuestiones.
—Estoy borracha, pero yo siempre —recalqué— me acuerdo de todo.
—Genial, me he casado con una alcohólica.
Ahogué un grito de disgusto.
—Genial, me he casado con un gilipollas.
—Prueba de nuevo —vacilaba.
Me puse en pie de un impulso. Estaba tan cabreada por su último descalificativo, que se me había pasado la angustia de golpe. Ahora solo estaba repleta de rabia.
—Escúchame bien, cretino. —Callé de repente, como si mis palabras se hubieran quedado atascadas en mi garganta y no fuera capaz de decir nada.
Él enarcó una ceja, aguardando.
Por fortuna no tuvo que esperar mucho, pues pronto lo solté todo. El primer problema fue que no eran palabras precisamente. El segundo problema fue que había caído sobre él. Y no solo sobre su inmaculado traje, sino que había salpicado parte de su cara. Hasta en el cabello tenía.
La vergüenza me abrazó de golpe, mientras observaba como la caucásica tez de Luca se tornaba de un rojo consumido por la rabia. Quise disculparme por aquel accidente, pero sus puños apretados me frenaban.
—Escucha, Luca, lo siento.
—Cállate.
—Te juro que esto no estaba planeado.
Dio un golpe contra el respaldo del asiento y yo, en consecuencia, brinqué del susto.
—Por favor te lo pido, cierra la puta boca.
Me senté sin decir nada más.
Quería desaparecer.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro