Cap 10: lágrimas sobre ti
Abrí la puerta de casa con sumo cuidado, no quería despertarlos. Encendí la luz que da a la escalera, pero el susto me pegó de frente cuando vi a mi padre parado justo delante de mí. Su cara demostraba decepción y enojo, haciéndome prever que lo único que se vendría ahora no serían más que gritos y reproches. Y yo ahí, simplemente tendría que asentir.
—¿!Qué te hemos dicho hoy!?
Me gritó lo suficientemente fuerte como para que optara por retroceder. Eso sí que no me lo esperaba. De alguna manera, mi cuerpo comenzó a temblar de miedo, como un vaticinio de esa eventual desventura que no tardaría en llegar. Lo cierto es que no recordaba a mi papá tan furioso, al menos no tanto como para que llegase a temerle. Tuve que girar mi rostro para no verme en la obligación de mirarlo y así poder responder.
—Lo siento, no me di cuenta de la hora— susurré.
—¿Quién era ese chico, Agnes? ¡contéstame!—Sentí cómo se acercaba para tomarme del brazo. Estaba apretando con fuerza.
Mis piernas comenzaron a flaquear imprevistamente, sentía que me desvanecería en cualquier momento. En algún punto, mis ojos eran un cúmulo de lágrima que se mantenían estáticas allí, como si el miedo las hubiese petrificado, imposibilitando que cayesen. El sudor de mi piel a causa de los temblores no se hizo esperar, lo violento de la escena estaba siendo demasiado para mi sentir susceptible.
A los pocos segundos, mi alma agradeció escuchar el sonido de la puerta abriéndose para darle paso a la silueta de mi madre. Su cara de terror cuando vio la escena de la que eramos parte hizo que mi padre retrocediera, ahora conteniéndose.
—Henry, ¿¡Qué diablos te sucede que tratas así a la niña!?— le reprendió, posicionándose delante de mí a fin de evitar cualquier desastre.
—Pues que la niña —enfatizó bufón— ha llegado hace unos pocos minutos y con otro muchacho qué quizás quién sea y quizás qué es lo que busca con nuestra hija.
—¿Disculpa? —respondí—soy lo suficientemente mayor como para saber con quién estoy, y lo suficientemente independiente como para no dejarme engañar por ningún hombre ni por nadie. No tienes que preocuparte— señalé fugaz, ahogada por tal nivel de desesperación que mi madre tuvo que sostenerme de los hombros para tranquilizarme.
—Está bien, hija, tranquilízate por favor.
—¿Cómo que se tranquilice, Antonia? ¡Ha sido una completa irresponsable! ¡Como siempre! ¡No nos escucha ni nos hace ningún caso, ha hecho lo que quiere desde siempre y ni siquiera piensa en nosotros!
Estaba impactada, no era capaz de entender cómo podía ser tan malagradecido, con lo mucho que los había apoyado, ¡con todo el tiempo que había estado ahí para ellos! Era yo la que siempre había dejado de lado muchos de mis sueños para darles en el gusto, para consentirlos. Y no, ya no iba a permitir que me faltase el respeto de esa manera, no más.
—No puedo creerlo—lo miré, con dolor, con ira, sintiéndome incapacitada para responder a tamaño nivel de inconsciencia. Así que me dispuse a irme a mi habitación, pero su brazo me arrastró atrás.
—¡Note irás hasta que nos digas dónde estuviste. Estoy harto de tus secretos!
—¿MIS SECRETOS? ¡TÚ ERES EL QUE NUNCA ME ESCUCHA, NUNCA PREGUNTAS LO QUE QUIERO, LO ÚNICO QUE HACES ES DARME ÓRDENES. NO ME CONOCES PORQUE NO TE HAS DADO EL JODIDO TIEMPO DE HACERLO! Y ESTOY HARTA. ¿Y QUIERES SABER ALGO MÁS? TENGO UN TRABAJO, SÍ, LO ACEPTÉ ¡Y NO LO VOY A RECHAZAR!
