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Epílogo

     La recuperación de Edward se alargó. Tuvo que realizar una larga rehabilitación para volver a andar. Carter y Madison continuaron al lado de Karen, dándole el apoyo necesario. Carter seguía en sus trece. No se rendía tan fácilmente.

     Era sábado por la mañana. Un ambiente relajado le iría bien al enfermo que se sentía falto de paciencia con tan pocos avances y tantas pegas puestas en su futuro.

    —Señor Evans, le traigo un poco de agua.

    —Qué atento eres, chico.

    Karen lo señaló.

    —No te fíes de él que, cuando está así de agradable, algo se trae entre manos.

    —¿Yo? ¡Qué dices! —Puso un mohín de enojo—. Qué mentirosa eres —murmuró en un tono molesto, cruzándose de brazos con indignación.

    —Ya te conocemos demasiado...

    —Además... ¿Y qué? Ya le gustaría a tus padres tenerme como su yerno —reflexionó, en voz alta.

    —Como vuelvas a mencionar eso, te atizó.

    Edward rio.

    —Venga ese vaso de agua, chico. Estaré encantado de recibirlo.

    Karen blanqueó la mirada.

    —Eso. Encima apóyalo. ¡Ayns! Yo te lo traigo.

    —Te acompaño.

    —¡Ni lo sueñes!

    Entró enfadada a la cocina. April la escudriñó intrigada.

    —¿Qué pasa, cariño?

    —Si Carter te suplica ser su yerno, mándalo al infierno.

    April puso cara de sorprendida.

    —¿Y eso?

    —Es un pesado de narices. —Bufó—. Anda. Ponme un vaso con agua que papá tiene sed —murmuró, aún molesta.

    Regresó al salón con el vaso de agua. Estudió con cuidado a las dos personas que había dejado en espera momentos antes.

    —¿Y?

    —¿Y qué, Carter?

    Le pasó el vaso de agua a su padre.

    —¿Hacemos el trato de ser pareja y dar una alegría en tu casa? —sugirió animado mostrando su perfecta dentadura blanca.

    Ella rodó los ojos.

   —No me atosigues.

    Llamaron al telefonillo de abajo. Hoy conocerían al nuevo empleado. La enfermera que asistía a su padre durante estos días había tenido que ser sustituida porque la madre de esta cayó gravemente enferma. Hoy conocerían al nuevo enfermero. ¿Cómo sería? Bueno, su madre ya había hablado con él. Hoy conocería a su padre. Y la conocería a ella.

    —Yo abro —gritó la joven corriendo hacia la puerta. Carter le fue detrás parta curiosear.

    Esperó a que picaran a la puerta. En cuanto abrió, se encontró a un chico joven de unos veintiséis, alto, de cabellos claros, porte atlético y unos ojos verdes vivaces.

    —Hola —saludó, al tiempo que sonreía.

    April se asomó.

    —Pasa, chico. Pasa —lo invitó.

    —Gracias.

    Karen no podía dejar de observarlo. Era guapo. Era alto, apuesto y magnético. Carter le dio un codazo.

    —¡Deja de babear! —le susurró él.

    —Esa es cosa mía.

    —Yo soy mucho más guapo que ese.

    —Baja de nivel tu vanidad, ¿quieres?

    El chico rubio miró a ambos con diversión. Claramente, los había oído.

    —Este es Edward, mi marido, y el enfermo al que atenderás.

    Le estrechó la mano.

    —¡Hola, señor Evans! Me llamo Adam. Encantado de saludarle. Tengo una buena idea de usted dado que tengo su historial al completo y lo he estudiado. Sin embargo, me encantaría profundizar en algunas cosas más. ¿Podríamos charlar un rato?

    —Claro, muchacho. Siéntate.

    Karen y Carter todavía se peleaban entre murmullos porque ella no podía dejar de observar al nuevo al que le sentaba fenomenal el uniforme. Ya que armaban bulla, Karen los invitó a pasar a la cocina hasta que terminasen con la entrevista.

