11
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ㅤㅤㅤㅤEstaba segura que mientras yo me consumía en la celda que se me fue dada, con la espalda mojada por apoyarme tanto en las paredes húmedas producto de mi estrés como deidad marina; mi padre ahora mismo estaría hablando con Zeus. Estaba segura que los olímpicos estarían ardiendo en ira y acusando a Océano de haber tenido una hija tan problemática. Con Hermes sople todo lo que sabía, todas aquellas traiciones por debajo del agua de las que oí hablar cuando me comunicaba con mi padre. Estaba segura que Zeus se alegraría de saber hasta donde llega el espíritu de rebelión de los titanes después de que parte de ella se liberaran del tártaro siendo derrotados por Hades, dios del inframundo. Se me retorció el estómago ante la idea de acabar como mi primo, pero recorde que a diferencia de Prometeo, yo era una ninfa: mi traición y castigo no merecía la pena tanto esfuerzo.
Me dije que estaba siendo tonta, que sin importar que, Zeus se aseguraría de borrar de la existencia o al menos confinar toda amenaza a su reinado. Yo había atentado a arriesgar todo un panteón, mis crímenes no se podrían medir como una simple ninfa actuando estúpidamente. Ya me veía, atada a alguna roca y con un ave comiendo mi hígado, tal vez siendo aplastada por rocas o obligada a sufrir las peores torturas a manos de las furias, las criaturas que aplicaban el castigo divino a los culpables de malas acciones. Los crímenes que despertaban su ira especialmente eran los que se cometían contra la familia propia y cualquier cosa relacionada con los juramentos.
Y bueno, yo era casi la víctima perfecta de su rabia, pues encajaba a la perfección.
Apoye la cabeza en la puerta, intentando escuchar algún ruido proveniente del exterior, pasos o conversaciones. Sea lo que sea, eso me haría sentir mejor. Ni siquiera se tomaron la molestia de llevarme a mi propio juicio, me dejaron encerrada, pero era meramente consciente que no sería capaz de ver a Artemisa o a Apolo, así que prefiero quedarme aquí y esperar que harían conmigo. Sea cual sea el resultado, no va a cambiar que para mis seres queridos era una traidora.
Entonces mi cabeza se golpeo contra el suelo, el salón se llenó de luz: lo vi de pie, envuelto en su aura brillante. Su rostro parecía labrado en mármol con ámbar, mirándome de una forma en la que nunca lo había hecho hasta el momento. Me recompuse, sentada sobre el suelo como un ratón ante un gato, mis manos apresadas por los grilletes me recordaban mi posición como prisionero de guerra. Me miro fijamente, sentía mis ojos arder pero pese a aquello era incapaz de apartar la mirada.
— Hablé con Zeus — dijo —, además, Hermes presento tus palabras ante los dioses, haciendo que los titanes libres sean sentenciados por intento de conspiración.
Deje escapar un jadeo, débil y agudo, como un graznido. Ya podía visualizar el rostro de mi padre azul de ira, viendo como la más desobediente de sus hijas soltaba las traiciones de las que se hablan en los pasillos del palacio de Océano y Helios. Estaba segura que mi padre me estaba odiando con toda la fuerza de su inmortal alma, deseando que sea despellejada por las furias ante mi traición. Baje la mirada, a mis aletas azulinas. ¿Por qué te enojas padre? Solo estoy cumpliendo lo que te dije, estoy protegiendo a Artemisa. Aunque tal vez te enoje que sea a costa de olvidar tu perdón y no cubrirte nada.
— ¿Y qué paso conmigo?
Pregunté con voz débil, alzando la mirada, incapaz de ver su rostro por la luz que emitía. Apolo, divino hijo de la dulce Leto, levanto una mano distante a su actitud juguetona y pícara de siempre, brillando ante mis ojos el papel de dios del sol.
