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ㅤㅤㅤㅤMe acaricio la cabeza, apoyando mi rostro contra su pecho. Incluso si el brillo de su aura me cegaba, incluso si perdí la vista parcialmente, con solo escuchar su voz o sentir sus manos podía reconocerlo donde fuera. Era Apolo, el mismo hombre del que escape aterrada y al que culpe. Ahora me tenía en sus brazos, exaltado de mi presencia en aquel sitio y preguntándome si estaba bien. No podía decir nada, no habían palabras para como me sentía, solo llore en su pecho con desespero.
No era digna de sus brazos ahora mismo, no con tantas cosas encima de las que seguramente se enojaría y me alejaría, tal vez me ganara alguna flecha de luz en el pecho. Apolo evito el ambiente turbulento del conflicto sin problemas, su arma divina tan gracil como siempre era de su total utilidad.
Ni siquiera en momentos así perdía su narcisismo, pues con cada enemigo que esquivaba me presumía como si fuera ignorante de la perdida parcial de mi vista. Aún así, sentir que su alma seguía igual de brillante que siempre me causaba la mayor de las tranquilidades por ahora, aunque me apretaba como un ramo de claveles el saber que tendría que decirle la verdad, ¿su flameante alma habría de flaquear ante un corazón roto?
Todos esos: eres tan linda, te quiero tanto que dijo... ¿qué diría ahora cuando sepa mis razones para actuar así? Ya podía ver mi cuerpo muerto.
Cuando finalmente sentí como el ruido se detuvo, lo llame una y otra vez hasta que respondió. Sentí sus manos en mis hombros y su suave voz replicaba mi nombre con jovialidad.
— Ránide, mi belleza-...
Lo interrumpí, buscando su rostro y agarrándolo con fuerza. Escuche como dejo salir un jadeo del susto e inmediatamente aparto mis manos pues supuse que no quería que llegara a dañar su rostro.
— ¡Hades fue solo al inframundo! ¡los titanes están libres!
Exclamé, frunciendo el ceño y rogando por recuperar mi vista al menos un poco. Apolo me puso de pie junto a él, confuso.
— ¿De qué hablas...? ¿cómo sabes eso? Ránide, ¿estás segura de lo que dices?
Me interrogó, sabía que Apolo no iba a actuar en seguida pues pese a todo su confianza no podría ver depositada en una ninfa. Tome fuerzas, apartando a Apolo y tallandome los ojos hasta ver al menos un poco. Era borroso, como neblina, pera era lo suficientemente útil. Negué con la cabeza, sin esperar más palabras de Apolo me aleje de él corriendo y intentando esquivar cualquier escombro que me podría hacer caer, por mi pobre visión si que roce y sentí el dolor de una herida en mi mano izquierda: un corte en el dedo.
El destello dorado se presento cuando el icor dorado adorno mi palma mostrando los verdaderos colores de mi ser. Pensé en Océano entonces, ¿qué tantos pesares cargo ahora solo por él? ¿Hades habrá podido resolver el problema con los titanes el solo? Aunque a decir verdad todo de que culpo a Océano no hubiera pasado si yo desde un principio no hubiera actuado tan desesperada.
Lejos de los que te abandonaron, persiguiendo amor, ¿Quién te hizo sentir querido? Creyendo que podrías agarrar de ambas partes te quedarás sin nada. Escuché su voz, en el fondo de mi consciencia.
No importa cuanto lo piense, siempre que me quejo son los mismos pensamientos redundantes pues esa es la respuesta por dónde lo vea: no van a cambiar porque yo no he cambiado.
Con pasos débiles seguí por el destrozado campo, esquivando a cada persona que veía pues no quería arriesgarme a que alguna fuera Apolo o Artemisa. Tardo un poco pero recupere mi vista en su totalidad, pude ver mejor la herida en mi mano: una pequeña cortada que sin importar que seguía derramando mi sangre dorada producto de mi linaje divino. A diferencia de la sangre de los hijos de Zeus que brotaba roja, la mía era dorada pues tenía los genes puros de la propia Gaia. La misma sangre que es culpable que como un virus o un parásito, mi padre pudiera invadir mi mente sin descanso alguno.
A tropezones me detuve, ante una multitud de dioses y ángeles reunidos, cuando me arrastre entre ellos para llegar al frente y ver de que se trataba casi dejo escapar un grito eufórico. Hades, al lado de su hermano menor el tirano de los mares, Poseidón, ambos totalmente intactos de pies a cabeza. Me cubrí los labios y cerré los ojos con alivio. Ya tenía una preocupación menos ahora, algo menos que me agobie.
A mi lado reconocí una silueta, su cabello azabache y sus ojos carmín. Era alto, más que yo. Hermes, hermanastro menor de Artemisa y Apolo, el Dios de los ladrones y los viajeros, el mensajero divino de su padre Zeus. Lo pensé un momento, sentía como mi pecho latía con tanta fuerza que podría explotar en mi pecho y hacerme perecer allí mismo. Me lleve una mano sobre el pecho, en el sitio de mi corazón, ¿mi alma seguía allí? Y como una canción que nadie conoce, mi voz fluyo.
Los ojos de Hermes se fijaron en mí cuando lo llame, su sonrisa cambio a una cara de curiosidad pues sabía quién era con solo verme las orejas y el rostro, conocía bien a las ninfas de Artemisa.
