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Parte I

Observó la mesa ante ella, aquellas miradas con el signo de pesos en la frente eran demasiado aburrido de ver. Suspiró resignada juntando sus manos sobre la falda de su vestido. Todavía le quedaban varios asuntos que ocuparse en su empresa, pero no, estaba allí, metida en un mundo del que no tenía idea de qué envolvía, pero que no le quedaba otra alternativa más que acompañar a su pareja.

Repiqueteó su tacón sobre el elegante suelo.

Todo en ese enorme salón relucía fajos y fajos de dólares. ¿Para qué tanto? No entendía ese afán de reunirse para hacer negocios y adornar todo como si fuese una especie de cumpleaños o casamiento. Si tan solo serían una cantidad de hombres aburridos y sus esposas, al igual que ella, con las ganas de irse de allí y no tener que soportar como los caballeros beben y fuman cual principios del siglo veinte.

A lo lejos, Antonio hacía sus típicas bromas para que las personas entraran en confianza. Se las conocía de memoria, bastaba ver el juego de sus manos para detectar qué palabra decía por segundo. Negó sacudiendo sus rizos.

Hasta la música le resultaba aburrida, por demás inquietante el ruido de una trompeta que no tenía vida, más que sonar y sonar si un ritmo al que seguir. Un piano hubiese estado mejor. Trató de hacerse un listado de cosas que odiaba en ese evento, y ya la cabeza comenzó a dolerle de solo pensarlo.

—Eleanor, que bella estás.

—Gracias Lea, tú también —respondió con amabilidad.

—¿Qué tal va tu empresa? Antonio no ha parado de elogiarte en cada reunión.

Enseguida las mejillas de aquella mujer se tiñeron de un ligero tono rojizo. Ambas se sumergieron en una conversación de negocios que era menos aburrida que la de todas esas personas.

El enorme salón del casino de la ciudad de Houston, estaba repleto de mesas y bebidas costosas. Todos tenían un solo propósito; invertir en la ciudad de Irving, Texas. Una vez que se supo que la mayor petrolera del país estaba en quiebra, todas las minorías se reunieron dispuestas a forjar un contrato para invertir y comprar las acciones de esa decadencia para ponerla en marcha. La frutilla de la torta era la cartera de clientes internacionales que traería consigo.

Era un buen negocio, no iba a negarlo, y para Antonio aquello era más que necesario si deseaba salvarse el pellejo de haber hecho una mala inversión en los últimos meses que lo hizo perder varios millones.

Luego de intercambiar números con aquella simpática mujer, Eleanor decidió ponerse de pie y estirar un poco sus piernas si no deseaba convertirse en una estatua más de ese salón. Su vestido dorado llegaba hasta antes de sus rodillas con el escote pronunciado, pero a su vez delicado. Ahora se lamentaba de no hacer algo más detallista con su cabello, solo unos arreglos con unos broches se sentían una mala idea si iba a estar toda la noche tirando de sus mechones hacia atrás.

—Gracias —agradeció al joven que le sirvió un poco de Gin. Jugueteó con la aceituna en el fondo y se bebió un trago que pareció alivianar su aburrimiento.

Frunció sus gruesos labios al cabo de unos minutos. Vaya noche agria que esperaba por delante. Y si a eso le sumaba que Antonio parecía hacer que ella no existiera, le ponía los pelos de punta. ¿Para qué demonios la quería ahí? Seguramente para aparentar. Aquel rubio adoraba mostrar a su novia ante los ojos de todos y tirárselas de galán contando como la conquistó una tonta noche que un amigo en común los presentó, en una fiesta de celebración por la apertura de la empresa de Eleanor.

A sus veintisiete años, esa mujer había forjado un buen emprendimiento que parte de la herencia de su padre le permitió iniciar. Por momentos podía oír la voz de su tía queriendo avivarla para que no trabajara y viviera del dineral que el conglomerado de su padre dejaba, ese que el negocio petrolero le dio durante toda su vida, y del cual ahora su primo estaba al mando.

Sin embargo, sus planes iban más allá, quería crear su propia vida dejando el alma en el camino, que su empresa de marketing saliera a la luz en pequeños pasos para luego adquirir un buen futuro en el mercado, y eso estaba sucediendo, de a poco, pero seguro.

Por el rabillo del ojo vio a Antonio caminar con seguridad hacia ella. Sus ojos negros se hallaban brillosos, lánguidos. Seguro bebió más de la cuenta.

—Elle, mi vida, ven conmigo.

Extendió su brazo hasta rodear su cintura.

—¿Cuánto has bebido? —curioseó luego de ponerse a su lado y caminar. Le resultaba gracioso como él terminaba de sujetarla para no tambalearse.

—Lo suficiente para convencer a todos aquí que inviertan conmigo y luego comprar la empresa —se rio con afán de sí mismo acomodando su corbata negra.

