T w o
Al día siguiente volvimos al mismo lugar. Esta vez traíamos camperas.
—¿Qué obsesión tienes con traerme al océano? —me preguntaste. Hice una mueca.
—No lo sé. Tú siempre me decías que te relajaba —te respondí, caminando hacia la costanera. Tardé unos segundos en escuchar tus pasos detrás de los míos —. ¿Ahora sí confías en mí?
—No es eso —escuché tu voz unos pasos detrás de mí —, es que eres la única persona que está conmigo a todas horas desde que desperté.
—¿Y qué me dices de nuestros amigos o vecinos? —te pregunté. Juro que podía escuchar tus puños cerrarse ante la helada.
—No han hecho más que llorar y lamentarse por mi pérdida de memoria. ¿En serio se piensan que me creo todo eso? —pero te equivocabas.
Tú tenías mejores amigas que eran tus hermanas. No sabías cuánto sufrían por ti, ni te lo imaginabas. Y no creo que hayas sido capaz de escuchar cuando el médico me dijo que no debían verte por mucho tiempo. Que te presionarían más de la cuenta.
Pero mientras tú dormías, bañabas, o lo que sea, tocaban la puerta y me pedían que les dijera cómo ibas con todo. Realmente eran verdaderas, Amanda. No lo sabías en ese momento.
—Y no quieres decirme dónde demonios están mis padres —suspiraste —. Sabes que lo descubriré algún día, ¿cierto? —asentí, frenando en seco. Ya estaba al lado del agua.
—No te gustará la verdad, de todos modos —respondí.
Pusiste una mano en mi hombro y te sacaste una bota.
—¿Estás loca? —te detuve —. Ni se te ocurra tocar el agua. Está helada.
Me miraste de reojo. Te soltaste de mi retención y te sentaste en la arena.
—Tú sí que eres estúpido. No quería tocar el agua —dijiste, antes de cavar un pozo en la arena y meter tu pie. Colocaste nuevamente el montículo de suelo que sacaste —. Quería hacer esto desde que salimos de casa. Estas botas me están matando.
Oculté una sonrisa.
—¿Estás diciendo que te aguantaste unas botas que te incomodan sólo para verte bien para mí? —salió mi sonrisa. Sólo quería que me recordaras.
Me miraste desde la arena. Vi el brillo de la luna en tus ojos y me enamoré más que antes. Es que cada vez me parecías más hermosa, más tú misma. Me sonreíste y negaste con la cabeza.
—No, simplemente no tenía otras botas —dijiste, al mismo tiempo que te parabas y sacudías tu pie arenoso. Mentías.
Mientras te ponías la bota nuevamente, te miraba aún más. Parecía un acosador.
—Eh, te juego una carrera al coche —me dijiste. No me pude negar.
Esa noche perdí más que una carrera. Perdí dos dólares en un café para ti.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro