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9.

    Se había dormido con los recuerdos del día anterior. Con la diversión del último día de entretenida reunión familiar. De Carter, visitándola con su inagotable intención de hacerla sentir bien. Con aquella voz despiadada que se empeñaba en convencerla de que no pertenecía a este mundo. Todo se mezcló en un sueño que, finalmente, no tenía ni pies, ni cabeza. Al menos, no fue de los más violentos. De los que la había hecho despertar sin aliento. Más bien era uno de esos más comunes que cualquier humano podría soñar después de un día movido.

    Apagó la alarma de su teléfono. Fuera llovía. «Lluvia... ¡No! ¡Maldición!», vocalizó dentro de su cabeza con una rotunda protesta. Los días de lluvia prefería que fueran aquellos que no tenía la obligación de salir de casa. Escuchar las gotitas chocar contra el cristal resulta una melodía relajante. Salvo los truenos. ¡Eso no le agradaba nada! Ni los días demasiado grises y tristes.

   Se abrigó bien. Tenía que esperar al autobús escolar. No quería empaparse en exceso. No tenía ropa de cambio a mano. Y cogería un buen catarro. Se llevó consigo un gorro y bufanda de lana. Iba a empaparlo todo cuando la lluvia no es para nada amable en cuanto cae en desorden. Al menos, sentiría un poco de calor en su cuerpo y eso era de agradecer.

    Se subió al autobús cuando llegó. No tardó en alcanzar la parada de Madison. Esta se subió autobús maldiciendo, cerrando el paraguas mostrando incomodidad. Se sacudió la lluvia de la ropa.

    —¡Detesto los días de lluvia! —reivindicó, nada más sentarse en el asiento vacío que había al lado de Karen.

    Esta suspiró. Miró por la ventana. La humedad chorreaba a modo de cortina y gotas grandes sobre los cristales y el húmedo paisaje.

    —Incluso el clima se muestra infeliz porque mi padre se va —mencionó en un murmullo como si lo dijera para sí misma.

    Madison la miró con tristeza.

    —Ostras. Es verdad. Se marcha hoy. —Tocó su brazo en un gesto de cariño—. Vais a estar bien. Tu madre y tú sois fuertes. Y yo estaré ahí para cuanto necesitéis.

    La miró a los ojos.

    —¿Tú crees?

    Madison asintió.

    —¡Mmm! Claro.

    —¿Y por qué intuyo que algo no irá bien?

   —Porque te empeñas en ser una agonías.

    Levantó una ceja a punto de reír por cómo sonó de estúpida la correncia. Luego se encogió de hombros.

    —Es todo. Todo cuanto me está sucediendo. Lo que me produce tanta inseguridad.

    —¿Has vuelto a tener pesadillas?

    —Tuve una más normalizada. Más común para los humanos. No sé cómo será la próxima.

    —No dejan de ser pesadillas. Espero que cesen.

    —Espero. No sé cuánto más voy a soportar.

    —Me gustaría saber qué te ocurre en realidad.

    —Yo también, Madi. Te aseguro que yo también —repuso, con la mirada perdida en la lluvia cayendo al otro lado del cristal. Ojalá y pudiera regresar a la normalidad.


    Corrieron desde el autobús hasta el interior del edificio. Carter las esperaba dentro.

   —¿No te habrás mojado? —interrogó con preocupación a Karen yendo a quitarle las gotitas de lluvia que se depositaban en la ropa y en sus cabellos.

    Madison alzó la mano haciéndose ver.

    —¡Deberías de preguntarlo en plural! Íbamos juntas. Creo que no soy invisible.

    Carter se rio.

    —Lo siento. La costumbre.

    Madison arrugó la nariz en un gesto contrariado y de burla.

    —Pues yo también existo. Aunque me consideres solo amiga. Tu... segunda mejor amiga —clarificó. —Karen levantó la mano—. De acuerdo. Estoy bien. No es necesario que te preocupes tanto —ironizó rodando los ojos.

    Carter no pudo evitar reír con el tono de ironía con que habló Madison. Trasladó la mirada hacia Karen. Se movió hacia ella. La rodeó con sus brazos, apretándola un poco; colocando la barbilla sobre su cabeza.

    —Hoy es el día. No se me olvida. Ojalá y tu padre tenga un buen viaje. Deseo que todo le vaya fenomenal en la nueva ciudad.

