Prologo
Aquel sueño se acentuaba a medida que se acercaba su dieciocho. Como si una madurez implacable quisiera fundirla con inquietudes y fuertes responsabilidades; terribles sensaciones. Empezaba a tener pálpitos. Cruzó los dedos para que solo fueran eso: simples e insignificantes pensamientos.
Se tocó la cara. Estaba húmeda. El mal sueño había perlado su piel con sudor. Dejado su garganta seca. Todavía podía sentir el dolor y los gritos de sus supuestos padres. Unos que ardían entre un amasijo de hierros incandescentes. El resuello la asfixiaba. Se llevó la mano al pecho. Allí, su corazón latía desbocado amenazando con romper la caja torácica. Sonó la alarma de su teléfono. Eso la hizo dar un respingo. El sobresalto empeoró sus síntomas de ansiedad.
Escuchó al otro lado de la puerta unos golpecitos secos. Luego oyó su nombre.
—Karen, cielo, ¿estás bien?
April se sentía preocupada por su hija. Había pasado de ser una niña feliz y traviesa, a otra más adulta y asustadiza. Incluso frágil. No era de insistirle viendo su estado crítico y variable. Pero presentía que, en su interior, se lidiaba una batalla mayor de lo imaginable.
Al escucharla romper en llanto entró sin su permiso para consolarla. Ya no era cuestión de esperar.
—Cielo. No pasa nada —la alentó abrazándola.
Karen se abrazó a ella con angustia.
—Mamá, ¿crees que me estoy volviendo loca? —inquirió envuelta en lágrimas, sorbiendo por la nariz.
Acarició sus cabellos con dulzura.
—Te estás haciendo una mujer adulta, y con ello, tus miedos se acrecientan. Miedos e inquietudes sobre tu futuro.
—No sé si será eso. Pero... —Tuvo que hacer una pausa cuando recordó uno de los últimos hechos sucedidos. Había sido capaz de predecir la muerte de uno de los vecinos. Una muerte repentina en un chico sano que no entendían cómo había podido ocurrir. Se sintió como si ella misma lo hubiera ejecutado. La culpabilidad, probablemente, sería la fuente de aquellas pesadillas. ¿Por qué no? ¿Por qué le estaba sucediendo esto a ella?
April le dio unas suaves palmaditas en la espalda que cambiaron a unas suaves caricias.
—Ya pasó.
La miró a los ojos pellizcándole con ternura la barbilla—. Venga. Espabila. Tienes que ir a clase.
¿Ir a clase? No se sentía capaz ni de salir de la cama.
—Pero mamá... —protestó.
April la señaló con gesto serio, advirtiéndola de que era una orden. Ella chasqueó la lengua, rodó los ojos y se levantó con cuidado de no tropezarse por su matutina debilidad. Al menos allí se encontraría con Madison. Y con Carter. Ellos nunca permitían que pasara más de tres segundos decaída. Formaban parte de su club de los «buenos amigos». Lo eran. Y lo agradecía.
Desayunó. Se preparó su mochila con todo lo que se llevaría consigo. Tras un beso en la mejilla a su madre salió veloz hacia la parada del bus. Se sentó debajo de la marquesina. El cielo estaba nublado. Esperaba que no lloviera. Siquiera había cogido paraguas con las prisas. Se abrazó los codos. Octubre se dejaba caer con frío y un poco de viento: mala combinación. Se negaba a pillar un buen catarro. Enfermarse no es plato de buen gusto para nadie.
Sus comisuras se curvaron cuando vio al autobús llegar desde lo lejos. ¡Por fin! No le apetecía quedarse allí, a la intemperie, por más tiempo. Se alegró de no terminar muriendo de una grave hipotermia. «Pero qué exagerada eres».
Dos paradas después se subió Madison. Karen le guardaba el asiento de al lado. Ella iba tecleando en su teléfono.
—¿Qué te cuentas? —preguntó, sin levantar la cabeza de la pantalla.
—No dejo de soñar lo mismo desde hace unos días. ¡Es terrible! Me pregunto si serán recuerdos de mi infancia. Esa que parece haberse borrado con el paso de tiempo, como le ocurriría a cualquier mortal.
Levantó la mirada fijándola en ella con preocupación.
—¿No hay manera de saberlo? ¿Nadie podría contarte nada?
Karen elevó los hombros.
