Prólogo
— ¡Oigan! —gritó Elliot sofocado llevando una mano hacia su pecho con la cabeza baja, pues le costaba mucho respirar— Ey, ¡Espérenme! —levantó su cabeza una vez recuperó suficiente aire en sus pulmones. Siguió caminando con pasos lentos, observando así a Damien y a Alexis, los cuales ya estaban algo lejos, riendo y jugando sin percatarse de su presencia.
Elliot no entendía porque siempre aquellos dos le ganaban en las carreras, tal vez sería por el hecho de que tan solo tiene siete años, en cambio esos dos le llevaban la delantera, pues ambos tenían nueve.
— ¡No se vale! —se detuvo y exclamó muy enojado a aquellos dos, los cuales al percatarse de su retraso y al escuchar su voz chillona, se dirigieron sonrientes hacia el pequeño— Saben que tengo piernas cortas, no se vale —reclamó Elliot de brazos cruzados, estaba muy cabreado, pues siempre hacían lo mismo cuando venían a correr al parque; se aprovechaban de su pequeño tamaño y sus pequeñas y cortas piernas, así, siempre ganaban dejándolo atrás.
Damien y Alexis rieron a carcajadas una vez se encontraron enfrente de Elliot.
— ¿Qué?, ¿qué es tan gracioso? —Elliot se observó así mismo, pues no entendía el porque de la reacción de sus mejores amigos. El no vio nada extraño en su cuerpo, ni en su ropa, estaba confundido, no entendía porque se estaban riendo. Eso lo llevó a enojarse aún más.
Aquel sentimiento se podía presenciar en su fruncido ceño y en sus suaves y delicadas mejillas que ya comenzaban a tornarse de un color rojo ardiente.
— ¡Ya no voy a jugar con ustedes! —gritó enfadado, luego se volteó con los puños apretados y comenzó a caminar. No sabía hacia dónde se dirigía, simplemente estaba enojado y quería salir de allí.
— Eli, perdón —gritó Alexis a su pequeño amigo tratando de contener una carcajada con una mano en su boca.
Un leve golpe de parte de Damien en su hombro derecho le obligó a poner una cara de enfado y dolor, acariciando así su hombro anteriormente golpeado, Damien le hizo saber que esto era serio.
Damien era un niño de cabello rubio y ojos azules, era el más callado y maduro del trío, siempre se preocupaba por el bienestar de sus dos traviesos amigos, en especial de Elliot, ya que era el más pequeño y sentía que era su deber protegerlo. A veces, incluso del mismo Alexis, ya que solía ser muy travieso y le daba por molestar a Elliot. Desde que Damien conoció a Elliot, sintió una inexplicable conexión hacia el, desde el primer momento. Jamás lo olvidaría, su primer día de escuela, y hasta ahora el mejor día de su vida, ya que fue el día en que conoció a sus mejores amigos.
Por otro lado, Elliot; cabello negro bastante oscuro, ojos marrones y labios bastante rojos, tan intensos como su cabello. Y finalmente Alexis; cabello marrón, labios rosados y unos pacíficos ojos azules.
Damien y Alexis se dirigieron corriendo hacia su enojado amigo, el cual ya les había adelantado el paso. Una vez lo suficientemente cerca, Alexis lo tomó de su hombro girándolo hacia ellos.
— Oye, no te enojes, no fue nuestra intención, ya perdónanos —suplicó mirándole fijamente.
Elliot se quedó mirando a sus dos amigos, meditando por unos segundos.
Elliot era niño muy feliz, era el niño más tierno y feliz del mundo; a menos así lo creía Alexis. Más Alexis sabía, que cuando Elliot se enojaba, iba muy enserio, aunque él siempre encontraba la forma de alegrarle.
— Está bien, pero que no vuelva a pasar, no me gusta que siempre me dejen atrás de ustedes —dijo Elliot finalmente de brazos cruzados, sus dos amigos asintieron y Elliot les regaló una de sus hermosas sonrisas, la cual siempre captaba la atención de Damien, ya que él no solía sonreír mucho.
