Raro
Miguel estaba raro.
Había pasado una semana desde que su familiar había regresado a casa y, aunque a simple vista, todo hubiera vuelto a su curso normal, Rosa sabía que algo en su primo no estaba como de costumbre.
Su mirada perdida en el cielo, su repentina manía de salir a correr después de comer, su sorpresiva falta de interés por la guitarra rota o la perdida de los discos de su supuesto ídolo, Ernesto de la Cruz, la sonrisa tonta que se le formaba en los labios cuando creía que nadie lo estaba viendo...
Rosa no creía que la pasión de Miguel por la música se hubiera extinguido de la noche a la mañana; claro que no podía comentar nada de esto en la casa, pues con todos aliviados por el aparente freno del tema tabú en Miguel y con Mamá Elena, prácticamente, haciendo fiestas por ello, sumado al trabajo en la zapatería y al quehacer diario, nadie tenía tiempo para percatarse de los pequeños pero visibles cambios operados en el comportamiento del músico reprimido de la familia.
Nadie salvo ella.
Las posibles explicaciones que le daba su familia las pocas veces que reparaban en la conducta del mayor de los niños de la casa, no conseguían calmarla, había algo en todas aquellas respuestas que no conseguía encajar.
—Está enamorado —había dicho Carmen, su madre, burlona.
Rosa lo consideraba improbable, el único amor de Miguel fuera de la familia y Dante era la música. Las cosas como el romance o tener novia no le interesaban en lo absoluto, ¡si hasta le daba asco ver besos en las películas!
—Se habrá aburrido, gracias a Dios —opinaba Mamá Elena sonriendo—. Los músicos no le hacen ningún bien a esta familia.
Sinceramente, la joven dudaba que eso fuera cierto. Para alguien que intentaba crear música con lo que encontrara y que era tan obstinado como su primo, no le sería sencillo abandonar aquello, incluso con la tristeza que le había provocado el hecho de que su abuela destruyera su instrumento y arrojara sus discos y todo lo demás a la basura.
—Habrá encontrado algo con lo que distraerse, mija —decía su tía Luisa—. Miguel aún es pequeño, ya no le des más vueltas.
Esa idea se le hacía la más cercana a la realidad, por más que sintiera que algo se le escapaba.
¿Qué era lo que Miguel hacía cuando estaba fuera de casa? ¿Por qué se veía tan distraído y feliz si no hace mucho se veía muy triste y molesto con todos? ¿Por qué sonreía de manera tan boba y una luz brillaba en el fondo de sus ojos?
Inquieta y algo asustada, Rosa un día siguió a Miguel cuando este salió de la casa con su caja de bolero, teniendo cuidado de que su primo no la viera pues sabía que, si la pescaba, sería más difícil para ella agarrarlo con las manos en la masa.
Lo que vio esa tarde la dejó pasmada.
No podía ser cierto.
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