    —¿Lo ves? Nos han echado por tu culpa.

    —¡La culpa es tuya por ser un celoso!

    —¡Y a ti por babear en mitad del salón!

    —¡Ja! Que te den.

    —Que te den a ti también.

    Dejaron al entrevistador, al entrevistado y a la supervisora, April ejercía de ello para extender cualquier dato que su marido dejase a medias y se marcharon a la cocina.

    —¿Quieres picar algo? —preguntó Karen, todavía en un tono irritado.

    —¿Unas galletitas como recompensa, ya que estoy teniendo una paciencia de santo?

    —¡No me tienes, Carter! No me tientes.

    Karen respiró hondo. Se sentía preocupada. Su padre aún no andaba. Le estaba costando mucho tomar la decisión de colaborar y avanzar lo adecuado. El daño había sido importante. Pero los médicos le daban esperanzas. Sería largo el suplicio, pero si se obcecaba, podría lograrlo con éxito.

    —¿Crees que Adam lo convencerá para que ponga de su parte y logre andar? Porque mi padre es joven aún. Pero terco como una mula.

    —Yo podría echar un cable y hacerle terapia cuando Adam no esté.

    —Tú no entiendes de eso, Carter.

    —Puedo estudiarlo por internet.

    —Como si tuviéramos tiempo.

    —Es fin de semana. Lo tengo.

    —Ya. Siento tenerte aquí como esclavo de mis desgracias.

    —No digas tonterías. —Se acercó un poco y alargó el brazo—. Me debes unas galletitas.

    Karen alzó una ceja.

    —¿En serio?

    —¿No me las habías ofrecido? ¿Recuerdas?

    Ella respiró hondo rodando los ojos.

    —Ya voy.

    Buscó en los armarios. Encontró la caja de hojalata que guardaba aquellas ricas galletas danesas que su madre solía combinar con un té. O con el mismo café. Le mostró la caja abierta.

    —Escoge.

    —Hum. Veamos. Esta. Esta es para mi chica que sé que le encanta el chocolate —opinó, poniéndosela a continuación cerca de su boca, esperando a que la mordiera.

    —Puedo comer sola. Gracias.

    Carter refunfuñó.

    —¿Cuándo vas a dejar de verme como a tu enemigo?

    —Cuando dejes de hacer tanta tontería. Por favor, consigues agotarme.

    Carter la acorraló contra la encimera. Ella le lanzó una mirada fulminante que él ignoró.

    —Karen, hablo en serio cuando... —Se acercó tanto que ella no encontró espacio entre los armarios de atrás y él—, hablo muy en serio cuando digo que me gustas tanto —susurró con una voz áspera y ronca acercando los labios a los suyos—. Por favor, deja que te ame. Te haré feliz. —Tragó saliva. Con él tan cerca el corazón le iba a mil. Golpeaba con tanta fuerza en su caja torácica que bien podría reventársela—. Te amo, Karen. Siempre te he amado. Desde que nos conocimos. No es puro capricho. Lo digo con el corazón en la mano.

    ¿En la mano? A punto estaba de que el suyo se le estampase contra su cara.

    —Car... Carter —susurró a escasos milímetros de sus labios. Lo tenía tan cerca que podía notar su cálido aliento sobre los suyos.

    —Espero que, esta vez, no me rechaces. Ni que me hagas la cobra, me pongas la mano en la boca, o me des una galleta a lo Chackie Chan. —Eso último había sonado tan gracioso que estuvo a punto de estallar en una carcajada. Tenía que mantenerse sería. Por credibilidad y saber estar en su lugar.

    Se quedaron así durante unos largos segundos. La respiración agitada de ambos se escuchaba claramente en la estancia. Habían perdido el miedo a ser descubiertos. Además, los de afuera seguirían bien entretenidos con la entrevista y alguna charla más extendida.