Cada vez que Elliot sonreía le miraba atentamente, como si de ello dependiese su propia vida.
Los tres amigos se abrazaron felices.
Damien se percató de que ya iba a oscurecer, y también pudo ver que una tormenta se avecinaba, pues el cielo estaba gris, así que recordó claramente las palabras de la señorita Annabella, la madre de Elliot.
«Tienen que venir antes de las seis.»
Damien recordó claramente aquellas palabras, ya que él no suele olvidar las cosas, y más cuando son así de importantes, pues siempre que venían al parque, Annabella le encargaba el cuidado de Elliot, ella confiaba mucho en el y Damien se sentía orgulloso por ello.
— Ya debemos irnos —dijo Damien en forma de orden a sus amigos, a lo que ambos asintieron y pusieron en marcha su camino hacia la casa de Elliot, la cual quedaba a unas tres cuadras del parque.
Llevaban ya unos minutos caminando, cuando el pequeño Elliot sintió una gota de agua caer en su cabeza, así que instintivamente observó hacia arriba captando la atención de sus mejores amigos.
— Parece que va a llover —supuso Elliot, y unos segundos después, comenzaron a caer miles y miles de gotas de agua sobre ellos.
— ¡Corran! —gritó Alexis adelantando el paso con una enorme sonrisa, la cual le fue correspondida por Elliot inmediatamente. A Damien no le pareció buena idea empezar a correr, pues el piso estaba mojado y sus amigos podrían resbalarse.
— ¡Ey!, ¡despacio! —gritó Damien a sus amigos, los cuales le llevaban la delantera. Damien comenzó a correr más rápido para alcanzar a aquellos traviesos.
Se acercó hacia sus amigos y luego de pensarlo, les ordenó que corrieran para llegar a casa más rápido, no sin antes posicionarse detrás de Elliot mientras corrían, para asegurarse de que no se cayera o se hiciese daño.
Los tres corrían bajo la lluvia, completamente empapados de agua, pues la lluvia caía muy fuerte. Damien observó a sus dos amigos sonrientes y no pudo evitar sonreír el también.
Luego de unos cuatro minutos, los tres llegaron a la casa, y de inmediato Damien comenzó a darle golpes a la puerta, pues no quería tocar el timbre, ya que estaba mojado y lo consideró muy riesgoso. Por otro lado, Elliot y Alexis jugaban en el suelo sonrientes mientras Damien desesperado esperaba que la puerta le fuese abierta.
Tardaron unos diez segundos cuando Annabella abrió la puerta con una notable cara de asombro.
— ¡Dios mío!, ¡Entren rápido! —gritó Annabella con su extraño acento, el cual a Damien le resultaba extraño, más nunca se atrevía a preguntarle, pues lo consideraba descortés.
Annabella les ordenó que se quedarán en la alfombra mientras ella iba por unas toallas. No pasaron ni diez segundos cuando Annabella ya se encontraba regresando hacia ellos. Esta les pasó dos toallas grandes a Alexis y a Damien y ambos procedieron a secarse de inmediato, y mientras ella secaba a su pequeño, se le veía angustiada.
— Estaba muy preocupada —reclamó Annabella con un tono de enfado— Quítense la ropa, pueden resfriarse. Iré por un canasto —ordenó y así lo hizo, regresó con el canasto para la ropa sucia e introdujo allí la mojada ropa de los pequeños, quedando aquellos tres solo con sus bóxers, y los tres al verse, rieron tímidamente.
Les dijo que se quedarían todos a dormir en su casa, pues la tormenta estaba muy fuerte y podría ser peligroso, además de que ya se hacía tarde, ella llamó a sus madres avisándoles de aquello, lo cual no fue problema ya que ellos ya habían dormido en su casa anteriormente. Cabe mencionar, que las madres de Elliot, Damien y Alexis, son muy buenas amigas, pues coincidencialmente las tres se conocían desde la preparatoria, beneficiando así aún más la amistad de los chiquillos.
