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Capítulo 6

— ¡Anabeeel, qué gusto volver a verte!

Exclama a espaldas del guapo jóven, el hombre mayor de traje y corbata abrazando a mí madre con... ¿nostalgia?

Debe ser el señor Samuel J. Avilar, mamá no dejaba de hablar de él en todo el trayecto hasta aquí. No escuché mucho, pero parece ser que son más importantes de lo que me dijo. No es tanta cena de negocios.

— Igualmente, querido —le devuelve el abrazo y chocan sus mejillas en un beso— Mucho tiempo lejos, demasiado... ¿cómo estás? —le sonríe, limpiando una lágrima que escapa por encima de su ligero maquillaje— ¿Y tú esposa? Hace tanto tiempo que no os veo, lamento haber perdido el contacto con ustedes.

Él ríe, alejándose un poco de mi madre para darle una vuelta en su eje.

— Estás preciosa, Anabel, el tiempo a tí no te hace efecto, te has burlado de él —suelta una carcajada, contagiándonos a los tres. Qué encantador—. Qué maravilla volverte a ver.

Y sin más, se unieron nuevamente en otro abrazo. De vez en cuando me cruzo con la mirada del joven rubio, pero me pone tan nerviosa que, me es necesario voltear para no derretirme.

— Y ella es... —voltean a mí los tres— ¿Trixie? —abre su boca como cajita de sorpresas, levantando sus cejas en lo que yo solo sonrío, sin entender mucho— Caray, pero qué grande estás.

— Hola... —timidamente saludo.

Me abraza y yo le correspondo, no me queda de otra.

— Estos niños crecen demasiado rápido, Samuel.

Por encima de su hombro, veo a mi madre cerca del rubio. El señor vuelve a mantener distancia conmigo y parándose al lado de su hijo, me mira sonriente, con sus ojos húmedos.

— Pensar que fué ayer que corrías por toda la mansión junto a este orangután —rememora dando unas palmadas en el hombro de su hijo, el cual es más alto que él y tuerce la nariz al instante.

— Papááá...

Se queja. Algo avergonzado. Le entiendo, me pasa muy seguido con mi mamá cada vez que ve a un viejo amigo, como ahora.

— Qué papá ni que nada, ¡saluda!

Le dice en forma de regaño, empujándolo levemente hasta casi tropezarse con mi mamá.

— Ya saludé —dice entre risas, dándole un beso en la mejilla a mí madre—, pero no me molesta volverlo hacer.

La abraza y mi madre sonríe, diciéndole que no pasa nada. ¿Recibiré yo un abrazo de él?

— Debo admitir que, no tengo muchos recuerdos de usted —mira a los ojos a mí madre—, solo las historias que mi padre me ha contado y debo decir que, usted es una mujer muy admirable, Anabel; fuerte y decidida. Después de mi madre, usted es mi segunda heroína.

Le confiesa él con su voz ruda y varonil. ¿Y yo? No me acuerdo de él tampoco.

— La vida te pone muchas piedras en el camino, hijo, depende de nosotros si la hacemos grandes y nos refugiamos en ella, o si la apartamos y superamos con la cabeza en alto —sabiamente mi madre le contesta, regalándole una sonrisa más.

— Así es —afirma el señor Samuel—, entremos.

Abre las puertas y deja a mí mamá entrar primero para después llegar a la recepción, olvidándose por completo de nosotros.

"¿Y yo que pinto aquí?"

Ni me digas, ni siquiera me incluyeron en el abrazo. James Javier Avilar me mira vacilante y sonríe.

— Estás muy callada, ¿te molesta algo?

Mis ojos hallan el camino a los suyos y por mucho que los evité, una vez al verme reflejada en ellos, me he perdido.

— No —balbuceo—, solo me inquieta no saber tú nombre.

Me alzo de hombros, viendo como el frunce el ceño, divertido. Esto de hacer lo mismo que en las pelis, es emocionante.

— ¿Me dices que tu madre no te ha mencionado mi nombre, pero sí el de mí padre?

— Exacto.

Siento mis orejas arder de calor. Ya estoy pillada en la mentira. ¿Por qué me salen tan mal? Y eso que, pongo todo mi esfuerzo en ello. Me sigue mirando ladeado y me da una hermosa sonrisa que me hace ver estrellitas a su alrededor.

— Me llamo James Javier Avilar —toma mi mano y la besa—, disculpa no haberme presentado antes, totalmente imperdonable.

