Cap 38: pieles (carmesí)
En esa casi absoluta oscuridad y en medio de la musicalidad del aguacero, Timothée despegó con cuidado sus manos de mi cintura y cuello y las llevó hasta mis muslos. Allí, comenzó a levantar el vestido de a poco en un movimiento tan grácil que por un instante creí que aquel gesto no era más que producto de mi sensible y extasiada imaginación del momento.
Cuando tuvo en sus espaciosas manos casi la totalidad de la parte baja de mi vestido, dejándome con ello desprovista de ropa, a excepción de mis bragas, desde la cintura para abajo, me tomó de las caderas, acercando mi parte trasera a su bulto, friccionando aquellas partes de nuestros cuerpos en demasía sensibles.
Apoyé mis manos en la madera base de la ventana, y entonces tuve que cerrar mis ojos porque esa posición no hizo más que profundizar el ritmo de frotación de nuestras partes. Escuché un quejido áspero salir de su boca, abrí mis ojos y vi frente a mí el vidrio empañado de la ventana a causa de la lluvia, del frío y de nuestros suspiros agitados. Mientras tanto, la boca de Timothée llegaba a mi cuello, succionando mi erizada piel con tal flujo vibratorio en su lengua que llevé mis manos como podía a sus caderas y lo acerqué más. Dios, ya no podía aguantar más, y no faltó mucho para que me percatara que él tampoco, porque al instante noté la delicadeza con que comenzó a bajar el cierre de mi vestido.
Cayó al suelo del mismo modo en que cae el suelo el pétalo de una rosa cuando a ésta le llega su tiempo de marchitarse: se despegó con cuidado de mí pero terminó por caer con soltura, con seguridad, porque en efecto, cuando un pétalo está listo para caer, una vez que se despega de la corteza no hay nada ni nadie que pueda impedirlo, así como tampoco esa noche existía nada que pudiese detenernos a nosotros.
Me volteé para quedar de frente a él; amaba la manera en que la penumbra intensificaba los rasgos de su perfil. Sin embargo, tuve que desviar mi mirada rápidamente porque caí en la cuenta de que estaba solo en ropa interior y aquello me hacía sonrojar, incluso más que la primera vez que estuve así frente a él porque esta vez, a diferencia de aquella, no había en mi cuerpo un componente como el alcohol para disminuir mi apocamiento. Estaba nerviosa.
—Hey—me susurró Timothée, y levantó mi mentón para mirarme a los ojos—. ¿Estás bien? Si no quieres continuar no hay problema—sonrió afable.
—Sí quiero...he querido esto desde hace mucho tiempo, Timothée—solé el aire entrecortadamente—. Es solo que estoy nerviosa.
—También lo estoy—confesó—, pero siempre es así al menos un poco cuando se trata de ti.
Reí para mis adentros ante su comentario, y luego sencillamente lo besé, lento, suave, pero con profundidad, como dándole a entender que aunque lento lo quería todo. Así que me ayudó a desnudarlo hasta que finalmente quedó solo en top. Ahora estábamos los dos allí, en las mismas condiciones, erguidos, con nuestros labios devorándose y con cada una de nuestras manos intentando pasar por todas las partes de la piel del otro, besándonos con el cuerpo.
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Portishead - Pedestal
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Con el rabillo del ojo divisé un taburete cerca y en un impulso por querer estar sobre él hice que nos moviéramos hacia allí. Le empujé para sentarlo, separé mis piernas para posicionarme en su regazo y entonces viajé a los infiernos, porque no, aquel nivel de placer que me otorgaba sentir su rígida erección justo en mi humedecido centro solo separados por las finas telas de nuestra ropa interior no podía ser un placer del cielo, el cielo no permitiría aquello, el cielo ya había dejado de existir para nosotros hace mucho. Dios el roce de nuestras pieles desnudas lo era todo.
—Agnes—advirtió ronco, sosteniéndome las caderas con ambas manos mientras me miraba fijamente con un brillo grisáceo en sus ojos.
—Timothée—suspiré, poniéndole atención.
—Quítate las bragas—pidió serio. Dios, su mirada me daba escalofríos.
Sonreí traviesa. Me levanté para desnudarme por completo y en tanto, me di cuenta que él estaba haciendo lo mismo con su top. Mi cuerpo comenzó a temblar cuando le vi completamente desnudo, era como estar a la deriva de algo, como ese momento a punto de emprender un viaje que sabes que cambiará el destino de tu vida. Me volví a posicionar sobre él y sus manos rápidamente viajaron a mi espalda para quitarme el sostén. Ay, lo amaba, lo amaba como la mierda ¿sería momento de decírselo? No, claro que no, probablemente no.
