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101| Fede

SHIRLEY

*

Han pasado varias semanas desde que regresamos de Inglaterra. Luca ha hablado con su padre y con Nina acerca de su intención de abandonar la empresa familiar, sobre todo teniendo en cuenta lo sucedido. Ninguno de los dos se ha opuesto a su voluntad; para ellos es más importante que él por fin sea feliz y no su ansia de venganza.

Nuestro "nosotros" continúa evolucionando. Tanto, que cuando se ha presentado esta tarde el abogado de Luca entregándome unos papeles de divorcio, no he dado crédito.

—¿Qué significa esto? —he cuestionado incapaz de disimular mi sorpresa.

—Mi cliente insiste en que firme estos documentos.

Es más que comprensible que esto me pueda llegar a enfurecer.

—Su cliente no ha hablado una palabra conmigo previamente y me niego a firmar nada.

—Por favor, ha hecho hincapié en que era de gran importancia que firmara hoy.

Lo miro taciturna y le arranco el documento de las manos.

Leo la carta redactada por el abogado y miro la hora en mi reloj de muñeca. Luca lleva desde que volvimos muy ocupado con el trabajo, quiere dejarlo todo perfectamente hilado para cuando deje el puesto, por eso tampoco es que hayamos tenido oportunidad de pasar tiempo juntos.

Sin embargo, nada de eso es razón que justifique esto.

—No pienso firmarlo.

Miro la hora en mi reloj de muñeca. Luca todavía debe encontrarse en la empresa.

—Señora...

—Márchese y dígale a mi marido que tenga los huevos para entregármelo él —rujo.

No obstante, en cuanto se marcha el abogado, dejándome los papeles sobre la mesa y diciéndome que lo piense mejor, pongo rumbo a las oficinas.

Entro de manera airada y unos compañeros me detienen para pedirme opinión sobre uno de los nuevos proyectos que tenemos entre manos dentro del apartado de diseño, pero yo paso de largo. Mi mal humor me impide articular palabra, no quiero pagarlo con quien no debo.

Llego a la planta donde se sitúa su despacho mientras pienso en cómo gestionar las palabras de mi boca.

—Buenas tardes, Shirley —saluda Silvana con su típica sonrisa inquebrantable cuando paso por su lado.

No contesto, abro la puerta del despacho de Luca sin pensarlo y me encuentro con el vacío.

—Si busca al Sr. Caffarelli, ha tenido que coger un avión para una reunión urgente.

Parpadeo varias veces.

—¿Cómo que coger un avión?

—Sí. A Roma. Pero no se preocupe, mañana mismo está de vuelta en Palermo.

¿Qué no me preocupe?

—Gracias Silvana —respondo sacando mi teléfono y buscando el contacto de Luca.

Llamo ahí mismo, pero comunica.

—Joder —murmuro y vuelvo a marcar.

—Quizá le pillas en el avión —comenta su secretaria.

—Ya —digo con cara de pocos amigos.

—¿Se encuentra bien? —pregunta de buena fe—. ¿Ha sucedido algo?

Quiero soltarlo todo. Decirle que estoy confundida, que ahora me encuentro una solicitud de divorcio después de haber pasado unas semanas maravillosas... Que no entiendo nada. Pero obviamente, a esta mujer yo no la conozco de nada, así que no voy a calentarle la cabeza con mis problemas del primer mundo.

—Todo bien, gracias. Solo he tenido un pequeño susto, intentaré hablar con él más tarde —informo antes de irme—. Hasta luego.

Regreso a casa y comienzo a inspeccionarlo todo. Dormimos en la misma habitación, así que es muy difícil que esconda algo allí sin que me entere, pero, por si acaso, acabo moviendo hasta el colchón. Nada.

Tampoco sé que espero encontrar. Lo más lógico es que no haya nada oculto y que yo me esté limitando a desvariar. A no querer aceptar que él ha decidido que lo mejor es que nos divorciemos. ¡Pero es que me molesta mucho que no lo haya hablado conmigo antes! ¡Ni a la cara!

Decido dejar de buscar la nada y simplemente aceptar que me ha llegado eso y que no pienso firmarlo hasta que consiga hablar con él.

Espero toda la noche una llamada que no llega. Hasta me quedo dormida. Al día siguiente, al despertar, me encuentro con esa horrible realidad de nuevo. Sin noticias. Ni un Whatsapp, nada.

El teléfono suena de repente, justo antes de que salga hacia el trabajo. Es él.

—¡Luca! —exclamo con el corazón en un puño.

—Hola, Shirley.

Trato de buscar algo en su tono de voz, una pista. Algo que indique quizá descontento. Pero no hallo nada. Simplemente una desoladora neutralidad.