—Soy adoptada, Madison. ¿Quién, entonces, podría contarme sobre mi pasado?
—Podrías averiguar en qué orfanato estuviste alojada hasta ser acogida por una familia.
—Tal vez ni ellos tengan esa información. O no quieran dármela.
—Podrían intentarlo.
—Algún día lo haré. —Exhaló—. Cuando tenga el calor y la edad suficiente para hacerlo.
—De todos modos, siéntete orgullosa. Edward y April están haciendo un magnífico trabajo.
—Lo sé. Y les doy las gracias. Pero sigo necesitando saber qué pasó. Más que nada porque me gustaría saber si en realidad mis sueños son reales.
—Te dolería. Dolería mucho confirmar que tus padres murieron entre tanto sufrimiento.
—Al menos sabrían quiénes eran.
Y porque se sentía en mitad de un páramo desconocido donde el género de terror comenzaba a hacerse dueña de su vida.
El autobús llegó a su destino. Karen bajó junto a Madison. Se encontraron con Carter que las esperaba y, cuando las vio, levantó la vista y las premió con una sonrisa. Luego se movió como quien alardea de ser un tipo atractivo llegando a ellas para saludarlas.
—¡Y aquí están mis chicas favoritas! Su colega favorito vuelve a estar a su disposición.
—Guapo. Y favorito —vocalizó Madison exagerando, intentando mostrarse seria.
Madison le dio un golpe en el brazo.
—¡Menudo arrogante!
—¡Pero, a que molo? —preguntó, colocándose a su lado, estirándose como una enredadera que quisiera tocar techo, envanecido.
Hizo reír a Karen. La señaló.
—¿Lo ves? Ella sí piensa lo mismo.
—No he dicho eso.
—¡Pero lo has pensado! —La agarró por la barbilla girando su rostro a un lado y a otro—. ¡Puaj! ¡Tu aspecto da asco! Parece que te haya pasado por encima una apisonadora.
—He vuelto a soñar...
Karen se lo había contado a los dos. Llevaba varios días consecutivos con lo mismo y que la encontrasen distraída, cabizbaja y desmejorada, fue lo que la llevó a tener que contarlo antes de que ambos se sentasen en una mesa, con un flexo enfocándole en la cara, realizando uno de esos famosos interrogatorios.
—¿Otra vez? —Asintió abatida—. Joder. Eso ya es muy chungo —murmuró sintiendo compasión de ella. Madison le dio un codazo—. ¡Ay! ¿Qué?
—¡Así no ayudas en nada! ¿Sabes? —Se ancló del brazo de su amiga—. Eso ya es pasado. Vamos a clase. No te digo que vayamos a pasarlo genial porque mentiría. Pero chica, para pesadilla el horario lectivo. Olvida el resto —discurseó, ensanchando una sonrisa cómica que pretendía animarla.
Karen intentó sonreír. No le salía.
Ascendieron hasta el tercer piso. Realizaron un cambio de libros en sus taquillas. Mientras lo hacía, Karen empezó a sentirse mal. Se le cerraba la garganta por momentos. Se agarró a ella tosiendo. El libro que sujetaba con la otra mano se precipitó al suelo junto al que había guardado a medias fuera. Todo el mundo la miró.
—¡Eh! ¿Qué te ocurre? —quiso saber Madison tocando su espalda para que la atendiera.
Karen negaba. No era capaz de hablar. Sus pulmones no se ensanchaban lo suficiente. A su alrededor todo daba vueltas y su consciencia quería cortocircuitarse.
Tambaleándose salió como pudo hacia el baño de las chicas. Madison la acompañó. Carter colocó bien todo en la taquilla de su amiga. Cerró. Luego fue al baño de las chicas y las esperó afuera.
Madison la sujetó como pudo.
—¿Quieres que pida ayuda? Necesitas que te lleven a un hospital.
Los hospitales no le gustaban nada. Negó.
—No sé qué hacer. ¡Dime algo! —continuó insistiendo Madison a la desesperada.
Se refrescó la cara abriendo torpemente el grifo. Jadeaba con tanta fuerza que le dolía todo. Como si fuera un pez fuera del agua que luchase a contracorriente por sobrevivir, aunque no fuera la atmósfera adecuada para él.
