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2. Mejor amigo. ✔️

Día 1 sin tí.

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Extraído del diario de Yulissa Reyes.

***

Siempre he tenido claro que este día podía llegar. Eso es seguro. Al final, la vida es efímera, un ciclo que no termina. Como todo mundo que sabe que la muerte es inevitable, supongo. Y que las pérdidas son necesarias.

Pero nunca imaginé que primero te perdería a tí.

Aunque una cosa quizás sea imaginarlo y otra muy distinta vivirlo. Jamás se me cruzó por la mente que se iba a quedar tan grabado en mí el día en que te perdí.

Y mucho menos que ahora nadie hable de lo difícil que es saber que no vas a estar jamás, o de lo mucho que duele el no tener otra oportunidad de hacer todos esos planes que quedaron pendientes contigo. Así que hoy decidí que no puedo parar de llorar, y que es inútil siquiera intentarlo.

Y antes de que lo digas, no necesito ningún psicólogo o la compasión de la gente. Cada vez que mencionan tu nombre, cuando las caras de los demás se tornan tristes o llenas de incomodidad, yo no puedo emitir ningún sonido. De repente siento que me arden los ojos, el pecho, la garganta, la cabeza, tiemblo. Sé que me estoy enfermando.

Pero no me queda otra opción más que odiar cada segundo en el que respiro y en el que tú ya no.

Mamá preguntó a la tía Roberta el otro día, si algún día me detendría de llorar. Las oí cuando estaba encerrada en mi habitación.
Es lo único que me queda. ¿Qué puedo hacer? Cada uno lo afronta cómo puede, es lo que dicen.

Yo lo siento tanto. Sé que te defraudé, sé que llorar me hace ver fea. Te lo juro, estoy muriéndome por dentro, pero por favor solo haz que se detenga. Me estoy cayendo a pedazos. El vacío que siento dentro es tan absurdamente grande que no puede ser llenado ni siquiera con los recuerdos que me quedan de tí.

Te escribí todo esto pensando en que tal vez, dónde sea que ahora estés, puedas estar leyendo. Si de verdad existe el más allá, o lo que sea que los espíritus se supone que hacen, ¿me estarías leyendo ahora mismo?

Tengo la memoria de un pez, lo sé, pero cuando se trató de tí, lamentablemente siempre lo supe todo a detalle, cada experiencia contigo. Y sí, eso ayuda a que te extrañe tanto.

Pero lo más duro no es extrañarte o recordarte, es pensar en todo lo que estoy viviendo y en qué dirías con cada experiencia o acontecimiento que me sucede. Quizás te enfadarías porque no me estoy permitiendo seguir adelante.

Dime, ¿cómo podría hacerlo?
No soy yo misma sin tí.
Sé que debería seguir adelante, pero es que duele intentarlo.

En su lugar, sólo me queda revivirte en mis recuerdos, como cuando ambos teníamos tan sólo cinco años ¿Recuerdas? Exacto, la edad en la que nos conocimos.

Lo único en lo que podía soñar antes de conocerte, era en ganarme la aprobación de la gente. Já, desde pequeña. Y es que ahora que lo pienso, siempre me lo recordabas, soy la chica más insegura y dependiente del mundo.

Nunca lo acepté, ahora lo veo muy claro.

En esa época, mis primos pequeños se burlaban de mí porque aún no podía andar en bicicleta sin las ruedas de los costados. Y eso me hacía rabiar, no tienes idea de cuánto, y créeme que para ser tan pequeñita podía resultar siendo más impulsiva de lo que te imaginas.

Le hacía berrinches a mamá para que me enseñara a usarlas sin ruedas de los costados, pero ella estaba empeñada en que todavía estaba muy pequeña, que me haría daño yo sola.

Su decisión detonó en que un día, cuando mi primo fue a casa en su bicicleta sin ruedas en los costados, yo me escabullera a tomárselo prestado por un rato.

Era culpa suya, ¿no? Fue uno de los detonantes del desastre. Me hostigó a que lo hiciera, causó que me avergonzara de usar la bicicleta de niñas pequeñas.

Así que eso fue lo que hice, o al menos lo intenté. Una vez que lo había logrado, esa tarde el mismo primo me desafió a demostrar mi valor frente a todos los vecinos del barrio.

Y así lo hice.
Bueno, qué puedo decir, era orgullosa desde la cuna.

El pequeño primer problema fue que todos los vecinos estaban allí jugando, tendría público viéndome. Aunque al final, me había hecho la idea de que así ellos me verían como Yulissa la niña valiente. Y terminé animándome. Ese fue el día en que me accidenté tan mal que realmente pensé que iba morir.

Fui tan rápido en la bicicleta esa vez, que perdí el control. Me esforzaba para que los niños del barrio no lo notaran y no me vieran caer, pensé en una ingeniosa maniobra para caer lejos de las miradas de los niños. Pero antes de que realmente pudiera hacer algo, me desvíe hacia la carretera, cuando un automóvil estaba acercándose justo en ése momento.

