Epílogo
—¡Mamá, por favor…!
—¡Pero, hija! ¿Cómo es que te vas a quedar a vivir en China? ¿Después de todas las cosas que te pasaron?
—Ahora está todo bien mamá, ¡en serio! Mi carrera está despegando, y aparte está Xiang...
—Xiang… Xiang... ¡Sólo sabes hablar de ese chico! —La madre de Sienna estaba muy contrariada por la decisión de su hija. Había vivido en carne propia sus sufrimientos cuando volvió del país asiático destrozada anímicamente, y sabía que nunca se había recuperado del todo.
La familia de Sienna estaba acostumbrada al estilo de vida norteamericano, más libre y sin tanta presión como el de su país natal. Habían emigrado de China recién casados, y se instalaron en un pequeño pueblo ganadero del oeste del país, donde nacieron sus dos hijas. Con el tiempo, las chicas se habían marchado a Nueva York y ellos hicieron realidad un viejo sueño: tener un pequeño rancho dedicado a la cría de caballos.
Sienna amaba a esos nobles animales, y cuando vivía en Estados Unidos, si podía, se escapaba unos días al rancho de sus padres. Pero ahora, ya instalada en Shanghai y convirtiéndose de a poco en una celebridad, su madre por un lado temía no poder verla tanto como antes, y que se volviera a repetir su mala experiencia.
***
—Xiang...
—¿Si, linda?
—¿Cuándo podrás tomarte unos días de vacaciones?
Los chicos estaban juntos en el departamento de Sienna. Mientras él estudiaba un guión ella practicaba su música. Xiang dejó el guión para mirarla:
—Depende de la cantidad de días que sean.
—Y... tendrían que ser dos o tres semanas —le respondió la chica.
Xiang se sorprendió:
—¿Tanto? —exclamó—. ¿A dónde quieres llevarme...?
—A los Estados Unidos, amor. Creo que es momento de que conozcas a mis padres.
El chico se había puesto un poco ansioso, pensando en el momento de conocer a sus futuros suegros, pero aceptó viajar con Sienna. Un mes más tarde, los dos pudieron tomarse veinte días de licencia y emprendieron el viaje a Estados Unidos.
Xiang estaba nervioso: Sienna le había advertido que su madre no deseaba que ella se quedara en China. El debía probarle que podía cuidarla bien.
—Si no la convencemos de que yo estoy bien en China, nunca me dejará en paz… —se quejó la chica, que estaba cansada de los periódicos sermones de la mujer.
—No te preocupes, linda —le aseguro Xiang, tratando de parecer valiente aunque él también estaba muerto de miedo—. Voy a convencer a tus padres de que te cuidaré bien…
—Tonto... ¡como si yo necesitara tantos cuidados!—. La chica se le rió en la cara, provocando unas leves sacudidas de Xiang, que no se atrevió a ser más efusivo o cariñoso con ella, porque estaban en pleno vuelo y a la vista de todo el mundo.
Cuando llegaron al aeropuerto de San Francisco, decidieron quedarse un par de días en la bella ciudad, para que Xiang la conociera. La antigua urbe, con sus calles de pronunciadas subidas y bajadas que se podían recorrer en tranvía, sus filas de casas victorianas y el emblemático puente Golden Gate, tenía un encanto particular que les gustó mucho. Pero no se podían quedar mucho allí: debían tomar otro vuelo hacia el oeste.
Llegaron al pueblo en un día soleado, pero era invierno y la noche anterior había caído una intensa nevada. El lugar se asemejaba a una postal navideña, con los techos, árboles y veredas cubiertas por una capa blanca y luminosa.
—¡Qué maravilla…! —Xiang se entusiasmó con la nieve, aunque Sienna se estremecía de frío—. ¿Aquí se puede esquiar?
—Hay un lago congelado donde podremos patinar, si quieres... —le dijo, sin muchas ganas. Lo que ella más necesitaba era una estufa con un enorme fuego.
—¡Qué bueno! —Xiang estaba tomándole gusto a la visita a sus suegros. Aunque aún le faltaba lo más difícil: el primer encuentro, que de seguro iba a ser tenso.
La resistencia de la madre de Sienna era lo que más temor les causaba a ambos: la señora tenía sus razones, muy válidas y con sustento. Les había costado mucho esfuerzo sacar a su hija del estado en el que había vuelto de China, y Xiang los comprendía, porque también había sufrido junto a la chica. Pero ahora que estaba todo solucionado, él esperaba hacer recapacitar a sus suegros y demostrarles la clase de persona que era.
