TREINTA Y CUATRO
Sin pensarlo dos veces entre en tú habitación. Ya sabía la rutina, tú abuela iba a esta hora a la iglesia.
¡Vieja ilusa! Eso de nada le serviría.
Tú estabas en el trabajo así que tenía suficiente tiempo antes que tú llegaras.
Tomé como lo hacía cada noche una prenda de tú cajón para inhalar tú dulce aroma. Mi pene se endureció pero el sonido de la puerta siendo cerrada me sacó de la burbuja en la que ya me encontraba.
¡Mierda!
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