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ㅤㅤㅤㅤDesde los sucesos ocurridos con Fíale, la relación de hermanos y la confianza que tenían mi señora Artemisa y Apolo se tenso como una cuerda que tira de un hilo. Ella ya no le permitía a Apolo acercarse a sus ninfas sin que ella esté presente, pues por más amor que tuviera por su amado hermano el hecho de que Apolo se haya metido con una de sus amadas hijas era algo a contar. Se que había dicho que como tal Apolo nunca recibió una represalia o un castigo, pero Artemisa decidió tomar esa precaución para que no volviera a ocurrir tal suceso tan aterrador para ella que ve a sus ninfas como sangre propia.

Las siguientes noches estuve en vela, incluso dejaba de parpadear un buen tiempo pues sentía que si cerraba los ojos aún veía la sangre en mis manos y esos ojos vacíos. Por más que me repitiera las palabras de Apolo de que había sido un accidente, no podía evitar estar aterrorizada por el simple hecho de haber visto morir a alguien en mis manos. Si no dormía, lloraba, cada mañana el sonido de las ranas saltando en charcos de lodo dejaban ver como por la noche la lluvia se apoderaba del cielo nocturno. Mis hermanas claro que notaron eso, pero debido a mi insistencia de estar bien y como por las mañanas lucía como siempre -ya que sinceramente las ojeras de llanto ya son algo casi permanente a mi rostro-, no insistían en el tema y solo me daban palmaditas en la espalda.

Prefiero que se mantenga así. Artemisa tampoco decía nada, ella siempre estaba ocupada y durante las noches prefería no acercarme demasiado. Estaba afrontando un duelo yo sola, y así me correspondía pues si abriera la boca seguramente me metería en problemas. Además, la voz en mi cabeza, esa voz de alguien ajeno a mí, seguía infectando mi mente con palabras como traidora o pecadora.

El crujido de mis huesos me volvió a la realidad, cuando me acomode contra la pared de la bóveda de alimentos, a mi lado los jarrones que usábamos las néfeles para bañar a Artemisa eran mis compañeros junto a una bolsa de granos de trigo. Mi cabello cubría mi frente, con el tocado desmoronado por el tiempo que pase dando vueltas en el sitio, puedo asegurar que llevaba allí desde que amaneció pues no tenía ganas de hacer mis actividades diarias aunque me sintiera culpable eso mismo. Que contradictorio.

Me hubiera quedado así todo el día si no fuera por la puerta que se abrió, iluminando la bóveda y cegando mis ojos ante la repentina iluminación. Yo que tenía sangre de las profundidades abisales del mar por mis venas, me queje y me cubrí el rostro. Fue cuando una voz reconocible me hizo levantar la vista, que arrugue el entrecejo al verlo y el recelo inundo mi cuerpo.

De pie como una sombra ante mi, con ese largo cabello de coral y su brillante esplendor divino, Apolo estaba allí. Le iba a preguntar la razón de su no querida presencia, pero se me adelanto cerrando la puerta a sus espaldas y asegurándose de que no hubiera ninguna luz aparte de la que él mismo emitía.

— Artie no sabe, así que guarda silencio — canturreo, meciéndose con cada movimiento.

No dije nada, ni siquiera tenía una idea de porque Apolo estaría allí sabiendo todo lo que sucedió: su ayuda y sus lamentos por Fíale fueron aceptadas, y se supone que no debía pagar por eso pues lo hizo como disculpas. Lo nuestro era cosa del pasado, tal vez yo seguía atormentada por el crimen que el purifico, pero Apolo no tenía razones para acercarse a mí una vez mas.

Cuando se puso de cuclillas ante mí, vi como la tela de su toga se deslizaba dejando entre ver sus muslos, era incómodo presenciar el atractivo sexual por el que mi hermana cayo ante él. Desvié la mirada, abrazando mis piernas como protección y las aletas en mis tobillos se tensaron tomando ese color azulado de mis momentos de estrés o alerta.