    —¿Qué dices? ¿Puedo besarte? —le pidió permiso.

    Ella seguía con la respiración agitada. Su cercanía era agradable. Más bien, la enardecía. Haría cuanto pudiera por no dejar que aquello fuera más allá de un beso. Pero, ¿y por qué no besarle después de hacerle tantos despechos?

    —Si tardas mucho en besarme, te juro que acabaré dándote una galleta al estilo más puro de Chackie Chan —lo amenazó, haciendo que él pasara suavemente la mano sobre su nuca para acercarla con delicadeza y depositar un beso sobre sus labios. Al principio fue tímido, suave, un poco recatado. Luego pasó a ser uno más profundo aunque sin lengua. Como sus lenguas se enredasen terminarían por hacer algo en la cocina de lo que luego se arrepintieran en cuanto los pillasen.

    Al terminar el beso se quedaron pegados por la frente tratando de regresar a la respiración adecuada.

    —No ha estado tan mal, ¿verdad? —preguntó él con una risilla traviesa.

    —No. No ha estado... no lo ha estado.

    —Genial —celebró. Alzó la galleta de mantequilla con chocolate y se la acercó a sus labios—. Esto es para mi chica. Esa que tanto adoro y pienso cuidar.

    Ella sonrió antes de morderla. Le dio el mordisco. Lo masticó y luego le dio un beso rápido en los labios a Carter. Lo pilló por sorpresa.

    —Eres todo dulzura, preciosa. Todo dulzura y carácter.

    Ella le dio un codazo y se quejó muerto de risa. Lo segundo iba con ironía por el mal temperamento con que lo había tratado hasta ahora.

    April entró en la cocina. Se apartaron, ambos tosiendo como si se hubieran atragantado. En la mano tenían una galleta. Una galleta cambiada, pues la de chocolate aún seguía estando en el poder de Carter. April alzó sus comisuras imaginando qué estaba sucediendo allí dentro.

    —Podríais beber un poco de agua antes de entrar en colapso, ¿eh? —bromeó, señalando hacia la garganta.

    —Sí. Sí. Ya voy. Yo cojo los vasos —murmuró atropelladamente ella.

    —¿Dónde puedo encontrar el agua? Yo me encargo —dijo él buscando como si supiera dónde encontrar lo que estaba buscando.


    Adam era un chico atento, profesional, simpático y dicharachero. Hacía reír mucho a su padre. Y con ello, lograba que le hiciera caso a la hora de realizar cualquier ejercicio necesario para su rehabilitación. Su fisioterapia. Se llevaba muy bien con ellos, con toda la familia. Era puntual. No tenían queja ninguna de un chico que se dejaba la piel en su trabajo. Que estaba logrando grandes avances con el enfermo. April se hacía cruces viendo cómo era capaz de camelarse así a su marido. Incluso se lo llevaba a la calle para darle cortos paseos a pie, y largos en silla de ruedas cuando era bueno para su mejora. Para ello tomaban el ascensor y, nada más alcanzar la planta baja, decidían si se iba a ir a pie, o bien con la silla de ruedas. Los fines de semanas, o en horas en las que Karen estaba en casa, incluso Carter y Madison se habían apuntado a acompañarlos en los paseos, si no surgía algún impedimento.

    Los domingos por la mañana, el paseo lo daban acompañado de April, salvo este que salieron Edward, Karen y Adam solos a disfrutar del sol dominical. April estaba ocupada.

    —Adam, gracias a ti, mi padre está avanzando mucho —parloteó, siendo consciente de que su padre escuchaba—. Tienes un don para convencer a los testarudos.

    —Te estoy oyendo, hija.

    —¡Lo sé, papá! Por eso lo digo! Tocó su hombro—. En nada, vamos a estar dando largos paseos por varias manzanas. Y podrás recuperar tu actividad anterior.

