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Cap 8: una noche en NY con él

The marías - Over the moon 
                                                                ***

—¿Qué?—pregunté incrédula, con el rostro ceñudo.

—Sí, eso, Agnes, quiero que trabajes conmigo, conmigo y con Margot.

Timothée dejó de lado su comida, dispuso sus manos a un costado y pasó a mirarme con fijeza, estremeciéndome.

—¿Recuerdas el largometraje que te mencioné hace un rato en la sala de exposiciones? —inquirió.

—Sí, lo recuerdo.

—Bueno, con Margot estábamos pensando en que tú podrías ser uno de los personajes, en realidad, uno de los dos personajes.

—¿Qué? Timothée, por favor explícame bien porque lo que me dices no me permite entender nada —completé en una mueca agraciada, intentando no sonar desesperada. Sus palabras escuetas lejos de darme respuestas concretas hacían florecer en mí más dudas.

—Fui yo quien le comenté a Margot que podías ser tú uno de los personajes porque sé lo talentosa que eres...

—¿De qué talento hablas? —cuestioné confundida.

—Tú, Agnes, tú y el piano.

—Ni siquiera me has oído, Timothée.

—Sí, lo he hecho, y no sólo te he oído, también te he visto mientras lo tocas —señaló con seguridad.

—¿Qué?, ¿cómo? —Y entonces, como si de pronto un destello fugaz hubiese llegado a iluminar la fragilidad de mi conciencia, comprendí. Mis ojos se abrieron un tanto ante la sorpresa, ciertamente, ni yo lo recordaba, la única certeza que tenía era que no había otra personas más que Vico detrás de todo—. Victoria, cómo no lo imaginé antes. Te mostró las películas que grabamos el segundo año de universidad. —Solté el aire, no podía creerlo. 

Se trataba de pequeños filmes, películas caseras grabadas por una cámara añosa y por poco despedazada. En las escenas se podía ver mi figura allí en medio del baldío de una habitación desolada, tocando el único piano de cola que pertenecía a nuestra facultad. Victoria se empeñaba en argumentar que debíamos guardar esos registros, que quizá en la eventualidad serían útiles.  Yo en cambio, nunca me los tomé demasiado enserio, mi mente había hecho caso omiso de ellos, desechándolos en el olvido.

—Sí,  pero no te enfades con ella, ni conmigo. Le comenté del proyecto en que trabajamos con Margot, un poco ofuscado porque nos hacía falta una persona que no solo fuese hábil con el piano sino que también fuese capaz de transmitir emociones haciéndolo. Vico no desaprovechó ningún segundo, ni siquiera yo entendía lo que pasaba cuando se levantó  y trajo los videos. Me demostró lo talentosa que eres y lo maravilloso que se siente escucharte. Verte a ti, ahí, sentada y absorta mientras tus manos se deslizan con delicadeza, Agnes. Eres increíble —terminó en un hilo de voz, haciéndome enrojecer el cuerpo con sus palabras.

—¿Entonces se los mostraste a Margot? —curioseé. 

—Sí, y está encantada—informó emocionado—. Además le conté que estás estudiando artes teatrales y eso es perfecto, Agnes, porque es la ocasión perfecta para que demuestres tus dotes de actriz. En realidad, es una gran oportunidad para nosotros.

—Timothée, no creo que sea tan sencillo. Estoy en este proyecto con Victoria también, eso requiere de mucho tiempo, además tengo responsabilidades en mi hogar, sin mencionar que hace años que no toco un piano de cola, estoy acostumbrada a mi teclado y ambos sabemos que resulta ser muy distinto.

—Tendrás tiempo para prepararte, tienes un talento natura, eso es innegable. Podemos practicar juntos, estaré ahí para ayudarte.

—No lo sé, Timothée, —Bajé mi vista, la emoción en sus ojos me enternecía.

—Escucha, Victoria está dispuesta a poner más de su parte en lo que es el desarrollo de su proyecto, ella está consciente de ello, lo conversamos. Tienes razón, quizá lo hicimos sin tener conocimiento de lo que querías, y discúlpanos, pero te prometo que fue pensando lo mejor para todos. Victoria sabe lo bien que te haría aceptar ser parte de esto, ella hubiese hecho cualquier cosa porque accedieras.