    —Gracias —respondió contra su pecho. Olía muy bien. El agua de colonia que usaba tenía un aroma amaderado, con toques almizclados, y un fondo dominante marino que se impregnaba en su nariz sin llegar a resultar molesto. Si seguía apretándola de aquella forma, acabaría dejándole huella en su ropa y piel. Se transferiría su aroma en ella. Se despegó despacio de él. Carter se resistía a soltarla. Los miraban. Y era una situación embarazosa para Karen, aunque no para él.

    —¿Qué pasa? ¡La estoy consolando, malpensados! —gritó hacia la multitud.

    Madison estuvo a punto de estallar en una carcajada. Una oleada de calor ascendió por el rostro de Karen sonrojándose.

   —Eso ha sonado un poco feo.

    —Ha sonado bastante feo —confirmó Madison todavía aguantándose la risa. Porque, quien no supiera de qué hablaba, podía resultar una frase de lo más lasciva y comprometedora. Solo que era una expresión mucho más pesarosa de lo que significaba.

   —¿No puedo consolar a mi amiga? ¡Por Dios! ¡No seáis tan malpensados! —gritó Carter, de nuevo, hacia la horda de gente que seguía observándoles con burla—. Mentes sucias...

    Jayden accedió al pasillo. Se apresuró en hacer un cambio de libros en su taquilla sin alzar la mirada. Sin mirar a nadie, salvo a Karen, quien observaba con una de aquellas miradas afiladas y rigurosas. Acabó de realizar el cambio, cerró de un portazo, y apretó el paso hacia donde Karen estaba. A su paso la atrapó del brazo y se la llevó consigo. Carter le gritó para que la soltara. No le hizo caso alguno. Buscó un lugar tranquilo para hablar con la chica.

    —¿Qué...? —tartamudeó ella sin entender su inesperada acción.

    —¿Puedes explicarme algo? —inquirió en un tono airado—. ¿Por qué tengo que protegerte?

    —¿Qué?

    —¡Soñé que me ofrecía a protegerte! Te aconsejaba quedarte en la luz. ¿Qué narices está pasando? ¿Lo has soñado también? —¿De verdad se lo estaba preguntando? —¿Quién eres tú y qué quieres de mí? ¿Qué pretendes? ¿Volverme loco en el peor de los sentidos?

    —¡No lo sé! Ni yo misma sé qué conexión tenemos.

    El rostro de Jayden tomó un rojo subido como las brasas más candentes.

    —¡Soñé que te besaba! —Se tocó los labios, avergonzado—. ¿Crees que esto es normal? ¡No me caes nada bien y sueño que te beso! ¡Ja! Por tu culpa estoy perdiendo la cabeza a marchas forzadas —gritó iracundo.

    Karen hizo aspavientos poniéndose mucho más roja que él.

    —¡Para! ¿Quieres? Me estás agobiando.

    —¿Agobiando? Te metes en mis sueños. Narras lugares y situaciones donde juras que estoy y no recuerdo nada de eso. ¡Quieres dejar de meterte así en mi vida!

    —Puede que solo sean sueños. Puede que esté confundida. —intentó justificarse. Era demasiado real para que fueran solo sueños.

    —¿Solo sueños? Me hablaste de aquella niña. La mocosa aparece en los míos y me atormenta con conversaciones que no sé ni qué diablos significan. ¿Quién es ella? ¿Y quién eres tú? ¿Cómo consigues ejercer ese poder sobre mí? ¿Qué clase de hechicería practicas?

    —¿Qué te dice la niña? ¡Necesito saberlo!

    Jayden negó dedicándole una mirada con filo.

    —No voy a entrar en tu juego, chiflada. Así que te recomiendo que pases de mí. No. No te lo recomiendo. ¡Te lo ordeno! —gruñó furioso.

    Fue a marcharse. Ella lo detuvo.

    —¡Espera!

    Se dio la vuelta.

    —¿Qué?

   Caminó hasta ponerse frente a él, erguida, mostrando orgullo. ¡Él era quien la estaba confundiendo! ¿Quién era en realidad Jayden? ¿De cuántas partes estaba compuesto?