Su ataque de hipoxia se fue desvaneciendo. Tosió. Tosió con la garganta tan seca como quien pasa un desierto entero. Se enjuagó la boca y la cara. Fue cuando fue capaz de llorar haciendo temido a una muerte cercana. Madison la abrazó.
—¿En serio estás bien? Creo que deberíamos ir a la enfermería.
—No. No. Por favor. Odio los médicos.
—No es necesario que lo repitas tanto. Si lo necesitas, no te pongas tozuda.
Volvió a negar.
—Estoy mejor. No —insistió, aún temblorosa.
Al salir, Carter de inmediato la asedió a preguntas.
—¿Estás mejor? ¿Quieres que te llevemos a la enfermería? ¡Deberías de irte a casa! Haces muy mala cara.
Ella siguió negando.
—¡No me atosiguéis! Estoy bien. Estoy bien.
Enmarcó su cara con las manos.
—Me preocupas —murmuró, poniendo cara de pena, preocupado por su estado de salud.
Ella se liberó de su agarre.
—Ya se me ha pasado. Ya pasó —repitió, secándose las lágrimas con el dorso de su mano.
—Karen...
—¡Carter, para! —gritó sin girarse.
Madison le dio un toque al chico que estaba a su lado. Sería mejor que la dejaran tranquila. Necesitaba recuperarse después del tremendo susto.
—Lo he matado.
Karen se agarraba a la botella de agua, sobre la mesa de la cafetería, con la mirada perdida.
—¿A quién? —preguntó Carter confuso.
—A mi vecino.
—¿Has matado a alguien? —preguntó Madison frunciendo el ceño. En tus sueños, ¿verdad?
Negó.
—Conocía el día que iba a fallecer. La hora exacta. El lugar. Aunque no sé qué fue lo que causó su muerte. No sabría diagnosticarlo.
—¡Es coña!
Cabeceó a un lado y a otro.
—Hace apenas cuatro días que me ocurren estas cosas. Intuyo cosas. Sueños terribles. Corazonadas que me inquietan.
Madison puso una mano sobre su espalda.
—Será cosa de las hormonas.
—No estoy menstruando. No, esta semana.
—A ver, chicas. Esto es de locos. Es como si me hubiera metido en una película de terror. Y yo te pregunto, ¿te estás quedando con nosotros?
—¿Te pareció falso mi ataque de falta de oxígenos en los pasillos? —gritó, logrando que los de su alrededor los mirasen.
Carter levantó las manos.
—¡De acuerdo! ¡No te sulfures! Creo que estás entrando en pánico porque ya cumples la mayoría de edad y te ves mayor.
Entornó la mirada desafiante.
—¿Te crees que me da miedo eso?
—¿Y a quién no?
—¡No voy a cumplir ochenta!
Madison estalló en una carcajada. Karen la miró con mala cara.
—Vale. Vale. Ya no me rio —aseguró entre aspavientos.
Carter inspiró con preocupación.
—Vamos a ver... ¿Tienes una crisis de esas de existenciales donde le temes a la muerte o algo así? Quizá estás pasando una etapa de desequilibrio emocional que te lleva a ataques de pánico con ansiedad y pesadillas tremendas que lo acompañan.
—¿Lo crees así?
Asintió.
—Pasará.
—¿Y la muerte de mi vecino?
—Pura chiripa. ¡Deja ya de darle vueltas a todo! Será temporal.
Se frotó la frente abrumada.
—Puede. Puede que esté exagerando.
—Lo estás. —Le dio unos toquecillos sobre su cabeza como si fuera una niña—. Sea lo que sea sabes que puedes llamarme a la hora que quieras —se ofreció Carter—. Te aprecio mucho, Karen.
—Gracias.
—Y si no lo llamas a él, me llamas a mí. No estás sola, cariño. Las cosas van a cambiar.
—Es lo que quiero —rogó, cogiendo su bandeja para echar los restos al cubo de la basura. Apenas había almorzado.
Salieron de la cafetería. Iban de camino a clase. Karen frenó en seco. Notó que una ráfaga de frío gélido la atravesó por la mitad. Se tocó el estómago jadeando.
—¡Eh! ¡Mírame! —le suplicó Carter—. No pasa nada. —¡La abrazó! —no más ataques de pánico.
Madison contemplaba la escena enternecida. Conocía los sentimientos de Carter hacia su amiga. Ella había prometido guardarle el secreto.
Carter acarició su espalda besándola sobre el cabello.