—Levántate unos centímetros—susurró. Sabía lo que vendría, y lo deseaba como nunca antes.
Le tomé por el cuello y levanté mis caderas. Miré hacia sus manos y le vi sosteniendo su miembro, me miró esperando el consentimiento, ese consentimiento que solo podría demostrar si bajaba mis caderas hasta él. Y lo hice. Estaba tan mojada que ni siquiera iba a ser necesario bajar por él de apoco, pero dios, el solo hecho de oír nuestro quejido cuando nuestras partes se tocaron después de tanto tiempo nos hacía querer prolongar ese instante tan placentero para siempre.
Cuando lo tuve dentro por completo pude abrir mis párpados y mirarle a los ojos, mis piernas temblaban, y los dedos de mis manos, igual de trémulos, apretaban con ligereza su cuello mientras me comenzaba a mover sobre él suavemente, con delicadeza, pero profundo, porque mi cavidad anhelada que todas sus paredes fueran conocidas por su miembro, de la misma manera en que mis ojos, radiantes de deseo, miraban los suyos, conociéndose por segunda vez en aquel abrasador acto, demostrándose la dicha de la que eran presos. Así, acerqué mis labios a los suyos, quería que se rozaran mientras nuestros gemidos salían de ellos y que juntos se fusionaran en una única melodía de suspiros.
En ese escenario, sus manos se aferraron con más fuerza a mis caderas, aumentando el ritmo y la intensidad de los apasionados saltos que daba sobre él; mis dedos atraparon con fuerza a sus clavículas y le mordí su mandíbula porque esa era la única manera de sentirme más cerca de su voz extasiada gritando mi nombre.
—Vamos a la cama—sugirió apenas, con la voz entrecortada y con el sudor bañándole el rostro, su hermoso rostro.
Me recostó con delicadeza y antes de posicionarse sobre mí me miró con detalle, dejando pasar sus pupilas por todo mi cuerpo, acariciando con sus dedos todas las curvas que conformaban mi silueta. Su rostro parecía cautivo de un tipo de trance que le tenía como hipnotizado, que lo mantenía con el semblante serio, únicamente enfocado en darme placer.
Lo siguiente que ocurrió me es imposible evocarlo con claridad como para comunicárselos porque mis sentidos se encontraban tan a flor de piel que me sentí inundada por una repentina neblina cargada de emociones: placer, amor, erotismo, deseo, conmoción. Lo recuerdo entrando por segunda en vez en mí mientras un beso frenético de su parte agregaba más placer al acto humedeciendo mis labios, labios hinchados y carmesí. Él había elevado mis piernas hasta enredar su torso en ellas para así aumentar la cercanía y que el ángulo fuera más placentero para ambos; y es que cómo no si comenzó a mover su miembro con rapidez dentro y fuera de mí, develando lo insaciable de nuestros deseos; comenzó a gemir más grave en mi oído mientras yo alcanzaba a morder el lóbulo de su oreja, bajando por su cuello hasta morderle la garganta y sentir que succionaba cada jodido lunar que aparecía dibujado en su rostro. Sentía en su cuello la vibración de sus cuerdas vocales cuando pronunciaba mi nombre en quejidos y suspiros extenuados, sentía sus manos aferrándose cada vez con más fuerza a mis caderas, y dios, aquello estaba siendo demasiado para mí.
Presioné mis dedos en su espalda cuando su rostro pasó a retorcerse entre mi cuello y mi pelo, haciéndome erizar la piel más de lo que ya estaba cuando su aliento me terminó por empapar aquel lugar, dejando allí la huella de su aliento con la forma de mi nombre. Comencé a gemir con más fuerza y más agudo, y es que la totalidad de mi piel presentía lo que estaba a punto de venir. Tuve que cerrar mis ojos y despegar mis manos de la espalda de Timothée porque se me hizo necesario el aferrarme con fuerza a los bordes de la cama para sentir que dejaba entrar en mí todo aquel placer que me dominaba; y cuando sentí que llegaba al pic de mi desvanecimiento exclamé su nombre, de la misma manera en que él lo hizo con el mío, con tal impulso que justo cuando terminó de pronunciarlo, justo en aquel momento en que su aliento dio el último suspiro, una gota de sudor cayó desde su frente, era su esencia que caía directo a mis labios, tiñéndolos de un color rojo más intenso, de la misma forma en que nos habíamos teñido carmesí mutuamente nuestras pieles, nuestros nombres.
(...)
—Me encanta hacer el amor contigo—soltó, mientras una sonrisa cálida se dibujaba en su rostro.
