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Cap 5: ¿reunión o fiesta?

La distancia desde mi casa hasta el apartamento de Vico si optaba por caminar no sobrepasaba los quince minutos, así que con un ánimo resuelto, y a fin de acallar esos extraños pensamientos que asaltaban mi mente de cuando en cuando desde hace un par de días, opté por dirigirme a mi destino a pie. Con mis pies danzarines caminaba presurosa en el hedonismo incipiente de una noche de día viernes en esas calles neoyorquinas atiborradas de bullicio, el murmullo  de las risas jaraneras en los bares me llamaba al buen sentir y  las luces de los automóviles me eclipsaban un tanto, impidiéndome ver la claridad de esos cuerpos que inércicos transitaban las veredas. 

Después de un buen par de minutos de caminata, al fin me adentré en el edificio de mi amiga , permitiéndome el conserje pasar sin problemas ante la costumbre añosa de ver mi figura deambulando por allí en sus interiores.

—¿Qué tienes ganas de ponerte hoy? —hablaba mi amiga, buscando en su closet el milagro de alguna prenda que fuese conmigo y mis rebuscados gustos —,¿algo seductor?, ¿algo más sutil?

—Algo sutil, definitivamente. —señalé con desinterés, develando mi resignación en un suspiro sonoro.

—Ah, qué tontería. Te buscaremos lo adecuado.

Finalmente opté por una blusa holgada de encaje blanco, una falda negra que se adecuada perfectamente a mi silueta, además de unos tacones negros y —afortunadamente— de tacos pequeños con objeto de no ser quien llamase la atención ante un eventual desmoronamiento. Tenía que ser cuidadosa, la poca costumbre a usar tacones altos podría jugarme una mala pasada. Revolví a matices mi melena y la dejé suelta, para finalmente engalanar mi rostro con unos aretes amplios que coloreaban la piel de mi faceta. Victoria era la encargada de llevar en su fino bolso mis más importantes pertenencias, siendo ambas conscientes de que mi torpeza innata me habría hecho olvidarlos allí en algún rincón desolado de la fiesta. 

Después de un rato, ya estábamos llegando al edificio del departamento de Timothée. Los administradores del edificio conocían a Victoria así que pudimos entrar sin problemas. Desde el pasillo que daba al departamento que era nuestro destino, se dejaba oír como un eco a la distancia el ruido de la música que se extendía por todo el lugar, la profundidad del bajo de aquella sinuosa canción le condecía al espacio un aire oscuramente atractivo, haciendo emerger en mí esos nervios latentes que había arrinconado en algún lugar desconocido de mi piel. 

—Ya no lleves esa cara, la pasaremos bien. —Me animó mi amiga, prominándome un leve golpecillo en el hombro.

Los nudillos de Vico en la puerta fomentaron con creces el cosquilleo punzante que sentía acoplarse en mi estómago, viéndome en la obligación de bajar mi vista y esconder mis manos trémulas en mi espalda una vez que Timothée apareció para recibirnos. El chico llevaba su cabello alborotado, vestía una de esas camisas holgadas tan suyas que le descubrían su silueta esbelta y sus huesos prominentes, los mismos que se relucían en sus caderas cubiertas por esos jeans opacos cuya finura le otorgaban un aspecto resuelto y adonís. Era simple: él jamás podría verse mal con nada, ni aunque lo intentara.

—Chicas —Su voz ronca y calma resonó en mis oídos—, qué alegría me da verles. Adelante, pasen por favor. —Su sonrisa era amplia y sus ojos se mostraban empequeñecidos de contento.

El apartamento gozaba de una apariencia cómoda y confortable, en ese entonces me fue difícil distinguir en demasía el aspecto auténtico del lugar, las agrupaciones de gentes por aquí y por allá impedían contemplarlo con claridad. Sin embargo, en comparación a la casa de sus padres, éste era un espacio mucho más reducido y poseía un aire minimalista que le diferencia con creces de su antiguo hogar.

 Un pensamiento fugaz que cargaba con un dejo de curiosidad desusado, me inundó en un momento de declive en que me pregunté cómo sería estar allí en un día normal, en la cotidianidad de las mañanas y las tardes, en medio del confort de esas paredes blancas y siendo testigo de quizá cuánta cosa guardada en secreto tras esas puertas amplias que vedaban la entrada hacia habitaciones desconocidas. El anhelo de conocerle allí, en la intimidad de su día a día, y no en el bullicio de una fiesta colectiva, me había generado una profunda sensación de vacío. 

—Vean —señaló, ingenuo a mis pensamientos ilusorios—, por allá están las bebidas, a este lado de acá está la música, por si quieren bailar, y finalmente, de aquel lado —apuntó en dirección a un pequeño salón, allí yacían extendidos unos cuántos sillones a fin de servir a los ánimos más agotados—pueden ir a sentarse a descansar o bueno, lo que quieran en realidad. ¿Les apetece un trago? 

—Me encantaría ir por uno — respondí al instante. Ciertamente, anhelaba con fervor que desapareciera ese nudo que insistente se hacía sentir en mi pecho, inquietándome e incapacitándome para pensar con claridad. Por lo demás, el sonido eclipsante de la música, la embriaguez que producía lo cromático de las luces y la atmósfera dinámica en su totalidad, me hacían anhelar fundirme en lo basto de su viveza.