— Oh, vamos, ¿La princesa esta nerviosa? — se burló —, solo vine a preguntar un par de cosas.

— No tengo nada que te sirva... — murmuré —, todo aquello que puedo decir ya has de saberlo.

Escuche como una risa escapo de esos labios carnosos, mientras se puso de pie nuevamente y poso para mí, invitando a mi cuerpo a ponerse de pie y acompañarlo.

— ¡Ránide! Esquive a mi hermana y a sus ninfas solo para verte incluso si eso trae problemas — exclamó, a lo que yo fruncí el ceño —, ¿No acaso eso te mueve el corazón? Hice lo posible para verte, como las historias de romance.

— ¿Por qué habría de moverme el corazón un acto tan tonto como ponerte en peligro?

Susurré con la voz baja, mi pregunta no era para ofenderlo y sabía que Apolo entendía eso. Mi expresión se cambió del enfado a la preocupación, pues si madre se llegará a enterar que Apolo yace conmigo a solas, sería yo quien saldría castigada y no él.

— Ránide, ¿Alguna vez has anhelado el amor de alguien?

Apolo dijo, con voz suave, mientras me obligaba a ponerme de pie sosteniendo mis manos, apresadas entre sus tersas palmas aguantadas.

Guarde silencio, con la mirada perdida en la oscuridad de la bóveda, evitando no solo la mirada de Apolo sino también su brillante aura que lástima mis ojos. Es gracioso, pues como polilla, quería verlo directamente incluso sabiendo que esa luz que irradia podría herirme.

— ¿Si...?

— Entonces sabes lo que alguien haría por la persona que ama, ¿Verdad?

— No.

Apolo sonrió, una de sus manos elevo mi mano derecha hasta su rostro, besando mis nudillos con cuidado y dejando esa marca dorada de su labial. Mis mejillas perladas como ninfa acuática que era, se tintan de un rosado virginal característico en mi estirpe.

— Eres tonta como un pez, mi belleza.

Me sentía acorralada. Con esfuerzo me mantuve en calma, angustiada y sabiendo que afuera de la bóveda el cielo ya debía estar nublado.

— Fíale dijo... — intente hablar, pero fui callada.

— Se lo que dijo, se bien lo que les dijo a vosotras — siseo —, por favor, solo acompañame esta tarde.

Apolo me rogo con la mirada, sus ojos de un brillante oro fundido golpearon mi alma como las flechas de Eros. Asentí, con recelo, no me sentía en la potestad y el derecho de negarme a un ser que con la facilidad de sus palabras podría hacerme pagar por rechazarlo.

Con una sonrisa triunfal en su rostro, Apolo me solto, buscando algo a su alrededor aunque solo se encontro con vasijas y bolsas de trigo. Pero sus ojos brillaron aún más cuando, escondida bajo una manta de seda, un telar de persas se le presento. Con paso rápido y ágil, como si tuviera los pies ligeros, se acerco y levanto una fina capa de polvo que apenas y lo toco, mientras que a mí me llego la tos.

— ¡Mira que maravilla ocultabas, Ránide! — me volteó a ver —, hace siglos que no veía uno de estos, mi madre solía usarlos.

Yo con cuidado me acerque a Apolo, mirando el telar que ni siquiera yo sabía de su existencia. Seguramente mi señora lo habría dejado allí antes de mi llegada o cuando era muy pequeña como para darme cuenta.

— ¿Sabes usar el telar?

— No... — dije —, nunca he usado uno en mi vida.

— ¡Mal ahí! Usar el telar es una de las cosas más femeninas, ¿Acaso no conoces a Atenea?

— ¿La diosa que siempre va armada de pies a cabeza?

Apolo asintió, mientras con cuidado se sentó en la pequeña butaca frente al telar, mientras con curiosidad yo seguía cada uno de sus movimientos.

— Déjame enseñarte como tejer, así algún día vas a llegar al mismo nivel que la mujer hija favorita de Zeus.