Ordenó a los tres que fueran a bañarse, mientras ella preparaba la cena, y así obedecieron corriendo por las escaleras con sus cabellos mojados hasta la segunda planta.
— ¡No corran! —gritó Annabella mientras se dirigía hacia la cocina.
La vida de Annabella era un tanto difícil, pues era madre soltera y era ella el sostén de la casa. Pasaba todo el día trabajando para así pagarle a alguien que atendiera a su pequeño en su ausencia, y era difícil, pues su trabajo en la librería del centro no le servía de mucho, tenía que trabajar muchas horas extras, incluso llegó a tener dos trabajos al mismo tiempo, y encima tenía que ir a la universidad tres veces a la semana. Su vida era muy ocupada, pero aún así no se descuidaba de su pequeño, y aprovechaba al máximo el poco tiempo que compartía con el.
La cena ya estaba lista, Annabella llamó a los niños para que bajaran, y no tardó tan siquiera un minuto cuando desde la planta de arriba la voz de Alexis se hizo escuchar.
— ¡El que llegue de último, es un huevo podrido! —retó a sus dos amigos, los cuales ya llevaban el pijama puesto que se ponían cada vez que se quedaban a dormir, y aunque a Damien no le pareció buena idea, decidió entrar en su juego, al final de cuentas a Damien no le gustaba perder.
Alexis bajó rápidamente llevando la delantera, pero Damien no se quedaba atrás, pues comenzó a saltar los escalones de dos en dos; pensó que sería una gran estrategia.
— ¡Niños, les he dicho que no corran por las escaleras, podrían caerse! —ordenó Annabella otra vez desde la cocina.
— ¡Espérenme! —gritó Elliot con una sonrisa a sus amigos desde atrás, ignorando las palabras de su mamá, el solo quería divertirse... A penas si había avanzado cuatro escalones con sus manitas sosteniéndolo de los barandales.
— ¡Si! —gritó Alexis dando un salto victorioso una vez llegó hasta el final de la escalera, segundos después, Damien le alcanzó dando un salto desde el último escalón hasta el piso.
Elliot por otro lado, seguía tratando de bajar, y aunque iba muy atrás, no se borraba la sonrisa de su rostro.
— Hiciste trampa —reclamó Damien a Alexis de brazos cruzados.
— Claro que no, que seas lento no es mi problema —negó y posteriormente le mostró su pequeña lengua a su amigo.
Dando pequeños saltitos, Elliot llegó al final, literalmente con el corazón en las manos.
— Ah, no puedo... respirar —dijo sofocado y se tendió en el piso boca arriba— Ambos son unos tramposos —reclamó con su voz chillona y una sonrisa una vez recuperó suficiente aire.
Los tres rieron y los mayores ayudaron al pequeño a levantarse del piso. Llegaron al comedor y tomaron asiento en este, mientras veían como Annabella entraba y salía de la cocina hacia el comedor poniendo platos y la cena en la mesa.
— Mamá, ¿dónde está el Señor Palomitas?, no lo veo por ningún lado.—preguntó Elliot con cara de angustia, refiriéndose a su pequeño conejito blanco, el cual ya había buscado minutos antes.
— Está en mi habitación, lo lavé esta mañana. En cuanto termines de cenar iré por el —contestó su madre y le regaló una tierna sonrisa a su pequeño, que luego le fue correspondida.
Elliot no podía dormir sin el Señor Palomitas, era todo para él, siempre lo llevaba a todas partes, además, debe reconocer que no le agradó la idea de que su mamá lo haya lavado, pues pensó que su aroma se iba a ir.
— Muy bien —dijo Annabella para luego tomar asiento — Vamos a orar —los tres niños se pusieron en actitud de oración, Annabella comenzó a orar como siempre lo hacían antes de comer; bendecía la comida y pedía por los que no la tenían, mientras los pequeños repetían sus palabras detrás de ella. Cabe mencionar, que a Damien nunca le gustó hacer la oración, pues consideraba que era inútil e innecesaria, pero aún así sabía que debía hacerla.