—¿Hola? —inquiero sobrepasada—. ¿Me puedes explicar que es ese formulario de divorcio que me ha llegado junto a una carta de tu abogado?

Oigo como se ríe y eso acaba con mi paciencia.

—De eso te quería hablar. Necesito que lo firmes.

—¿Por qué?

—Porque quiero divorciarme.

Lo dice tan tranquilo, que noto como mis pulsaciones suben y bajan junto a mi pecho, como una montaña rusa.

—Yo no quiero divorciarme, Luca.

Silencio.

—Es lo mejor, Shirley... —dice con un tono suave al cabo de uno segundos.

—No lo entiendo, si estábamos bien.

—Shirley, por favor. No quiero que esto sea más complicado de lo que ya es. Fírmalo cuanto antes. Lo necesito esta mañana. Firma y déjaselos a Silvana.

—Luca, yo creo que deberíamos hablar antes.

—Shirley. —Su voz se torna áspera—. No quiero seguir casado contigo y punto. Firma y déjaselo a Silvana. Nos vemos esta noche.

—¡Qué te den! —exclamo muerta de rabia y cuelgo.

Una vez la rabia se me pasa, me asalta la pena. Empiezo a cuestionarme qué es lo que he hecho mal. ¿Por qué quiere divorciarse? ¿Por qué tanta prisa? Ni siquiera tengo ganas de ir a trabajar, pero sé que hacerlo y focalizarme en algo que me gusta es lo único que va a ayudarme, aunque eso signifique estar en su empresa.

Aguanto la mañana con mi mejor cara, aunque confieso que en algún momento he desviado mi pensamiento hacia esa repentina salida de Luca. Hice lo que me dijo y nada más llegar a la compañía se lo dejé a Silvana, que casi parecía que supiera que se lo iba a llevar.

Tampoco voy a casa a comer simplemente para evitar encontrármelo. En lo único que pienso es en buscar un vuelo a Londres y hacer las maletas para irme de aquí.

Sin embargo, cuando termina la jornada laboral y mi regreso a casa es cada vez más inminente, noto como todo a mi alrededor se tambalea. Siento mareos y una angustia en la boca del estómago ocasionada por el manojo de nervios en el que me he convertido.

Ojalá no tuviera que verlo ahora. Lo único que me apetece es tirarme sobre la cama y llorar hasta quedarme dormida.

Recibo entonces una llamada de Nina.

—Hola —respondo, tratando de que no note lo mal que me encuentro.

—Hola, reina. ¿Estás ocupada? Necesito que me eches una mano con unas cosas de la casa familiar. He llamado a Luca, pero no contesta, y Marco y Alessandro están ocupados.

Cuando menciona la casa familiar, siento que todo va a peor. No he regresado allí desde lo que pasó.

Pero a Nina no le puedo decir que no.

—Está bien. Ya voy, ahora nos vemos.

Conduzco nerviosa por volver a ese lugar donde tantas cosas terribles sucedieron. No solo con Francesca, el lugar donde Marco me intentó ahogar y donde tuve miedo de Luca.

La puerta principal está abierta y las luces del recibidor encendidas.

—¿Hola, Nina?

No responde nadie, pero pronto comienzo a escuchar una melodía que proviene de la planta de arriba. Subo las escaleras, nerviosa, sin saber exactamente por qué. La música me lleva hasta la habitación con vistas a la playa.

Ya está bastante oscuro y llama mi atención ver un montón de velas entre el suelo y la barandilla del balcón.

Cuando mis manos se apoyan en la barandilla y me asomo, me quedo sin aliento.

«¿Quieres casarte conmigo?»

Puedo leer esa petición dibujada en la arena, previamente humedecida. Más velas a su alrededor.

En ese momento, la melodía de mi móvil me saca de mis pensamientos. Es una llamada de Luca.

—¿Luca? ¿Dónde estás?

—Baja a la playa.

Bajo a toda prisa a la planta principal y salgo por la puerta que da a la costa. Al llegar, freno en seco al ver a Luca mirando al mar.

—Oye...

Se voltea muy despacio y me dedica una amplia sonrisa antes de hincar su rodilla en el suelo y mostrarme una cajita de color bermellón.

—¿Qué me respondes?

Conforme lanza la pregunta, yo termino de quedarme sin respiración, noto que las piernas no terminan de responderme correctamente. Otro anillo se muestra frente a mí. Es de un diseño sencillo, pero muy bonito.

Sin embargo, aún recuerdo el malestar que me ha estado haciendo pasar estas últimas horas.

