13
ㅤㅤㅤㅤLa gota de sangre mancho las hojas con la misma gracias de un jarrón de agua al caer de golpe pues mi cuidado era mínimo. Tenía la cara incluso más pálida que de costumbre pues pese a todo, seguía siendo un ser vivo al que herir. Mi curiosidad emerge como un monstruo desde las profundidades del mundo de los muertos, dispuesto a comerse a si mismo con tal de descubrir el fin de su propio poder. Como un lobo hambriento, así me sentía, derramando sangre impura sobre plantas para intentar ver que sucedía.
Muchas quedaron muertas y apagadas, como si el hecho de vertir sangre sobre ellas no causara ningún cambio a diferencia de la primera vez que lo hice. Recordé a dos de mis primas, mujeres que yacen sobre el reino humano. Ambas hijas son de Helios, titán del antiguo sol, con melenas decoradas por brillo divino. Una esposa y otra soltera, pero ambas capaces de utilizar la magia a su antojo. ¿Qué habrán hecho ellas? ¿También vertían su sangre sobre sus plantas o eran diferentes al ser hijas de Helios? Pensé en Pasífae, ella maldijo a su marido de forma casi divina mientras que yo apenas podía revivir una flor a costa de mi propia sangre.
Pensé en preguntarle a Apolo, pero inmediatamente supe que era estúpido no solo porque inmediatamente me ignoraría o me regañaría obligándome a recordar mi posición, también me acusaria con Zeus o eso creía yo. Después de todo, cuando los dioses ven un poder fuera de sus manos o que no son capaces de controlar, siempre te llamarán maldito y te obligarán a reprimir aquello con tal de mantenerte vivo. Claro ejemplo es el sacerdote de la Gula del que escuche hablar una vez, un dios que está atrapado en una maldición y por ende los demás dioses lo tratan como un marginado.
Suspire con desgana, dejando que la herida cerrara con esfuerzo pues cada vez mi sanación se veía más débil. Tal vez por culpa de Apolo, tal vez sea culpa de estar tan alejada de mi hogar o capaz es por el confinamiento de mi padre. Cualquier razón podría ser válida, pero la simple idea de perder mi pequeña inmortalidad me generaba inquietud.
Tome las vendas que cree con la ropa que se me fue dada, envolviendo mi antebrazo con cuidado. Me puse de pie, dejando las hojas de laurel bañadas en mi icor dorado sobre el suelo. Con cuidado de no hacer mucho ruido me arrastre hasta la puerta, abriendo está con lentitud.
Asome la cabeza por fuera de la habitación, con el rostro agotado por mis acciones. Cual divina fue mi sorpresa que de frente a mí, como si supiera lo que estaba pasando y apoyada en el marco de la puerta estaba Apolo que me hizo retroceder con su sola presencia. Una sonrisa adornaba sus labios, iluminando mi habitación oscura como el abismo oceanico.
— Señor... — dije, ocultando mis brazos detrás de mi espalda.
Apolo se reincorporo en un segundo, entrando a mi habitación sin decirme nada y dándole un vistazo. Sus dorados ojos se clavaron como una arpía en las hojas de laurel, yo me quedé quieta y sin respirar.
— ¿Por qué has arrancado hojas de mis laureles, Ránide?
Su voz salió fluvial, era tan encantador mientras sonreía con las manos en las caderas. Aunque bien sabía yo que su pregunta era en serio.
— Estaban caídas ya, solo las tome porque creí que eran lindas.
— Ya veo, entonces no hay problema contigo.
Dijo, dándose la vuelta para verme. Mire un momento las hojas, la sangre había desaparecido como era de esperarse, como el agua que se incorpora en la madera. Apolo se acercó en mi distracción, tomando mis manos entre las suyas con una sonrisa.
— Oye, deja de evitar verme y encerrarte — murmura —, sigo siendo yo quien vertió su amabilidad y tú sigues estando conmigo por la misma razón que la primera vez.
Mi corazón latió como si un cien pies se hubiera enroscado en él y apretado sus patas con fuerza. Mis ojos buscaron los de Apolo ante sus dulces palabras, su brillo me cego como siempre impidiendo que viera bien sus facciones: era una obra de arte que pocos pueden ver en todo su esplendor. Y yo era un pez ciego.
No supe que responder, pues en este punto creía que para Apolo había perdido mi significado. Había perdido la inocencia infantil por la cual me quiso en su principio, perdí el reflejo de su inocencia perdida por el que me defendió. Pero ante los ojos de Apolo, seguía siendo el reflejo de algo difuso y extraño, algo que no conozco bien pero se que me salvo el pellejo. ¿Qué es Apolo? ¿también hubieras hecho lo que sea con tal de conseguir el reconocimiento de tu padre? Le pregunté en mi cabeza pues sabía que nunca podría conocer mi burla a él y a mí misma.
— Brillas como un diamante — dije —. No estoy segura de querer arruinar mi vista aún.
— ¿Y por qué no arriesgarse? Este es el precio que se tiene por amar, no te quiebres ante mi amabilidad.
Me sentí incómoda inmediatamente, amar... esa palabra. Apolo nunca supo de mi engaño al hablar, si que me gustaba pero con tantas cosas que pasaron nunca supe amarlo. Con Hermes dije todo, a excepción de mi mentira pues temia perder a Apolo como perdí a Artemisa, ya sabía que algo así pasaría, así que deje un cabo atado solo para asegurar mi propia vida.