Ahora estábamos ambos extendidos bajo las sábanas, mirándonos de frente el uno al otro, descansando nuestros cuerpos agotados. Timothée nos mantenía cerca abrazándome por la cintura con uno de sus brazos, así nos protegíamos del frío que había comenzado a existir para nosotros hace solo un rato atrás porque en efecto, antes de ello ni siquiera habíamos notado su existencia, la helada había desaparecido gracias a nuestras ardientes ansias, y eso...eso había estado más que bien.
—Eres un embustero—sonreí burlesca—, solo lo hemos hecho dos veces.
—Sí, pero me ha encantado ambas y me seguirá encantando, Agnes—aseguró para pasar a darme un beso corto en los labios.
—Sí...a mí también—suspiré.
Deslicé mis manos por su abdomen para luego acariciarlo hasta llegar a sus clavículas, pasando por sus pectorales y hombros; amaba la manera en que sus huesos sobresalían de su piel con cada movimiento que él hacía, era como si todo él fuese al ritmo de una misma melodía, en sintonía, sincronizado con todo lo que pasaba a su alrededor.
—Timothée—dije apenas, sintiendo como un nudo comenzaba a formarse en mi garganta.
— ¿Mmm?—expresó su atención.
Entonces le acaricié el rostro, deslizando mis dedos por todos sus lunares. Aquella era una buena manera de desviar en parte mi atención y no sentirme tan nerviosa por lo que estaría por confesarle. De todas maneras tampoco era la gran cosa... digo, si le confesaba que lo amaba nada cambiaría ¿O sí? Dios, qué ofuscamiento.
—Agnes, ¿Qué pasa?—frunció su ceño ahora preocupado.
—Te amo—terminé por decir, mirándole fijo a los ojos.
Vi el asombro en sus pupilas y en sus labios entreabiertos; entonces tuve que bajar mi vista porque el sonrojo en mis mejillas no tardó nada en hacerse sentir.
—Te amo, Agnes—le escuché decir con seguridad.
Tragué saliva.
— ¿De verdad no lo dices solo porque yo lo hice?—dudé mirándole sospechosa.
Timothée soltó una carcajada.
—No entiendo cómo puedes si quiera llegar a dudarlo. Para serte honesto no me sorprendió tu confesión, si me sorprendí fue porque no esperaba que lo dijeras, pero lo que sentimos el uno por el otro ya es muy evidente, Agnes—respondió agraciado.
—Tienes razón—solté el aire—. Es solo que...sentí que quizá era demasiado pronto para decirlo, no lo sé. No quería espantarte o algo—me mordí el labio inferior.
—Pero si la que vive espantada eres tú—reprochó sin dejar de reír.
— ¡Hey!—gruñí, dándole un golpecito en su hombro.
Extendí uno de mis brazos para apagar la única luz que nos iluminaba a un extremo, creí que con ello quedaríamos en completa oscuridad pero el farol con luz ocre que iluminaba los adoquines húmedos de la callejuela en la que se encontraba el hotel dejaba llegar a través de la ventana matices de su anaranjada iluminación. Sonreí para mí cuando lo noté, era gracioso como de alguna u otra manera siempre acabamos siendo eclipsados por el resplandor de un color como aquel, esa gradación tan representativa del otoño que ya casi parecía que llevábamos guardada en el interior y que se encargaba de salir de su escondite cada vez que estábamos juntos, como haciéndonos notar que teníamos una sensibilidad en común.
Me erguí de la cama para extender mi cuerpo sobre el de él. Abrí mis piernas y envolví su cuerpo desnudo con ellas; enredé mis manos en su cabello revuelto mientras dejaba caer mi cabeza en su pecho; al instante el sonido de tu temblada respiración resonó en mi oído pegado a su piel. En tanto, sus manos fueron a dar a mi espalda, deslizándose por toda ella, acariciándola en movimientos circulares, verticales, en todos.
—No puedo creer que estemos así, que seas tú...conmigo —susurré. Levanté mi vista y me encontré con unos ojos y una mandíbula sonrientes mirando desde arriba.
—Me has regalado una de las noches más lindas de mi vida, Agnes—murmuró melancólico, enredando una de sus manos en mi cabello.
(...)
La voz delicada de una mujer tras la puerta me despertó de golpe. Apenas alcancé a ver que era de mañana, que había dejado de llover pero que aun así un frío fulminante se desplegaba en todo el cuarto.
— ¿Agnes? El desayuno está listo—anunció la misma voz ahora tocando la puerta con sus nudillos, como esperando que verificara mi estancia en el lugar.
— ¡Ok, bajaré enseguida!—respondí con fuerza para hacerme escuchar. Timothée despertó.
— ¿Qué ocurre?—preguntó irguiéndose desorientado y somnoliento.
— ¿Sabes dónde está Timothée?—siguió la voz—, le hablé a su cuarto pero no responde—explicó. Era la chica de maquillaje del día anterior.