    Cabreada, y sin previos aviso, le dio un tirón y lo empujó hacia las taquillas, inmovilizándolo. Para algo le habían servido los tutoriales de YouTube sobre defensa personal. El estallido del golpe hizo que la gente se detuviera, curiosa. Además de la escena.

    —¿Qué crees que haces? —protestó con rabia.

    —¡Quiero aclarar que tú eres el que está jugando conmigo! ¡Vienes, me confundes, y al instante dices que no sabes nada! ¡Apareces en mis sueños para confundirme aún más! Me hablas sobre cosas que no comprendo. Muestras dulzura. Al instante, desprecio. Anuncias desgracias. Luego desapareces como has aparecido, dejándome tan confusa como al principio. ¿De qué vas, tío?

    Se escuchó un coro de voces diciendo: Uuuuhhhhhh en plan irónico.

    —Eso quisiera yo saber. Por qué me acosas. Por qué me metes en tus paranoias.

    —¿En mis paranoias? ¿Vuelves a llamarme loca? —Asintió sin vacilar—. ¡Imbécil! Tú eres el que usa acciones fuera de lugar. Te pregunto; me ignoras. Te busco; me esquivas. Te sueño; me hablas con dulzura. Te veo en persona; me maldices y actúas como si fueras estúpido. ¿Qué quieres, Jay?

    Que lo tuteara de aquella manera lo enfadó mucho más. Se la quitó de encima con un fuerte empujón.

    —¡Lo dicho! Estás loca —sentenció, bajo la risilla burlona del público.

    —¡Y tú eres un sádico en potencia!—lo acusó en un gritó pareciendo enajenada. Se sentía decepcionada. Cabreada. Con unas ganas locas de darle un puñetazo y quedarse de lo más a gusto, por idiota.

   Necesitaba recuperar el resuello. Se sentía demasiado furiosa. Y quería llorar. Técnicamente, le gustaría no hacerlo. Pero las lágrimas se agolpaban, inoportunas, a punto de salir. Y se negaba a llorar en público. Corrió hacia el baño. Lanzó un grito, de espaldas al espejo, apoyada en el lavabo. Carter entró veloz al baño de las chicas y la abrazó. Se removió queriendo soltarse.

   —¿Estás loco? ¡Este es el baño de las chicas! Van a expulsarte por meterte aquí dentro, pervertido —gritó, en mitad de las lágrimas.

    —¡A la mierda los castigos! No voy a moverme de aquí hasta que no te calmes. No pienso dejarte sola con toda esta mierda. —Rodó los ojos—. Te dije que dejaras en paz a ese gilipollas. No te has detenido hasta recibir el impacto más grande por su parte. ¡Ese tipo es idiota!

    —Cambia constantemente de personalidad. Es irracional e irritante. ¡Lo odio! —protestó contra su pecho, cabreada.

    —Yo diría que es un capullo monumental, un amargado y un indeseable.

    —El Jayden real que aparece en mis sueños es dulce. Trata de guiarme. ¿En qué lado se encuentra cuando despierta su otro lado abominable?

    Carter apoyó la barbilla sobre su cabeza.

    —¿Y yo no soy dulce y te guío? Debería de bastarte.

    Se apartó un poco para mirarlo a los ojos.

    —No comprendes nada de lo que me está pasando. Esto es... es algo que se escapa de cualquier raciocinio. Necesito respuestas. Entender el por qué de cuanto me ocurre. Buscar el interruptor que lo detenga antes de que me engulla como un macabro agujero negro.

    —Ese mamarracho se dedica a sacarte de las casillas. Así que ni se te ocurra acercarte a él. Por tu bien —la aconsejó Carter.

    —En mis sueños y visiones no es el mismo. Es como si fuera...

    —¿Como si fuera? ¿Qué?

    —Un ángel de incógnito.

    Con su razonamiento provocó una carcajada en su amigo.

    —¡Los ángeles no existen, Karen! ¡Por favor! ¡Qué tontería!

    —¿Y tú qué sabes? De no haber existido, yo no estaría aquí. —La observó con recelo—. ¿Crees que estoy loca, al igual que Jayden?

    Lo obligó a que la soltara.

    —Déjalo. Incluso yo misma me escucho y me doy miedo. —Exhaló en una larga bocanada de aire—. De acuerdo. No pasa nada. Vayámos a clase. Está a punto de sonar el timbre.

    La señaló.

