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Lujuria y tristeza del alma

Alrededor de su cuello de nuevo sintió el peso de la reliquia, antes un honor, ahora su condena.

Al principio, lo tomó como un sagrado deber, que él lo hubiese escogido para portar el rosario, para cumplir con su misión lo llenaba de ¿orgullo? No, el orgullo es un pecado que no puede permitirse. Simplemente era su designio y él, un instrumento, a través del collar, para cumplirlo.

Pero el tiempo pasó y la reliquia continuaba colgando de su cuello, atándolo a una vida que empezó a aborrecer, hasta que se dio cuenta que en realidad ese rosario lo encadenaba al exilio. Porque de eso se trataba todo, él lo exilió. Tal vez sabía lo que haría, lo que estaba escrito en su destino. ¿Cómo podría Zadquiel conocer los planes de su creador?

La reliquia era la sujeción a un mundo mortal que, para ser sinceros, despreciaba.

El sacerdote cerró los ojos y a su mente acudió, como tantas veces, el atractivo rostro lleno de deseo de Lorenzo. Se mordió el labio y las llamas se elevaron en su interior. Un fuego tan poderoso como el que estuvo a punto de consumir la iglesia hacía solo un momento.

La reliquia, el pecado, el cielo, el infierno, el perdón y la condena ¿realmente importaban cuando lo único que deseaba era ser libre, como libres eran los humanos?

Un estrépito hizo vibrar los fragmentos de los santos y las vírgenes quebradas esparcidos por doquier, la puerta de la sacristía se abrió.

Increíble cómo con solo verlo su corazón empezó a latir con tanta fuerza. ¿Cómo era posible que el creador les haya negado esa experiencia a ellos, los primeros? Un acto egoísta. De nuevo se mordió el labio ante la estampa del vampiro.

Lorenzo lo miraba cubierto de sangre y Zadquiel sabía que no era suya, sabía lo que hizo antes de venir a él. Pero eso ya no importaba porque pagaría por su pecado, todos lo hacían.

Los ojos oscuros inyectados en sangre, los feroces colmillos que prometían placeres ignotos antes de ocasionar muerte. El vampiro y su esencia maligna, pero que también implicaba libertad, libre albedrío porque antes fue humano y todavía conservaba el privilegio y uno mayor: el de arrepentirse de sus pecados. Pero Zadquiel no tenía opciones, el condenado siempre fue él.

Lorenzo abrió la boca, antes de que hiciera la petición, el cura se quitó la reliquia. Sin apartar los ojos de la oscura figura cubierta de sangre, empezó a desvestirse. Sus propios dedos le quemaron. La agradable temperatura del aire acondicionado en la sacristía no era suficiente para refrescar el ambiente cargado de humo, cenizas y ahora de deseo.

Cuando llevó sus manos al pantalón, Lorenzo lo detuvo. Por un momento pensó que otra vez lo evitaría, pero no fue así. El vampiro lo tomó por la cintura y lo acercó a su cuerpo, ardía, como él, como el infierno.

El beso fogoso con el que pretendía hacerlo suyo, los colmillos le hirieron los labios, la sangre se mezcló con la saliva otorgándole a la unión un sabor aún más salvaje. Sangre, siempre la sangre, el símbolo bendito de la entrega.

Blasfemia.

Zadquiel jamás experimentó algo como aquello. Las manos del vampiro parecían tocar todo su cuerpo al mismo tiempo, estaba perdido entre los labios, los dedos y los suaves mordiscos que aquel le prodigaba. Lo lamía y en cada lamida estaba la gloria que hacía tanto no experimentaba, desde que salió del paraíso para cumplir con el designio de su creador.

—Estoy dispuesto a pagar cualquier precio por ti —le susurró al oído el vampiro—, aunque nunca estaré conforme, porque sé cuál será nuestro final.

Zadquiel se separó un poco, solo lo suficiente para ver su rostro. Los ojos oscuros de Lorenzo brillaron melancólicos. Se conmovió.

Aquel ser maligno, el mismo que esparció muerte sobre la tierra, ahora lo envolvía con ternura, deseo, entrega y por sobre todo tristeza.

El cura se aferró a él con fuerza, hundió su lengua en la boca ajena haciéndose daño con los colmillos, quería fundirse en ese otro cuerpo, que su esencia le llenara, que su alma manchada le envolviera, a la suya que en algún momento fue pura.

—Y yo por ti, porque contigo soy libre de amar.

Salvaje, dulce, triste, ardiente, su unión era así.

Lorenzo jadeó en su boca cuando Zadquiel se sentó sobre él, sus cuerpos abrazados mientras se acoplaban. ¿Cómo era posible que el creador le hubiese negado aquello? Una lágrima rodó por la mejilla pálida del sacerdote. Echó la cabeza hacia atrás y expuso la manzana de Adán, de inmediato el vampiro la acarició con su boca, la mordió suavemente y volvió después a besarle en los labios.

—¿Te arrepientes? —preguntó Zadquiel con la voz ronca de deseo.

—De todo, menos de ti.

Finalmente, Lorenzo clavó sus colmillos en el cuello blanco del cura. El cielo y el infierno eran allí, donde ambos se unían.

Luz pura resplandeció en la sacristía. Enormes alas, tan blancas como nieve, envolvieron sus cuerpos mientras la sangre manaba desde Zadquiel hacia Lorenzo, que le sorbía la vida.

La unión perfecta, la paz y la libertad tan ansiadas por ambos, al fin tan cerca.

Antes de que el orgasmo los alcanzara, cubiertos por las alas de Zadquiel, la reliquia se envolvió alrededor de sus cuellos. Porque el precio del pecado es la muerte y solo la misericordia divina da la absolución.

En poco tiempo, por la fuerza del rosario la sacristía ardió.

Solo quedaron cenizas al viento. 


***Nota de autora***

Espero que les haya gustado, a mí me encantó escribir cada capítulo.

Esta idea la tenía hace tiempo aparcada en mi laptop, aunque no era un vampiro sino un demonio y se desarrollaría en la época colonial de mi país, por eso el encuentro entre Zadquiel y Lorenzo esta enmarcado en ese tiempo. 

En fin, agradezco a la iniciativa de  @WattpadVampirosES que me permitió darle una forma definitiva a mi idea original. Sea cual sea el resultado del concurso yo estoy satisfecha con esta historia.

Por cierto, Zadquiel es el ángel de la misericordia, espero que lo hayan deducido :P

Esperen el epílogo.

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