18
ㅤㅤㅤㅤLos días caen sobre mis hombros ante una vida que se volvía monótona, no me quejo, pues la paz de mi castigo me resultaba de lo más exquisita: pasaba los días al lado de Apolo, como una compañía mientras hacía cualquier tontería que se le antojara, a veces me apoyaba en su hombro cuando tocaba la lira o otras veces me mantenía de pie en el jardín viendo las flores cuando él coqueteaba con alguna de las otras ninfas. La vida se había vuelto tranquila de día, pero de noche, durante la plateada luna que danza con estrellas brillantes, yo pasaba las noches creando pinturas de diferentes tipos, desde flores hasta pociones y ungüentos que hacía pasar por pinturas que cuidaba recelosa de Apolo. Les daba la vida vertiendo mi sangre, las vendas en mis antebrazos se volvían tan comunes que los demás no vieron nada raro, solía excusarme en heridas por escamas debido al estrés y aunque Apolo desconfiaba pues él arrebato gran parte lado marino, con un roce suave o palabras dulces dejaba el tema de lado.
Todo se sentía tan bien hasta cierto punto, pues aunque durante las noches cerraba a veces los ojos después de trabajar para dormir, no me era posible. Seguía teniendo terrores nocturnos, el rostro de aquel sátiro y la sangre en mis manos, también el rostro decepcionado de Artemisa. Estoy tranquila respecto a mi familia o la que se supone que es mi familia, pues mis inquietudes con ellos se han vuelto otro grano de arena en el desierto del tiempo.
Pero incluso si no tengo aquel pesar, la sangre en mis manos nunca se limpia por más purificada que haya sido.
Me he acostumbrado a eso, me despierto durante un rato hasta tranquilizarme, vuelvo a dormir si estoy sola y no intento nada más. Si estoy con Apolo, se suele despertar ante la brusquedad de mis movimientos, mirándome en silencio siempre con la misma expresión pues ya sabe que es lo que pasa. No me consuela, se que no es bueno en eso, pero me permite acurrucarme contra él hasta quedarme dormida.
No importa.
La vida era buena conmigo.
Pero la felicidad y la paz para aquellos niños diferentes al resto es tan frágil como un cristal, uno que si lo agarras con fuerza se va a quebrar y va a hacerte sangrar hasta que se te escapen los años.
— Apolo.
Lo llame, mi voz débil mientras me erguía, había estado viendo unas flores que pediría a alguna ninfa cortar por mí. El adivino de Delfos se acerco brillante en su propia gloria, como el oro, un resplandor que me hizo cegar un momento.
— ¿No es muy tarde para ver flores?
— Nunca es tarde para admirar la belleza del mundo — dije —, has estado ausente, por eso me di el lujo de ver las flores un buen rato.
Él guardo silencio, aunque la sonrisa en su rostro que destella confianza no se borro por nada. Hizo un movimiento de mano, mostrando pereza de explicar lo que sucedía.
— Solo estoy ocupado, los humanos son caprichosos.
— Ya veo, ¿quieres quejarte?
— No hace falta, mi belleza.
Lo mire confundida, naturalmente por más poca que fuera la confianza que tuviera en mí después de lo sucedido en la gigantomaquia, él habría aceptado aquello, ya que Apolo era alguien que al menos conmigo sí que se quejaba, me sentaba a su lado y me contaba con el ceño ligeramente fruncido cosas banales que lo alteran como en rey del drama que es.
Me acerque lo suficientemente a él, tomando sus manos hermosas y suaves entre las mías que estaban pálidas y frías.
— ¿Estás seguro? Sabes que estoy para escucharte,es lo menos que puedo hacer ante tu amabilidad.
Apolo sonríe, inclinándose hacía mí para que su rostro brillante cegara mis ojos ante el poco espacio, con nuestras narices rozando.
— Me alegra tanto que seas tan considerada.
Su voz fluyo como el agua en mis manos, dorada como el sol, besando de forma tierna mis labios. Me ruborice, con el rostro avergonzado ante su amable toque, siempre me hacía sentir bien pues la cercanía que anhele tantos siglos se volvía real con él cerca. Incluso si quedo parcialmente ciega por su brillante aura, siempre tendre manos que lo toquen y puedan abrazarlo, tocar sus orejas o su rostro, poder sentir que esta a mi lado.
Con aquella acción hizo morir el tema, yo sabía que insistir solo traerá una mala cara de su parte.
Pero yo no podía cerrar mi curiosidad, pues la ausencia de Apolo los días siguientes brillaba con fuerza, a veces ni siquiera volvía a su palacio para dormir, nadie de su séquito sabía bien lo que pasaba pero si que se murmuraba entre las paredes cual era seguramente la situación. Las voces agudas, serenas y joviales hablaban barbaridades del hombre que se supone debían guardar más respeto, el hombre con el que tengo una deuda tan grande y sería incapaz de traicionarlo nuevamente haciendo este tipo de cosas.
Me acercaba a ellas para darme una idea de la situación pero apenas me veían se alejaban de mi con rostros que no podía leer, no me molestaba pues mi estatus como botín de guerra me hacía menor a ellas, también las cosas que se dijeron y se dicen de mí las hace huir pues nunca sabrían si era capaz de apuñalar por la espalda.
No me quedo de otra que hablar directamente con Deacon, que desconfiado de mí: apenas y me quería decir algo. Tuve que insistir, amenazarlo y hasta jurar que si no me decía podría morir de angustia, y yo sabía que si la preciosa joya de Apolo moría, el cuervo estaba en aprietos.