Timothée sonrío.

—Ven por acá —Me guió en su dirección.

—Yo iré a saludar a los demás, los veo en un momento —habló mi amiga tan rápido que apenas pude ver cómo su figura desaparecía entre el tumulto, ¡estaba escapando de mi! Me quedé atónita mirándole mientras se iba, ambicionando como nunca el acribillarla, ¡me había dicho se mantendría conmigo durante el resto del tiempo!

—¿Qué te gustaría de tomar?— Timothée preguntó una vez allegados al amplio mesón por el que se desplegaban diversa cantidad de licores. La belleza estética de la tonalidad de los cristales en los frascos otorgaba al lugar un atractivo que se acentuaba aun más cuando las luces danzarinas en el techo se cernían sobre ellas. 

—Cerveza, definitivamente. La negra es mi favorita.

—Aquí tenemos una de las buenas.— El cristal de la copa se condensó hasta el límite del líquido agridulce.

—Entonces ¿te la estás pasando bien?—quise saber, mirándole mientras se concentraba en colmar su copa de bebestible.

—Claro que sí— sonrió amplio—.Tengo a muchos amigos aquí que no había tenido oportunidad de ver hacer algún tiempo ya, así que eso es suficiente para ponerme feliz. Me alegra que hayas venido, de verdad Agnes.

— En realidad no soy muy buena para asistir a este tipo de fiestas pero me alegra que hayas pensado en mí. Quiero decir, no en mí, sino en invitarme— repuse con rapidez, un tanto abochornada.

—Sí. En realidad, el otro día sentí que nos llevamos harto bien así que creí que si te invitaba podríamos continuar conversando. Aún no me olvido de aquella promesa que me hiciste— me guiñó el ojo.

El carmesí volvió con brusquedad a mis mejillas, no sé si el temblor que removió mis entrañas había sido propiciado por la tonalidad grave y dulce de su voz o por su gesto juguetón o  porque sencillamente la cerveza estaba causando su debido efecto. 

Con indiferencia de aquello, sin embargo, acaecía en mí una sensación de adrenalina exquisita, unas ganas nacientes de él, de su atención y de su mirada, de hacer a como dé lugar que nuestras pupilas se encontrasen en lo velado de un gesto íntimo, oculto, que nos alinease, ese que emergía con cada mirada compartida, con cada roce discreto y cuyo acontecer no me socorría en mis ansias de despejar de mi mente su entrañable esencia. Sin embargo me encantaba, y quisiese o no admitirlo, me estaba dejando llevar por esa exquisitez, por lo sabroso y dulce de la complicidad de un vinculo aparentemente inexistente

Entonces comenzó a sonar This must be the place de Talking Heads. Mi corazón saltó abochornado, disfrutaba el escuche de esa canción, y algo en mí se removía contento y un tanto eufórico cuando pensaba que luego le recordaría a él cuando la escuchase en la soledad de mi hogar, en el paseo crepuscular de las tardes de otoño y en la opacidad fina de las noches azulinas. Le recordaría a él, exacto como estaba allí, con aquella ropa y con sus rizos revistiéndole la piel nívea de su rostro, eclipsado por las luces multicolor y haciendo en sus sonrisas que la tonalidad verdemar de las canciones se filtrara en la blancura de sus dientes finos.

—Me encanta esa canción.

—¿Bailamos?—su voz habló de pronto, esbozando esa sonrisa de lado que pese al poco tiempo que llevaba conociéndolo ya sentía tan característica de él.

—Bailemos—acepté sonriente, un tanto aturdida por efecto del licor y por el escuche de esa repentina propuesta.

—¿Te puedo tomar de la cintura? Así quizá podamos movernos mejor y hacer otro tipo de pasos— preguntó soltando una pequeña carcajada, haciendo que sus rizos se removieran hasta acariciarle la piel de su cuello. Evidentemente él también estaba algo pasado de copas.

Ay mierda

No alcancé a responder sin embargo, una voz fémina me hizo erizar la piel por completo, despertándome del trance en que me habían inmerso el cuello escultural y los rizos fragantes de Timothée.

—¡¡Timy!! ¡Amor!—soltó la voz emocionada de una chica que asumí era su novia, y es que no me cupo la menor duda luego de ser testigo de la forma apasionada con que lo abrazó y besó. 

Cuando las respectivas presentaciones fueron hechas, supe que era momento de ir en busca de mi desaparecida amiga y  ¿por qué no? por otro trago. Y es que algo se había entumecido en mí repentinamente, mi pecho cargaba con una gelidez agraz, agridulce, que sentí desparramar por la totalidad de mi cuerpo, convirtiéndose en una acuosidad que en un momento de anhelo de calma absoluta, deseé que se impregnara en una de esas luces multicolores para siempre, liberándome de su carga, que se apartase de mí de la manera que fuese.

—Hey, Agnes, ¡te estuve buscando por tanto tiempo! ¿Dónde estabas?—comenta desentendida.

—Pues no sé, Victoria— bufé. 

Quizá ya era hora de irme.

—Ay, Agnes —habló de pronto emocionada—, quiero presentarte a Ezra, de seguro lo conoces.

Un joven alto se erguía sonriente tras de ella, pelo negro y liso, un rostro carismático. Sí, del mundo del espectáculo, aquel era uno de los personajes que más admiraba.

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