Ayyyy, me está tocando, ¿pero por qué no me abraza? Sería mejor así.

— No, no —me mira detenidamente— no... no es imperdonable —tartamudeo—, no lo es.

Su sonrisa hace eco en mis oídos.

— Entonces... ¿entramos?

Extiende su brazo abriendo la puerta. Le asiento y camino por delante de él. Las dulces melodías de un piano, a mí derecha, son el detalle perfecto a dar un ambiente relajado y elegante, al entrar. Continuamos caminando hasta llegar a la mesa dos, dónde se encuentran mi madre y el señor Samuel. En tanto, me detengo unos segundos a ver un grupo de jazz en vivo.

— Míralos ahí.

Samuel señala a nosotros y, al atraer mi atención, mi madre sonríe. La veo muy radiante.

— Anabel, ¿recuerdas como jugaban en el jardín de chiquitos? —retoma la palabra—. No se separaban ni un segundo.

— Sí, sí me acuerdo —nos mira a ambos, apoyando su cabeza en su mano—. Vivían peleando por todo. La comida, los caramelos por partes iguales —empieza a ejemplificar—, las peleas por qué si uno recibía más atención que el otro.

— Qué si la comida iba primero para ella que para él —le sigue el señor Samuel.

— La silla favorita resultaba ser siempre la misma —lo mira recordando más.

— Él siempre se quejaba de que si la niña tenía más ropa que él —dice el mayor encantador, riendo junto a mi madre—, siguió siendo egocéntrico por un tiempo, ya después se le pasó.

— Oh, por favor —resopla Javier, echando la silla hacia atrás para yo sentarme—. Nadie quiere saber eso, padre.

Se sienta a mi lado. Desabrochando un botón de su saco.

— Estamos en familia, hijo —se defiende.

— Recuerdas la vez que no dejaron dormir a nadie por un tal monstruo del armario o algo así...

Sigue retrocediendo mi madre a recuerdos que no tengo idea de cuando sucedieron.

— Lo recuerdo muy bien. Trixie no dejaba de gritar de miedo y Javi no quería soltarla ni contar que fué lo que pasó esa noche que estaban viendo películas sólos —levanta la mano y le hace señales al mesero—. Siempre he pensado que lo que estaban viendo era películas de terror, pero no lo dijeron por miedo a ser regañados.

Mi madre lo mira asintiendo y acomoda la servilleta en sus piernas. Yo miro a Javier, él parece estar más avergonzado que yo.

— Yo también lo creo, de hecho —eleva su mirada, mirándome—, explicaría el por qué le temes a la oscuridad... —he muerto—. Aunque si fue muy graciosa esa noche —gira de nuevo a Samuel—. Al final solo era un abrigo mal colgado en un perchero —ríe placenteramente y Samuel se le une.

— ¡Mamá! —mi sonrisa se esfuma por completo.

— Ay hija, estamos en familia. Samuel y yo nos conocemos de por vida, él y Carina fueron un apoyo muy importante para mí cuando llegaste al mundo; no hay de que avergonzarse.

Sus calmadas palabras sólo me llevan a colorearme más. Juro que he visto por el rabillo del ojo una sonrisa burlesca de parte de Javier. No lo miro porque si lo veo riéndose, le tiro el vaso de agua en la cara.

"Y luego le tendrías que sacar la ropa porque se resfriaría"

No tengo inconvenientes con eso.

— Eran buenos tiempos los que vivimos. Después vino esa etapa y pues, bueno...

Baja su mirada y su sonrisa va desapareciendo de apoco. Mi madre igual hace lo mismo y suspira.

— Si... —exhala pesado—. Nunca fue mi intención causar todo eso y...

— Anabel, no fue tu culpa —la interrumpe el mayor—, y eso ya está superado así que no hay nada de que lamentarse.

— Tienes razón —asiente— Cuéntame de ti y Carina. ¿Cómo está ella? mi amiga del alma, hace tanto que no sé de ella. Quiero verla, ¿dónde está?

James Javier se remueve incómodo en la silla y baja la mirada, por el contrario del señor Samuel que mira su sortija en el dedo y sonríe con añoranza.

— Carina... Carina pasó a una vida mejor hace tres años... —comenta y mira a su hijo.

— Oh... —se detiene mi madre— Oh... ¿cómo así? ¿cómo... de qué murió?