Antonio era bastante atractivo, tierno y un poco despistado con las fechas, pero a Eleanor le gustaba su compañía, la forma en la que la abrazaba y los dulces besos que sus labios dejaban sobre los suyos. Aunque no vivieran juntos, aspiraba a hacerlo en un futuro. Tan solo esperaba por él, y cumplir así con los planes que crearon al principio de su noviazgo.

—Por favor no me hagas hablar con todos estos sujetos —pidió en un murmullo al darse cuenta que la llevaba hacia una ronda de cinco personas.

—Quieren conocerte, muchos de ellos saben quién fue tu padre, cariño —le recordó.

—Si, pero yo a ellos no los quiero conocer y tampoco tengo que hablar de nada. Te recuerdo que solo vine a acompañarte —refutó terminándose su trago de un solo movimiento.

—Solo serán cinco minutos, ¿Por qué nunca quieres presentarte? —se quejó abriendo sus ojos a tope.

—Porque no me siento cómoda que me pregunten sobre mi padre y sus negocios cuando jamás supe nada de ello. ¿Te parece poco? —se acercó a su rostro enfrentándolo.

Antonio sacudió su cabeza resignado.

—De verdad que quiero que esto avance, Eleanor. —Eran pocas las veces que la llamaba por su nombre —. Discúlpame si eso te molesta, pero necesito que mi empresa no se venga en ruinas —concluyó antes de meter sus manos en los bolsillos de su pantalón y llegar a la reunión por sí solo.

La joven soltó una bocanada de aire ahí de pie en medio de la sala, replanteándose si de verdad le hacía mal a Antonio con no ir allí y soportar la catarata de preguntas que pudieran hacerle sobre su padre. El discurso se lo sabía de memoria, primero le comentaban que su padre fue uno de los mejores empresarios en el área del petróleo de los últimos tiempos, y a su vez uno de los más ambiciosos por extenderse a otros continentes. Luego terminaba en preguntas personales, y eso le molestaba enormemente, que la gente fuera tan metiche y quisiera cruzar los límites de lo que es el negocio y la vida privada.

Ya sus tacones la llevaban detrás de Antonio, no sin antes robar otra copa del mesero que pasó por su lado. Ahí iba de nuevo, con aquella escena que no le agradaba en lo más mínimo, pero que para su pareja era necesario. Tiró de su cabello hacia atrás y pasó su dedo índice sobre su labial rojo para testear que todo estuviera en orden. La sonrisa fingida que pasaba por educada se plasmó en su rostro antes de presentarse.

Eran cinco sujetos más Antonio, todos rondarían los cuarenta o cincuenta años y con una inmensa chequera que para él era tentadora. Durante unos segundos se replanteó el estar ahí, bien podía irse a su apartamento y que Antonio se las apañara por sí solo, después de todo con treinta y tres años era un hombre bastante grandecito, pero su mirada de súplica la hizo clavar sus pies sobre ese piso obligándose a dar el brazo a torcer.

—Apuesto a que tu padre estaría muy orgulloso de ti —comentó uno de ellos admirándola.

—Gracias, eso espero —respondió tragando el nudo en su estómago.

—¿Nunca has pensado ponerte al mando de la cadena de petróleo que dejó? Tengo entendido que tu primo piensa retirarse.

Ahí estaba lo que le bajaba la alegría y humor tan rápido.

—No cre...—

—Oh no, mi querida Eleanor tiene otros intereses —la detuvo Antonio entre sonrisas demasiados risueñas —. El mundo petrolero no es el suyo ni de casualidad —continuó.

Algunos de los presentes soltaron una risa.

—Y dime cuál es mi mundo entonces —soltó de repente ya encrespada por sentirse un tonto mono de circo, al que solo le veían el apellido sentenciándola a que nunca saldría del ala del imponente hombre que llegó a ser su padre.

Otros sujetos, de los que no reparó hasta entonces, se acercaron a la ronda en cuanto la vieron llegar.

—Seguro que la moda y todas esas cosas de mujeres. Si vieran mi esposa lo pesada que se pone cada vez que no le compro un vestido —silbó otro.

Las risas continuaron.

—Tal vez no le quede otra opción que pedirte un vestido cuando ni siquiera la debes atender en la cama. Agradece que no se ha buscado un amante —demandó alzando su ceja con desdén señalándolo con la copa —. Bueno...que tú sepas.

Las risas se detuvieron de golpe, pero no la adrenalina que corría por el cuerpo de esa mujer. Se sentía furiosa, asqueada de tanto machismo y satisfecha por contestar lo primero que su impulso le provocó. Era como si su boca se abriera automáticamente y refutara cada cosa que no le agradaba, y eso era algo que Antonio no le gustaba para nada. Bastaba verle la cara de estupefacción y vergüenza.

