04| Una doccia
SHIRLEY
*
Mi primer día en mi nuevo hogar había resultado ser un completo fiasco. Mis intenciones de conocer a mi prometido se habían ido al garete, pues al parecer él el único contacto que quería tener conmigo era el mismo que deseas tener con una planta. Algo ínfimo.
Cuando me quedé sola en el apartamento, me dirigí a la nevera guiada por los feroces rugidos de mi barriga. Apenas cené la noche anterior y el desayuno había sido una incómoda taza de café. Aún quedaba bastante tiempo para la hora de comer, pero estaba ansiosa por llenar mi estómago con algo de comida.
Dentro del frigorífico no había nada ya preparado. Todo eran materias primas que requerían de un mínimo de conocimiento en la cocina, algo en lo que yo era un cero a la izquierda. Lo único que podía ingerirse tal y como estaba eran unas piezas de fruta: manzanas, plátanos y fresas. Sentía pereza hasta de la acción más mundana en aquel momento, lavar y cortar, por lo que abandoné esa idea y comencé a abrir los armarios y cajones de la estancia, en busca de la despensa o algo similar y, por tanto, de alguna bolsa de patatas o cualquier producto del que pudiera picotear.
Ni rastro.
Lo único que encontré fueron paquetes de frutos secos: nueces, almendras, pistachos... Bueno, menos daba una piedra así que me conformé con ello.
En mi breve exploración por la cocina, me di cuenta de que apenas tenía latas de conserva, que era de lo que había estado sobreviviendo en los últimos meses. Siempre habíamos tenido chef y el no tenerlo de repente había resultado ser algo mucho más complicado de lo que pudiera parecer. Claro, que pese a ello podríamos haber tratado de tener una dieta más sana, pero, ¿mi madre cocinando? Había que tener mucho sentido del humor para imaginarse algo así. Y mi padre tres cuartos de lo mismo. ¿Cómo iba yo a saber cocinar habiendo crecido en un ambiente en el que te lo daban todo hecho?
Me tiré en el sofá con mi bolsita de nueces y encendí la televisión. Los principales canales eran de públicos y a aquella hora solo daban concursos. En las cadenas privadas se inclinaban más por la prensa amarilla. Nada me llamaba la atención, por lo que continué cambiando de canal hasta que llegué a uno local. Lo supe porque nada más ponerlo, el apellido de los Caffarelli se hacía presente en el titular de las noticias, mientras un montón de viviendas y edificios de diseño aparecían en la pantalla.
Mi cuerpo se irguió instintivamente y mi vista no se apartaba de aquel aparato. Sin embargo, mi sorpresa aun fue mayor cuando entre aquellas imágenes aparecieron las de mi prometido. Algunas charlando con otros hombres trajeados, otras sentado en lo que pronto asumí que era su despacho... En cualquiera de ellas destilaba elegancia.
La voz que presentaba las noticias continuó hablando:
¿Será Luca, hijo mayor de Alessandro Caffarelli, el nuevo director jefe de la compañía familiar? De momento, está a cargo de alguna de sus sucursales de construcción, dando excelentes resultados, por lo que todo apunta de que será nombrado como director en cuestión de meses.
Vaya, así que me había prometido con uno de los peces más gordos de la familia.
«No te metas en mis asuntos».
Recordé sus palabras. Me hacía gracia que pretendiera hacerme creer que aquella manera recelosa de mantener su privacidad era cuestión de meras normas de convivencia.
¡Genial! Iba a casarme con alguien a quien no podía ni preguntarle por su trabajo.
Poco tiempo después, me adentré de nuevo en los inhóspitos lugares de la cocina. Nunca pensé que una tortilla pudiera ser tan difícil, sobre todo si deja de parecer una tortilla para convertirse en huevos revueltos. Como quizá no era el menú más completo, me hice algo de carne que encontré en los cajones para acompañar. También di con algo de pan que se quemó al calentarlo en el horno.
Desde luego, no era un menú muy bueno, pero mientras pudiera bajar por mi garganta hasta mi estómago, no me quejaba.
Al terminar, revisé cuánto dinero quedaba en mi cuenta del banco. La libra era un poco más cara que el euro, aunque tampoco había mucha diferencia. Básicamente, tenía en la cuenta 538€. Suspiré. Ese dinero me iba a durar muy poco.