ㅤㅤㅤㅤInsistente y molesto, así sentía la presencia se Apolo. Volvió los días siguientes en momentos repentinos mientras yo hacía mis tareas diarias en soledad, siempre intentaba alejarlo dando excusas tontas o directamente escapando de él, pero siempre se las arreglaba para tenerme retenida un rato conversando de trivialidades con él hasta que se aburría y me dejaba ir. Me sostenía de los hombros y me endulzaba con palabras de alabanza a mi gran trabajo como sierva de su hermana, más de una vez deshizo mi tocado y me soltó el cabello ganándose mi enfado.

Era espeluznante al menos para mí, pues a diferencia de sus amantes adultas con milenios yo seguía siendo una cría de apenas un par de siglos de edad. No poseía la experiencia de mi hermana mayor para lidiar con él, me rendía con facilidad y el cielo reflejaba eso. Dejaba ver mis sentimientos a flor de piel pero eso no parecía hacer flaquear a Apolo ni un poco. Era una terquedad para él.

Sostuve la canasta con sábanas blancas recien lavadas contra mi vientre plano y cubierto por ese vestido clásico con el dobladillo de la falda que me dejaba moverme mejor al desnudar bajo mis rodillas. El aroma de las flores recién nacidas de sus capullos dando inicio a la primavera me dejaban alejarme de ese perfume de agua salada al que estaba acostumbrada como oceanide.
Aunque para mí es un regalo divino que al pertenecer a las néfeles no huela a agua de mar, sino que mi olor es neutro como una nube. Aunque bueno, cuando me amargo si que huelo a lluvia y es molesto.

Camine a orillas del arroyo donde solía llenar el agua para los baños de mi señora Artemisa, también era el sitio donde solía lavar la ropa de las otras ninfas o las alpargatas de madre. Me inclinez dejando la canasta sobre una piedra, con los pies descalzos y las aletas de un vivido azul me metí al agua. Sentía como cada línea de sangre en mí se ilumina en su dorado puro, pues mi unión al agua inclusive si es dulce no flaquea.

Después de todo era hija de aquel hombre de larga y fluvial barba. Siempre lo tenía en claro, pues como una plaga carcome mi mente con el recuerdo de sus ojos, mientras que sus palabras siempre infectan mis pensamientos.

— La hija de Océano...

La voz a mis espaldas me hizo voltear con el corazón en pausa, capaz de arrastrarme al inframundo. Con el rostro más pálido de lo normal, casi de un huesado color, lo vi de pie: con esa imponente presencia divina, el mejor de los dioses, con su larga gabardina blanca y ese cabello tan plateado como el mío cuando me paro bajo el sol. Con esos ojos de iroleta delineaba mi silueta, crítico a cada uno de mis movimientos.

Hades, dios del helheim, el hogar de demonios y almas en pena.

Era un terror para mí, en tan poco tiempo ya había tenido un encuentro con dos dioses a los que prefiriero evitar. A diferencia de Apolo, Hades no me cegaba pues pese a su divinidad, su relación con el subsuelo lo hace un dios bastante... opacó, perfecto para mis ojos.

— No deberías temer, solo estaba de paso y te vi por aquí — Dijo —. ¿No estás muy lejos de donde las ninfas de tu clase suelen hayarse?

— Señor Hades — Murmuré, saliendo del agua y inclinadome sobre el suelo en señal de honra —, he venido aquí a lavar las ropas de mis hermanas y mi madre.

— Ya veo — Su voz salió suave pero profunda —, alza la cabeza, ninfa, no te voy a convertir en agua o en un cactus.

Mis mejillas se colorearon de rosa, enderezando el cuerpo para ver cara a cara a el señor Hades. Su rostro siempre serio y que reservaba sus pensamientos, ahora mostraba una ligera sonrisa que me hizo tranquilizar al menos un poco.

— Eres Ránide, esas orejas tan cortas a diferencia de las demás néfeles me lo dice todo — tarareó —, me gustaría hablar unas cosas contigo, estoy bastante interesado en cierto tema que ha llegado incluso a los confines del helheim.

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