—¿¡QUÉ DICES!? —abrió sus ojos como nunca antes— ¿¡CÓMO TE ATREVES!? ¡TE IRÁS DE ESTA CASA, ÁGNES, NO VIVIRÁS ACÁ. ERES UNA EGOÍSTA, IGUAL QUE TU HERMANA, NO MERECES NADA DE LO QUE TE DAMOS, NADA!
Sus ojos demostraban ira, y los míos también. No podía creer que hayamos llegado a esto, no podía creer que mi propio padre me estuviese tratando así, que él fuese incapaz de ver el tamaño de mi amor y todo lo que había hecho por ellos desde que mi hermana decidió no aparecer. Pero mi consciencia se había agotado, y mi cuerpo, a matices apresado, también. Fue allí, en ese momento, en que me di cuenta que tendría que decidir por mí, que debía dejarlos. Me iría, no podía pensar dónde, pero en ese mismo momento me iría, no podía más.
—Por dios, ya cálmense por favor—mi madre comenzó a angustiarse, veía el temblor en su cuerpo, estaba asustada de lo que pudiese pasar—. Ágnes no le hagas caso, vete a tu cuarto—señaló las escaleras.
Mi cuerpo temblaba y no me movía, no podía, me había quedado paralizada.
—Me iré— me miraron, creo que pese a todo no me creían capaz de hacerlo.
—Por favor no digas estupideces, vete a tu cuarto— respondió ella, dura.
—No, me iré— mi rostro estaba duro, sin expresión, hinchado por las lágrimas que hace unos momentos había derramado, en mis ojos sólo había decepción y dolor.
No les di tiempo para nada, hice que mi cuerpo reaccionara y me apresuré a mi cuarto. Saqué del armario un bolso amplio donde llevaría lo necesario, comencé a guardar ropa, abrigo, mis utilices de aseo personal. Agregué mis cuadernos, libros, el portátil, y todo lo que requería para seguir trabajando en el proyecto. Tomé mis audífonos y por último guardé mi teclado en su estuche, me llevaría lo más importante. Pero sí, esa era mi habitación, la misma que había contemplado esa misma mañana, aquella mañana en que me había dejado invadir por el contento y la nostalgia de un tiempo pasado, por todos los recuerdos en ella. Dolía, dolía dejarlos: las fotografías, los diarios, aquellas paredes que parecían guardan en ellas el murmullo de sonrisas remotas y el susurro tímido de lágrimas pérdidas, olvidadas. Aquel había sido el único lugar de mi casa que realmente se había sentido como hogar.
Simplemente intenté no pensarlo mucho y bajé rápido. Mientras lo hacía, podía escuchar cómo mi madre le gritaba desesperada a mi padre, mandándole que hiciera algo, que me iban a perder. Se me partió el corazón, el alma y todo lo que sentía que aún quedaba intacto en mi interior.
—Agnes, por favor— corrió mi madre hacía mí. Me abrazó y lloró. Le correspondí el abrazo. Miré a mi padre mientras la abrazaba aún con mi expresión de dureza en la cara, él estaba con la mirada baja, sentado, pero lo conocía y era lo suficientemente orgulloso como para retractarse y pedirme perdón. No, no lo haría.
Me separé de mamá—.Hey— hice que me mirara—, volveré, te lo prometo, pero... ahora, así, no puedo— solté cerrando mis ojos, esperando que las lágrimas no salieran de nuevo.
—Agnes.... no lo hagas...
—Los amo—le sonreí—. Estaré bien ahora, llámame cuando quieras y vendré. Te lo prometo mamá— me di la vuelta para abrir la puerta, y entonces salí.
