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10| Un ballo

SHIRLEY

*

Como dictaba toda boda, después del banquete llegaba la hora del baile. Los invitados, ya completamente desinhibidos gracias al coctel de bienvenida y al vino durante la comida, se dejaban llevar en la pista de baile o, en este caso, en el espacio del jardín. Pero en una boda en la que los únicos invitados eran los familiares del novio, a excepción de los padres de la novia, la situación se tornaba diferente y no había mucha fluidez entre los presentes.

Sin embargo, si algo se mantenía como normal, era el baile de los recién casados. ¡Cuánto hubiera deseado que solo hubiéramos tenido que ir al registro civil a firmar unos papeles! Estar tanto tiempo actuando comenzaba a cansarme.

—¿Todo bien? —interpeló Luca mientras su mano sujetaba la mía y la otra se apoyaba en mi cadera.

Supuse que había notado mi ceño fruncido.

—Tan solo estoy agotada mentalmente.

Nuestros pasos eran cuidadosos y nos dejábamos llevar por la suave balada. No se le daba mal, aunque tampoco fue algo digno de mi sorpresa ya que a los de buena cuna procuraban darles unas lecciones impecables para estar en sociedad. En mi caso fue así al igual que en el de mis amigos en Richroses.

—¿Y eso?

—Por muy genial que sea fingiendo cosas que no son, no soy una actriz profesional y todo esto extingue esa llama que en mí habita, esa llamada vida. Tan solo quiero irme a casa a descansar. —Mi mano estaba apoyada en su hombro. Acerqué la cabeza para susurrar cerca de su oído—. Y volver a nuestra rutina de odio mutuo.

Al apartarme, vi que mantenía aquella sonrisa sarcástica.

—Me has sorprendido, ¿sabes? Se te da genial engañar a los demás.

Enarqué una ceja. Por supuesto que sí, yo podía llegar muy lejos con tal de conseguir lo que quería.

—Te digo lo mismo. Es sorprendente que nadie se haya dado cuenta de que eres un auténtico hijo de puta.

La música terminó y yo mostré una expresión afable.

—Oye...

—Tranquilo, voy un rato con mis padres.

No esperé a que me dijera nada, pues rápidamente me di la vuelta para regresar con las dos únicas personas con las que no hacía falta que fingiera.

Para mi desdicha, mi camino se vio entorpecido por Marco.

—¿Me concede un baile, signorina? —Extendió su mano e inclinó su espalda en un gesto de, en mi opinión, excesiva cortesía.

Sorprendida por la petición de mi reciente cuñado, miré a mi alrededor creyendo que quizá se trataba de una confusión y se lo estaba pidiendo a su mujer, pero pronto vi como ella estaba a bastantes metros de distancia.

—¿Te refieres a mí? —Quise asegurarme.

—Claro. —Pareció leer en mi cara la incomodidad que estaba sintiendo, ya que pronto se tensó y dio un paso hacia atrás—. Oh, disculpa. No quería molestarte.

Sus mejillas se encendieron, parecía estar avergonzado. Aquel gesto me pareció tan humano que sentí cierta ternura.

—No, discúlpame tú a mí. No quería ser grosera. Es solo que no me lo esperaba. —Le di mi mano—. Estaré encantada de bailar contigo.

Danzar con Marco era mucho más desenfadado. El hecho de que la música que estaba sonando ahora fuera más animada ayudaba bastante. No teníamos que estar agarrados y podía moverme con mayor libertad, levantando mi falda. Fueron pocos minutos de duración de la canción, pero bastaron para darme cuenta gracias a sus gestos corporales y la expresión afable de su cara, de que poco tenía que ver con su hermano. Muchos de sus movimientos eran a modo de broma y era el tipo de actitud fresca que necesitaba en aquellos momentos.

Al terminar, fui yo quien tuvo la iniciativa.

—¿Te apetece acompañarme con una copa?

No dijo nada al respecto, pero sé que buscó a Isabelle con la mirada antes de responder.

—Claro.

Fuimos hacía el camarero que se encontraba en una pequeña mesa a modo de barra de bar y pedimos la bebida. Después, nos sentamos en una de las mesas que estaban vacías, viendo como el resto de personas a nuestro alrededor bailaban con cierto recato.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —dije.

—Por supuesto.

—¿Cuántos años tienes?

—Veinticuatro.

Casi se me sale la ginebra por la nariz.

—¿Eres menor que Luca?

Soltó una carcajada mientras arrugaba la frente. Parecía incrédulo por mi cuestión.

—¿Te parezco mayor que Luca?

—No, es solo que como tú ya estabas casado he dado por hecho que lo eras. Perdona.

A mí me sentaba como el culo que me tomaran por una persona mayor.

—La verdad es que Isabelle es un poco mayor que yo, pero sí, me casé algo joven, con veintidós años.

Por un momento vi en el reflejo de sus ojos cierta nostalgia, algo que me hizo bajar la guardia.

—¿Por amor?

Me dedicó una mirada suspicaz.

—Claro, ¿por qué si no me iba a casar con ella?

Mierda.

Solté una carcajada espantosamente exagerada.

—No me hagas caso, he bebido mucho.

—Tranquila. —Hizo una breve pausa antes de continuar hablando—. Me pareces una tía guay. No tenía ni idea de quién podría haberse enamorado Luca, él siempre ha sido muy reservado y... Cuando nos dijo que se iba a casar, para la familia fue una auténtica sorpresa. Sobre todo, tratándose de ti.

—¿Tú te acuerdas de mí? Yo no recuerdo mucho de cuando era pequeña. Sé que nuestros padres eran amigos y que veníamos a veranear aquí, pero... No me acuerdo de nada.

Sus párpados se abrieron con exageración.

—¿En serio?

Tampoco sabía por qué le sorprendía tanto. Casi parecía alegrarle.

—Sí.

—Pues sí, sí. Veníais todos los años. Yo también era un crío, así que no lo tengo muy nítido, pero recuerdo que tú siempre ibas detrás de mi hermano.

Maldita infancia traumática.

—¿De verdad? Nunca me lo había dicho.

—Sí, pero ya te digo, yo también era un niño y quizá ando confundiendo cosas. ¿En serio tú no te acuerdas de nada?

—No.

—Dejasteis de venir aquel verano... —Aquella frase parecía decírsela más para sí mismo que para mí.

—¿Aquel verano?

Mi pregunta lo sacó de una especie de trance en el que había entrado por poco tiempo.

—Nada, no importa. No me hagas mucho caso, no recuerdo bien yo tampoco.

En aquel momento tuve una corazonada, pero no quise prestarle demasiada atención.

En el fondo sabía que recordaba más de lo que me estaba haciendo creer.  

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