La voz de mi madre parece estar afectada. En su mirada se refleja la tristeza que siente al escuchar tales noticias. Miro a James y él sonríe, mirando un tenedor.

No sé por qué lo he hecho, pero le tomo la mano izquierda que, estaba apoyada en su pierna y, en el momento que sus ojos conectan con los míos, mis labios le sonríen. El brillo de su iris verde intensifica más de lo previsto y siento la calidez de su mano tomando la mía. Me devuelve la sonrisa y los colores volvieron a presentarse en su hermoso rostro.

Solo fueron cuestiones de segundos, pero me he olvidado del mundo. Las ganas de abrazarlo y hacerle sentir que no está solo, me invaden. Es una sensación extraña, es como si lo conociera de por vida.

— Mi madre murió de aneurisma —le contesta a mamá—. Una noche durmiendo tuvo un derrame cerebral y... —aprieta mi mano— fue muy tarde para cuando nos dimos cuenta.

Todos se quedan en silencio.

— Esta es una desagradable noticia. Nunca nadie me dijo nada, ni me avisaron. No pude ir ni a su velorio —mamá se apoya en la silla, mira a la nada. Parece que va a llorar y luego enfoca al señor—. Oh, Samuel, siento mucho tu pérdida. No me imagino por lo que debieron de pasar... Ojalá hubiera estado ahí con mi amiga en sus últimos días. Me hubiera encantado.

— Lo sé, querida, lo sé —posa su mano derecha en el hombro izquierdo de mí madre y la consuela—. Ustedes tres eran muy unidas. La enfermedad de Carina fue muy repentina, era una mujer tan saludable y fuerte... No lo vimos venir.

Se sonríen el uno al otro, por primera vez, mamá ha bajado la guardia de no llorar en público.

— Disculpen interrumpir señores, pero ¿ya saben lo que quieren pedir?

Aparece el fantasma del camarero entre James y yo. Inmediatamente suelto su mano y limpio varias lágrimas que me brotaron. Mi madre hace lo mismo, con una servilleta limpia sus lágrimas con cuidado de no estropear su maquillaje y, amablemente, nos pregunta a ambos si ya decidimos que queremos.

— Bueno... —dice Javier de vuelta a su carisma—, yo invito esta noche —sonríe a todos y mira el menú— de entrada, nos gustaría chuleta de cerdo y ensalada cesar, he escuchado que es muy buena —le habla al camarero.

— Si señor, así es —le afirma— ¿algo más? Si gustan de nuestra sesión Steaks y Chops le ofrecemos nuestra Prime New York Strip or Filet Mignon, unos de los platos más deliciosos.

No tengo ni idea de que sea eso, pero se ve rico en la fotito del menú.

— Aceptando su oferta —habla Samuel—. Traiga dos de ambos.

El camarero asiente contento.

— Y de bebidas, vino malbec —ordena mi madre.

— ¿A la señorita se le ofrece algo?

Me miran todos a mí.

— Pues... me gustaría un buen cóctel —definitivamente hoy no voy a beber vino—, pero como no sé mucho de ello —miro el menú y lo cierro— lo dejo a elección de usted, sorpréndame.

Le sonrío y el amable joven se disculpa y se retira. No tardaron mucho en traernos la comida y atendernos con mucha sutileza. Durante la cena, sentí la intensa mirada de Javimis —muero de risa con mi yo del pasado—, como decía... Javier es un amor de persona. Todo el tiempo ha sido dedicado y atento conmigo. Escuchamos algunas de las historias del pasado de mí madre y Samuel, Carina y Eva. Pensé que esto era cena de negocios, pero ya veo porque tanta insistencia en que asistiera.

Samuel quería verme otra vez. Javier no niega tampoco sus ganas de verme, pero creo que está aquí más por su padre que por voluntad propia.

— Hija, podrías pasarme una servilleta, por favor.

— Claro.

Contesto y en el instante que voy hacerlo, Javimis me habla y me he atontado por completo.

— Trix ¿qué te parece si un día de estos salimos juntos? Para conocernos mejor.

Su sonrisa me lleva al universo.

— Perdona ¿qué?

Al mirarlo a los ojos, siento como mis mejillas se colorean. Mis nervios están a flor de piel, tanto que cuando le voy a dar la servilleta a mí madre, mi codo choca a medio camino con mi copa de cóctel y cae empujando a otra copa de agua que se vira encima de mí.

— ¡ouh, no! —me precipito a pararme y tirar la bandeja del camarero que iba pasando por detrás, sin querer— Perdón, perdón, disculpa...