— Amén —concluyó con la oración, y los chicos, especialmente Elliot, comenzaron hambrientos a devorar su plato.
La noche transcurría mientras todos seguían cenando y riendo con las ocurrencias de Elliot, ya que siempre a la hora de cenar eso hacía. La tormenta seguía fuerte allá afuera. Comenzaron a hacerse sentir los truenos y relámpagos, los cuales asustaban al pequeño Elliot.
Los niños terminaron de cenar, se despidieron con un "buenas noches" y los se aproximaron a subir a la segunda planta para dirigirse a la habitación de Elliot, pero esta vez no corrieron, ya que antes de subir Annabella les había advertido sobre ello.
Una vez en la habitación, los chicos prepararon donde iban a dormir, Alexis y Damien pusieron una gran manta acolchada en el piso, ya que era donde dormirían, mientras Elliot dormía en su cama. Todos se acomodaron, Annabella entró minutos después con el Señor Palomitas, y una vez se lo entregó a su pequeño dándole un beso en la frente, apagó las luces y les dio las buenas noches a los traviesos.
La noche se adentraba más, y Elliot no podía dormir, pues con cada trueno se asustaba más y más, haciendo que se ocultara bajo las sábanas y poniendo una almohada en sus oídos para no tener que escuchar aquellos espantosos ruidos.
— Da-Damien —susurró bajo tratando de que su amigo le escuchara — Damien —repitió esta vez más alto.
Damien escuchó la suave y tímida voz de su pequeño amigo resonar en el silencio de la noche, la cual lo hizo despertar de su profundo sueño, así que se levantó y se dirigió hacia el.
— ¿Qué ocurre pequeño? —preguntó en voz baja y con voz de sueño.
— Tengo miedo —confesó entre susurros.
Damien se acercó a él y acarició sus cabellos, le susurró que todo estaría bien. Elliot se hizo a un lado, diciéndole así a Damien que se acostara con el. Los dos se acostaron y se arroparon bajo las sábanas, quedando la cabeza de Elliot en el pecho de Damien, mientras esté acariciaba sus cabellos.
Alexis por otro lado, dormía plácidamente dejando escapar leves ronquidos.
Elliot se levantó un poco poniéndose a la altura de la cara de Damien, se quedó observándole el rostro fijamente.
— ¿Qué pasa? —preguntó Damien en voz baja a su pequeño amigo, correspondiéndole su fija mirada.
— Te quiero mucho —confesó el pequeño, y Damien le respondió con un "yo también te quiero" y luego de esto le propinó un pequeño beso en la frente.
— ¿Me das otro? —preguntó el pequeño y un leve sonrojo podía verse en sus mejillas.
— Claro —dijo Damien con una sonrisa para luego acercar sus labios a la frente del pequeño, pero este le detuvo antes de llegar.
— Aquí —dijo el pequeño poniendo sus dos dedos, el mayor y el índice en sus rojizos labios.
Damien se sorprendió ante la petición del pequeño, pero no lo pensó dos veces y se dispuso a corresponderle, algo lo motivaba a hacerlo, tal vez sería el inmenso cariño que sentía por el chico.
Sus labios se unieron por un lapso de diez segundos haciendo un extraño sonido ante los oídos de Elliot. Una vez se despegaron, Elliot le volvió a dedicar un "te quiero" el cual le fue correspondido. Los dos chicos se abrazaron y se dispusieron a dormir.
Damien se sentía como nunca, le encantaba estar cerca de su pequeño, no se imaginaba una vida sin el.
Entonces, desde ese día juró, que no permitiría que nadie le hiciera daño, que estaría siempre a su lado, y que haría lo que fuese necesario para que Elliot estuviese y se sintiese bien.
Continuará...
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