— Señor Hermes, ¿Podríamos hablar un momento?
Pregunté, cuando Hermes acepto le indique que nos apartemos de la multitud un momento. Caminamos lejos de ellos, pero cuando vi por última vez hacía atras, no fueron sus ojos los que me veían: también los de Artemisa. Los mellizos poseían la misma expresión en el rostro.
Trague saliva, dándome la vuelta caminando al lado de Hermes.
Cuando estuvimos solos y apartados, lo vi levantar una ceja, afilada sonrisa puso, como las escamas de la piel de mi madre. Era un dios de los jóvenes, astuto y mentiroso, demasiado inteligente que seguramente ya había leído la situación.
Lo mire fijamente, apretando los puños. No importaba que dijera, eternamente sería Ránide, no hija de Océano, no ninfa de Artemisa,no una amante de Apolo, eso me consolaba.
— Necesito confesar algo respecto a los titanes y sobre mí.
ㅤㅤㅤㅤLos grilletes imaginarios en mis manos se volvieron reales, pesados y brillantes como el oro. Mis ropajes de virgen fueron despojados y me vistieron como a aquellos esclavos al servicio de los dioses. Descalza andaba, mostrando las aletas en mis pies que desnudan mi origen como hija del mar antiguo,sin el título pues el enfado de mi padre cayó sobre mí. Mi cama suave fue sustituida por una cama que rechinaba y apenas tenía la suficiente suavidad como para que mi espalda no tocará el mental de sus patas.
Había admitido a Hermes que la liberación de los titanes era un plan de Océano y el resto de titanes libres, aunque a decir verdad no lo sabía pues solo era una suposición mía pero era mejor traerlo de golpe. Confesé que traicione a mi señora pues intente evitar que fuera a la batalla para que los dioses perdieran a los más fuertes, que había conspirado junto a mi familia contra los dioses del reino griego. Me asegure de que ningún titán peligroso quedara libre de crimen, incluso arrastre a Perseis, la esposa de Helios, pues sabía que aquella mujer tenía una lengua ponzoñosa que podría sembrar discordia.
No me importaba condenarme a un castigo similar al de mi primo Prometeo si con eso me aseguraba que ninguno de mi especie pudiera poner en peligro una vez más a mi amada madre y a su hermano. Ni siquiera a Hades. En general, a nadie que haya llenado mi hambre de amor y amabilidad.
Hades me venía a ver, no me reclamo nada, solo se mantuvo en silencio hasta que decidió preguntarme mis razones para haber atentado así. Le conte todo, de como lo hice por intentar conseguir el favor de mi padre y su perdón, que por creer que en verdad no le haría nada a sus sobrinos hijos de Leto.
Las fiestas en celebración de la victoria de Zeus sobre los titanes retrasaron siete días y siete noches mi juicio, todo ese tiempo permanecí mirando la puerta esperando ver la silueta de alguno de ellos pero no paso nada. Supongo que termine causando más daño del que creí.
Aunque fue la última noche, vi su figura brillante como una luna de medianoche menguando, de pie ante mí. Sus ojos me miraron con lástima mientras mi propio cabello cubriendo partes de mi rostro me daba la oportunidad de mirarlo un par de segundos sin ser cegada. No se agacho para tocarme, no me acuno en sus brazos como siempre lo hacía, no me dejó acercarme pues se alejaba. Sentía como mi alma se rompió en pedazos.
Mi madre, la amada diosa que una vez me arrebato de mi progenitora y la que se terminó por convertir en mi verdadera figura materna. Ella, estaba herida, sus ojos de plata lo dijeron: la menor de sus hijas había conspirado en su contra, pero no solo eso. Artemisa finalmente hablo, su voz era fría como el propio brillo de luna pero de alguna forma guardaba algo que te reconfortaba.
— Se bien lo del sátiro, te hubiera perdonado — dijo —, paso en mis bosques... me iba a enterar en algún momento.
Deje escapar un jadeo, pálida como un cadáver y sin poder parpadear, me acerque a ella pero me detuvo con su mano.
— ¿Por qué no me dijiste nada? ¿por qué tuviste que ir con él? — susurró —, también se que mi hermano fue quien te limpio para que no lo notara, también estaba al tanto de sus encuentros por propia boca de Apolo. Entonces, dime, ¿por qué? — pregunta —. Cuide de ti y te protegí a toda costa como mi hija, sentía que te lo debía pues te arrebate de tu madre de bebé, por eso cuando te vi feliz con Apolo lo permití. Si me hubieras dicho cuales eran tus deseos en vez de recurrir a Océano, si me hubieras dicho que te daba miedo que saliera herida, nunca hubieras tenido que hacer nada a lo que recurriste.
No tenía voz, quería decirle algo, pero simplemente no podía, me sentía incapaz de dirigirle la palabra a la majestuosa diosa. Cuando Artemisa se dio media vuelta, de mi garganta se arrastro su nombre para intentar detenerla.
¡Madre! ¡Madre! ¡Artemisa! La llamé, pero no volteo a verme, solo cerro la puerta de mi pequeña prisión dejándome nuevamente sola. Me encogi en el suelo, como un erizo que intenta cuidarse con sus espinas pero que a la vez necesita calor.
Esa noche la lluvia melancolica se debió escuchar como una tormenta.
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