Redville- Maine

10 años atrás...

El dolor en mis costillas es insoportable, seguramente me saldrá un moretón,  yo nunca he sido un chico agresivo, pero en el colegio siempre me molestan.

No existe edad para la maldad, hay niños que son muy crueles.

Subo las escaleras que dan a la segunda planta, quiero hablar con mamá; decirle que esos niños me siguen molestando, me acerco y escucho sonidos raros, esos que siempre hace cuando papá se va a trabajar y ella se encierra por horas en la habitación.

Podría esperar a que llegue papá y contarle, pero seguramente me ignorará como siempre o en el peor de los casos me golpeará para que aprenda a defenderme como un hombre.

Aunque tengo ocho años.

Al pasar los minutos el dolor es insoportable, así que decido buscar a Zeus, mi gato.

-Zeeeus.- Hablo  en voz baja para no llamar la atención.

-Ptsss.- Chasqueo la lengua.

Supongo que escapó como siempre lo hace, me rasco la cabeza y resoplo hasta que veo su cola salir bajo el gabinete.

-Aquí estas travieso.- Sonrío a una de las pocas cosas que me hacen realmente feliz.

-¿Que te pasa?

Zeus no reacciona, comienzo a moverlo, pero no funciona, se encuentra rígido, acerco mi cara a ver si aún respira.

-Esta muerto...

Siento mi corazón romperse en miles de fragmentos y me arrodillo para dejarlo en el piso.

De repente un frasco de color rojo capta toda mi atención, las letras cursivas me llaman, pidiendo que las lea.

-Matarratas.- susurro aún observando el frasco y entiendo todo; pero no es dolor o rabia lo que siento, sino miedo, por la idea que de repente se cruza por mi cabeza.

Quizás despues de todo no tendré que soportar los maltratos de los chicos de mi clase.

Llevo conmigo el frasco rojo a la habitación cuidando que él no lo vea y lo coloco dentro de mi mochila.

Me tumbo en la cama observando fijamente el techo.

-Ya no más...

Me repito esas palabras muchas veces antes de quedarme dormido con una enorme sonrisa en los labios.