¿Por qué tenía que casarme a la fuerza para que mis padres recuperaran las riquezas, pero yo tenía que trabajar? Realmente, bastante trabajo era aceptar un matrimonio por conveniencia.
Me puse a buscar por internet ofertas de empleo. La mayoría eran de camarera. Joder, esperaba no tener que acabar otra vez así, odiaba ese trabajo. La gente era impaciente y maleducada y, si encima eras mujer, te tocaba aguantar a un montón de babosos borrachos o cerca de estarlo.
Mi búsqueda se vio truncada por las redes sociales y un sinfín de videos absurdos en YouTube y, cuando quise darme cuenta, dentro de poco sería la hora de cenar. Decidí esperar a Luca, pues pensé que quizá podíamos cenar juntos y mantener una conversación normal, sin necesidad de romper ninguna de sus reglas. Tan solo esperaba tener una relación cordial con él, si no esto iba a ser un completo infierno para mí.
El tiempo pasaba y no llegaba. ¿Seguiría trabajando? El sueño llevaba horas acechándome, debido a que aún tenía algo de jet lag. Esperé unos minutos más y finalmente me fui a la cama sin comer nada, pues estaba demasiado cansada como para hacer algo.
Pensé que nada más tumbarme sobre el colchón caería dormida, pero la realidad fue diferente. A mi mente comenzaron a acudir recuerdos de mi país y de mi ciudad. Recuerdos de mis amigos. Era duro estar tan lejos, pero aun lo era más al darme cuenta de que realmente estaba sola.
Las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos sin poderlo evitar.
Realmente estaba sola.
*
Me desperté tan temprano que no me había sonado ni la alarma. Me desperecé tirada en la cama, luchando por sacar fuerzas para levantarme. Había decidido que imprimiría mi currículum e iría a buscar trabajo personalmente. Quizá tuviera más suerte que en Internet. Lo que estaba claro era que sentada no conseguiría nada.
Al salir de mi habitación, vi que la puerta de Luca estaba cerrada. Anoche me pareció oírlo llegar. ¿Seguiría dormido?
Entré al baño con muda limpia bajo el brazo, dispuesta a darme una ducha que me despejara por completo. No le presté mucha atención las veces que entré el día anterior, pero era amplio y estaba impecable. Lo que más llamó mi atención fue su distribución, habiendo una pequeña pared que separaba la estancia; lavabo y retrete estaban en un espacio y la ducha en otro.
Me desnudé rápidamente y abrí esa puerta trasparente que escondía la otra parte.
Quizá debí haberme dado cuenta por el cristal empañado, o por el suelo mojado cuando puse un pie sobre él, pero Luca estaba dentro. La situación no fue absurda únicamente por ello, sino porque hasta que no habló no miré en su dirección.
—¿Qué haces? —inquirió con una expresión hostil. Supuse que no le haría gracia tener a alguien invadiendo su privacidad. Norma de convivencia número dos.
¿Por qué siempre acababa enseñándole mis tetas?
—Perdona, no sabía que estabas aquí dentro. Salgo ya —trastabillé notando como mi cara ardía de la vergüenza. Había perdido la cuenta de las veces que me había ruborizado frente a él por mi propia imprudencia.
Fui a salir a toda prisa, agarrando el tirador de la puerta para abrirla de nuevo, pero un mal movimiento hizo que resbalara.
Noté como mi cuerpo caía, aunque se me hizo eterno.
Con un poco de suerte, me abriré la cabeza y podré salir de esta incómoda situación sin hablar con nadie.
No obstante, el brazo de Luca rodeó rápidamente mi cuerpo, evitando la caída. Pude apreciar sus músculos y la firmeza de éstos. En mi espalda su torso desnudo y mojado por el agua hacia presión.
—Iba a salir ya —dijo su voz ronca cerca de mi oreja, logrando que se me erizara cada poro de mi piel mientras me soltaba poco a poco.
Su tono era serio, aunque encontré en él cierta suavidad.
—Vale...
Me tapé los pechos con un brazo y con la otra mano mi pelvis, muerta de vergüenza, mientras él pasaba a mi lado para agarrar la toalla que había colgada al fondo, momento que aproveché para estudiar cada una de sus nalgas.
¡Menudo culazo!