Le ruego mientras veo varias copas romperse. Ay, chispitas...

— ¿Estás bien?

Javier me toma por el codo, alejándome de los vidrios.

¡No! No estoy bien. ¡Todo esto es por tu culpa!

— Sí, sí, no te preocupes.

Miro a mí madre, quién solo rodea ojos y mira Samuel. Estoy en graves problemas... De repente ambos se echan a reír y negar con la cabeza.

— Todo por los buenos tiempos —comenta Samuel, brindando con mi madre— Camarero, ¿a qué mesa se dirigía usted?

— A la mesa trece, señor.

Samuel voltea y los saluda. Parece que conoce bien este lugar y la ubicación de cada cuál.

— Disculpen las molestias y el retraso de su pedido. La cuenta de hoy va por mí —dice sonriente.

El joven de la otra mesa agradece y levanta su copa. Samuel amablemente hace lo mismo y voltea a nosotros.

— Es muy amable de tu parte, pero no puedo dejar que hagas eso. Déjame pagar a mí.

Ofrece mi mamá y yo miro mi vestido. Por suerte, ha sido solo agua.

— De eso nada, ustedes son nuestras invitadas hoy; así que no acepto un pero.

Miro la mano de Javier en mi cintura y me sobrecaliento de mejillas.

— Gracias.

— Si me disculpan, voy al baño —me aparto rápido y algo torpe—. Con permiso.

En los lavados, me miro al espejo. Estoy muy roja, dios, que patosa soy... Por suerte, no fue mucho y el vestido es de doble tela, no se transparenta. Espero que él tenga conciencia de lo que me hizo. ¡¿Cómo diablos se le ocurre preguntarme eso así por así?! ¿Quién se cree? Me hizo ruborizar con esas palabras. Aunque, no sería mala idea conocernos mejor... me encantaría pasar más tiempo con él.

Tal vez podríamos planear como....

"No."

Tienes razón. Enfócate, Trixie. Limpio parte de la falda de mi vestido con unas servilletas y miro mi reflejo en el espejo. Él es un chico muy guapo, de seguro tiene a miles detrás de él y dudo que esté soltero. Eso es imposible.

Con fuerza de sentirme tonta, restriego las servilletas en mi vestido, me acerco al aire caliente y dejo que el secado haga el resto.

Al salir del baño choco con alguien accidentalmente; un hombre más alto que yo. Me sostuvo por unos segundos, sí señores, casi caigo, de nuevo.

— Uy, perdón, no estaba mirando.

Me alejo de él lo más mínimo que me deja. Levanto mi vista para ver su rostro y resulta que no he podido. Rápido se movió de mí camino y siguió a toda velocidad.

¡No puede ser! Es él. El admirador secreto. O el de la capucha. Pero, es él.

— Ey —salgo de mí shock y volteo— ¡Hey, tú! Admirador....

Solo pude ver la parte baja de su abrigo doblando la esquina. Corro a él y, al llegar al pasillo, se me pierde de vista. ¡Demonios!

— Señorita Cooper, ¿está usted bien?

Un camarero a mis espaldas, se acerca y yo volteo.

— Estoy bien —doy la vuelta para volver a la mesa y me quedo quieta por unos segundos— espere... un minuto... —pauso y él me mira con extrañeza—, ¿cómo sabe usted mi nombre?

— Pues usted es de la mesa que me toca atender está noche, la mesa dos —ah, sí, lo recuerdo. Es el que nos atendió—. Disculpe si la molesto, es que la ví un poco perdida.

Amablemente espera una respuesta y yo lo analizo de pies a cabeza.

"Dice la verdad."

— Mi niña ¿todo bien? Te estamos esperando para el postre.

Mi madre llega a mi lado y el camarero se despide a continuar su camino. Se va a una de las mesas del otro lado.

— Trix, vamos —me vuelve a decir. Pero yo me quedo mirando al suelo, no sé... me siento petrificada— hija ¿qué pasa?

— Nada, mamá —logro mirarla y sonrío— ¿Has dicho postre? ¿qué hay?

— Eh... —me mira confundida y cambia de expresión, restándole importancia a lo de antes y comenzando a caminar ambas hacia la mesa— Javier ha pedido tu dulce favorito. Está muy fascinado con esta noche.

¿Javier...?

— Mamá, ¿le dijiste cuál es?