    —Después de lavarte la cara.

    Lo observó con extrañeza.

    —¿Por qué?

    Señaló hacia sus ojos.

    —Se te ha corrido la máscara de pestañas. Pareces un oso panda —explicó, con una risilla burlona.

    Karen se dio la vuelta para mirarse al espejo. Emitió un gritito. Su aspecto era deplorable. Además de sus ojeras oscuras, sus facciones se encontraban hinchadas haciendo juego con sus ojos. Se lavó la cara. Se secó con unos cuantos pañuelos de papel. Se retocó el maquillaje. Respiró hondo. Todo esto la superaba. El peso sobre su espalda se triplicaba a cada segundo que pasaba. Encima, el Jayden humano lo empeoraba.

    —Regresemos.

    —¿Ya estás?

    Karen asintió.

    —Estoy lista.

    Carter sonrió con dulzura.

    —Muy bien. Pues vamos.

    Se volvieron incómodas las siguientes horas de clase. Compartirlas con un Jayden que le lanzaba miradas asesinas si se le ocurría mirarle con la intención de ahondar lo que fuera en él, se volvía insoportable. El espacio se reducía y el aire se volvía irrespirable con la tensión que se acumulaba en ambos.


    Almorzaron en la cafetería. Madison, Carter y ella hablaron sobre el pasado concierto del sábado. No se comentó nada sobre los problemas de Karen. Ni sobre Jayden. Ni sobre sus sueños o visiones. Aunque ella no podía sacárselo de la cabeza. ¡Era realmente irritante!

    Se puso en pie golpeando la mesa con las dos manos. Estaba decidida a enfrentarle otra vez hasta hacerle entrar en razón.

    —Ahora vuelvo.

    —¿Adónde vas? —quiso saber Carter atisbándola con desconfianza.

    —Al baño. Ahora vuelvo.


    Buscó a Jayden por todos lados; por los pasillos, el recreo, los baños, las aulas... lo encontró hojeando un libro en la biblioteca. Se plantó a su lado cruzándose de brazos. Jayden alzó la vista.

    —¿Y ahora qué?

    —¿Qué te dice la niña en tus sueños?

    Torció su sonrisa burlona.

    —¿Sabes que la curiosidad mató al gato?

    —Quiero respuestas. Si yo no las tengo en mis sueños, puede que las tengas tú en los tuyos.

    —Qué ridículo.

    —Me preguntaste si yo era la niña...

    —Te dije que no era yo.

    —Me pediste mantenerme en la luz.

    —No era yo —repitió de nuevo.

    —Te negaste a darme una explicación.

    —¡No era yo!

    —¿Entonces?

    —¡No lo sé! ¡Te he dicho que hay momentos de vacío donde no recuerdo! ¿Quieres dejarme en paz, por favor?

     —¿Soy yo esa niña?

   Jayden entornó la mirada. Se puso en pie acercándose a su oído a punto de susurrarle.

    —He... dicho... que... me... dejes... en... paz —sentenció, para enderezarse de nuevo, mostrarle una sonrisa burlona, recoger lo que había traído consigo a la biblioteca, y salir por pies.

    Karen emitió un gruñido furioso intentando no levantar demasiado la voz. Había gente trabajando allí dentro que no les importaba nada la conversación. Una conversación que empezó a un volumen bajo y casi terminó a gritos. Sintió la sangre arder. Seguía paralizada en la casilla de inicio. No había tarjetas de Caja de Comunidad, ni de suerte, como en el Monopoli. Pero sí la de «vete a la cárcel, directamente y sin pasar por la casilla de salida». ¡Qué ironía! Su vida, día a día, se volvía una cárcel con barrotes regios y dolorosos.


    Regresó a la cafetería.

    —He estado a punto de ir a por ti. ¿Qué te ha entretenido? —investigó Carter con un gesto de preocupación.

    —Casi aporreo a Jayden por idiota.

   —¿Te lo has encontrado en los pasillos?

    Madison abría la boca, estupefacta, a punto de reír.

    —He ido a buscarlo.

   —Otra vez...

    —Sí. Otra vez...

    —¿Qué te he dicho respecto a eso?

    Karen ignoró su sugerencia.

    Carter dejó salir una larga bocanada de aire.