Cuando me quedé sola, abrí el grifo y me dejé empapar. El corazón me iba a mil y no dejaba de repetir una y otra vez el reciente suceso. Sonreí pícaramente mientras pensaba en ese trasero que acababa de ver. Bueno, al menos yo también le había visto desnudo.
Aunque no me fijé en su delantera.
Deslicé mis dedos hasta mi pubis y lo acaricié con delicadeza pensando en sus fuertes brazos sujetándome.
Segundo día y ya me había excitado involuntariamente.
¿Cómo iba a sobrevivir así?
Nada más salir del baño, en mis fosas nasales se filtró un agradable aroma. Pan tostado, café recién hecho... Podía distinguirlo a la perfección. Mis papilas gustativas comenzaron a salivar al instante y me dejé guiar por tal embriagador olor. Al llegar al comedor, pude ver la mesa luciendo fruta, mantequilla y mermelada. También algo de embutido... Todo delicioso.
No me vi la cara en ese momento, pero estaba segura de que debía resplandecer como si hubiera hallado un tesoro. Menos mal que Luca había hecho el desayuno, porque si tenía que hacerlo yo, vete a saber qué me hubiera llevado a la boca.
Tomé asiento frente a él, que se encontraba leyendo el periódico mientras daba un sorbo a su taza, sin pararse a mirarme. Estiré la mano para coger una tostada cuando habló.
—No pensarás en serio que te he hecho el desayuno, ¿verdad?
Como si pudiera pausar mis movimientos con tan solo pulsar un botón, me detuve.
—¿Qué? —pregunté como una idiota.
—Ya me has oído —soltó volviendo a la prensa.
Fruncí los labios mirando de nuevo aquel apetitoso menú. Había mucho. ¿En serio pensaba comérselo todo él solo? De nuevo mis ojos se posaron en él. Empezaba a sentirme como un cachorro lastimero, pidiendo subsidio con su mera presencia.
Entonces, mi estómago hizo acto de presencia con un sonoro rugido, obligándome a soltar una risilla tonta.
—Solo te voy a coger un trocito, ¿vale? —dije volviendo a extender mis manos—. Solo un poquito, ¿sí?
—No. —Hizo a un lado su periódico para doblarlo y dejarlo sobre la mesa—. Anoche dejaste la cocina hecha una porquería y para colmo esta mañana te has saltado la segunda norma.
—Pensaba recogerla esta mañana —me excusé de la primera acusación—. Y sobre lo otro...
—Pero la he acabado limpiando yo —me interrumpió.
—Lo siento, es que estaba muy cansada con el jet lag y...
—Me da exactamente igual. —Volvió a cortarme de un modo antipático—. Si tenemos un cerebro es para pensar. Espero que uses el tuyo la próxima vez. ¡Ah! Y también aprende a llamar a la puerta.
—Vale, tienes razón. —Encendió una Tablet que tenía en el mueble de al lado y comenzó a navegar en ella, como si no tuviera el más mínimo interés de escucharme hablar—. Yo...
—Cállate. No me molestes —espetó aún con su atención fija en el objeto, aunque por un segundo dirigió la mirada hacia mí—. Podrás comer lo que me haya sobrado del desayuno.
Excuse me?
—No soy un perro —repliqué arrugando la frente.
—No se trata de eso, sino de que este desayuno lo he cocinado yo para mí —argumentaba poniendo excesivo énfasis en los pronombres personales—. Por lo tanto, cuando ya no pueda más, podrás comer tú de lo que quede. Y si no estás conforme con esto, la próxima vez te lo haces tú.
Apreté los labios. Siempre hablaba de un modo soberbio y superior y eso me ponía frenética. No soportaba no llevar la razón ni que me trataran de ese modo.
¿En qué momento pasé de tener una vida llena de comodidades y de hombres que me trataban como una reina a esto?
Lo observé sin decir nada mientras mi rabia se acumulaba por cada una de las venas de mi cuerpo. Cuando terminó, agarró su taza y su plato y se dirigió a la cocina. Luego salió, agarró una chaqueta de traje y se la puso.
Antes de salir por la puerta, se volteó para mirarme.
—Por cierto, Shirley, la boda será este domingo.
—¿Este domingo?
—Sí. Luego te daré los detalles. —Abrió la puerta—. Hasta luego.
Mi frustración iba en aumento.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro