➖Cap.10➖
Congelado me quedo mirando. Observando si algún movimiento de aquella bestia que acecha a lo lejos impresiona de ser a mí, a quién está buscando, o más bien, persiguiendo. Haciéndome sentir acorralado aún estando lejos.
Maldigo ante mis pensamientos. Debo ser fuerte, ¡es que siempre fui fuerte! Entonces, ¿por qué se acelera mi frecuencia cardíaca en cuanto lo veo? Acaso, ¿tengo miedo de esa bestia?
No puedo pensar en algo más que no sea venganza. Vendetta por aquellos que han caído bajo sus malditas garras dejando niños sin padres, familiares heridos de muerte y demasiadas experiencias traumáticas.
Nuevamente lo observo. Lo miro acercarse acompañado de un sonoro aturdimiento de desgarro y de lamento.
Y me quedo quieto. Inerte a la espera de algún movimiento que implique algo más que sentir su pútrido aliento de cerca o sobre mi cuello.
¿Tal vez? La escasa cordura que creía tener resguardada en los confines de mi mente me está jugando una mala pasada. Haciéndome ver que de sensatez, ya no me queda casi nada.
Por arte de magia (o claro instinto de supervivencia) agarro la cuchilla que llevo ceñida a mi tobillo al sentir un leve escalofrío, que de frío no tiene absolutamente nada, en cuanto asoma en mi visión periférica; una mutación con ganas de que le parta la maldita cabeza.
Dos o tres movimientos bastaron para sacarme de encima a la sedienta alimaña que rechina sus dientes en pos de morder la nada cuando lo aprieto contra el suelo y termino por enterrar el filo sobre su podrida cabeza.
Y cuando quiero reaccionar observo a Nam batallar contra otra bestia igual de sedienta más un par más que se asoman ante el grito que sale desde el fondo de sus malditas entrañas. Así que olvidando el por qué no fui capaz de reaccionar con anterioridad, me activo para la siguiente batalla.
No sé si será mi creciente mal humor o las malditas ganas de matar a cada uno de estos monstruos que saco fuerzas desde donde creía no tener nada.
Forcejeos a no dar más y unos cuantos esquives de podridos dientes amarillos con ganas de desgarrar, se suceden en un pequeño lapsus de tiempo en el cual solo tengo tiempo para batallar.
Pero cuando -nuevamente- voy a la carga me jalan con extremada fuerza hacia atrás. Dejándome a la espalda de aquel que se mete en los confines de mi mente a medida que un elevado y raro dialecto sale desde su nauseabunda y putrefacta garganta. Extraña comunicación que hace que las bestias de talla menor bajen su cabeza ante el acate de su mandato.
Y sin poder controlarme, reacciono sobre aquel que me reclama sin explicación racional alguna. Pero sobre que lo intento, un hábil movimiento suyo aturde mis sentidos dejándome completamente expuesto. Y lo siguiente que sucede es que soy elevado con extremada fuerza a medida que -fijamente- me observa.
—¡S-suéltame! —anuncio con el poco oxígeno que me resta y perdiendo, poco a poco, mi debilitada fuerza.
A medida que afloja su agarre me observa con tal intensidad, que me da el presentimiento de haber visto sus ojos en algún otro sitio. Pero luego me saca del trance inundando mi cuerpo con un extraño cosquilleo, cuando su renegrida mirada -impúdica- se posa sobre cada fragmento de mi cuerpo.
—¿Qué mierda observas? —suelto dispuesto a dar la contienda justa aunque no pueda mover ni una puta pierna.
¿Será que este bicho raro larga alguna especie de somnífero? Porque la calma que indica mi cuerpo ante su marcada presencia data mucho de lo que en realidad, mi cabeza piensa.
De repente, mi cuerpo es arrastrado sin ningún ápice de cuidado hasta apoyarlo en un árbol reseco, sin aflojar su intensa mirada y con la jodida respiración desaforada.
Momento en donde me percato de su cuerpo...
Torso envuelto en delicadas telas que dictan ser las de un noble guerrero o comandante de algún ejército. Pero a juzgar por cómo actúan los de menor rango cerebral, podría apostar a que éste, es el líder de los nuevos y aquellos que vengan por debajo de ellos.
Entonces, peligrosamente se acerca. Y mientras le ordeno a mi cerebro que ataque sin piedad alguna, alguna otra parte disfuncional de mi materia gris, espera a no sé qué mierda. Y aunque claramente es superior a mí, en fuerza, no puedo moverme aunque quisiera.
Y se ríe...
Su retorcida sonrisa me quema. Me enerva mirarlo cómo disfruta jugar con mi dañada cabeza.
Y algo me dice que puede leer, claramente, lo que oculto hasta de mis propias tinieblas.
—¿Piensas que no me doy cuenta, general de los próximos muertos? —susurra asqueroso y apegado a mi oreja —. Deseas lo mismo que yo deseo.
—¿Verte muerto? —valiente cuestiono aún sintiendo el temblor en lo profundo de mi cuerpo.
Nuevamente, esa risa. Esa maldita risa nasal enmarcada en su cara apenas dañada, me trastoca. Y con reiterativos movimientos de cabeza, contesta: —me refiero al deseo sexual que te nace en cuanto me observas.
Pasmado lo observo, tratando de resguardar en lo profundo de mi ser, mis desafortunados pensamientos. Como si el muerto en vida pudiera, de algún modo, leerme entero por dentro.
—Se te pudrió, aún más, el cerebro si crees que te miro de esa manera, maldito engendro —suelto confiado hasta el punto de creerme cada una de mis desafortunados vocablos.
—Esto, demuestra todo lo contrario.
Me toma. Me agarra desde mi abultado miembro que ni yo era consciente de tenerlo de esa manera... ¿Cómo puede ser que mi cuerpo reaccione ante ello? ¡Si nunca en mi vida me atrajeron los hombres! Y mucho menos ahora ¿me va a provocar uno que está, completamente, lejos de serlo?
Entonces, intento aguantar como un maldito desgraciado las ganas de jadear bajo su sugestivo y agresivo tacto, mientras mis escasas neuronas funcionales hacen una sobrecarga sensorial sobre mis terminaciones nerviosas, tratando de pensar en Nam y en las demás personas que están bajo mi mando.
—A-aléjate —sale más como un ruego porque me siga tocando, que cómo realmente creo que sale desde mis labios.
Y cuando estoy a punto de forzarme a no descargar sobre el roce intenso de su mano, me suelta y anuncia completamente serio: —Otro día sigo jugando contigo, humano. Ahora vine por lo que es mío y tú, te adueñaste al encontrarlo.
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