Capítulo 8 | Damien Brown
Narra Damien.
Despierta.
Despierta.
¡Despierta!
Maldito idiota me tienes harta.
«Ya. Ya estoy despierto» —le respondí a Lucy pues no dejaba de gritar frenéticamente. Odiaba cuando hacía eso.
Me puse de pie y miré aún somnoliento el reloj encima de la
mesita de noche junto a mi cama, marcaba las seis treinta de la mañana.
Diez años levantándome a la misma hora. Parecía imposible de creer.
Me dirigí a un pequeño estante en donde tenía tres libros y tres CD's de los años ochenta; eran de mi abuelo. Como siempre, estaban desordenados, así que los organicé.
Tomé una bata de mi armario y una vez me la puse me dirigí al gimnasio de la terraza a hacer mi rutina habitual de ejercicios.
Luego de una hora entre sesiones y sesiones de diferentes ejercicios me dirigí sudoroso hacia el baño de mi habitación y procedí a darme un refrescante baño de agua caliente.
Una vez salí me envolví una toalla blanca a mi cintura y me dispuse a entrar a mi cuarto de armario, en donde me puse la ropa que ya había pre-seleccionado anoche; un pantalón negro de tela fina, un chaleco de vestir del mismo color al igual que mis zapatos, y una camisa blanca de mangas largas por debajo.
Peiné suavemente mi cabello rubio —un poco largo— hacia los costados y terminé de arreglar mi corbata frente al espejo.
Te ves muy guapo —elogió Lucy soltando una risita.
«Gracias. Todo para impresionarlo» —sonreí para mi mismo frente al espejo.
Casi nunca sonreía, a menos que esté con el o que al menos lo piense.
Me dirigí por los pasillos de mi gran casa, bajé por los elegantes peldaños hasta llegar al comedor, en donde ya se encontraba Heather, mi hermana de nueve años, mi padre, mi madrastra y Ariela, una de nuestras sirvientas sirviendo —valga la redundancia— el desayuno sobre la mesa.
— Buenos días —saludé cortésmente halando una silla del comedor para tomar asiento posteriormente.
— Buenos días —saludaron al unísono, a excepción de mi hermanita, la cual no lucía muy contenta esta mañana.
— Buenos días joven Damien —saludó Ariela, joven, delgada, con un moño negro alto y su uniforme propio de una sirvienta para luego retirarse.
Ahí está la bruja —habló Lucy refiriéndose a mi madrastra.
Luego de aquel "incidente" la relación de mis padres fue de mal en peor y terminaron divorciándose. Mi madre se fue a Europa, donde se casó con un anciano multimillonario y yo me mudé con mi padre. Ahí fue cuando la bruja llegó a nuestras vidas y quedó embarazada de mi hermana. A Lucy nunca le cayó bien desde el primer momento, pues era obvio que al igual que mi madre solo estaba con mi padre por su dinero. Mi padre es uno de los abogados más importantes del país y es dueño de uno de los bufetes más famosos de igual manera.
Sinceramente, no le deseo el mal a mi madrastra. Simplemente le haría un favor a la humanidad si estuviera en una caja, siete metros bajo tierra.
— Heather —pronunció mi padre mirándole—, ¿no piensas saludar a tu hermano?
Heather tiene el cabello largo y rubio al igual que mi padre y yo, ojos marrones al igual que a Arianny; su madre, y una piel tan blanca y pálida como la mía. Ahora que me detengo a pensar, nos parecemos bastante, a excepción de que mis ojos son verdes.
— Hola hermano —saludó sin mirarme jugando con los hot cakes que se encontraban sobre su plato.
— Heather no está muy feliz hoy puesto que quiere llevar a Cacas al colegio y no se lo permitimos —me contó mi padre refiriéndose al conejo
favorito de mi hermana para luego darle una bocanada a su desayuno.
— Pero es solo por hoy. Además, todos los chicos del colegio lo hacen —protestó esta haciendo puchero.
Sinceramente no creo que los chicos anden llevando sus conejos pedantes e hiperactivos al colegio.
— No lo vas a llevar y punto. La decisión ya está tomada y no quiero que me hables más del tema —ordenó mi padre incomodándose mientras mi madrastra hacia lo posible por no intervenir en su discusión.
Me di cuenta de que a penas había probado mi desayuno, aunque realmente no tengo mucha hambre.
Últimamente es así.
— Y tú —habló mi madrastra señalándome con su tenedor mientras masticaba.
Pártele la cara con un plato antes de que suelte una estupidez por sus estúpidos labios llenos de botox.
— Aún sigues con la estúpida idea de culminar tus estudios en esa escuelucha de mala muerte. Lo único qué haces es deshonrar el nombre de tu familia, como siempre.
Te lo advertí.
— Papá, ¿podrías pedirle tu perra que deje de ladrar? —pregunté ignorándola y mirando fijamente a mi padre.
— Oye a mi me respetas eh, antes de que-
— ¡Basta de discusiones! —gritó mi padre golpeando la mesa e interrumpiendo a la zorra— ¿Que no podemos tan siquiera desayunar en armonía como una familia normal dentro de esta casa?
— Solo le estoy diciendo lo que es evidente —respondió la rubia teñida en su defensa mientras mi hermana solo observaba atenta y callada la escena.
— Me largo de aquí —me fui del comedor para dirigirme hacia el garage donde se encontraba mi nuevo Ferrari, mientras escuchaba los gritos desesperados de mi padre porque volviera a terminar mi desayuno, más no iba a detenerme. Además ya se me estaba haciendo tarde y tenía que ir a recoger a Elliot.
Otra vez volví a sonreír.
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