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Arrogancia

Contempló su rostro en el espejo sucio y se acarició la mejilla cubierta de barba rojiza. Los ojos oscuros brillaron, una media sonrisa elevó la comisura derecha de los delgados labios.

—Hora de volver.

Lorenzo se cortó el cabello y afeitó su cara, ahora poseía un aire moderno. Su atractivo de nuevo relucía envuelto en la perilla de la barba, pulcramente delineada.

Se bañó, perfumó y vistió con lo que Mónica compró para él: traje de diseñador, camisa italiana.

—¡Justo como antes! ¡Nadie podrá resistirse a mí! —A su mente regresó la imagen del cura, su encantadora y maquiavélica sonrisa—. ¡Cuando regreses serás mío, por fin!

¿Qué sentido tenía continuar sumergido en el tedio de la espera cuando miles podrían rendirse a sus pies? La deliciosa sangre de los humanos le esperaba afuera, y al igual que antaño nadie podría negársele.

Cuando salió a la calle aspiró con fuerza, llenándose del potente aroma de la vida. Sonrió y los colmillos brillaron en la oscuridad. Caminó a paso elegante hasta la avenida Páez y aguardó.

Varios vehículos pasaron hasta que divisó en la lejanía nocturna uno lo suficientemente elegante y moderno, digno de alguien como él.

El auto negro, reluciente, se detuvo. El conductor, un hombre gordo y viejo de unos cincuenta años, se bajó e hizo una reverencia frente al vampiro. Lorenzo echó la cabeza hacia atrás y se carcajeó. ¡Era tan fácil hacerles obedecer! La excitación recorrió todos sus miembros al igual que lo hacía la fresca brisa nocturna, de nuevo se sentía poderoso.

Subió al vehículo agradablemente frío. Perfume con aroma a lujo llegó a sus fosas nasales, en el asiento de copiloto una linda dama de largas piernas permanecía atónita viendo al vampiro subir al auto.

—Dime querida ¿Acaso no me encuentras más agradable que el gordo general que te acompañaba?

A la sorpresa de la chica siguió la complacencia.

«Está divino. Gracias al cielo no tendré que acostarme con el asqueroso del general. Este tipo está tan bueno que incluso podría no cobrarle.»

Mientras aceleraba, Lorenzo rio de nuevo ante los pensamientos de su acompañante. Una hábil mano izquierda acarició la sedosa piel de la prostituta. La noche prometía delectación, sin duda un adecuado regreso para el vampiro más antiguo del continente, el mejor de todos.

Veloz, se desplazaba por la autopista; la música resonando adentro y a su lado el cuerpo, ya seco, de la linda mujer, su primera víctima en décadas. ¿Cómo pudo estar viviendo a base de bolsitas? Absurdo cuando beber del envase entrañaba tanto placer.

Sangre joven y deliciosa por doquier, un festín le esperaba. Estacionó el auto en la Castellana frente a una de las discotecas más exclusivas de la ciudad. Cuando se bajó todas las cabezas giraron hacia él con envidia y asombro, ni siquiera usaba su poder en ellos y ya los seducía.

Nadie era mejor que él, nadie podría superarlo jamás. Se fortalecería, de ahora en adelante solo pensaría en incrementar su atractivo para que cuando Zadquiel regresara... Cuando ese hombre de ojos de fuego lo mirara...

Cerró los ojos y por un breve instante el miedo le invadió ¿Y si nunca más volvía? No. Zadquiel regresaría.

Estaba seguro que sus almas estaban conectadas, el deseo, el anhelo que tenía de él le alcanzaría incluso en el más allá. Lo traería de regreso, lo atraparía en sus brazos y luego... luego bebería de él, gota a gota su vida le pertenecería, lo haría parte de sí mismo y ya nunca más se separarían.

Se estremeció al recordar su sabor. Nunca antes deseo a nadie con tal intensidad. Llevaba siglos muriendo de hambre.

Esa noche, la noche de su regreso triunfal, después de cebarse con unos cuantos mortales más, descubrió que el sabor del cura continuaba atormentándole. Cada vez que sus colmillos desgarraban algún dulce cuello, los ojos en llamas del sacerdote le hacían un guiño macabro para recordarle que aquella que bebía no era de ninguna manera su sangre.

Al borde del amanecer continuaba deambulando por las calles. El recuerdo de Zadquiel había arruinado la satisfacción temprana.

Al principio se deleitó en la veneración de los humanos, ahora despreciaba los murmullos asombrados al verlo, ya no le complacían, le aburrían. Lo quería a él y solo a él.

La luz dorada lo encontró caminando por La Florida. Una hermosa y gran construcción neorrománica se alzaba frente a él.

"Clank, clank"

Las campanadas que anunciaban la primera misa de la mañana.

Y entonces los supo, Zadquiel había regresado. 

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