Le pregunto segundos antes de llegar a la mesa.

— No, querida, y es que desde pequeña te ha gustado el Bananas Foster y parece que Javier no lo ha olvidado.

Le sonríe a él y cuando le miro, se sonroja. ¿Cuántos años tiene? Yo no me acuerdo de nada, ¿por qué él sí?

— Gracias —le susurro al sentarme—, disculpen por la demora.

Comenzamos todos a comer el dulce— ¡Qué delicia! —recalco, sin querer, en voz alta y todos ríen.

— Annie, esta noche ha sido magnífica —Samuel deja su servilleta a un lado y besa la mano de mi madre—. Deberíamos vernos más seguido y recuperar el tiempo perdido

— Tienes toda la razón, Samuel. La vida es muy corta (...)

Las palabras de mi madre hacen eco en mí mente hasta desaparecer. Me he perdido en la mirada de Javier; el brillo de su mirada esperanzadora, sus mejillas medio sonrojadas, la sonrisa de sus labios, esa sonrisa que me ha cautivado toda la noche. Nos estuvimos mirando por no sé cuánto tiempo. Sólo escucho las palabras de mi madre volver a mí cabeza.

— Ahora que nuestros pajaritos parten del nido, es bueno tener amigos para sentarnos a reír de lo tontitos que se ven mirándose el uno al otro.

Cavilo sus palabras y la miro. Ella y el señor Samuel nos miran vacilantes. Mi madre apoyada en la muñeca de su mano y levantando las cejas. ¡Ay, por dios, que vergüenza! Siento que estoy más roja que un tomate.

Aparto por completo la mirada de Javier y puedo ver cómo él también está sonrojado aunque se le pasa más rápido que a mí.

— Es que su hija es muy hermosa, señora Anabel. Me es imposible dejar de admirarla.

Le dice como si nada a mi madre. Si pudiera, me escondería en una copa.

— Sí, ¿verdad?. Tengo una hija muy guapa e inteligente, soy una madre muy afortunada.

Y mi madre no colabora para ayudarme a recuperar mi color natural. Todo lo opuesto.

— Por favor, madre, para.

Subo mis manos y las pego a mis mejillas. Están ardiendo y mis dedos tiemblan. Ellos sonríen y el señor Samuel se me queda mirando con un brillo especial, pero siento en su mirada algo más... no sé explicarlo, es como si quisiera decirme algo desde el inicio de esta noche, pero no ha encontrado el momento perfecto para decirlo.

— Trix, volverte a ver esta noche en persona ha sido lo que más me ha gustado —suspira y se me contagia—. Siempre te he querido como una hija. ¿Recuerdas algo del pasado? ¿Cuándo vivías en mi casa?

Mi madre se limpia los labios con una servilleta y bebe un poco de su vino.

— No, no me acuerdo mucho —me sincero— Solo tengo imágenes desordenadas en mi mente, pero están borrosas.

— Tal vez si volvieras a la casa recordarías más cosas —me dice Javier y todos lo miran—. Digo, he estudiado muchas cosas de psicología y sé que si una persona vuelve a un lugar del cual no se acuerda, pero si vivió mucho tiempo, existen grandes probabilidades de que recuerde. Trixie tenía unos.... —entre cierra sus ojos, como que pensando— ...nueve años cuando se mudaron, por lo que tiene cinco años escondidos en su memoria de los cuales debería saber, pero tal vez por algún trauma o dolor ella misma decidió olvidarlos y cerrarse a ellos —explica moviendo sus manos—. Quizás la misma separación de nosotros, éramos muy unidos, todos. Mi madre era como su segunda mamá y mi padre es como un papá para ella; o por lo menos en ese tiempo lo era, tal vez puede ser eso. Si vuelves a la casa puede que te acuerdes de más.

Su explicar me es tan entendible. Quiero que sea mi profesor.

— Sí, muy probable; por eso vendrán este fin de semana a casa. ¿Qué les parece? ¿domingo?

Escucho decir al señor Samuel, pero estoy viendo como dos ricitos de Javier caen por encima de sus orejas mientras que el resto es bañado en gel.

— Me parece genial... —hablo sin pensarlo y él me mira, sonriendo.

Carraspeo en mi lugar y mamá le asiente a Samuel en algo que me he perdido.

— Sería un gusto tenerlas de nuevo en casa.