Finalmente cedió.
Me conto como Apolo le había encargado cuidar a una mujer mortal, una princesa de lápitas, hija del rey Flegias. Su nombre era Coronis, una hermosa doncella que con su brillante cabello moreno y ojos amables, había cautivado el corazón del señor que ve en la belleza una puerta al privilegio.
Ya había escuchado como a Apolo las amantes humanas no le eran ajenas, pero siempre eran aventuras de una sola noche, y que ahora fuera por más tiempo me hacía despertar una llama de inquietud en el pecho.
Entonces ante la ausencia de mi señor, decidí actuar a espaldas del castigo infligido por Zeus y salí yo sola del palacio.
ㅤㅤㅤㅤLos mechones de un rubio como la espuma del mar se volvieron como el más puro carbón o las cenizas, era algo vanidosa y no me gustaba mucho aquello, mi rostro joven se decoro con marcas de edad muy suaves como las de una mujer humana que ya carga una familia en sus hombros. Pude cambiar casi todo excepto mis ojos, que aún revelaban mi estatus como divinidad, pero yace aquí ahora una apariencia humana que copia la suavidad y vulnerabilidad de su raza.
Con un vestido azul, desnudando mis brazos sin vendas, entre al palacio del rey fingiendo ser una criada más. El aire que respiro al pisar el mundo humano me hacía sentir como cuando aún servía a mi amaba señora Artemisa. No me costó pedir indicaciones a los guardias para llegar a la habitación de aquella mujer de amable mirada, era hermosa sin importar si se me sumaban años, era una ninfa, brillo en mi esplendor de gracia.
Finalmente se hizo ante mí una puerta de madera finalmente tallada, en las paredes imágenes de diferentes escenas, hermosos frescos sin duda. La habitación estaba vacía, la cama se veía suave y las joyas abundan como una cornucopia, sin duda aquella mujer era una princesa.
Me acerque a un baúl dorado, sobre el había un collar que yo reconocía a la perfección, era una de las tantas joyas que alguna vez vi a Apolo presumir a sus ninfas para atraerlas con él a la cama. Suspire, mirando a mi alrededor, ¿será esta mujer una afortunada o su destino quedara sentenciado a la muerte por el simple hecho de amar a un dios?
Solo aquellos mismos dioses en el cielo lo sabrán, yo era incapaz de saberlo.
— Disculpa, ¿quién eres?
La voz dulce llamo mi atención, y finalmente la vi en la entrada de su habitación acompañada de una jovencita flacucha y de cabellera enmarañada a diferencia de Coronis, que con sus hermosas ropas y peinado refleja su estatus. Me acerque a ellas, era más alta que ambas pues era una diosa sin importar que, yo sería mas alta que las mujeres mortales. Mis ojos azulinos destellos a comparación de la mirada oscura de la princesa amada por Apolo, en todo momento su rostro fue suave y amable diferente al recelo de su criada.
— Lo siento mucho, mi señora — dije —, soy nueva aquí y creo que entre a sus aposentos por accidente.
— Oh, no te preocupes entonces, ¿cuál es tu nombre?
Me quedé en silencio, no podía revelar mi nombre divino pues por más que me gustaría ser conocida por los mortales, era un peligro para mí.
— Kaneís.
— Es un bello nombre, luces mayor que yo, supongo que mi padre te ha traído para servirme.
— Tal vez, realmente no me han asegurado nada — susurre —, mi señora, ¿usted esta comprometida?
Los ojos de Coronis se abrieron de golpe, con sorpresa ante mis repentinas palabras.
— ¿Por qué dices eso?
La amabilidad en su voz nunca desaparecía, me dolía el corazón de solo pensar que un ser tan puro como esta princesa podría ser amante de Apolo. Aunque apenas conocía a los humanos, no puedo darle un mérito así a Coronis, las almas humanas vacilan entre la amabilidad y la perversión de actos horribles. No eran muy diferentes a sus creadores.
— Vi un collar que en mi sitio de origen simboliza una promesa de amor.
Sentí como aquella mirada demacrada de su criada se hizo pesada ante mis palabras, como si ella fuera la que se sentía amenazada ante mi intuición de un romance oculto. Seguramente le importaba más la vida de aquella mujer que la propia para sentirse así, la fidelidad era algo que yo admiraba así que me complació.
— Fue solo un regalo, Kaneís, realmente no sabía que significaba eso... — ella dijo —, tal vez debería tener más cuidado con lo que me traen, ¿no crees?
— Sin duda, mi señora, tal vez un Dios sea el amante.
Mis palabras hicieron que Coronis guardara silencio, fueron intencionales. Los ojos oscuros de aquella doncella no fueron los únicos en mostrarse diferentes a antes, incluso su criada se mostro ligeramente alterada. Los humanos eran seres de sentimientos cambiantes, pasaban de la felicidad al miedo.
— ¿Dije algo malo?
— No, dulce Kaneís... solo me sorprende un poco que sugieras tal cosa.
— Mi señora, su belleza sería capaz de doblegar incluso a un Dios — dije —, solo que debería tener cuidado, los señores del cielo son muy diferentes a un humano.
Agache la cabeza, sin querer seguir la conversación me retire con su debido respeto aunque antes de partir de aquel lugar mi mirada se cruzo con la de la muchacha al lado de Coronis, apestaba a muerte.
Pero bueno, los humanos estan conducidos a aquel rumbo, tal vez fue cosa mía.
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