—¿Pero se puede saber de qué vas? —cuestiono furiosa—. ¿Te haces una idea de lo mal que me lo has hecho pasar? Además, ya estábamos casados, ¿por qué volvernos a casar?

Se pone en pie rápidamente para tratar de calmarme.

—Shirley, perdona. Quería darte una sorpresa, por eso no quería decirte nada. Pensé que te gustaría esto.

—¿Por qué?

—Porque en la boda de tus amigos te vi tan emocionada que me di cuenta que yo no te he podido dar algo así. —Su confesión me silencia de golpe—. Ni parecido. Pensé que sería bonito darte una boda como mereces: en Inglaterra, con tus amigos, a tu gusto. Una boda de verdad.

Se frota el pelo alterado mientras yo le observo tan emocionada que estoy sin palabras.

—Luca... ¿Tanto te fijaste en mí?

—Pero ¿cómo no me voy a fijar en ti? Si no puedo dejar de mirarte. Si hasta cuando estás en la oficina me invento una excusa para pasar por allí y poder verte. Joder, pues claro que me fijé.

De repente, siento como se endulza ese amargo sabor de boca que he tenido todo el día. —Sí.

—¿Sí qué?

—Que me caso contigo.

Él parpadea varias veces y se incorpora.

—Ya pensaba que ibas a decir que no —confiesa dándome un abrazo.

—Debería, para hacerte sufrir un poco.

Escucho como se ríe cerca de mi oreja.

—Oye Shirley.

—Dime.

Noto como sus manos bajan hasta mi trasero.

—No te he puesto el anillo —informa haciendo presión en mis nalgas.

—Pues no se pone donde estás tocando.

Sin embargo, él me levanta cuidadosamente para después tumbarme sobre la arena y ponerse sobre mí. Deja la cajita con el anillo en un lado y se centra en devorar mi boca con un ansia que logra erizar todo mi cuerpo. Sus manos no tardan en recorrer mis brazos como suaves caricias, ascendiendo y navegando por mi piel hasta llegar a mis pechos, los cuales sujeta con fervor haciéndome emitir un gemido.

Sonríe torcidamente ante mi reacción y se permite levantar mi vestido para besar mi vientre, sobre mi ombligo, mis costillas... Hasta cubrir mis pezones con el calor de su boca, que los envuelve, humedece y eriza de un modo que solo él sabe.

Noto la fría arena en mi espalda, mientras él me hace gemir de placer por su tacto y sus lascivos besos.

Vuelve a juntar sus labios con los míos brevemente y después habla.

—Voy a cambiar todos tus recuerdos en este lugar.

Su nariz se desliza por mi torso hasta mi entrepierna, donde aparta mi ropa interior para devorar mi vulva con anhelo. Quizá es por estos días en los que nos hemos visto poco, pero su saliva mezclándose con mi excitación hace que mi sangre arda y mi corazón bombee descontrolado.

La playa es decorada con la armonía de mis exhalaciones mientras Luca juega con mi cuerpo como si fuera su pasatiempo favorito. Está a punto de hacerme perder el juicio en vaarias ocasiones, pues se detiene cuando creo que voy a alcanzar la cúspide.

—Luca...

—¿Qué pasa?

—Ya no más...

—¿Ya no más qué? ¿Qué quieres?

—A ti.

Sonríe con suficiencia y me basta verle esa expresión para sentir un calambre que me pide a gritos sentirlo completamente.

—¿A mí?

—Fóllame.

Esperando mi orden desesperada, toma su miembro entre sus dedos y lo introduce poco a poco en mí, lentamente pero intensamente, haciendo que mis piernas se tensen y mi espalda se arquee.

Toma mi mano y quita la alianza que porto, arrojándola en la arena. Después, recupera el anillo nuevo y lo coloca en mi anular. Sus dedos se entrelazan con los míos una vez mi mano luce la prueba de un nuevo compromiso, mientras la otra toma mi cuello y ejerce presión en él, desbordando todos mis sentidos en este momento de amor y lujuria.

—Qué bien te sienta la alianza con esa cara que estás haciendo —comenta mientras me embiste con potencia.

Su mano continúa haciendo presión en mi garganta y yo no puedo para de gemir ante el placer que me provoca.


*

—Shirley. —La voz de Spencer me devuelve a la realidad—. Tranquila, va a venir. Bruce también llegó tarde el día de su boda —dice tratando de tranquilizarme, posando su mano sobre la mía—. Los hombres se quejan de nosotras diciendo que somos impuntuales, pero luego mírales a ellos.

Estoy ya vestida y maquillada por cortesía de Thomas, sentada sobre una de las sillas del apartamento de Spencer, donde he venido a cambiarme. En breves debemos salir al lugar de la ceremonia. Ella está a mi lado, vestida con un elegante a la par que simple vestido color pardo que le queda muy bien.