     —Bueno. A la próxima me llamas y le damos una buena azotaina. —Chocó un puño contra la otra palma de la mano—. Disfrutaría zurrando a ese zopenco.

   —No importa.

    —Sí. ¡Sí que importa! No me apartes de la diversión —bromeó agregando una risilla despiadada.

    —¿Qué ha pasado ahí, fuera? —quiso saber Madison—. ¿Qué te ha dicho?

    —Nada. Solo me enfrenta.

    —Hay que atizarle duro —insistió Carter, divertido—. Así aprenderá.

    —¡Tú lo arreglas todo así con Lord Voldemort! La violencia no es la opción adecuada.

    —¿Perdón? ¿Acaso lo defiendes?

    —¡No! Pero podría caerte un buen castigo si te pilla algún profesor.

    —He estado en el baño de las chicas y no me ha pasado nada. ¡He pasado inadvertido! Tampoco me va a pasar algo por esta simple zurra.

    —No tientes a la suerte —lo aconsejó Madison.

    —En fin... yo esperando enterarme de algún chisme interesante y no te ha contado nada ese pavo —lamentó Madison.

    Que se metieran en los mismos sueños y visiones ya era más que suficiente para sospechar que nada bueno los relacionaba. La niña... ¿Por qué no le decía qué información le daba ella? ¿Era ella la niña? Suspiró exhausta. Él la agotaba.

    «¿Por qué tengo que protegerte?» «¡Mejor, te mantienes a kilómetros de distancia y todos contentos!»


    Le urgía regresar a casa. En su interior continuaba golpeándola con fuerza la idea de que iba a ocurrir algo. No podía ver sobre qué. Aunque su intuición la empujaba hacia el viaje de su padre a Pensilvania. ¡El viaje de su padre! Se les agotaba el tiempo en su compañía. Y lo peor era la incertidumbre sobre el viaje. Esperaba estar equivocada.

    Le vinieron a la mente las imágenes del vehículo en llamas, como con fracciones de minuto salteadas, con flashes y pausas en cada una de ella. Agregando esa falta de aire que tenía aborrecida. Se abrazó sobre el estómago sintiéndose mareada.

    —¡Eh! ¡Eh! —Carter corrió a socorrerla. La sujetó contra él—. Estoy aquí. No pasa nada —rezó en un tono dulce y paternal, envolviéndola en un abrazo.

    Madison tocó su brazo acariciándolo; haciéndose partícipe del alivio. Karen levantó la vista. Allí estaba Jayden observándola sin pestañear. Esta vez era real. Materializado en ese tipo frío e insufrible que preferiría evitar. O intuyó distinto por su gesto. Tuvo el déja vù del suceso bajo la luz de aquella farola. Esa farola que extinguió su luz anunciando la muerte. Automáticamente, se tensó. Un latigazo se sintió en su corazón. No podía ser verdad. Fue una intuición que le llegó como un rayo fulminante.

    —¡Suéltame! Necesito preguntar... —se revolvió rabiosa en los brazos de Carter.

    —¿Preguntar? Espera. ¡No estás bien! ¿Seguro que puedes mantenerte en pie? ¿Y a quién le vas a preguntar qué?

    Logró liberarse. Echó una rápida carrera para llegar hasta Jayden. Este seguía observándola con una abrumadora pesadumbre.

    —Dime que has visto. —Él negó. Seguía pensando que era algo concerniente al viaje de su padre—. ¡No! ¡Dime que no va a ocurrirle nada! ¡Asegúramelo! —gritó.

    Jayden cerró los ojos por unos segundos. Después los abrió, volviendo a clavarlos en ella con compasión. Resultaba impensable visualizar al Jayden espiritual sin haber perdido el sentido. Tan real. Tan magnánimo y a la vez, tan etéreo y angelical. Materializado. En ese cuerpo de infarto que no pasaba desapercibido para el género femenino, aunque le temían por ser un bicho raro, frío y despiadado.

    —Aférrate a la vida, Karen. Pase lo que pase —requirió con aflicción. Su rostro pálido y candoroso era dolorosamente hermoso, aunque aterrador.

    —¡Deja de hablar así! ¡Tienes que ser más claro! —suplicó ella, con las palabras atropelladas.

    Jayden negó con gravedad.

    —Tú perteneces aquí. Que nada te convenza de lo contrario —rogó, con una media sonrisa acibarada.

