3. Última vez. ✔️
Día 2.
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Extraído del diario de Yulissa Reyes.
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Es increíble cuán difícil me resulta sacar lo positivo de todo ésto. ¿Siquiera hay algo todavía? Ya no queda nada. O es eso lo que comencé a creer desde que te fuiste, no podías culparme, después de todo nunca fui quién conseguía ver el lado bueno de nada, ése eras tú.
Es gracioso, ¿verdad? Porque ahora ya no estás. ¿Qué se suponía que se hacía en éstos casos? El chico quien obtuvo la mejor versión de mí, ya no está.
No hay lado bueno en nada de esto.
¿Cómo es que pudo suceder algo así? Yo no me lo merecía. Habiendo tanta gente en el mundo, tenía que perder yo a una pieza tan importante de mí.
No tardó mucho en comenzar a formarse un odio incontrolable muy dentro mío. Qué creció y creció a medida que pasaban lo días. Comenzó después de que Xavier me diera la noticia de que te habías ido. Rompí en llanto esa vez, desde entonces no me detuve. No podía creer que algo como eso nos estuviera sucediendo. ¿Quién diablos lo vería venir? Unos días antes estábamos juntos como cualquier otro día.
Dime, ¿quién diablos lo vería venir?
Soy una estúpida, no sabes cuánto me duele haber sido tan estúpida. Te tenía ahí de frente, y no valoré el poco tiempo que nos quedaba. Odio recordarme, porque odio saber que no fui suficiente para ti. No merecías que yo actuara como una estúpida. No merecías a alguien como yo.
Lo siento, de verdad.
Desearía poder decirte que siento tanto no haber sido suficiente.
Pero el odio tuvo un triste comienzo.
En cuánto los minutos se me hacían eternos, tirada allí contra tu hermano, mamá entró a envolverme en sus brazos llorando al mismo tiempo. Ella estaba asustada por verme así.
Vacía, destruida. Ella no supo cómo sanar mi dolor.
Mientras creía que ya no podía tragar aire mientras lloraba, ya que las lágrimas se me habían agotado, comencé a odiarme a mí misma.
Me odié, porque recordé la última vez que te ví.
Lo recordé después de que pasaron las horas y tu hermano me envolvió en un abrazo de consuelo, ambos nos sostuvimos, éramos lo único que nos quedaba.
—Sólo queríamos ir de pesca, él estaba contento, pero después... Todo pasó muy rápido, se resbaló y cayó al agua y entonces ya no lo ví.
No podía inhalar el aire por la nariz porque los tenía lleno de mocos, y mis ojos se encontraban inundados de lágrimas. Asentí soltando un ruido ahogado. Después, volví a sollozar amargamente.
—Cuando fuimos por ayuda yo... Estaba temblando y llorando, nunca me sentí más impotente en la vida, nunca me sentí tan culpable.
Traté de formular con mis labios un "Lo siento", en ese momento no podía hablar, pero entendía el dolor de tu hermano, aunque nada de lo que Xavi estaba explicándome tuviera sentido para mí.
Sabía que tú, Xander, amabas nadar, tus clases de natación a los siete años no podían haber sido en vano. Era casi irónico, eras amante de todo lo relacionado con los mares y viajes, tener un accidente como ése no tenía nada de sentido, o lo tenía demasiado.
Morir en una situación irónica, perder la vida en un lugar al que disfrutabas ir.
Pero no había lugar en mi cabeza en ese momento para pensar en ello, pensé más bien, en todo lo que nos dijimos antes de perdernos.
La última vez que te ví.
—¡Eh, tú, pequeña acosadora! No estás tan escondida por allí —bromeaste, no te imaginas el alivio que sentí aquel día al escuchar tu voz, podría estar horas y horas reproduciéndolo en mi cabeza.
Me atrapaste observándote de lejos, a veces lo hacía sin darme cuenta, te miraba e intentaba descifrar en qué podrías estar pensando. Esa vez nos encontramos por pura casualidad, yo iba buscando estar sola y en silencio, huí de casa con la necesidad de estar tranquila. Tú ya estabas allí antes, arrojando piedras al mar desde una distancia larga.