— ¡Emm no, de seguro duerme!—respondí insegura.
—Ok, gracias, Agnes—..."este chico...." Fue lo último que se le escuchó decir en susurros y luego sus pasos se oyeron desaparecer a lo lejos en el pasillo.
— ¿Por qué le mentiste?—preguntó confundido el chico.
—No lo sé. Si hablaba podrían expandirse rumores—confesé con desinterés, pero el nerviosismo era evidente en mi voz.
—Pero no somos un rumor, Agnes. Somos una realidad—me miró serio—. ¿O planeas que lo mantengamos en secreto?—frunció su ceño, como dando a entender que aquel plan no le apetecía para nada.
—No, no quise decir eso—resoplé—. Solo... quizá es muy pronto para hacerlo público—señalé con una mueca—. ¿Te molesta si dejamos a los medios fuera por un momento?—propuse insegura.
Timothée resopló frustrado.
—Está bien—se rindió—. Pero si estamos en la calle o en alguna gala y ansío besarte, no me culpes porque no me reprimiré. Ya tuve suficiente de ello por meses—advirtió divertido aunque serio. Sí, él lo decía enserio.
Sonreí ante su repuesta, escucharlo decir eso era suficiente para mí.
—Tengo una entrevista en un programa nocturno dentro de tres días en Nueva York ¿Me acompañarías? Solo quiero que estés allí para cuando salga—persuadió con ternura.
—Claro, lo haré con gusto—sonreí orgullosa—, pero ya movámonos que nos espera el desayuno—anuncié, quitándome las sábanas de encima.
— ¿Qué? ¿Bromeas?, no dejaré que te vayas, quedémonos un rato más—hizo pucheros mientras me tomaba de la cintura para acercarme a él.
Dios, todo olía a él, las sábanas, la cama, mi pelo, mi cuerpo, yo entera... era en demasía exquisita aquella sensación de sentirme en él, en su fragancia, porque lo inundaba todo y me encantaba.
—Pero...—intenté protestar.
—Shhh—me cayó—. Estamos en París, nos amamos, es invierno y hace frío. ¿Te das cuenta del pecado que cometeríamos si nos levantamos ahora?
Aquello fue lo último que dijo antes de posicionarse sobre mí. Extendió las sábanas hacia atrás para, en un movimiento cuidadoso, abrir mis piernas y acercar su miembro a mi cavidad. Me miró travieso en tanto pasaba a sumergir sus dedos en mi pelo y a besarme con ganas los labios. Nuestros cuerpos volvían a enredarse una vez más, dios, su piel era un terciopelo: algo delicioso.
—Quiero hacértelo, Agnes—dijo entre besos, besos húmedos, mojados, ansiosos—. ¿Me lo permites?—jadeó, comenzando a estimularme los pechos.
Me mordí el labio y solté un gemido instintivo, volvía a sentir su miembro erecto cerca de mi centro ahora nuevamente húmedo. Bajó su mano izquierda hasta allí y me acarició con uno de sus dedos en movimientos circulares para después de unos segundos pasar a introducirlo con lentitud intensificando el deseo expresado en mis sigilosos gemidos, porque sí, ahora no llovía y cualquiera podría escucharnos. Comencé a mover mis caderas instantáneamente.
—Estás tan húmeda...—suspiró—...Dios, me encanta cómo te mojas—gimió ronco, mordiéndome el labio, lamiéndome toda la boca.
Separé más mis piernas con soltura, tomé la mano que había bajado para llevarla a su boca, quería que me saboreara. Mientras lo besaba, bajé mi mano hacia su miembro, lo acaricié de forma delicada para luego tomarlo y así, lo ayudé a introducirse de nuevo en mí. A los pocos segundos volvíamos a movernos de manera frenética, como absortos; gemíamos nuestros nombres como intentando captarnos hasta con el pensamiento y claro, con indiferencia de si éramos o no escuchados, porque para ese momento eso no importaba, no importaba cuán fuerte estaban siendo nuestros quejidos ni tampoco el constante sonido de la cabecera de madera del lecho chocando estrepitosamente contra la pared, y es que no, en ese instante los únicos que estaban pensando y hablando eran nuestros vehementes cuerpos, eran nuestras pieles fusionándose entre sí, y no había nada ni nadie, ningún tipo de objeción, que fuese capaz de pararlos.
Me enamoré escribiendo este cap. De verdad espero que lo disfruten tanto como yo 💕💕voten y/o comenten si les gustó y cuéntenme qué les pareció 😊😊 muchísimas gracias por todo su apoyo hasta ahora 🍁🍂 besos y abrazos de corazón <3
PD: perdonen quizá lo denso de la canción, es que el trip hop me parece demasiado sensual jaja
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