Pero el chico no conocía toda la historia, y no sabía que lo esperaba una sorpresa. Una muy mala.
***
Sienna, sabiendo la opinión de sus padres, nunca les había hablado de su verdadera relación con Xiang; sí sabían que había ayudado a alguien en Nueva York, y poco más. Cuando finalmente se convenció de ir tras de él, se marchó sin avisarles, causando la furia de su padre, que aún no la había perdonado. Para ese entonces, solo hablaba con su madre, que no aprobaba la relación. Sienna no le había dicho toda la verdad a su pareja. A Xiang lo esperaba una tarea difícil, para la cual no estaba preparado.
Cuando llegaron al rancho, el lugar le pareció fantástico al chico, así como estaba, cubierto de nieve. Un portón cerraba la entrada a un ancho camino bordeado de dos filas de enormes árboles. Xiang se había hecho otra idea acerca de lo que era el rancho, por los relatos de Sienna. Era mucho más grande de lo que había pensado. Al final del camino había una casa de aspecto acogedor, y al costado unas cuantas cuadras para los caballos.
Estacionaron el auto frente a la casa, y a Xiang le llamaron la atención los nervios de Sienna, que estrujaba sus dedos mientras miraba hacia la vivienda.
—¿Qué te pasa, amor? —le preguntó. La actitud de la chica no le gustó nada: algo no estaba bien.
—Xiang... yo... —La huidiza mirada de Sienna le confirmó al chico sus peores sospechas.
—¡Ay, Sienna…! ¿Qué pasa? —la interrogó, con miedo de escuchar la respuesta.
—Xiang... Hay algo que no te dije —comenzó a decir la chica, sin atreverse a mirarlo—. Yo me fui a China sin avisarle a mis padres, y ellos se enojaron mucho. Mi madre más o menos me perdonó, pero mi padre...
Xiang se asustó ante las palabras de la chica:
—¿Qué... qué pasa con tu padre...?
—¡No te enojes, Xiang…! —le suplicó la chica.
Pero Xiang ya estaba enojado: sin saber con lo que se iba a encontrar cuando atravesara la puerta de la casa, sintió que había caído en una trampa. Con voz sombría volvió a preguntarle:
—¿Qué pasa con tu padre, Sienna?
La chica no tenía más remedio que decirle la verdad:
—Es que aún no me reconcilié con él... y dejamos de hablarnos.
—¡¿Qué?! —Xiang no podía creer que no solo tenía que enfrentarse a la madre de Sienna y probarle que era un buen candidato para su hija, sino que también tenía que lidiar con el padre, que de seguro estaría furioso con él.
Todo su entusiasmo se enfrió, y miró a la chica con desilusión:
—Dios mío, Sienna... ¿Cómo pudiste hacerme una cosa así? —Xiang no quería entrar en pánico ante el pésimo giro que estaba tomando la situación.
—¡Lo siento, Xiang, en serio lo siento! Es que no supe cómo afrontar este asunto, y sé que cometí un error al traerte aquí sin tener las cosas resueltas...
—¿Y ahora qué vamos a hacer? ¡¿Cómo vamos a entrar a la casa, y que yo me presente ante tus padres en esta situación?! —gritó Xiang—. ¡Ay, Sienna, no puedo creer que me hayas traído engañado! ¡¿Por qué me hiciste esto?!
Xiang estaba muy enojado con su novia, pero en ese momento lo que más tenía era miedo: no podía presentarse ante los señores Yan de esa manera, porque estaba seguro de que iban a rechazarlo. Aún no se habían bajado del auto, y en un impulso encendió de nuevo el motor. Había tomado la decisión de irse de allí.
—Xiang, ¿qué haces? —le preguntó la chica.
El tono de la respuesta de Xiang fue sombrío, y hasta un poco hostil:
—Me voy de este lugar, ¿no lo ves? —le respondió, y la miró con una expresión de furia que ella nunca había visto antes, y que le produjo un poco de miedo—. Si quieres bájate y quédate en la casa de tus padres. Yo no voy a entrar.
Confundida y sin saber qué hacer, la chica se bajó del auto. Xiang también bajó a sacar sus valijas, pensando en irse de allí lo antes posible. No conocía nada del lugar en donde estaban, pero no quería quedarse en el rancho, seguro de que no iba a ser bienvenido.
Pero de pronto, la puerta principal de la casa se abrió.
—Sienna... ¡hija! —La señora Yan había sentido el ruido del motor, y cuando se asomó vio y a los chicos, fue a abrir la puerta, presurosa.