— Señor Apolo, ¿Podríamos hablar como en los viejos tiempos?
Dije con voz dulce, acercando mi rostro al suyo mientras atrape una de sus manos entre las mías. Si algo escuche de mis primas una vez, es que, pese a la magia que poseas, seguíamos siendo ninfas capaces de encantar y eso nunca debería ser dejado de lado.
— ¿Eso requiere mi lira y un árbol? Porque te recuerdo que estarás atrapada en estás cuatro paredes el resto de tu vida.
Sus ojos son como ángeles pero su corazón es extraño, derrite todas tus memorias y las transforma en oro. Me sentía como la niña que cayó en su amabilidad nuevamente, ingenua y anhelante de amor.
¿Por qué Apolo dejo de ser tan indiferente y volvió a insistir en ser afectuoso conmigo?
ㅤㅤㅤㅤMe deslice suavemente, alcanzando una de las almohadas de mi cama para colocarlas sobre el hombro de Apolo para que él pudiera descansar sin notar la ausencia de mi figura a su lado. Con cuidado salí de ella, viéndolo un momento antes de volver a acercarme a las hojas de laurel en el suelo y agacharme a tomar una de ellas. Me volví a Apolo, cada uno de sus rasgos eran perfectos y ideales, como un ser divino que ostente el mayor de los rangos. Hablo sobre como se sentía cómodo con la idea de tenerme como su sierva, sus palabras fluyeron tan sinceras que me hizo pensar que remplazo su corazón por su cerebro. Poco me importaba eso realmente, mi intención fue preguntar sobre la magia, y cuando recibí sus respuestas me sentí algo inconforme.
Dijo que la magia no es como los poderes de los dioses: puros de nacimiento. Dijo que era algo que no cualquiera tiene, es algo que debes tener porque algo esta ligado a ti, en mi caso era mi herencia como titanide y mi cercanía familiar con la propia Gaia supuse. También menciono que no existe un manual mágico o algo así, que cada hechicero crea su propia magia usando sus habilidades ligadas a si mismo, por ende lo que para uno es un conjuro para otro no es nada.
Era un lío, en donde yo solo supe que mi magia sí que estaba ligada a mi sangre pura. Pero yo dudaba que mis primas también tuvieran que vertir su sangre, tal vez era algo únicamente mío como dijo Apolo que funcionaba la magia.
Aprete la hoja de laurel en mi mano, hasta romper en pedazos su piel. La deje caer sobre el suelo, por un momento vi mis tobillos vendados y desnudos, ni siquiera me molestaba en usar zapatos pues me sentía cómoda sin ellos.
Alce la cabeza, mirando a Apolo dormir, ni siquiera necesite intimar para conseguir que volviera a actuar como antes. Su ropa adornaba cada parte de su cuerpo, con la pureza brillante de su alma, me sentí culpable entonces.
¿Por qué me perdonaste tan rápido, Apolo? Que hay en ese corazón que te hizo volver a actuar como si nada...
Recordé el rostro de Hades, brillante como la plata pues su recuerdo siempre permanecería conmigo sin importar que, en él sentí el calor del padre que no pude tener. Hades hablo de Apolo, me aconsejo sobre él y dijo sus posibles errores pero nunca con la intención de dañar su imagen. Era su sobrino después de todo, lo apreciaba.
Me volví a acercar a mi cama, sentada sobre la orilla de la cama y mirando fijamente a Apolo. Su rostro suave y terso, de piel clara y sonrosada, sereno ante los brazos de mi primo Morfeo. Estoy segura que Morfeo le daba buenos sueños dignos de un príncipe dorado.
— Apolo...
Llame su nombre, esperando una respuesta que nunca llego. Suspire, sacudiendo la cabeza de un lado a otro para aclararme la mente, era una tonta mirando un mundo antiguo con la cara seria. No debía atormentarme con esto, mi trabajo ya estaba hecho y las consecuencias de mis acciones no serían tan pesadas si lo intentaba ver de otra forma.
Pese aún así, me sentía culpable, como si siguiera conspirado en su contra o como si intentara ponerlo en peligro.
Me acurruque a su lado, abrazando su pecho con cuidado, con la cabeza cerca de su corazón latiendo. Sin Artemisa, mi vida se sentía vacía en la ausencia de la figura materna, pero con Apolo, ese vacío se llenaba aunque sea un poco.
— Lo siento mucho.
Le dije, cerrando los ojos adornados en pestañas rubias, por un momento me di el lujo de imaginar una versión donde no hubiera actuado tan impulsivamente cegada por el miedo, donde mi relación con Apolo era tan corriente como antes sin tener el recuerdo de mi traición. Aunque ya era tarde para fantasear con eso, los niños con el tiempo terminarán siendo un reflejo de sus padres y aquí yacía yo con aquellas palabras transformadas en acciones pasadas.
Sentí su brazo deslizarse en mi cintura, acercándome a él. Estaba despierto. No dije nada, él tampoco, solo escuche un pequeño ruido proveniente de sus labios, una risilla astuta.
Tenía la esperanza de que, pese a todo, esos ojos dorados que me veía con desden muchas veces, me volvieran a ver con un poco de confianza.
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