Podía haber muerto, es cierto, pero me asusté tanto, que no pensé en frenar o tirarme de la bicicleta, solamente me quedé helada en un sitio mientras la bici seguía su camino.

El automóvil frenó muy brúscamente, pero aún así no pudo evitar chocar contra la rueda trasera de la bicicleta y desestabilizarlo de golpe, haciéndome salir volando hacia un lado. Caí al suelo con brusquedad y me dolió tanto que apenas podía moverme, la bicicleta seguía encima mío, y quién quiera que sea el conductor del automóvil, se había esfumado de inmediato.

Era obvio que me puse a llorar muy fuerte, todo el cuerpo me dolía, y en especial el brazo izquierdo. Pensé que iba morir, pensé que esa sería la última vez que jugaría con mis primos y que mi mamá estaría enfadada conmigo.

Pero entonces, apareció frente a mi.

Así es, tú apareciste en el momento justo.

Te conocía, eras Xander Contreras, de la familia que se habían mudado recién en la costa de la playa. Tu padre era el dueño de varias locaciones en la playa, vivían a lo alto de algunas rocas, y ya casi todo el barrio lo sabía. En ése entonces yo sólo lo conocía a el señor Contreras, y sabía que tenía dos hijos.

No imaginaba que uno de ellos estaría allí frente a mi, en ése momento.

Lo único que hacías era... sonreírme.

—Tranquila —murmuraste. Tu sonrisa iluminaba toda la vereda, y de alguna manera, en ése momento supo cómo traer calma a mi mente.

Yo no quería que ningún extraño me viera lloriquear como una bebé, siempre había deseado ser más grande de lo que en realidad era.
Por eso fue que me detuve, y te miré con los ojos vidriosos, llenos de curiosidad.

—Están llamando a la ambulancia, y a tu mamá, ya no te dolerá más —me aseguraste.

¿Cómo podías lucir tan calmado en una situación tan desesperante? Incluso lograste apartar la bicicleta a lo lejos mientras yo escuchaba a todos los niños gritar y murmurar mientras se acumulaban a mi alrededor.

—No llores, no te preocupes —seguías diciendo, causaste que me quedara en silencio.

Lo que más quería era quejarme a llantos porque no podía mover el brazo sin que una punzada fuerte de dolor me atacase.

Porque además, todos los niños del vecindario me habían visto caer al suelo. ¡Eso era todo! Había quedado como una bebé llorona que no conseguía manejar una simple bicicleta. No quise siquiera moverme del piso, mi reputación había sido destrozada.

—Fuiste muy valiente, un automóvil casi te mata pero lo evadiste —exclamaste, con la expresión más llena de asombro que jamás había visto dirigida hacia mí.

Nadie nunca me había observado con una sonrisa de admiración. Además, irradiabas esa energía llena de seguridad de la que yo estaba completamente ajena. Me detuve de sollozos, y pestañeé varias veces en su lugar, tratando de entender el porqué decías aquello.

Nunca dije ningún "gracias" por eso, por lo que causaste en mí desde el primer día. Me cambiaste y me convertiste en mi mejor versión. Desearía tener una sola última oportunidad para agradecértelo.

—¡Woah! —exclamaron algunos niños.

—¡Si! Ella es genial —chilló una niña.

Una débil sonrisa se me escapó de los labios, habías logrado que todos me vieran como una niña valiente. Para ellos no fui una niña que perdió el control en una bicicleta sin rueditas que jamás supo dominar, sino una niña valiente.

El dolor casi pareció haberse ido por un segundo. Aunque entonces mamá y tía Roberta habían aparecido.

—¡Yuli! ¿Estás bien? ¿Qué fue lo que te sucedió?

De repente volví a sentir dolor y quise llorar.

—Me duele el brazo, me duele todo mamá —chillé, y no pude contener más las lágrimas.

Por el rabillo de ojo, ví a mi tía acercarse apresuradamente hacia mi, y a los demás niños dispersarse del lugar. Busqué tan rápido con la mirada al niño de los ojos verdes que me había ayudado a tranquilizarme pero ya no te encontré.

Después de ese día, todo fue transcurriendo bastante rápido.

La semana siguiente, las bicicletas realmente me daban miedo, y más las que no tenían rueditas en los costados. Y hubiese decidido nunca jamás volver a subir a uno en verdad, si tú no me hubieras visto con el yeso en el brazo esa vez.

Cruzaste frente a mi casa en tu habitual monopatín con la sonrisa más tierna que había visto en mi vida, se te separaban un poco los dos dientes del frente, pero yo que sé, supongo que te veías tierno para mi versión de cinco años.

Alzaste las dos manos a modo de saludo ¿Quién hacía eso? Fue justo el instante en que toda nuestra historia comenzó. Y sí que tardó en desarrollarse.

...

Corregido 12/01/22.

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