Pues que se quedara así, no iba a disculparse.

Giró la copa en su mano dándose la media vuelta para irse de una vez. Necesitaba aire, y más que nada ocuparse de sus propios negocios, no era mandadera ni mediadora de nadie.

—¿Acaso estás loca? —el tirón de su brazo la hizo detenerse. Antonio la observaba irritado a punto de perder la cordura —. ¿Cómo se te ocurre decir semejante cosa?

—¿Me lo dices a mi luego de que no has parado de reírte de cada idiotez que soltaban esos imbéciles? —elevó su mentón con fervor.

De pronto parecían encontrarse en sus típicas discusiones, esas que por momentos la hacían dudar de la estabilidad emocional de su relación, replantearse sus pensamientos hacia ese hombre que sabía cómo doblegarla de placer, pero también, sacaba la fiera que llevaba adentro.

—Lo hago porque necesito esa inversión, Eleanor, deja de comportarte como una adolescente —rezongó peinando su cabello con fuerza.

La joven soltó una sínica risa.

—Vaya, no sabía que parte de tu estrategia es dejar que se burlen de tu novia. Me dan asco, tú y esos viejos decrépitos —elevó la voz señalándolos sin importarle que la escucharan.

Shhh, baja la voz ¡Carajo!

—Espero que te salga el tonto negocio que quieres, me largo a casa —espetó con vehemencia dejando la copa sobre la mesa a su lado.

—¿Te crees que estoy aquí jugando? Es por nuestro futuro, si quieres vivir como la reina que eres y te criaron, deberías tener un poco de empatía y permitirme crecer en los negocios, no arruinármelos como lo has hecho ahora —advirtió con seriedad apretando su quijada.

—No me lo puedo creer —cubrió sus labios ante sus palabras —. Vete a la mierda, y por favor llévate a esos sujetos contigo. De paso diles que sus esposas no han parado de decir los ridículos que se ven parados como momias —acotó acomodando la solapa de su traje para luego empujarlo levemente.

Lo miró por última vez sabiendo que esa discusión les tomaría días para volver a ser los de siempre. Era precisamente ese punto el que la dejaba llorando, con ganas de romper lo que fuera que se le atravesara. Llegaba al grado de sentirse sin salida y explotar de la rabia, de la ira por el comportamiento de Antonio, quien luego le volcaba la culpa a ella.

Abrió la puerta del salón cerrándola como pudo.

La noche era fresca y ya no sabía la hora que era, tan solo que deseaba ir a su casa y perderse en un pote de helado hasta olvidarse de lo cabrón que llegaba a ser su propio novio.

Se rodeó a si misma al llegar al estacionamiento. Dejó que la brisa de la noche la tranquilizara primero antes de subirse a su auto y conducir con cautela. No esperaría por él para que la llevara, podía irse al mismismo infierno si quisiera.

—Imbécil, eso es lo que eres —farfulló entre dientes apoyada en la parte delantera del vehículo.

Una suave tos la hizo ponerse en alerta.

Sería el colmo que otro de esos viejos estuviese ahí y se le diera por hacerse el gracioso.

Con cautela, observó por el rabillo del ojo encontrando a un sujeto apoyado sobre el auto que residía a su derecha. Inhalaba un cigarrillo que se le antojó casi que, en un segundo, para bajar su ansiedad. A pesar de ello, se quedó ahí ignorando su presencia, tan solo dejando que el viento la abrazara y aclarara el embrollo de sus pensamientos. Llegaba a ser tan sentimental que las lágrimas que escurrieron por su rostro, se las limpió con fuerza con la palma de su mano.

Sus mejillas ardían, pero no tanto como su sangre.

—Solo para que se lo grabe. —Sus hombros se alzaron al oír esa ronca voz de imprevisto acompañada de un extraño acento —. Su novio es un niño, y usted demasiado mujer para él —soltó dando una calada.

Eleanor no se atrevía a girar y observarlo del todo, pese a que ambos autos estaban uno al lado del otro, y eso los acercaba. Pero no fue impedimento para que se percatara que era dueño de una enorme figura, que la colonia fuerte y fresca llegaba a su nariz con apuro embriagándola, y con la mezcla del cigarrillo era incluso más atrapante.

Asintió con lentitud dándole la razón, no era la primera vez que le decían que Antonio se comportaba como un niño. Ya formaba parte de la costumbre.

Tomó la valentía para voltear su rostro apenas y admirar aquel perfil tan masculino. Su cabello rubio y rasurado a los costados con elegancia, mostraban con mayor libertad su rostro, y eso que aún no pudo verlo del todo. Vestía un saco negro que llegaba casi hasta sus rodillas, siniestro, oscuro, dejando que el rubio de su cabello resaltara.

Él se sentía observado, pero no le importó, mostró normalidad mientras daba otra calada causando que su brazo se apretara sobre por tal movimiento. A Eleanor ese gesto le pareció tan sexy que seguro Caroline, su amiga, babearía por él. Siempre decía que un hombre fumando de traje, y girando el volante del auto con una sola mano era como viajar al paraíso, como llegar al clímax, pero visual.

Cuando quiso volver al frente, él giró su rostro para enfrentarla. Soltó el humo con tranquilidad torciendo sus carnosos labios en otra dirección para que no diera en su rostro. En ningún momento le quitó sus ojos azules de aquellos verdes.

Eleanor terminó apretando sus manos sobre su pecho dándose cuenta que lo observaba más de la cuenta, posiblemente porque cada movimiento lo hacía con cautela atrapando su atención como un hechizo. Su rostro era tan perfecto que sentía envidia de ver que su piel parecía sentirse suave incluso sin tocarla. Su prolija barba cubría sus mejillas y mentón minuciosamente, dejándolo acorde a su edad, y es que ese tipo debería rozar los cuarenta o estar en ellos ya.

Su figura enfundada en ese saco abierto era notoria, lo mostraban demasiado observador.

—Supongo que todos vieron el espectáculo —mencionó apartando sus ojos de ese perturbador hombre.

—He visto mejores —concluyó él con sorna, pero una que le hacía creer que hablaba en serio, porque no mostraba ningún otro sentimiento más que una arrolladora seguridad de sí mismo y sutil soberbia —. Aunque la parte del vestido fue una para el recuerdo.

La pobre joven apretó sus labios antes de que una risa se le escapara al pensar que él fue uno de los que se acercó a la conversación cuando ella llegó. No era momento de risas, y él tan solo un desconocido que le daba conversación para que no pasara por loca.

Él lo detectó al instante y su ego subió a paso acelerado.

—Es lo que toca cuando te topas con estos proyectos de hombre —refutó apartando su cabello de su rostro.

—Si sirve de consuelo, su esposa tiene un amante —confesó elevando sus hombros.

Eleanor se percató que ya encendía un nuevo cigarrillo y no quiso darle un sermón de moralidad que no venía al caso. Su voz gruesa y demasiado varonil la quitó de sus pensamientos llevándola a otro trance desconocido que comenzaba a erizar su piel desnuda.

—Bueno, se lo merece.

—Otras personas también se lo merecen —admitió concentrado en cómo su cigarro se esfumaba pro cada calada. Sus pies se cruzaron mostrándolo cómodo pese a que estaba apoyado a su auto.

—Debo irme —departió dándose cuenta que ya fue suficiente de tanta confianza misteriosa y porque, además, pudo detectar el doble sentido que parecía querer terminar en ella.

—Pensé que no lo diría —demandó —. Por cierto...—soltó el humo para luego apagar el cigarrillo sobre el piso con unos caros zapatos, todo bajo la atenta mirada de esa mujer —. En cuanto a su novio, puede decirle que se olvide del negocio de esta noche.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Las acciones de la empresa ya fueron compradas.

Eleanor frunció el ceño.

—Pero... ¿Cómo? Si no se venderían hasta mañana —murmuró recordando que ese evento era solo para conseguir inversores. La compra tardaría días —- ¿Quién las adquirió?

Él la miró con detenimiento, de una forma tan oscura que creía ver más allá de una simple tela de vestido.

—Las compré hace una semana.

Eleanor abrió sus ojos perpleja.

—No comprendo —sacudió su cabeza —. ¿Por qué hicieron este evento si ya se adueñó de la empresa? —arqueó su ceja sin comprender.

—Otros asuntos más importantes se debían atender —demandó con solvencia sin dejar de mirarla, y un aura de poder y misterio barrió por aquel rostro —. Sus lágrimas son en vano, así como este evento —señaló con su cabeza hacia la puerta, mientras sus manos se enfundaban en los bolsillos de su pantalón negro —. Buenas noches —dijo despidiéndose a secas, cortando con esa charla como si no hubiese sido nada.

Lo observó dirigirse al salón, caminaba con elegancia, con tranquilidad y sobre todo con una experiencia que dejaba entrever tan solo con el tono de su voz. ¿Por qué fue hasta ella para decirle todas esas cosas? No lo entendía, parecía que todo se lo hubiera inventando en su cabeza, porque ocurrió cuando más rabia sentía. Eleanor se quedó atónita, completamente desconcertada y con una egoísta pizca de emoción en su ser de saber que aquellos viejos no lograron nada.










Bueno, oficialmente empezamos 😨🖤. Si ya leyeron la sinopsis sabrán todo lo que se viene 🙈✨❤️‍🔥❤️‍🔥.

¿Qué esperan de este hombre? Yo nada porque lo dará todo y más 😉🔞.

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