— Desobedeciste las órdenes de Artemisa, la traicionaste y traicionaste tu juramento con ella poniendo en peligro no solo a tu diosa, sino a todo el panteón griego al conspirar con tu padre — me señalo de pies a cabeza, deteniendo su dedo ante mi rostro —. Es una deshonra para Artemisa que te acogió como suya, ella esta totalmente desconsolada y se rehuso a poner la cara por ti pues era incapaz de hablar si quiera... además, le dije de nuestro encuentro. Fui yo quien tomo tu custodia y se aseguro de ver por ti. Tómalo como un favor por lo nuestro.
Quería llorar, suplicar que me dejara salir e ir con mi madre, ¿podía seguir llamándola así después de todo? No tenía aliento para decir ni una sola palabra. Mi voz, siempre tan débil, desapareció.
— Habrás de ser castigada, pero como ninfa del brillante Apolo, se te permitió no sufrir del mismo castigo que tu familia — añadió —, llevarás sobre ti la marca de tu crimen para que los demás vean lo que hiciste, no solo eso, sino que estás obligada a exponerla sin derecho a cubrirla. Vas a perder tus títulos que te traían dignidad y estarás al mismo nivel que un esclavo. Fui benevolente.
Si, fue benevolente considerando que entre sus títulos divinos se le veía como el dios de la muerte súbita, de las plagas y enfermedades. No esperó mi respuesta, pues en menos de lo que espere la carne de mi espalda alta comenzó a bullir, mi piel quemaba como una braza o como las ascuas, me tire sobre sus pies en quejas de dolor que se apagaron cuando perdí la voz. Con el mentón apoyado en uno de sus pies recibí una mirada lastimosa, nunca había experimentado tal dolor y ni mi naturaleza húmeda me ayudó a aliviarlo, así se sentían las brillantes llamas solares.
Poco a poco el calor comenzó a disminuir hasta que eventualmente solo dejo un ardor en mi espalda. La sensación trazada en una marca, un juramento del que no podría librarme o traicionar pues me costaría la vida.
Apolo se agacho, apoyándose sobre una de sus rodillas, su rostro dejo de ser severo como la piedra y su voz fluyo suave, como una margarita que brota en la primavera, con encanto de príncipe azul. Sostuvo mi rostro, apretando mis mejillas con fuerza hasta poner rojas mis mejillas por lo afilado de sus guantes dorados.
— Supongo que así podré tenerte bajo mi custodia y darte el castigo divino por insultar a los dioses.
Sonrió. Solté un gemido adolorido, levantando la mano temblando, mis dedos de puntas azules por mi reacción a mitad de una transformación entre mi forma marina y mi forma humana. Había alterado completamente mi naturaleza. Me ato a la superficie y yo lo sabía.
ㅤㅤㅤㅤLas antorchas ardían con fuerza igual a las estrellas en el cielo nocturno, los pasillos en los que crecí ahora me resultaban tan largos y distantes. Me causaban intranquilidad, era la última vez que tal vez vería a mis hermanas, entonces pensé «debo despedirme» pero cuando intente acercarme a ellas, incluso la más cercana a mí: Híale, escapo dándome la espalda. Pensé que debía intentar hablar con Néfele, mi hermana mayor, tal vez ella podría decirme algo pero cuando me acerque para hablar con ella deslumbre la silueta plateada de Artemisa a su lado: me límite a verla un segundo y mejor me fuí.
Apolo me había dado la oportunidad de recoger mis cosas antes de ir con él, eso hice, no por tener pertenecías, sino para ver mi hogar una última vez. Un hogar cálido y hermoso que había perdido por mi propia estupidez.
Cuando entre a mis aposentos, vi las camas de mis hermanas, vi el sitio donde dormía al lado de Híale y sentí mi estómago revolverse vacío por la ausencia de alimento estos días. Me dije a mi misma que debía recogerlo todo, que no dejará nada que pudiera darme consuelo, pero ¿cuánto de lo que estaba allí era realmente mío? Nada. Todo fue regalo de Artemisa no solo para mí, sino para mis hermanas, cualquier cosa que tomara podría ser arrebatada. Además, nunca había salido mucho tiempo de los bosques y mi ropa era la de una campesina, no sabía como era la vida en el valhalla y que necesitaba, aunque y como dijo Apolo: a ojos del resto, estaría al mismo nivel que un esclavo.