    —Eso aún no puede saberse. No es bueno apresurar al enfermo. Ni darle falsas esperanzas hasta que se sepa realmente que va a ser así.

     —¡Al menos, eso le daría ánimos!

   —O lo frustraría en caso de no conseguirlo —le recordó Adam.

    —Bueno... —Karen se dio unos toquecillos en la barbilla—. En eso tienes razón.

    —¿Y tú qué tal? ¿Todo te va bien en el colegio? —Ya se habían cogido la suficiente confianza para tener este tipo de charlas. Porque Adam se veía un tipo muy familiar. Se esforzaba por llevarse adecuadamente con aquellos con quien trabajaba.

    —Ahí voy. Como puedo. Sacándome la preparatoria.

    —Y ¿Cómo la llevas?

    —La... llevo. Con lo del accidente de mi padre he retrocedido un poco con las notas.

    —No deberías. Pero pasa. Todo está pasando ya. Debes regresar a tu ritmo normal, así como tu padre lo está consiguiendo. Tienes que realizar tus propios logros.

    —Lo sé. ¿Tú... estudias? ¿O solo trabajas?

    —Ambas cosas. Sigo expandiendo mi sabiduría porque el saber no ocupa lugar. O eso dice la gente mayor. Y aprendo. Aprendo mucho cada día.

    —¿Eres de aquí? ¿O de fuera?

    Detuvo la silla de ruedas.

    —¿Me estás interrogando o qué? —inquirió, frunciendo el ceño.

    —Hay cosas que aún no nos has contado.

    —Hay límites en las cosas que se deben de contar, ¿no?

    —Bueno. En eso tienes razón.

    —¿Avanzamos o qué, chicos? —pidió su padre. Fue cuando recordaron que estaba presente. Ambos carraspearon.

    —¿Y tú? ¿Cómo vas con tus pesadillas?

    Eso la hizo frenar en seco. Entornó la mirada para observarlo.

    —¿Cómo sabes que...?

    Adam se agachó para susurrarle al oído.

    —Espero que sigas manteniéndote en la luz. No hice tanto esfuerzo para que ahora me falles.

    Se retiró hasta regresar a su posición inicial. Karen no parpadeaba. ¡No podía ser! No podía ser él.

    —¿Jay... Jayden?

    El chico rubio se encogió de hombros.

    —Es uno de mis nombres —confesó mostrando una risilla mordaz—. Espero que trates bien a Carter. Y si se pone pesado, dímelo y lo pongo en su lugar.

    —Ya te tiene suficiente tirria como para que te pelees con él —argumentó Karen, todavía sorprendida por la sorpresa. Él volvía a estar allí. Esta vez, ayudando a salir adelante a su padre. De repente sintió una seguridad como si estuviera atrincherada en un seguro búnker. Jayden, o como realmente se llamase de donde provenía, regresó a poner todo en el lugar adecuado. A restablecer el hilo roto y perdido de unas vidas que no habían dejado de sufrir un traspié tras otro. Lo miró a los ojos y sonrió.

    Ya no eran aquellos azules que igual sabían sonreír, que sabían cómo causar un daño importante. Ahora eran verdes. Del verde de la esmeralda, brillantes, llenos de luz, de amor y de esperanza. Por mucho que le gustase no podía enamorarse de él. Porque él era un ser inalcanzable. Aunque ese enamoramiento fuera recíproco, no podía realizarse. Ojalá pudiera conservarlo siempre a su lado. Ojalá pudiera tener su corazón. No era metafísicamente correcto. Ni divinamente correcto. Estaban lejos de alcanzarse. No le importaba mientras se mantuviera cerca de ella ofreciéndole toda su seguridad. Aunque fuera durante un largo periodo de tiempo. Un día se marcharía definitivamente. Seguiría hablándole. Ya se lo había dicho. Y él le había respondido que la escucharía. Que no dejara de hablarle. Ojalá y siempre ejerciese de su ángel de la guarda. Pero todo, en esta vida, no se puede tener. No podía dejar de mirarle y sonreír. Sentía una dicha rebosante. La voz de Edward los interrumpió.