Escuché el llamado exasperado de mamá y la forma en que luego de un rato de insistir, daba los pasos que la acercaban hacia papá, ya no para reprocharle nada, ya no para gritarle que hiciese algo, ya no para decirle que estaba mal, sino para abrazarlo, y para llorar juntos. Ahora estaban solos, y lo odiaba, juro que odiaba que se quedasen solos, ya habían perdido a una hija y ahora otra, me sentía culpable, una egoísta, pero en el fondo sabía que para que se percatasen de que estaba mal su obsesión con mantenerme en casa, era necesario que me fuera, de verdad era necesario. Era necesario que saliese de ahí también para poder hacer lo que amaba sin barreras, crear mi propio camino, mi destino, tal y como siempre quise. Ya no podía estar en la jaula imaginaria en la que me hacían sentir que estaba.
Caminar por aquel lugar no era lo más seguro y mucho menos para mí, era una mujer que cargaba con el peso físico de sus pertenencias y encima uno emocional, mi vulnerabilidad en ese momento no pasaba desapercibida. A pesar de eso, quizá en el fondo, lo que más me inquietaba era mi teclado, hubiese odiado que alguien se atreviese a llevárselo. Así que caminé lo más rápido que pude. El lugar era oscuro y solitario a esas horas de la noche, estaba consciente, no obstante, de que si llegaba al parque central del lugar podría tomar un taxi. Si se preguntan a dónde iría, no lo sabía, pero de mis ahorros podría alquilar una habitación por una noche y ya mañana arreglaría ese problema.
No pensé que a medida que más lejos me sentía de casa un nudo en mi garganta se hacía más grande, el que con cada paso que daba amenazaba con explotar. Podía escuchar el sonido de mis pasos resonar por todo el lugar, los únicos pasos nocturnos que osaban irrumpir el calmo estar de los adoquines de la callejuela. Luego de unos minutos mi rostro estaba bañado en lágrimas y aunque me esmeré en evitarlo, lo cierto es que no pude aguantar los quejidos lastimeros que comenzaron a salir. Mierda.
Estaba a punto de llegar al parque cuando a la distancia entreví la silueta de un hombre que dejaba descansar su cuerpo con aparente templado ánimo en uno de los árboles de la alameda, mi corazón comenzó a latir con fuerza. Tenía miedo. Pero no podía retroceder. No podía. Así que aferré mis manos a mis pertenencias con fuerza al tiempo que sacaba de mis bolsillos el gas pimienta que siempre llevaba conmigo, por cualquier cosa.
Sin embargo, el temor que sentía comenzó a disminuir, y es que mientras más me acercaba a la silueta más familiar se me hacía, y conforme más familiar la sentía con más seguridad daba mis pasos. Me percaté de que la figura volteó para ver de dónde provenían los pasos, quedé en shock.
—¿Agnes?— preguntó.
No respondí, me quedé paralizada. Me sentía la persona más desafortunada. Cómo era posible que de las mil cosas que él pudo haber estado haciendo en aquel instante justo estuviese allí, por donde yo había tenido que pasar con mi cara y mis ojos hinchados, con mis pies apenas pudiéndome sostener y con un nudo en la garganta que apenas me permitía hablar. Cómo era posible que él, viviendo a kilómetros, estuviese justo en el mismo lugar que yo.
—¿Agnes?—repitió acercándose, ahora preocupado. Me tomó del rostro para verificar lo que de seguro ya había intuido, que estaba llorando.
Su rostro, al igual que mío, estaba ligeramente enrojecido. Debido a la eventual llegada del otoño la brisa nocturna a la hora de la madrugada se hacía cada día más fría, lo que ocasionaba que pasar solo unos minutos en las calles diera paso al enrojecimiento de la nariz y los labios.
—Agnes, respóndeme por favor. ¿Te han hecho daño?— su mirada reflejaba temor y preocupación, incluso dolor. Me debía ver terrible.
—Timothée— dije al fin en un susurro apenas perceptible—. Estoy bien. Solo...—y no pude más.
