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Cap 1: reencuentro

El frío alcanzaba a colarse por entre los recovecos de la ventana, cubriendo a mi cuerpo quieto de su manto helado, mientras mis ojos contemplaban el paisaje exterior que despidiéndose ya por completo del otoño le daba paso al desfile invernal, aquel que traía consigo esa brisa gélida concedida por la nieve evanescente.

En mis pupilas dubitativas y ausentes, se dibujaba a pinceladas un único pensamiento: un artículo para la universidad, solo eso había bastado para que después de unos meses todo mi cuerpo y mi mente estuviesen a punto de colapsar por unas emociones que ni siquiera sabía cómo llamar. Y aunque mi cuerpo permanecía quieto, era mi mente, en demasía aturdida y sumergida en una abrumadora inquietud, la que se removía alarmada, haciéndome maldecir por no dejar de morder mis inocentes uñas, que habiendo conseguido hace poco mantenerlas algo decentes, ahora se encontraban pagando las consecuencias de mi ánimo aletargado.

🍂🍂🍂

Meses antes...

—¡Agnes!

—Sí, que ya voy.... ya voy —protesté algo hastiada, preparando mis pertenencias.

—Ya vámonos, se nos hace tarde.

He ahí la voz de mi mejor amiga, Victoria. Prácticamente nos conocíamos desde infantes, habíamos estudiado en la misma institución educativa; y sí, ya llevábamos años soportándonos mutuamente. Muchas cosas en común constituían nuestro fuerte lazo de amistad, pero pese a eso, jamás, ni a ella ni a mí, se nos habría pasado por la cabeza que terminaríamos estudiando lo mismo y en la misma universidad: Artes teatrales.

La familia de Victoria gozaba de una posición social bastante acomodada a decir verdad, un listado innumerable de personas dedicadas al arte se desplegaba entre sus miembros. Su madre era una poeta muy influyente mientras que sus tíos se dedicaban a la dirección cinematográfica y a la actuación. Todo ello, junto además con el innegable talento que poseía Victoria, me llevaba a pensar que la chica estaba más que predestinada a triunfar en el arduo camino de la actuación.

Su familia era un encanto, y en cuanto a mí en su círculo, se podría decir que me sentía afortunada de atisbar el cariño que el tiempo les había hecho engendrar por mí, habría sido imposible de otra forma con tantos años dulces encima. Por lo demás, el aire tranquilo que me transmitía el estar entre ellos era algo de lo que carecía en la un tanto brumosa atmósfera de mi hogar.

Éramos una familia pequeña, constituida por mi madre, mi padre, mi hermana y yo. La típica familia de clase media -que es más bien baja-, cuyas ocupadas mentes no alcanzaban más que a consumarse en las problemáticas de su propio mundo. Así que no es una herejía ni mucho menos señalar que pese a que llevábamos una vida entera juntos, no nos conocíamos en demasía. El trabajo de mi padre le consumía casi todo el día, recibiendo un sueldo que no se condecía con sus agotadoras horas de labor; mi madre por su parte, se encargaba del cuidado de mi despótica abuela, cuya residencia se encontraba a horas de nuestra casa avecindada en la ajetreada ciudad de Nueva York. Y bueno, mi hermana Lauren... ella solía pasarse las estériles horas de su vida evadiendo la realidad yéndose de viaje con sus amigos bajo pretexto de que intentaba salvar a la humanidad. Sí, ni yo ni mis padres sabíamos dónde estaba la mayoría del tiempo.

—Andas bien pensativa eh, ¿qué pasa?, ¿estás nerviosa?—inquiere mi amiga.

—No. sólo estoy cansada. —Sonreí afable—. No dormí nada ayer terminando las preguntas que le haremos a tu primo.

—Na, no tienes de qué preocuparte, valdrá la pena, Timothée es muy talentoso y no hará que nuestro proyecto se vaya a la borda. Imagínate, vino hasta acá solo para poder ayudarnos —me animó.

Timothée, sí. Timothée Chalamet era el primo de Victoria. Había tratado con él unas escasas y fugaces veces porque bueno, su día a día consistía en viajar a fin de rodar películas, dar entrevistas, etc,. Tenerlo allí era todo un privilegio si considerábamos lo ajetreado de su excepcional situación. Y a decir verdad, no podía negar que aquello me condecía un dejo un tanto incómodo de nervios, mi yo más pesimista se empecinaba en creer que él había venido con el único objeto de ayudarnos, y que al final, si el resultado no era fructífero, entonces no hubiese valido la pena ni su viaje ni mi falta de sueño.

Por lo demás, la presencia del rizoso no pasaba desapercibida en mi pecho, dejándome su fugaz estancia una entrañable sensación de anhelo e inquietud cada vez un milagro atemporal posaba su silueta allí frente a la mía. Era un chico agradable, pero mis manos debían cargar con el peso de su presencia, esa que las volvía trémulas, y mi habla con la incapacidad de acertar en la articulación de hasta las más sencillas palabras.

Enternamente, me había empeñado en creer que esas sensaciones no eran más que resultado de mi yo siendo consciente del talento del que gozaba su nombre, del prestigio de su fama y de la calidad de su trabajo en el cine. Siempre creí que era normal dejarse desbordar un tanto ante la presencia de alguien así, guardé la esperanza infinita de que la causa de mis vellos erizándose ante sus ojos no era más que aquella.