—¿Por qué no me lo comentó antes?— bufé confundida— digo, ella es mi amiga.

—Porque le dije que quería decírtelo yo,  que antes fueras conmigo a la exposición, que vieras con tus propios ojos la belleza de los cuadros y, en el caso que aceptes, saber que podemos hacerlo también ambos, que podemos ser parte de uno de los cuadros, juntos.

—¿A qué te refieres con que podemos ser parte de uno de esos cuadros? —cuestioné, vacilante, incapaz de comprender el significado de sus palabras. Todavía.

—A que la idea de este largometraje es representar una escena como la de aquellos cuadros, tú y yo, y un piano. Tú serías quien lo tocaría, serías la personaje del piano. Yo en cambio, sería casi un espectador, quizá enamorado de la figura de la pianista, quizá absorto, quizá molesto, eso no lo sabemos porque Margot aún no me ha querido dar muchos detalles sobre la relación de los personajes y su interacción, quiere que sea sorpresa para ambos. Claro, solo si es que aceptas.

Lo miré, no podía creer lo que estaba escuchando, el rebote de sus palabras en mí me aturdía un tanto. No recordaba cuál había sido la última vez que me había sorprendido al recibir tamaña información, de esa manera, tan de golpe. Sabía que era una gran oportunidad y que no podía dejarla pasar, mi yo más centrado me sujetaba con brusquedad cuando pensaba en la adversidad que caería sobre mí si mis padres se enteraban. Pero también era consciente de que si daba mi rechazo, entonces no haría más que frenar mi sueño, mi sueño de tener un trabajo propio, de surgir, de ser lo que anhelaba, en la autenticidad de mis deseos y en la perennidad de mi efímera existencia. No, no podía rechazarlo.

Lo haría. 

—¿Entonces?, ¿qué dices? —esa jodida sonrisa en su rostro, esos rizos juguetones que le acariciaban sus lunares aureólicos y esos ojos persuasivos que amalgamados a lo sigiloso de su voz ronca me llamaban a un sí  eterno y a un deseo inusitado. Mierda.

—Está bien, en realidad es una oferta excelente. No puedo negarlo. Me parece una idea en demasía bella la de representar una de esas escenas. Me encanta, Timothée —le sonreí satisfecha, agradecida—. Hagámoslo.

Una carcajada leve hizo esparcir por los aires la fragancia cálida de su aliento, embriagándome. Sus ojos expresaban una alegría triunfal, y ante ello reí interiormente porque sí, él había obtenido lo que quería y yo...yo también: le había concedido algo de alegría, en una afirmación fugaz, en un sí  agradecido, en una tarde crepuscular. 

—¡Pero!...—La seriedad tomó preso a su rostro escultórico, de nuevo.—prométeme que no volverás a ocultarme nada y ante cualquier cosa me preguntarás. Le señalé con el dedo. 

—Te lo prometo.

—Ahora ambos nos hemos prometido algo mutuamente —jugué.

—¿Cómo?—frunció su ceño.

—Sí, yo te prometí que tocaría algo de piano para ti, pero no sé si esa promesa ya esté cumplida asumiendo que viste mis películas.

—No, tiene que ser en vivo y en directo, Agnes. Pero qué va, tendremos mucho tiempo para eso ahora.

Nos quedamos cerca de una hora más conversando en el café, solo nos dimos cuenta de lo tarde que se nos hacía cuando una de las trabajadoras se nos acercó para decirnos que en quince minutos más cerraban. Un dejo de decepción suave se plasmó en nuestros rostros. 

Salimos afuera y las calles, a pesar de la hora, estaban repletas de automóviles, el aire era fresco pero no lo suficiente como para hacernos sentir frío, pese a que el otoño estaba por llegar la calidez del verano se podía sentir aún en el éter, impidiendo que nuestros cuerpos amenazaran con ponerse a temblar.