Su hija corrió a abrazarla, hecha un mar de lágrimas, y Xiang se quedó petrificado al lado del auto, con la maleta de la chica en la mano y mirando al suelo. Ahora no podía irse por más que lo deseara.
—Hija... ¿me vas a presentar a tu novio? —Las corteses palabras de la señora sorprendieron a Xiang, que la observó por un segundo. Ella lo miraba mientras sonreía.
El chico estaba seguro de que el recibimiento era pura cortesía, y que la mujer lo trataba bien solo para salvar las apariencias. Trató de responder con educación, y se acercó a la señora para hacerle una reverencia.
—Mi nombre es Chen Xiang, señora Yan. Es un gusto conocerla...
—lgualmente, Xiang... —le respondió la mujer—. Pasen a la casa, que hace mucho frío afuera.
Los chicos, en silencio y sin mirarse, entraron a la casa luego de sacar el equipaje del auto. Por suerte, la madre de la chica no los había escuchado, pero la discusión en la entrada fue suficiente para que una sensación de incomodidad se instalara entre ellos. Sienna sabía que Xiang tenía un carácter fuerte, pero nunca lo había visto dirigido hacia ella, y la situación no le había gustado nada.
Xiang, que muchas veces se dejaba gobernar por sus impulsos, ya se había arrepentido de haberle hablado mal a su novia, pero ese no era el momento de buscar reconciliaciones. Nervioso, solo atinó a sujetar con fuerza su equipaje mientras entraba a la casa, esperando lo peor.
***
La señora Yan sabía que no podía luchar contra las decisiones de su hija: Sienna siempre había sido independiente, y se había marchado a Nueva York siendo muy joven a hacer su vida. Jamás les había pedido nada aunque en algunos momentos su situación económica no era muy buena. Había decidido darle el beneficio de la duda a ese chico de nacionalidad china, y conocerlo mejor para tratar de ver si era lo suficientemente bueno como para ser su yerno. Pero notó algo raro: los dos chicos parecían tensos, y no se miraban; algo les había ocurrido.
El rancho, aparte del dormitorio principal, tenía dos más, en los que se alojaban Sienna y su hermana cuando iban de visita. La señora Yan le había aprontado el dormitorio de la hermana menor para Xiang. Sienna se quedaría en su dormitorio de siempre.
Cuando dejó al chico solo para que se instalara, la mujer se fue a ver a su hija, para averiguar qué estaba pasando. La chica le contó, acongojada, lo que había sucedido en el auto.
—Pero, hija, ¿cómo pudiste hacerle algo así? —le respondió la mujer—. Ese chico tiene toda la razón en estar enojado contigo; ¡lo trajiste engañado…! Debe tener miedo, porque creerá que todos lo vamos a tratar mal...
—¡Lo sé mamá!, sé que estuve mal, pero nunca lo había visto así, tan furioso. Nunca se había enojado conmigo antes...
—Habla con él, hija, antes de que las cosas se enfríen y la reconciliación sea aún más difícil. ¿Por qué no lo invitas a dar una vuelta a caballo? —le sugirió—. Tu padre no viene hasta mañana, está en otra ciudad comprando animales, así que no se lo encontrarán en el campo. Y no te preocupes por él, yo me encargaré de que no moleste a Xiang...
Sienna le hizo caso al consejo de su madre y fue hasta el dormitorio de su hermana a golpear la puerta. Xiang abrió, y cuando vio que era ella, miró al suelo, silencioso.
—¿Vamos a dar una vuelta a caballo? —lo invitó, tratando de que su voz sonara tranquila.
—Yo no sé andar a caballo... —le respondió el chico, serio.
—¡Ay, Xiang, no seas así! —exclamó Sienna—. ¡Sé que me equivoqué, y lo siento! Te pido disculpas, pero tú también me gritaste y no me gustó, y aquí estoy, tratando de arreglar las cosas... Por favor, ven conmigo a dar una vuelta. Necesitamos hablar...
Xiang finalmente accedió. Nunca se había peleado antes con Sienna, y odiaba a sentirse así. A pesar de que aún no se le había ido el enojo, ya quería abrazarla y besarla de nuevo. Pero la situación entre ellos no era como para demostraciones de afecto.
Sienna sacó dos caballos de la cuadra: el animal más tranquilo que tenían, y que estaba segura de que sólo se iba a dedicar a seguir al suyo a donde fuera, sin obedecer ninguna de las órdenes que pudiera darle Xiang por equivocación, y otro un poco más brioso, que iba a montar ella.
—¿No te gustan los caballos, Xiang?