—¿Mejor? Dime que estás mejor. —La notó asentir contra su pecho—. Estoy convencido de que deberías de marcharte a casa porque no te sientes bien. Aunque estoy seguro de que vas a negarte.
—No quiero estar en casa, sola. Prefiero quedarme aquí —masculló, aún abrazada a él.
—Lo sabía. —Lo notó sonreír sobre su cabeza. La calidez de su aliento, de su tacto, era agradable—. Eres demasiado terca.
Sentía paz. Carter le proporcionaba paz cuando la abrazaba. Madison igual. Era por eso que se sentía tan bien cuando aquellos dos granujas se encontraban a su lado.
Habían quedado para hacer los deberes en casa de Karen. Tras lo ocurrido en el instituto y su negativa por ir al hospital, a enfermería o a cualquiera de aquellos lugares donde le habrían podido calmar su creciente ansiedad, se negaban a dejarla por mucho tiempo sola. Su madre estaba en casa. Igualmente, y si no hubieran ido ellos a hacerle compañía, se habría atrincherado en su habitación a darle vueltas a la cabeza con las cosas que le estaban sucediendo.
Carter tecleaba en su ordenador. Karen hacía los deberes en una posición imposible, estirada sobre la cama. Madison bufó cansada de calcular.
—¡Vaya rollo! ¡No sé por dónde agarrar esto!
Carter se asomó a su libreta.
—¿A ver? Trae —Carter se asomó robándole la libreta—. ¡Venga ya! Esto está tirado.
—Dijo el superdotado.
—Deja que te lo explique.
Lo hizo. A medida que hablaba, Madison se ocupaba en poner muecas de sorpresa. Más bien, de no enterarse de nada.
—¡Vamos, tía! ¡Piensa un poco!
—¡Es que no lo cojo!
Carter puso los ojos en blanco.
—De acuerdo. Veámoslo de otro modo.
Lo explicó de otra forma. Con paciencia. Paso a paso. Acabó por entenderlo más o menos a medias. Terminó resolviéndolo.
—¡No era tan difícil, tía! ¡No fastidies!
—¡Sí lo era!
Karen tenía la mirada perdida. Se había quedado como congelada en el tiempo, apoyada en su mano. Madison la tocó.
—¿Qué?
Carter habló por ella sacando una patata de la bolsa que tenía a su lado, abierta.
—Una patata por tus pensamientos —rezó serio, buscando averiguar qué estaría en su cabeza. Aunque ya lo imaginaba.
—¡Deja de pensar en lo ocurrido! Lo pasado, pasado está —interrumpió Madison.
—Es que todo es tan... inverosímil. ¡No lo entiendo!
Carter se estiró frente a ella apoyándose sobre su codo.
—¿Qué no entiendes?
—¿Es real mi sueño? ¿Son mis padres reales los que lo protagonizan? ¿Por qué los sueño?
—Tal vez viste la imagen en una película de acción y tu cabeza se empeña en torturarte con ello —argumentó Madison.
Ella negó.
—Son demasiado... reales.
—¿Y tú? ¿Sales en el sueño?
Durante todas las veces que lo había estado soñando no se había detenido a pensar sobre ello. Esa parte continuaba confusa.
—Esa parte no lo recuerdo. Pero sigo pensando que, ¿cómo fue posible que fuera la única superviviente de tan terrible accidente? El vehículo estaba completamente expuesto. ¿Cómo lo logré, si el sueño es real?
—Puede que, con la inercia del contacto, salieras disparada por alguna ventana —sugirió Carter.
—¿No llevaba el cinturón puesto? ¿Cómo lo desabrochó mi madre si mi imagen la sitúa delante, junto a mi padre? Entonces ¿Cómo se rompió algo que es tan seguro, antes de prenderse fuego? ¿Y si alguien lo desabrochó y me sacó de dentro? ¿Cómo puso hacerlo?
—De ser así ¿Dónde está esa persona? ¿Cómo pudo llegar a tiempo? ¿Recuerdas si alguien se detuvo a socorreros, o, al menos, a intentarlo?
—¡Es un sueño! No puedo verlo. Solo son recuerdos vanos —aclaró Karen—. Si es que son reales.
—¡Vale! Dejemos de hablar de ello porque, cuando lo haces, te pones muy nerviosa y yo no quiero —protestó Madison con un mohín—. ¡Tú, superdotado, ayúdame con este otro!