Ambos teníamos un escondite secreto cerca de la playa en la que vivías. Pero eso ya lo sabías ¿No? Fuiste tú quien descubrió ese sitio.
Cuando hablaste, advertí que te habías relajado un poco.
—Hola —saludé aturdida, sacudí mi cabeza intentando reaccionar—. Lo siento, no quería asustarte.
Estabas de espaldas, pero te giraste dedicándome una sonrisa fácil. Caminé indecisa cerca de ti, no era mi mejor momento, estaba buscando un lugar en donde llorar sola, pero tu compañía tampoco era tan mala.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, no esperé a tu respuesta, vomitaba palabras sin parar—. Huí de mi casa, me discutí con Eleonore.
Tomé asiento a tu lado sobre una roca, tus ojos curiosos me atraparon, a pesar de hablar estúpidamente rápido siempre me prestabas atención.
—Realmente debería haberme quedado, ya es algo tarde, ¿no? Pero no quiero volver aún, no puedo —suspiré—, no con estas ganas de gritarle que tengo, seguramente es mejor estar aquí y conservar la calma antes de verla.
—Seguro es lo mejor —comentaste.
Ya no estabas mirándome, sólo observabas el agua a lo lejos, hasta que decidiste levantar el peso de tu cuerpo de la roca.
—De todos modos luego me lo agradecerá.
—No deberías ser tan dura, Yulissa —me reprendiste, te veías más alto que yo estando de pie. Quisiste utilizar tus piernas como impulso para lanzar otra pierda contra el mar. Ésta salió rebotando tres veces encima del agua.
—No lo soy, ella lo es conmigo —espeté.
Pero sin demasiadas ganas de seguir hablando de ella, no mencioné nada más sobre nuestra discusión, y nadie siguió preguntando.
Sin embargo, algo más sucedió después, sí, comenzaste a hablar de una forma un poco melancólica.
—Yo quería... —iniciaste, irrumpiendo aquel breve silencio entre los dos—... Simplemente venir aquí a descansar, ¿no te parece que todo es mucho mejor aquí?
Asentí sin dudarlo, entendía a lo que te referías, en ése lugar siempre hubo una extraña vibra nostálgica y llena de paz, que nunca perdería el gusto de visitar.
—Este lugar puede ser hasta mágico si lo crees —dije en respuesta.
Por mi cabeza se agalopaban las imágenes de los dos refugiándonos en ese lugar desde los ocho años, y me imaginé que también podrías estar recordando en silencio.
—¿Nunca te has puesto a pensar en tu futuro? —comentaste—, es decir, hoy quizá estamos aquí parados en éste pacífico lugar y luego el día de mañana ¿Qué?
En aquel entonces pensabas en un futuro sin tener idea siquiera de que tal vez no llegaras tan lejos. Debiste preocuparte por el presente. Debimos preocuparnos por el presente.
—Quizá nos graduemos dentro de unos años —razoné—, y también quizá consiga un novio al fin.
—Como siempre pides uno —te burlaste de mala gana, soltando una risa corta.
—Exacto —acoté, con la ensoñación brillando en mis ojos.
—Y también quizá uno de los dos vaya a una universidad demasiado lejos —continuaste—, y no tengo idea de qué quiero hacer conmigo, a veces me aterra...
Esperé atentamente a que termines de decir lo que tenías para decir, pero únicamente sonreíste y negaste con la cabeza. Nunca hablaste sobre aquello que te aterraba, pero en mi cabeza, traté de formular una posible teoría.
En realidad nunca me había puesto a pensar en ello, siempre había sido la clase de persona que existía sin ninguna aparente razón, sin propósitos fijos, sin un esquema de vida, sólo respiraba porque era gratis.
Apenas tenía catorce años, ¿Qué podía pensar una niña de esa edad? ¿Estabilidad? ¿Tendría idea de la realidad con la que se afrontaba la vida allí afuera? Lejos del techo de mi madre, lejos de su protección, yo no era nadie.
Aún seguía sin ser nadie, pronto cumpliría los quince. ¿Acaso debía pensar en mí futuro desde ahora? Quizás tú ya tenías la edad suficiente para preocuparte por cómo resolverías tu vida entera, y yo aún no maduraba.
