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ㅤㅤㅤㅤLos días pasaron y yo recibía pequeñas cartas y flores por parte de Apolo, como un romántico empedernido. Las cartas no eran como esperaba, solo eran pequeñas notas recordando su amabilidad y alimentando su propio ego, aunque si que había dulzura en ellas si lo querías ver de alguna forma... pero aparte de las cartas, las flores eran mis razones para aceptar sus regalos. Con ellas comencé a intentar hacer mezclas combinadas con agua y mi sangre, incluso me obligaba a mi misma a recordar sucesos amargo sobre mi vida para intentar hacer llover como antes pero no podía, pero yo creía que las lluvias generadas de mis lágrimas seguramente funcionarían.

La primera vez que uno de mis tantos pequeños experimentos salte de emoción, como si mis tobillos no dolieran. Fue casi inesperado, de hecho no creía que llegara a funcionar al principio así que debía probarla. Mezcle flores de narciso, rompiendo sus tallos a la mitad para derramar su néctar dentro de una vasija de cerámica llena de agua tibia, luego verti un poco de mi sangre en su interior: en todo momento me repetía a mí misma cambia, cambia, cambia, con la esperanza de que algo en el agua tomara un color dorado o brillante.

Brillante fue mi sorpresa cuando retrocedí un poco para buscar otra flor de narciso y un ruido llamo mi atención. Cuando me volví a la vasija deje salir un jadeo, asomando la cabeza, pues el néctar mezclado con mi sangre se había vuelto del mismo color del vino más sabroso del dios Dionisio.

Necesitaba probar lo que había hecho.

Cuando la gran Selene salió a darnos la noche sobre el cielo, brillante y plateada, recordándome a mi antigua señora, yo salí de la habitación. En silencio camine por los pasillos, con la vasija en mis manos como cuando traía agua cristalina a las bañeras de Artemisa para ayudarla a bañarse. Mis pies descalzos antes hacían sonidos empapados por mis aletas, ahora caminaba gracil sobre el suelo como las ninfas doradas que recorren el palacio de Helios. Mi melena como espuma de más me cubría la espalda, trenzada, ocultando ligeramente aquel tatuaje creado por Apolo hace tiempo.

Me detuve en una de las puertas, mirando la luz que emanaba y me hizo parpadear un poco. Pensé que sería Apolo, con su brillante aura de dios celeste, acompañado de su séquito de ninfas que lo adoran por su actitud radiante. Pero ante mí, vi una habitación vacía, con una pequeña bañera y relucientes porcelánicos, era uno de los tantos baños dedicados a las ninfas debido a sus colores fríos, diferente a el dorado baño de Apolo, y claro: la ausencia de varios espejos.

Intentando emitir la menor presencia posible, entre. Mire el agua que fluía mientras inclinaba la vasija para vertir el agua con cuidado, un cuidado que fue roto cuando recordé como hacia lo mismo para Artemisa. Siempre había algo que me hacía recordar a aquella dulce mujer de plateada mirada.

Suspire con alivio cuando el contenido de la vasija no cambio el color del agua, se adaptó a ella aunque ahora poseía un brillo sobre la capa superior del agua.
Me retire del baño, no yendo muy lejos de allí pues me mantuve lo suficientemente cerca para escuchar si alguna ninfa se acercaba a darse un baño. Así fue, pues fue cuestión de minutos cuando vi a una joven y bella ninfa, sus cabellos eran como la caída del sol que se refleja en el agua y sus ojos como unas ascuas. Toda aquella belleza a disposición de Apolo.

Me asome por una esquina para verla entrar a la bañera, ella era elegante en cada uno de sus movimientos y me sorprendía no tener idea de quien era pues alguien así debía ser una de las favoritas del señor del palacio. Aunque claro, yo era quien la estaba clasificando, capaz no era tan hermosa a ojos del resto como sucede conmigo: era la más fea de mis hermanas aunque para los humanos seguramente era divina.

En cuestión de minutos escuché un quejido, como si alguien hubiera apuñalado su cuerpo. La mire atentamente, aferrando mis uñas a la pared de mármol con la cara descompuesta cuando su cuerpo se retorció como una víbora en el agua, sus piernas se agitaron y vi como salió del agua de golpe y arrastrándose.

No dude en irme de allí corriendo, no quería ver ni un poco si había creado una segunda Escila por necesidad de ver si mis jueguitos tenían un efecto real. Ni siquiera sabía porque eso había pasado, estaba espantada, ya podía ver a Apolo super enfadado y golpeando mi puerta. ¡Incluso pude visualizar a Zeus mandándome al Tártaro con el resto de mi familia! Ya había arruinado mi pequeña libertad nuevamente, como siempre, Ránide siendo la peor de las hijas.

- Eres muy inteligente, Ránide. ¿Qué harás si creas a una bestia?

Me dije a mi misma, mientras me encogía como un ratón en la esquina de mi habitación. Deseaba saltar de la ventana que tenía, caer contra el suelo o mágicamente sacar alas e irme volando, pero solo quería salir de aquella situación de una vez por todas. Me abrace a mi misma, ¿Por qué no había pensado en lo que pasaría antes? Me tenía tan baja estima que no creí que realmente sucediera algo como un cambio en una ninfa inocente, a este paso ya estaba haciendo una colección de acciones suficientes como para ser castigada como mi primo.

No, no digas tal cosa; me dije. Yo era una ninfa, no era tan importante, los dioses no harían tal cosa conmigo.