    —Hace bastante frío para estar aquí parados —protestó, ladeando su sonrisa. Le parecía graciosa la escena que no entendía. Pero era bien graciosa.

    —¡Ah! Sí. Claro. Ya vamos, señor Evans.

    —Fantástico.

    Carter llamó al teléfono de Karen.

    —¿A que estáis paseando sin mí? Mándame la ubicación. Llegaré ahí como un rayo.

    Karen miró a Adam con una risilla irónica. Este arrugó los ojos y asintió.

    —Bien. Ya voy.

   —Genial —escuchó decir al otro lado del teléfono.

    Colgó la llamada para mandar la ubicación.

    —¿Era el cansino? —susurró Adam para Karen.

    Ella asintió dibujando una mueca sarcástica.

    —Lo es. Has dado en el calvo. Aunque ya sé que sabes de antemano.

    —Así es —le dio la razón, torciendo aún más su malvada risilla.

    —¿Nos movemos? —demandó una vez más Edward.

    —Iremos un poquito a pie.

    —¡No! ¡De eso nada! —refunfuñó enseguida.

    —¡Papá! ¡Haz caso a Adam!

    —¡Eso! Y tú vas y lo apoyas a él, en vez de a tu padre. ¡Será posible, hija!

    —Lo hago por tu bien.

    —Lo hacéis para fastidiarme —siguió protestando, intentando no reír, y que no le fallase la credibilidad de su mal genio.

    La hizo reír por la mueca que puso. Se asemejaba a un crío pequeño durante una buena pataleta.

    Las risas habían vuelto a este hogar. No importaba cuánto quedara por delante para conseguir una normalidad adecuada. No iban a dejar de luchar. Adam no iba a marcharse hasta conseguir lo que había venido a hacer. Que era exactamente devolverle a esta familia el sosiego perdido. Una vez había intercedido por todos ellos, hacerlo adecuadamente.

    Cuando Carter apareció al lado de ellos y tomó en sus brazos a Karen besándola en la frente respetando que Edward estuviera delante, Adam sonrió.

    —En el fondo eres responsable. No lo esperaba de ti —bromeó.

    —La amo. Mucho. Y la respeto. —Bajó la mirada hacia Edward—. La amo, señor Evans. Amo mucho a mi hija.

    —Lo sé, hijo. Lo sé. Por favor, intercede por mí para que no me hagan ir a pie. Este chico rubio terco se ha empeñado en hacerme andar un poco.

    Carter frunció el ceño.

    —Apártate y déjame conducir —se interpuso—. Peeero, por su bien tendrá que andar luego un poco.

    —¿Qué? ¿Tú también?

    De nuevo risas. Adam miró a Karen y luego a Carter. Les deseaba a ambos una feliz y próspera vida juntos desde este mismo momento, incluso antes. Parecían estar hecho el uno para el otro. Una pieza que encaja en otra, a la perfección. No iba a quedarse toda su vida para asegurarse. Pero cruzaba los dedos para que así fuera. Podía ver en ellos tanto amor que incluso tal romance se volvía pura melaza. Finalmente, Karen se había posicionado donde el destino le había puesto un lugar para quedarse. Era justo lo que había deseado después de haberla traído de vuelta. Bien valió su desobediencia por estos momentos tan reconfortantes y victoriosos. Por verla así de feliz tras haber sido valiente y haber luchado contra la engañosa muerte, que trató de cumplir con su cometido, sin conseguir lograrlo gracias a la perseverancia y firmeza de la muchacha. Y a la intercesión de su luz divina y e indulgencia, para con ella.

https://youtu.be/jYV1dRYitFU

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