—Sí, sí me gustan. Son muy bonitos —comentó el chico, que estaba distraído acariciando el cuello del hermoso animal que le había tocado en suerte. Observó con una sonrisa al manso animal, que se dejaba acariciar con tranquilidad.
—Pásame las riendas, que te lo sujeto mientras te subes —le dijo Sienna. Cuando Xiang le pasó las riendas a la chica, rozó su mano. Los dedos de Sienna, que no se había puesto aún sus guantes, estaban un poco fríos, y Xiang, en un impulso, los sujetó con su mano para darles calor.
—¿Qué haces, Xiang...? —le preguntó la chica
—Estás helada… —Había atrapado sus dos manos, y las sujetó contra su pecho. La miró con los ojos tristes—. Me porté muy mal contigo. A pesar de que estaba enojado, nunca debí gritarte... ¿Me perdonas, linda?
Las miradas tiernas de Xiang eran irresistibles, y el beso de reconciliación se sintió aún más dulce.
***
Los caminos solitarios y sinuosos, rodeados de enormes árboles cubiertos de nieve, en donde el débil pero luminoso sol pugnaba por abrirse paso, eran un espectáculo digno de ver.
Sienna se veía hermosa encima de su caballo, que a cada paso intentaba salir corriendo sin que ella se lo permitiera. Xiang la seguía en su tranquilo corcel, que no le hacía el más mínimo caso a las órdenes del chico para que caminara un poco más rápido.
—¿Qué le pasa a este caballo? ¿Acaso es sordo, que no obedece mis órdenes? —se quejó.
Sienna se rió de él, y le explicó que en realidad le había dado un caballo de equinoterapia, y no uno de paseo, por miedo a que el animal interpretara mal una orden suya y lo tirara.
—Esto es insultante, Sienna... —protestó el chico—. Está bien que no sepa andar a caballo, pero tampoco pienses que voy a terminar en el suelo por un simple galope...
La expresión ofendida de Xiang la hizo reír aún más;
—¡Lo siento, amor! Es que te ves tan lindo así, ofendido y haciendo pucheros...
—¡Ya no te burles de mí, Sienna, y enséñame a manejar esta cosa!
A las risas, la chica aceleró el paso de su caballo, y el otro animal comenzó a su vez a trotar para darle alcance.
—¡Mantente derecho! ¡Estira las piernas! ¡No debes permanecer sentado sobre la silla todo el tiempo, sino vas a verte horrible! —Sienna era una pésima instructora, porque se tentaba de risa por todo.
—Te estás burlando de mí... —siguió protestando Xiang—. ¿Acaso quieres que me enoje de nuevo?
—¡No! ¡No! —replicó la chica a la broma de su novio—. ¡Que ni se te ocurra!
Al final, entre risas y burlas, Sienna logró hacer que su novio tuviera una mejor línea sobre el caballo. Xiang aprendía rápido, y un rato después ya podía verse bastante elegante, yendo a un trote liviano.
—¿Podrías enseñarme a correr, Sienna? —le preguntó, entusiasmado por sus progresos.
—Eres muy ansioso, amor —respondió la chica—. Para correr, primero hay que caminar. Te iré enseñando más a medida que te vea más seguro ¿sí? Ahora quiero llevarte a un lugar, que estoy segura de que te va a gustar.
Dejaron los caballos atados a un árbol, y comenzaron a subir una pequeña cuesta rocosa que había al costado del camino. Xiang no entendía bien para dónde iban porque solo veía rocas, pero como la chica le había asegurado que el lugar le iba a gustar, la siguió.
De pronto, la pared de roca se terminó, y el chico se vio ante un estupendo paisaje: a lo lejos, unas montañas llenas de nieve se recortaban contra el azul del cielo, y delante de él un pequeño mirador desde el cual se podía ver hacia abajo un valle surcado por un río, que a esa altura parecía casi como una pequeña serpiente azul entre las montañas.
—¡Sienna...! —exclamó el chico—. ¡Qué maravilla!
—¿Viste? Te dije que te iba a gustar. Ahora vas a posar para mí. Quiero sacarte unas foto con esta montaña de fondo...
***
Sienna y Xiang habían acordado que ella hablaría primero con su padre, y después se lo presentaría. A pesar de la negativa inicial del chico, que quería estar con ella para tratar de aplacar un poco la furia del hombre, Sienna pensaba que iba a ser peor así y que hablando a solas con su padre iba a ser capaz de reconciliarse con él: a pesar de su enojo, los dos se amaban mucho.