Dice Javier. Y mi madre que, ya creo que está pasada de copas, levanta una vez más su vino y Samuel se le une, esperando ambos a nosotros dos. Agarro mi copa con algo de nervios y rogando a que no se me caiga o dar tan fuerte el brindis con las otras.

Y me bebo rápido el cóctel, si me voy a emborrachar, ya me da igual. He pasado la mayor vergüenza rompiendo platos y copas. De por sí, siento algo pegajoso en la planta de mis pies, pero no he tenido tiempo de quitarlo. Lo más probable es que sea un granito de arroz, no es la primera vez que me pasaría.

A la salida, mi madre habla con Samuel a lo lejos y Javier llega a mí. Su manera de caminar me recuerda a Daniel, pero, de inmediato, su sonrisa borra cualquier pensamiento que yo pueda tener en mente.

— ¿Te la has pasado bien?

— Si, me ha gustado mucho esta "cena de negocios".

Hago las comillas imaginarias con mis manos y me muevo en mi eje, de verdad, me siento en una película.

— Fue una mentirita piadosa —asevera, vacilante—. Una pequeña sorpresa.

— ¿Igual que proponer ir a tu casa?

— Igual de que no has contestado mi pregunta —alega con algo de diversión en su voz.

No recuerdo que pregunta me ha hecho.

— ¿Cuál?

— Salir uno de estos días tú y yo —se alza de hombros—, como ir a la feria la semana que viene.

— Suena divertido.

Trato de no parecer nerviosa al recordar mi escenita.

— Suena divertido y —se acerca mí, susurrándome bien bajito— "Sí, Javier, me encantaría ir contigo".

Su mirada es como una señal a que yo repita lo que ha dicho, lo cual me pone más nerviosa aún. Siento que mis mejillas arden de tanta calor.

— Resulta que... —¿por qué me es díficil concentrarme?— Mi-mi-mis amigos y yo estábamos planeando ir juntos.

Lo siento, no es mi intención siempre tratar de desviar todo con una mala mentira. Es algo que me sale por defecto de fábrica.

— Eso no importa —su respiración choca con la mía. Hace frío, pero su cuerpo me desprende una ola de calor como mi osito de peluche—, vamos juntos y me los presentas. Me gustaría conocer a tus amigos; conocerte a tí.

Desliza sus dedos por mis finos cabellos hasta colocarlos detrás de mí oreja, mientras su mirada y la mía se pierden una vez más en la del otro.

— Claro que podemos...

Las palabras me salen sin pasar por el filtro y el flash de una cámara y luego otros más, me hacen pestañear varias veces. Identifico que son periodistas. Empiezan a tirarnos fotos y hacerse por alrededor de nosotros una bolita, demasiadas personas hablando a la vez y haciendo preguntas como:

"¿Joven Javier es esta señorita su novia?"

"¿Están en una cena romántica esta noche?"

"¿Cómo se llama?" —me preguntan.

"¿Cuándo será el estreno de su próximo juego?"

"¿Qué pasó con la joven Delila? ¿Ya no son más una pareja?"

"¿Es ella la razón por la que no están juntos?"

Javier me toma de la mano y me pega a él, diciéndoles que no hay respuestas a nada mientras se abre paso entre ellos, cubriéndome y veo como unos hombres vienen a colocarse alrededor nuestro y alejar a los periodistas. Me lleva junto a él hasta el coche de mi madre. Veo al señor Samuel abrirme la puerta y entro. Más atrás entra mi madre y el chófer arranca y empieza a conducir.

Aún estoy algo encanillada. Miro hacia atrás y veo como Javier y su padre montan en su coche lo más rápido que pueden y se dirigen en dirección opuesta a la de nosotras. Algunos paparazzi nos persiguen, pero el chófer logra perderlos de forma audaz.

— ¿Estás bien, hija? —murmura mi madre, tomando mi mano.

— Sí.

Mi estado no sé si es de shock o no. Apenas he podido entender una de las preguntas que hacían ellos. ¿Javier es famoso? La empresa de mi madre tiene éxito y sí me he encontrado con periodistas, a veces. Pero, no creo que sea por ello que nos empezaron a sacar tantas fotos.

El resto del camino fue en silencio, pero un silencio agradable. Mirando la ciudad por la ventana, mis ideas se enfocan en otra dirección al ver las estrellas en el cielo. Javier y su propuesta de salida. ¡No puedo creer que le dije que sí, así sin pensarlo! Me hipnotiza por completo, es como si mi cuerpo se gobernara por sí solo.

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