—No lo sé —te había respondido—, realmente no lo sé, eso es muy profundo, nunca lo había pensado de esa forma.
Te burlaste de mí negando levemente con el mentón, me pediste que lo olvide, que no debíamos pensar más en ello. Pero yo sí pensé en ello, toda la noche antes de dormir, y toda la madrugada del siguiente día, nunca pude olvidarlo.
—Tenía que decirte algo hoy —anunciaste después, esa vez yo no te había prestado la debida atención porque no estaba lo suficientemente concentrada—. ¿Recuerdas cuando nos decíamos que nunca debíamos guardarnos secretos?
—Sí —dije, y todavía lo recuerdo.
Juntos prometimos contarnos nuestros más vergonzosos secretos porque así podríamos confiar el uno en el otro, tal vez lo hice sólo porque no tenía a quién contárselos. Te pedí que también me los contaras. Siempre fuiste excelente escuchando a los demás.
—Creo que te mentí, no siempre te conté todos mis secretos —revelaste, me dedicaste una mirada con los ojos entornados, yo tragué saliva—... porque no sabía cómo ibas a reaccionar.
Asentí pausadamente, yo también los tenía; en secreto estaba enamorándome de tu medio hermano, aunque ahora actualmente nos convertimos en dos grandes amigos.
Tampoco te había mencionado cosas íntimas básicas, como que a los trece tuve mi primer periodo, o que me afectaba que mi papá nos hubiera abandonado a mamá y a mi.
—Quizá yo también —razoné, encogiéndome de hombros.
—No creo que te estés haciendo una idea. —La seriedad se adueñó de tu rostro.
Parpadeé espectante, imaginado cualquier secreto oscuro que pudieras ocultarme. ¿Podría ser que seas gay? O a lo mejor yo nunca te agradé, lo cual tendría un poco de sentido si me lo revelaras en ese momento.
—Yo... —balbuceaste, sentí que estabas arrepintiéndote, pero no quería meter presión—... como esa vez que... te había contado sobre mi primer beso. ¡Sí! En realidad nunca te dije toda la verdad.
Soltaste una risa nerviosa mientras te frotabas las palmas de las manos contra los vaqueros.
—Cuando traje a Ximena hasta acá en año nuevo, hace dos años, exageré cuando te dije que fue mi primer beso, creo que quería impresionarte —confesaste esperando mi reacción.
Alcé las cejas sin comprender muy bien, me miraste un momento nervioso, después apartaste la mirada. Cómo aún no caía, seguiste hablando.
—Ella me pidió venir hasta aquí, pero no me sentí bien, éste era un lugar que solamente había compartido contigo, y no se sentía justo —confesaste bajando la mirada hacia la arena—, así que le pedí después de unos minutos, que volviéramos.
—Pero si no pasaba nada, algún día descubrirían nuestra guarida de todos modos.
—Pues lo hice, pero luego ella me dió un beso en la mejilla que se sintió incómodo —hiciste una pausa para arrugar la cara con pena—. Debiste haberme visto, parecía un idiota, nunca quise besarla en realidad, y no la besé, hasta que volvimos de nuevo a la playa y esperamos los fuegos artificiales. Ella estaba muy decepcionada.
Abrí los ojos con sorpresa, captando de repente lo que parecía ser que me estabas diciendo.
—Xander, espera ¿Eso quiere decir que Ximena nunca fue tu primer beso? —pregunté demasiado sorprendida, hasta contuve el aliento.
—Nuestro primer beso no sucedió esa vez, y ya sé que exageré diciendo que hasta nos liamos, pero ¡Ya sabes! Quería impresionarte —admitiste sonriendo con picardía.
Ése era el Xander de siempre, no pude evitar reírme de tí negando con la cabeza, yo ya lo sabía de todos modos. Aunque también comprendí algo más. Si nunca la habías besado esa noche, eso quería decir que Ximena no había sido tu primer beso.
Y yo solamente sabía de dos personas a las cuales habías besado a los trece años.
—Pero entonces eso... entonces eso quiere decir —resoplé con preocupación—... ¿Que yo fui tu primer beso?
Corregido 26/01/22.
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