—Estará aquí en un par de horas amor. Preferiría que cuando él llegue, tú te quedes en el cuarto de mi hermana hasta que yo te llame, ¿sí?
—¡Ay, linda, pero voy a quedar como un cobarde a los ojos de tu padre, escondido hasta que me llamen las mujeres! —se quejó el chico.
—¡Hazme caso, amor! Va a ser mejor así...
Xiang se paseaba, nervioso, por la habitación, esperando a que su novia lo llamara. El padre de Sienna ya había llegado a la casa, y en ese momento estaría teniendo una charla, vaya a saber en qué términos, con su hija.
Una eterna media hora después, Sienna entró a la habitación, con el rostro serio y algo triste:
—Vamos, amor —le dijo—. Voy a presentarte a mi padre.
Cuando entraron a la sala, el hombre estaba sentado en uno de los sillones, y lo observó de arriba a abajo:
—¿Así que tú eres el famoso Xiang?
—Papá, ¡por favor…! —suplicó Sienna, mientras Xiang parecía quererse hacer más pequeño al lado de ella.
—Déjanos solos, Sienna —dijo el hombre—. Este muchacho y yo necesitamos tener una conversación.
Un rato después, Xiang salió de la sala tranquilo, aunque un poco serio. Sienna, hecha mar de nervios, lo estaba esperando en el dormitorio de su hermana:
—¡Ay, amor, lo siento! No sabía que iba a querer hablar a solas contigo... —dijo, apenada—. ¿Te molestó mucho? ¿Qué te dijo?
—Hablamos de China...
Al final, la charla había sido bastante más distendida de lo que Xiang esperaba. Lo que el chico no sabía, y el hombre se había cuidado muy bien de decirle, era que su esposa había hablado largo y tendido con él por teléfono, y le había contado sus impresiones sobre él. A la mujer le había caído muy bien ese chico algo callado pero de aspecto serio, y que demostraba querer mucho y tratar muy bien a su hija.
Después de dos semanas allí, los mayores habían aprendido a conocer y a querer a Xiang. Sienna los veía reírse y conversar en chino, mientras el chico probaba los platos que hacía su padre, que a ella le costaba un poco comer, por el amor que tenía su padre por los sabores ácidos, que a Xiang también le gustaban mucho.
—¡Usted es un gran cocinero, señor Yan! —Xiang hacía exclamaciones de gusto ante cada plato, mientras el hombre lo observaba, sonriente.
***
El tiempo pasó, y los chicos tuvieron que regresar a sus obligaciones en China. Con la promesa de volver cuando pudieran, y de invitarlos a que fueran a Shanghai, Xiang y Sienna se despidieron de los señores Yan y emprendieron el viaje a su tierra. Unos meses después, Xiang también arregló una visita con su novia a la casa de sus padres, para que se conocieran. Por suerte, esa segunda experiencia había resultado ser mucho más tranquila.
***
El sol del otoño aún era cálido, y el camino en las afueras de Shanghai era sinuoso e invitaba a recorrerlo. Xiang, en su moto, llevaba atrás a su novia, que gritaba y se reía pidiendo que fuera a más velocidad.
—¡Ni loco! —le gritó, para que pudiera escucharlo a través del casco—. ¡A esta velocidad estamos muy bien!
Sienna gritó algo que él no entendió, pero se agarró más fuerte a su cintura, y el chico llegó a escuchar su carcajada. Él también se rió, y por un segundo deseo ir más rápido para hacerla reír aún más fuerte. Pero su único deseo era cuidarla y protegerla por el resto de su vida. Aminoró la marcha hasta que detuvo la moto a un costado del camino, y se quitó el casco.
—¿Qué pasó? —le pregunto la chica.
—Nada, amor. Solo quería besarte…
Sienna no le dijo nada, pero se quitó el casco y se bajó de la moto para pararse al lado de él y darle el beso que le había pedido. Xiang, con los ojos cerrados, escuchó el click de la cámara de fotos y cuando abrió los ojos se dio cuenta de que ella había sacado una selfie durante el beso.
—Pero, ¡Sienna! —protestó—. ¡Eres una especialista en destruir los momentos románticos…!
La chica le dijo que había salido muy lindo en la foto, y se alejó unos pasos de él, para provocarlo:
—¿Quieres verla? Tendrás que alcanzarme…
Xiang sabía que nunca iba a poder alcanzarla, pero igual se bajó de la moto, dejó el casco abandonado y se lanzó tras ella, que se echó a correr riendo y gritando por el campo al costado del camino.
Así era la felicidad: estar con la mujer que amaba y sentirse libre. Ni más ni menos.
FIN
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