Pero bien sabía yo que Zeus estaría enfadado al ver un poder fuera de sus manos, y si veía que aquel poder era de una ninfa que ya poseía una historia cuestionable como la mía, me haría cenizas.

Tome aire, dejándome caer sobre el suelo, abrazada a mi propio cuerpo, ¿me convertirían en algún arroyo como paso con mi amada hermana? no lo sabía, tal vez no me harían perder mi forma, aunque convertirme en un arroyo o una fuente sonaba menos agresivo a que se coman mi hígado una y otra vez.







ㅤㅤㅤㅤA la mañana siguiente salí de mi habitación, con la cara agotada por no haber dormido durante toda la noche. Tenía la cara pálida como una perla, solo que yo no brillaba, con el cabello ligeramente empapado por mi llanto. Tal vez ya no poseía el poder de atar la lluvia a mis sentimientos, pero cosas como estás seguían atadas a mí pese a todo. Camine por los pasillos, en silencio y viendo a todos lados de una manera paranoica. Fue hasta que vi aún grupo de ninfas trayendo consigo varios cantaros de agua que las seguí, sus pasos parecían aparados y sus melenas suaves se movían al viento como hojas.

Hojas.

Fue lo que vi al asomarme en la puerta, la misma hermosa ninfa que yo había condenado a algo del que ni me atreví a ver, ahora mismo estaba en una esquina del baño, sujetándose a si misma con el rostro verde como hoja de laurel, su cabeza se mezclaba entre un árbol con hojas frescas y su belleza virginal. Era como una metamorfosis, pues las de nuestra especie eran conocidas por sus naturalezas atadas a la flora de cierto lugar. Tal vez lo que yo había hecho era revelar aquella parte, o simplemente altere su propia cabeza como un parásito, haciéndola estar tan asustada que se metamorfoseo pues incluso yo en situaciones de gran estrés muestro ramas de mi naturaleza ligada al mar y a la lluvia. Sea cual sea, estaba en problemas si se enteraban de mí.

Trague saliva, apoyando la espalda contra la pared para no ver la escena nuevamente, imaginar que se hubiera transformado completamente en un árbol era aterrador. Lleve una mano a la cien, con el ceño frunciodo, mis ojos redondos y almendrados miraron el suelo con la decepción en la cara. Que desconsolación.

Antes ya había sembrado una semilla venenosa en la tierra y ahora sembraba otra, parecía que mi existencia estaba ligada a dañar al resto indirecta o directamente. Ni siquiera Eris. Contuve la respiración, tal vez si fingía demencia Apolo pasaría por alto esto. Estaba segura que quel gran señor dorado creía que me tenía bien vigilada con Deacon, y que con el trato había secado cada parte amenazante en mí.

Pero no me sentía bien al ocultar lo que he hecho, estaba en deuda con él y a la vez está sería la segunda vez que le mentiría al mismo hombre que puso la cara por mí cuando bien pudo dejarme de lado por mi traición y verme pudrir en algún sitio mientras él gozaba de sus esplendores como hijo de Zeus.

¿Pero como se supone que debía llegar? Entrando a sus aposentos decorados de espejos, telas de Egipto y alguna que otra estatua suya... eso sonaba exagerado pero así lo imaginaba; en fin, la idea de llegar de la nada y decirle como si nada un: convertí a una de tus amadas damas en medio árbol. Eso no suena muy agradable.

Me deje caer al suelo, sentada y abrazando mis piernas, la misma posición cuando sabía que había metido la pata o algo se me hacía de lo más pesado. Me escondia en mi misma, me protegía como una madre lo hace con su bebé. Era una niña al lado de todos estos dioses que me superan en edad, lucía como una joven, estaba intentando sobrevivir pero con eso a la vez traía desgracia.

Me puse de pie, con lentitud mientras seguía oyendo los lloriqueos de las ninfas y las quejas de mi víctima.

Camine por los pasillos, apoyada en la pared arrastrando los pies como si la meldecida hubiera sido yo. Camine hasta el pasillo principal, grande y glorioso, decorado por estatuas de Apolo, él era el ideal de belleza, pensaba cada vez que las veía desde abajo. Y fue cuando casi mi corazón se detiene que lo vi, como una de sus miles de estatuas, de pie caminando a mi dirección con el rostro tranquilo, de sus labios se produce una melodía que identifique como la que alguna vez escuche en su lira.

Sus ojos brillaron y se acercó a mí con paso rápido, como un infante. Sus brazos se enroscan en mi cuello cuando me abrazo.

- ¡Ah! Que alivio verte fuera de tu cueva oscura - me dijo -, ¿has salido a ver el drama?

- ¿Ya viste lo que paso?

Él nego, yo me estremecí, su jovialidad al verme se iría inmediatamente cuando sepa quien fue la culpable.

- Deacon me informo que tenía algo que ver con Melia, pero conociendo a esa mujer tan melodramática...

Aguante la risa, Apolo, un rey del drama, llamando a una ninfa melodramática era algo... irónico. Me separé de él, tomando sus manos entre las mías. Me estaba tragando mi cobardía, pues oír hablar a Apolo de tal forma de esa ninfa me daba un poco menos de temor.

- Eh... señor Apolo... ¿cree que podamos hablar un momento?

Dije a cuestas, el rostro de Apolo se iluminó de una forma que me hizo doler en pecho. Estaba rezando a quien sea que me pudiera escuchar y compadecer, a que mi canción de sirena ayudara a compadecer a Apolo.

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