—Después de todo lo que ha pasado, no me creo que esto vaya a suceder. Si te lo cuento no te lo vas a creer.

Su espalda se tensa y su mirada delata que está alerta.

—¿El qué? Me estás asustando.

—No, tranquila, es solo que...

Le cuento todo. Todo lo que he vivido con Luca. Le hablo de la venganza, de lo que pasó con Marco, Isabelle y Francesca. Le cuento los secretos, las mentiras, la pasión. Todo. Ella me escucha atentamente, casi sin poder cerrar la boca ante la sorpresa que le produce mi historia. No estoy segura de lo que estará pensando, pero una vez acabo, le cuesta varios segundos decir algo.

—Vaya.

—Sí.

—¿Y en serio te quieres casar con él?

Su pregunta hace que me ponga a la defensiva.

—No puedes cuestionarme eso, no después de todo lo que viviste tú con Bruce.

Sé que le molesta que se lo recuerden, no es algo agradable para ella. Por eso me arrepiento en seguida de decirlo.

—¡Oye! Dejad de hablar como si yo no estuviera delante —habla el pelirrojo.

Nosotras nos miramos con cara de circunstancias.

—Perdonad, chicos, es que estoy muy nerviosa —digo.

—Yo no sé cómo al final te has acabado casando con él.

—Pues porque le quiero y porque es mucho mejor de lo que pueda parecer.

—Pues por lo que has contado...

—Da igual —le corto—. Déjalo. Total, me va a dejar plantada en el altar.

—No digas eso —dice Spencer.

La alarma de mi teléfono nos indica que es hora de ir al lugar donde se llevará a cabo la ceremonia.

Bajo del coche de Bruce, que para a la entrada, y Spencer me acompaña mientras él se dirige a aparcar. Mi corazón resuena creyendo que no va a llegar.

—¡Hija! —Me llama mi madre con una sonrisa y se aferra a mi brazo, luego mira a mis amigos—. Vosotros, entrad ya dentro que esto va a empezar.

—¿Qué dices? Pero si Luca aún no ha llegado.

—¿Cómo que no ha llegado? ¡Pero si está esperándote en el altar!

Mi corazón se detiene de golpe al escuchar esa afirmación salir de la boca de mi madre. Mi vista se desvía y choca con la de mis amigos que parecen leer mi colapso mental en ella.

—Te esperamos dentro —dice Spencer guiñándome un ojo.

Mis pálpitos se desbocan. ¿De verdad va a pasar? Mi madre se va dentro y mi padre se acerca a mí para que me agarre de su brazo.

—¿Estás lista?

No soy capaz de decir una palabra, así que asiento con la cabeza. Es entonces cuando la marcha nupcial comienza a sonar y nosotros nos disponemos a entrar. Conforme avanzamos por esa alfombra, distingo la nuca de Luca; su cabello castaño ligeramente ondulado, su espalda vestida con un elegante traje negro... La garganta se me seca ante la emoción que me produce este momento. No tiene nada que ver con aquella boda que tuvimos, con aquella sensación de vacío y enojo que cargaba a mis espaldas. Ahora siento como mis piernas tiemblan, como mis latidos resuenan en mis oídos, como mi pulso falla y mis labios se tambalean.

Cuando estoy lo suficientemente cerca, se da la vuelta y puedo ver su preciosa cara sonreírme. He estado tan hechizada observándole que ni siquiera me he fijado en los asistentes. Una vez me detengo frente a él, esboza una sonrisa ladeada que me derrite.

—Estás preciosa.

Mi vista comienza a emborronarse a causa de las lágrimas que se aglomeran allí.

—Creí que no ibas a venir.

A su sonrisa, se suma una mirada confusa mientras arruga las cejas.

—¿Por qué?

Voy a decir algo, pero la voz del cura llama nuestra atención, dando comienzo a su oratoria. Nosotros simplemente nos quedamos absortos admirando al otro. Creo que es la vez donde más claro lo he podido percibir.

Cuando nos damos cuenta solo tenemos que pronunciarlos, nuestros votos, pero sin duda mi parte favorita siempre será la que viene después.

—Puede besar a la novia.

Noto sus labios envolviendo los míos con una pasión que casi me hace perder el sentido. Sus manos se aferran a mi espalda y yo sujeto su quijada ansiosa de más. Pero los aplausos del público nos recuerdan que para la noche de bodas aún quedan unas cuantas horas de por medio.

Ahora solo debemos salir del lugar mientras nuestros allegados nos vitorean.

No puedo borrar la sonrisa.

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