Con cuidado busque algo entre la habitación, tapices, copas de oro, collares y joyas, nada que pudiera llevar y realmente fuera útil. Fue hasta que lo ví, que me di cuenta que su existencia aunque siempre estuvo allí. Era una de las flechas de Artemisa, aquella que usaba para cazar, aunque estaba siendo utilizada como decoración por alguna de mis hermanas. No dude en nada y la arranque de la pared de un tirón, cayendo sobre el suelo cuando me hice para atrás.
Con la falda levantada, vi mis tobillos azulados y con las aletas que me dejaban entrever que era hija de Océano de toda raiz, que en mí no había sangre de diosa, sino de titanide. Que nunca fui hija de Artemisa, sino de un titán.
Mire la punta de la flecha, pese a ser de decoración estaba afilada, parpadee un par de veces y se me paso una idea por la cabeza. Mi cabeza se puso en blanco cuando acerque la punta de la flecha a mis aletas, cuando el icor cayó al suelo y cuando recuerdo que rebusque entre las ropas de mis hermanas para destrozar uno de sus vestidos blancos para cubrir mi desastre dorado como el oro.
— Ya estoy lista.
Le dije a Apolo, que me miro por un momento antes de despedirse de un par de driades que hablaban con él que apenas me vieron cuchichean entre ellas.
Apolo hizo un ademán con la mano y me sonrió, descarado como siempre al verme con las manos vacías, solo con mallugaduras por el tiempo en la prisión. Mi belleza radiante de ninfa, clarina como el agua del arroyo donde solía lavar ropa, se había esfumado para revelar mis verdaderos colores.
— ¡Bien mis bellezas, he de irme ya! Tengo que escoltar a esta ninfa ahora mismo pero en verdad espero poder volver a hablar con ustedes — exclamó, haciéndolas chillar —, adiós, adiós.
Con eso dicho paso una mano por mis hombros y me acerco a él, abrazando mi cuerpo sin consideración en su agarre. Diferente a cuando lo hacía antes, donde era cuidadoso y gentil, ya había perdido el favor de que me tratara así.
Cuando marchamos a su hogar en el valhalla, quería tirarme sobre el suelo de piedra en sus jardines, de rodillas y vomitando todo lo que sentía, pues apenas puse un pie allí supe que todo lo que alguna vez tuve había quedado atrás y tenia que iniciar de cero nuevamente. Me apreté los ojos con las palmas de las manos hasta que se aclararon pues pisar el cielo de los dioses me causaba dolor, su brillo eterno era diferente al brillo del mundo humano. Me obligué a retener mis quejas.
Las puertas de mi habitación eran de roble, talladas con cuidado y representando en sus maderas escenas míticas del dios del sol al que ahora me veía subordinada. Cuando entre casi dejo escapar un grito de decepción, pues esperaba una cama de piedra o de plano, una habitación vacía y fría, llena de telarañas o con un ave vigilando siempre mi presencia.
Pero como había dicho antes, era una ninfa, no valía la pena.
La cama no era suave pero tampoco desagradable, era sencilla como las camas humanas. Tenía tapices en las paredes, tallados de Apolo con su arco y su lira, cuando me acerque a un baúl poseía vestidos simples como los criados, pero aún así: de buena calidad, mejor del que poseía yo.
No fue amor de Apolo o aprecio, fue orgullo suyo. Era una muestra de su poder de dios sobre mí para mantenerme a raya. Incluso siendo una ninfa sin valor vas a poseer una vida cómoda, hasta a este punto llega la benevolencia de aquellos dioses a los que intentaste traicionar por un miserable titán. Vuelve a intentarlo y lo perderás todo definitivamente. Estoy segura que eso quiso decirme.
Esa noche me tumbe sobre la cama, sin las telas arrancadas de los vestidos de mis hermanas en los tobillos, dejando que con la luz de la luna la sangre volviera a fluir a través de las aletas que corte yo misma.
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