    —Jay.

    Volvió a negar.

    Y fue frustrante. Fue frustrante que nadie le diese a Karen la información que necesitaba. Para salvar la vida de su padre.

    Lo observó alejándose. Sollozó. Sollozó sintiéndose inútil. Ignorante de cómo poder conservar a todo cuanto amaba. ¿Aferrarse a la vida? La vida se estaba volviendo amarga.

    Regresó hasta donde la esperaban sus amigos.

    —¿Qué te ha dicho ese imbécil? ¡Deja que me lo cargue! —siseó Carter, al tiempo que la abrazaba contra él, infundiéndole seguridad y estabilidad en su cuerpo.

     —Tengo... tengo que hacer algo. —Lo miró a los ojos—. ¿Me llevarías a casa?

   —Con la lluvia, hoy no traje mi motocicleta.

    Rebuscó en los bolsillos esperando encontrar las monedas suficientes para lo que necesitaba. No tenía suficiente.

    —Necesito coger un taxi. Llegar cuanto antes a casa. —Las removió en su mano—. Pero no me alcanza. No... —balbuceó, completamente ida.

    Carter sacó de su bolsillo un par de billetes.

    —Toma. Ya me devolverás las vueltas. Y si no, no pasa nada. Si quieres, hasta te acompaño.

    Ella negó.

    —Tengo que hacer esto sola.


    La vieron correr aferrada a su teléfono pidiendo a gritos un taxi. Estaba completamente desesperada e ida.

    —Ella está mucho peor de lo que imagina.

    Madison asintió.

    —Me da miedo por lo deprisa que se deteriora. —Madison le dio un golpe en el brazo. Este se quejó—. ¡No deberías de haberla dejado ir sola! ¿En qué estás pensando?

    —Me dijo que tenía que hacer esto sola. Y yo la respeto, Madi. Sé dónde están nuestros límites para no rebasarlos. Como buenos amigos que somos.

    —Vale... —Madison exhaló—. Ya la llamo más tarde a ver qué ha pasado.

    —Haré lo mismo.

    Se despidieron. Madison subió al autobús escolar. Carter buscó las pocas monedas que le quedaban. Iba a tener que coger el metro para regresar a casa usando el bono que utilizaba para ello. No le alcanzaba para más.


    Karen le metió prisa al hombre del taxi. Quería llegar cuanto antes. Subió los peldaños al galope. En cuanto entró, encontró a sus padres en el salón. Se abrazó a Edward con desesperación.

    —¡No te marches!

    Su padre le devolvió el abrazo dándole unas suaves palmadas en la espalda mostrando su inagotable cariño.

    —Ya hemos hablado de esto, cariño.

    —¡No puedes irte!

    «Vas a morir lejos de nosotras»

    ¡Ojalá pudiera gritarlo!

   —Hija, deja de comportarte como una cría. Papá tiene sus obligaciones. No podemos ser egoístas.

    Ella negó contra su pecho, abrazándolo con más fuerza. Se le agotaba el tiempo y no tenía el remedio.

    La angustia golpeaba con dureza contra su pecho.

    —Papá, razona. Por favor.

    La apartó un poco para mirarla a los ojos.

    —Llamaré todos los días. Ni notaréis mi ausencia.

    —No es eso. Es que...

    —¿Es que? ¡Qué!

    No lo entendería. No la creerían. ¡Tenía que llamar a Jayden! Pedirle que la pusiera a ella en su lugar.

    «¿Al Jayden humano? ¿En serio? ¡Él no puede hacer nada por ti! ¿Por qué era todo tan complicado?»

    Lo abrazó de nuevo con más fuerza a su padre, resistiéndose a soltarlo.

    —¿Qué te pasa, cielo? ¡Estaré pronto de regreso!

    —Déjame abrazarte un poquito más —suplicó, pegando su mejilla a su pecho; cerrando los ojos. Memorizando cada latido de su corazón. Empezando a derramar unas lágrimas. No iba a soportarlo cuando este dejase de latir. ¡Si pudiera detener a su padre de alguna manera y que no se marchase! —La muerte puede llegar de muchos modos—. ¿Iba a servirlo de mucho retenerlo si había llegado su hora? Tardó un poco más en soltarle. Quería apurar el poco tiempo que le quedase.

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