Exploté, lloré a mares en su pecho. No supe por qué, pero verlo allí, frente a mí, justo en ese momento, me hizo desvanecer el hielo frígido que mantenía mi cuerpo tenso, estatuario, sumido en dolor, su mirada me quebró, su tacto me había desarmado.Percibí sus brazos rodearme con fuerza, era un abrazo cálido, reconfortante y hasta protector. Luego de unos segundos sus manos rozaron las mías, dándome la confianza para que soltase mis pertenencias y pudiese estar completamente pegada a él. Así pasaron un par de minutos y mientras lo soltaba todo podía notar cómo su camisa se iba empapando, y cómo eso hacía que el aroma de su perfume fusionado con el almizcle natural de su cuerpo emergiesen de su piel con más facilidad.
Me hundí en él, y me sentí tranquila. Una tranquilidad absurda que alivió mi pecho y mi mente haciéndome separar unos centímetros de él para poder mirarlo. Quería saber lo que pensaba. Sus manos dejaron mi espalda y se posicionaron en mi rostro por segunda vez. Ahora mi corazón latía con más fuerza, ya no sólo por todo lo que estaba pasando, sino también porque en el instante sólo eran unos pocos centímetros los que separaban nuestros rostros, nuestras narices, nuestros labios.
Me miró a los ojos, aún veía en ellos preocupación, pero lo sentí más tranquilo, como si la tranquilidad que sentí yo también la hubiese podido sentir él, de alguna forma. De pronto sus manos dejaron de sostener mi rostro con la fuerza de hace unos segundos, ahora las sentía ligeras, casi como si estuviese acariciándome. Podía sentir su aliento golpearme la cara y tuve la sensación de querer empaparme de él, quería sentirlo en todas partes, anhelé conocerlo por completo.
Pero de seguro mi extrema sensibilidad después de todo lo que había pasado en casa me hacía sentirme tan vulnerable frente a él y frente a cualquier cercanía que mostrase. Así que me alejé aún con mis ojos fijos en los de él. No pensé que me dolería tanto tomar esa pequeña distancia.
—Disculpa Timothée, te estropeé la camisa y... lamento que hayas tenido que verme así—me tuve que voltear.
—Oye, no te disculpes por nada —su voz sonó cálida y silenciosa—, para serte honesto me alegra haber sido yo quien se topase contigo ahora. Me preocupa pensar que te pudo haber pasado algo grave a estas horas en estas calles, Agnes— su mano fue a dar a mi rostro pero esta vez para quitar un mechón de pelo de mi boca y llevarlo tras mi oreja.
—No sé qué decirte, Timothée— suspiré.
—¿Quieres contarme lo que...?
—No, no ahora al menos—lo miré—, no me siento bien para hablar de eso ahora.
—Sí, entiendo. ¿Quieres ir a algún lado? O quizá por la hora ¿quieres que te acompañe a tu casa?
—No puedo ir a casa— aseguré, volviendo a tomar mis cosas. Timothée me miró curioso y con la frente ligeramente arrugada, él esperaba una respuesta. Así que solté el aire.
—Me fui de casa. Más bien...—tardé unos segundos— me botaron de casa—terminé por decir.
Su rostro reflejó sorpresa y más preocupación, de nuevo.
—¿Entonces ahora...?
—Entonces ahora tengo que ir en busca de un hotel donde pasar la noche— forcé una sonrisa.
Comencé poniendo mi bolso en mi espalda, se hacía tarde y tenía que partir. Agradecí el solo hecho de haberme topado con el chico. Estar tan cerca de él y recibir su abrazo me hizo sentir que tenía las fuerzas para continuar mi camino. Iba a tomar el estuche de mi teclado, pero su voz hizo que casi perdiera el equilibrio.
—Quédate conmigo, por favor.
No sé por qué pero mi ansiedad me impide dejar de subir capítulos cuando los tengo listos! x.x
Abrazos <3
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