La noche en Nueva York tenía un tinte nostálgico, las luces, los reflejos y las tiendas cerrando entregaban una sensación confortable. No tenía ganas de separarme de Timothée, se sentía bien caminar en ese espacio con él. Tenía la sensación de que él se adecuaba muy bien a aquella nostalgia nocturna bañada de destellos de ciudad. Pero claro, la plenitud de su compañía en la añoranza incipiente de la medianoche no podía durar por siempre.

Después de andar un par de minutos más, ya era demasiado tarde, tenía que volver a casa si no quería que la belleza de aquel día se viese eclipsada por algún eventual regaño de mis progenitores. Sin embargo, lo cierto es que no deseaba irme sin antes sumirme junto a él en lo hondo de la serenidad de aquella noche, en esa tranquilidad que sabía que me entregaría estar con él en silencio, desdibujados por la opacidad de la noche y en lo etéreo del viento acariciándonos los rostros, en la nostalgia de sentir que al menos un ápice de su cuerpo se impregnaría en mi piel a causa de esa brisa que unía nuestras figuras, en su diafanidad fragmentada. 

Dejé caer mi cuerpo en una banca, esperando que Timothée me imitara. Se posicionó a una distancia tan cercana que al fin pude conocer su fragancia, olerla con detenimiento, deshilvanar aunque fuese de a poco, cada uno de los distintos almizcles que constituían la totalidad de su aroma. Me sentí embriagada de él durante esos cortos minutos en que nos quedamos en silencio, era un silencio cómodo, lo podía sentir. 

Contemplé su perfil, la oscuridad de la noche impedía que su rostro quedase completamente al descubierto, sin embargo, la luz ocre de los faroles del parque me permitían ver y conocer muy bien cada curvatura de su perfil, su rostro se encontraba sumergido en la tonalidad ambarina concedida por las lumbreras, lo escarchaban, a él, a su perfil griego que me entumecía la hiel. 

Entonces me miró. Sus ojos se notaban brillantes; podía ver, pese a la oscuridad, que estaba serio, no tenso, solo serio, como intentado descubrir algo. Sus pupilas viajaron, pasaron de mis ojos al resto de mi faz. Agradecí a la oscuridad por acompañarnos en ese momento, porque de lo contrario, él  habría notado el arrebol que acechó mis mejillas, sobre todo cuando noté la especial atención que puso a mis labios, ligeramente entreabiertos. Fue por unos segundos hasta que luego desvió rápidamente su vista, dejándola reposar allí en sus manos entrelazadas sobre su regazo.

—He disfrutado mucho pasar el día hoy. Gracias por todo, Timothée—confesé  en un susurro, intentando refrenar una desesperación irracional por él, por esa compañía suya que me aceleraba el corazón y avivaba los sentidos. 

No quería irme, no quería alejarme de él. 

—Yo lo he hecho más, créeme. Estoy contento de que hayas aceptado.

—Yo estoy contenta de que me hayas considerado.

—No podía ser de otra forma, Agnes.

Decir que entendí aquella última frase, sería mentir con descaro. Sin embargo, en aquel momento desistí de hacer cualquier pregunta que me quitara ese dejo de incertidumbre. A mi frágil sentir, estaba bien que fuese así, estaba bien no decir mucho y expresarlo todo. Me gustaba aquella dinámica, esa que inició con el pulso de sus dedos sobre las teclas sutiles de un piano y que no terminó jamás, que no iba a terminar sino en la determinación absoluta. Porque siempre fue así. Siempre me encantó que fuese así. 

Aquella noche, él se ofreció a acompañarme hasta casa, pero la rapidez de un taxi se me hacía imperiosa. Así que con sencillez, nos despedimos en un abrazo duradero que me dejó el peso de su cuerpo en la eternidad de esa noche preotoñal. Aun recuerdo aquella última mirada que me dio antes de cerrar la puerta del coche y que me acompañó hasta el último suspiro de frustración que di a causa de ese insomnio que me impedía dormir. Que me impedía el sueño si no era con la evocación de su piel junto a la mía.

Mierda.

Disfruté mucho escribir este capítulo!!!

espero que les gusteee <3<3

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