Era cierto, Victoria compartía un vínculo mucho más cercano con él, era su familia. Y aunque en más de una ocasión por mi mente había pasado el deseo fugaz de incentivar con ella una conversación sobre su primo, lo cierto es que el temor de que me malentendiese siempre superó con creces mi ansias de ser escuchada: nunca quise que interpretara que sentía algún tipo de íntima atracción por él. La conocía, a ella y a ese intrínseco atrevimiento que envolvía a su personalidad de un aire naturalmente travieso, sabía que en el caso de enterarse, ella no se habría resistido a perpetuar algún incómodo encuentro entre él y yo. Sí, ridículo.

Nuestros pies nos acercaban con rapidez hacia la casona de los tíos de Victoria, era una construcción prominente, amplia, dotada de una belleza arcaica y cubierta de un aire al estilo griego antiguo tan propio de aquellos que tienen la suerte y posibilidad del buen gusto. Desde afuera, el color blancuzco de las paredes sobre las que se desparramaban diversos tipos de enredaderas a tonalidades verdemar y flores irisadas, me traía a la memoria la imagen de palacios imponentes y remotos, mientras que el aire apacible y sigiloso permitía el escuche de las hojas que tímidas chocaban entre sí, transmitiendo una paz abismal, etérea.

—¡Victoria! ¡Agnes! Qué alegría tenerlas por acá. —Nos recibió cortés Marc—. Pasen por favor. Timothée nos contó sobre el proyecto en el que están trabajando, es un honor que hayan pensado en él para hacerlo.

¿Un honor? ¡el honor era nuestro!

—Oh, tío, no es nada, somos nosotras las agradecidas de que Timothée haya venido para ayudarnos—habló Vico mientras se sentaba en uno de esos cómodos sillones aterciopelados. Yo la imité.

Se sentía propagar por los aires del salón un aroma suave a galletas horneándose, haciéndome atisbar que con toda probabilidad nos invitarían a compartir la merienda más tarde. El pensamiento efímero de esa posibilidad me removió a matices mi estómago inquieto, debatiéndose éste entre el placer incipiente y adrenalínico de ver al castaño, y los nervios furiosos que se me condensaban allí a causa del mismo.

No sé cuál habrá sido la expresión de mi semblante en ese momento, pero según noté a los segundos, Marc sospechó una súbita inquietud en mí.

—¿Estás bien Agnes? Pareces un poco callada y pálida—frunció su ceño.

Mierda

—No te preocupes, me ha comido el insomnio durante la noche anterior y hoy estoy un poco fatigada. —Sonreí a fin de tranquilizarle.

 —¿Quieres que te traiga agua o algo de comer?

—No, tranquilo. Iré yo misma a por agua.

—Bien, ya sabes dónde queda la cocina —comentó satisfecho.

Me levanté con la delicadeza de devolverle la sonrisa, pensar en la posibilidad de que sospechara una incomodidad en mí en su hogar no me dejaba tranquila en lo más mínimo. Durante el trayecto a la cocina, internalicé mis ganas de hacer caso omiso a la noción de nervios, ciertamente no había ocurrido nada y me parecía de lo más extraño dejarme sumergir en la inquietud de mis suposiciones. Así que con una postura un tanto más optimista llegué al lavaplatos, tomé un vaso, cerré los ojos, di un profundo respiro y ¡Mierda! el estruendo de un golpe en la puerta me hizo dejar desplomar el vaso, desparramándose el sonido del vidrio chocando contra el aluminio del lavavajillas por toda la atmósfera de la cocina, no se rompió, pensé a duras penas, desconcertada mientras dirigía mi mirada hacia la puerta, como si mi cuerpo hubiese advertido antes que yo a quien pertenecía esa fragancia cálida que de un segundo a otro se impregnó por los aires hasta colarse por mis narices. Mis mejillas ardieron y mi corazón se aceleró

—¡Hey!, lamento mucho el susto que te di, creí que estabas en la sala. ¿Eres Agnes, no es así? Lo lamento sé que nos hemos visto, pero hace tiempo que...—se excusó Timothée.

—Está bien, no te preocupes por nada. Y sí, soy Agnes. —Le saludé con un estrechón de manos fugaz, para luego voltearme y proseguir con mi tarea de tomar al fin mi vaso de agua. Lo necesitaba.

Intenté esquivar su mirada con discreción, claro que eso no impidió que de soslayo pudiese contemplar la manera en que iba vestido: llevaba una camisa blanca holgada, que dejaba ver su esbelta figura, unos pantalones hasta la rodilla y unas convers. Su pelo estaba más largo y ondulado de lo que se ve en las películas y entrevistas, de seguro en casa no tenía la necesidad de ponerse alguna loción que controlara la caída de sus rizos, y bueno, sus ojos tenían el mismo matiz profundo, nostálgico pero acogedor que habían tenido desde la primera vez que los vi en persona y no a través de la sombra de una pantalla.

Secretamente me sentí de lo más ridícula al darme cuenta de esos pensamientos, algo en mí me había hecho recordarle con detalle, y él... bueno, él apenas recordaba mi rostro.

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