—Un segundo. —Obsequió a Karen con un par de patatas fritas—. Gracias por compartir tus pensamientos.
—¿Y para mía no hay?
—Tú dale al coco, que te queda mucho.
—¡Te he dicho que me ayudes!
Carter puso los ojos en blanco.
—Me sales mucho más cara que una simple patata frita, tía tediosa.
Madison le hizo una mueca de burla. Karen volvía a tener la mirada perdida. Como Carter tuvo que bajar hasta recostarse al lado de Madison, antes pasó por el lado de Karen y besó el alto de su cabeza.
—No pienses más. Sé que todo se ve confuso. Pero, por lo que cuentas, parece más una crisis existencial que, en nada pasará, si la ignoras.
—Solo quiero descansar. No ver a personas sufrir en mis sueños sin poder salvarlas. Regresar a mi vida normal.
—¿Tu vida normal? —interrumpió Madison—. Al menos, tu vida es mucho mejor que la mía. Se te dan bien las matemáticas.
—Solo es cuestión de que entiendas el proceso de realizar las operaciones. Y ya luego lo tendrás chupado —dijo Karen, aun con la voz de la preocupación que continuaba abrumándola.
—Carter, chaval, o me sacas de esta, o será la ruina para mis notas.
—Me parece que tendrás que espabilar. No es esta la única materia que se te da regular por no prestar la atención adecuada.
Madison le sacó la lengua.
Carter le dio un toque en la pierna a Karen.
—¡Regáñala tú! ¡Me está ignorando! —Karen seguía pensativa. Su cabeza era una madeja desorganizada que la estaba turbando. Resopló vencido—. Me parece que hoy ninguna de vosotras va a hacerme caso —las regañó, sin éxito ninguno.
Se despidieron. Era hora de que sus amigos regresaran a casa.
—Espérame abajo.
—¿Por qué? —Entornó los ojos dejando apenas una rendija, con desconfianza—. Carter ¿Cuándo se lo vas a decir? Revoloteas a su alrededor como un abejorro salido y no dices nada. Él frunció el ceño apretando unos labios que no eran capaces de no curvarse hacia arriba—. Vale. Te espero abajo —acordó, antes de que Karen llegara al recibidor para despedirles.
—Vale, preciosa. Yo voy bajando.
—¿No te vas con ella? —se extrañó Karen mirando fijo a Carter.
—Sí. Es que yo... es... yo...
Karen le dio un codazo a Carter antes de largarse escaleras abajo apremiándolo.
—¿Sí?
Sacó del bolsillo un par de entradas.
—Quería que vinieras conmigo al concierto de Pink.
—¡Ah! Bueno... ¿Y qué pasa con Madison?
—A ella no le gusta.
—No es cierto.
Carter blanqueó la mirada.
—¡De acuerdo! Solo quería que fuéramos tú y yo.
—¿Por qué?
—Porque... —Apretó los dedos sobre los finos papeles con la mano alzada. Soltó el aire que estaba conteniendo mientras buscaba alguna respuesta—. De acuerdo. Sacaré otra para Madison.
—Te pagaré la mía. No es justo que tú nos invites. Son entradas que valen una pasta.
—Ya. Bueno. Lo que quieras. —Se frotó la frente experimentando una decepción fulminarle de arriba a abajo—. Pues nada. Me voy ya. O Madison volverá a subir para echarme en cara que la hago esperar mucho.
—Claro.
Pudo una mano sobre su hombro acercándose un poco a su rostro.
—Si necesitas algo, llámame, ¿vale? —Ella asintió—. Bien —finalizó, marchándose escaleras abajo.
No tardó en encontrarse con Madison. Estaba sentada en los escalones de la entrada tecleando en su teléfono.
—¿Y bien? —formuló, sin mirarle. Carter gruñó saliendo el primero, dejándola atrás—. Serás cobarde —murmuró por lo bajo. Estaba demasiado enfurecido como para darle más leña a ese fuego.
NOTA DE LA AUTORA: ¡Hola! Por aquí regreso con una nueva historia. Todavía no sé si se quedará como historia corta o, por lo contrario, será de aquellas con un número de capítulos más numeroso. Es un proyecto que he decidido escribir sobre la marcha. Si estás por aquí, gracias por leerme. Por darme una oportunidad. Un saludo.
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