Capítulo 1 | El comienzo
Despierta.
Despierta.
¡Despierta!
Damien se sobresaltó al escuchar aquella extraña voz que le pedía a gritos susurrados que se levantase. Con pesadez abrió sus ojos y observó a sus alrededores, más no había nadie más en la habitación.
Se sentó extrañado al borde de la cama y un bostezo se dejó escapar de sus pequeños labios, mientras tentaba con sus pies sus pantuflas por debajo de la cama, vio la hora en su despertador "seis treinta de la mañana", últimamente se estaba despertando todos los días a esa misma hora. Una vez se puso las pantuflas, se dirigió perezosamente hacia el baño de su habitación.
Cepillaba sus dientes cuando unos gritos desde abajo llamaron su atención.
Terminó y se dirigió por el pasillo hasta las escaleras.
— Nunca puedes hacer nada, cuando se suponía que hoy no ibas a trabajar—era su madre, gritándole a su padre.
Otra de sus tantas discusiones.
— ¡Y tú nunca entiendes! —gritó su padre aún más fuerte mientras se colocaba el chaleco por encima de su camisa.
Damien observaba aquella escena desde las escaleras.
— Déjame, déjame en paz, haz lo que te plazca. —contestó su madre para luego salir por la puerta y cerrarla fuertemente, haciendo un estruendo.
El padre de Damien terminó de vestirse y luego le siguió el paso, disponiéndose a salir también.
Ninguno se percató de la presencia de su hijo.
Damien, sin darle mucha importancia bajó por las escaleras hacia la cocina, en donde se encontraba Margaret haciendo el desayuno.
Cuarentona, con el cabello marrón como las hojas de otoño, atado a un moño alto, y su uniforme de sirvienta.
— Buenos días —saludó Damien sentándose en el comedor.
— Buenos días —correspondió Margaret con una sonrisa y una caricia en el cabello del pequeño, que hizo que el este de estremeciera de asco, mientras ella ponía el desayuno sobre la mesa.
Sin muchas ganas, Damien comenzó a comer el puré de papas con queso derretido que se encontraba frente a él, no iba ni tan siquiera la mitad cuando decidió que ya había terminado. Se puso de pie y tras entrar la silla en el comedor se dirigió a la sala a encender el televisor.
Margaret vio con preocupación su plato, pues ya estaba considerando el hecho de que algo no andaba bien con el, y esto estaba basado su actitud estos últimos días.
Le propinó una última mirada al pequeño y decidió continuar con los quehaceres.
Terminó de lavar y secar los platos, ya había concluido con todos los oficios, así que se retiró el delantal y luego se dirigió a la sala a ver qué estaba haciendo Damien. Mientras se acercaba pudo ver que el canal de la televisión estaba dañado, más sin embargo Damien lo observaba atentamente. Se acercó más y pudo ver que observaba la televisión con la mirada completamente perdida.
— Damien —pronunció temerosa mientras ponía una mano sobre su hombro.
Lo sacudió un poco y Damien dio un salto del sillón en donde estaba sentado, poniéndose de pie y mirándola como jamás lo había hecho antes.
Aquel acto asustó a Margaret e hizo que retrocediera dos pasos.
— ¡Déjame en paz maldita sirvienta! —gritó y corrió muy rápido por las escaleras, lo ultimo que Margaret escuchó fue el fuerte sonido de la puerta de su habitación al cerrarse.
Las cosas ya se estaban tornando serias.
La noche se adentraba y Margaret aún se encontraba en casa, estaba sentada en la cocina, sin dejar de pensar en lo que estaba ocurriendo.
Pese a que era sábado por la noche todavía no se había marchado, ya que los domingos no trabaja en la casa de los señores Brown, y ella se iba todos los sábados en la noche a casa de su hermana en las afueras de la ciudad, para así retornar con su trabajo en la casa el lunes.
Pero hoy debía hacer una excepción, tenía que hablar con los padres de Damien acerca de su situación.
El chico no ha salido de su habitación desde esta mañana, y no es la primera vez que demuestra esa extraña actitud hacia ella desde hace un no muy largo tiempo. Aunque Margaret consideraba el hecho de que esto podía deberse a la constante disputa entre sus padres, tal vez todo esto le esté afectando de alguna manera al pequeño.
Eran las diez de la noche, cuando la señora Brown abrió la puerta de su hogar, agotada se disponía a subir a su habitación cuando la voz de su sirvienta captó su atención.
— Señora —se giró extrañada al escuchar esa voz.
— ¿Qué haces aquí? —preguntó con el ceño fruncido.
— No me he ido esperándola, tengo que hablar algo con usted, es importante.
— ¿Y no podría ser en otro momento?
— No señora, es urgente.
— Está bien, pero que sea rápido estoy muy cansada. —ambas se dispusieron a tomar asiento en los sillones de la sala.
— Bien, es acerca de Damien —comenzó —. El pequeño se ha estado comportando muy extraño conmigo; el otro día me lanzó un vaso de jugo sobre el uniforme y me llamó "zorra prostituta del infierno" -. la señora Brown no pudo evitar que se le escapara una carcajada al escuchar semejante frase-. Esto es serio señora. Bueno, hoy fui a ver qué hacía y miraba el televisor con la mirada pero había algo en sus ojos, estaba ido, solo lo toqué y reaccionó muy extraño, me gritó "maldita sirvienta". También, el gato que su padre le regaló para su último cumpleaños; este, Pelusa, está desaparecido desde hace más de tres días.
- Aja, ¿y qué insinúa?, que lo mató ¿o que?
- No señorita, solo digo que-
- Ya deje de hacerse tontas ideas en la cabeza Margaret, solo es un niño, los niños pasan por cambios, y los gatos se desaparecen a diario, no es de extrañar.
- Pero-
- Que peros ni que nada, sólo haga su trabajo que por eso se le está pagando, no por entrometerse en lo que no le incumbe, y si no acepta la actitud de mi hijo siempre puede largarse y buscar otro trabajo -Zarah dejó por finalizado el tema y se marchó de allí dirigiéndose a su habitación para así tomar una ducha y poder descansar.
Margaret consternada tomó sus cosas y se dispuso a salir de la casa, para dirigirse a casa de su hermana, más estaba bastante preocupada en el transcurso del viaje en el autobús.
Por otro lado, Damien había escuchado todo lo antes hablado, y estaba bastante feliz por lo que su madre le había dicho a la entrometida sirvienta.
Sangre.
Margaret.
Muerte.
Se sorprendió al escuchar nuevamente la misma voz de esta mañana susurrarle al oído, más nuevamente no había nadie allí...
Era un susurro.
Un susurro en su cabeza.
Era un susurro inquietante.
Era un plácido susurro.
Era un susurro maquiavélico.
Era un susurro que le proporcionaba placer inexplicable a sus pequeños oídos.
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