8.
Surgieron las prisas. Un mensaje que no debería de haber llegado al ser festivo, pero llegó al teléfono de Edward, lo avisó de que tendría que trasladarse a Pensilvania el lunes, de madrugada. Todo muy precipitado. Suerte que la mayoría del equipaje estaba hecho. Aunque todavía no se habían convencido de su partida pensando que se iría a finales de semana. Pero se adelantó.
Por lo que aprovecharon el domingo para pasarlo en familia. Karen mandó un mensaje a sus amigos explicándoles la situación. No se verían el domingo, puesto que pasaría el día con su familia apurando cada último minuto de la estancia de su padre allí. Cierto era que regresaría en uno de sus días libres, solo que esa fecha no se sabría cuándo podría ser.
Carter y Madison la animaron por mensaje. Sobre todo Carter que la saturó a mensajes y emoticonos. Ese chico era increíble. Se negaba a soltarle la mano aun cuando ella insistía en que le diera un poco de espacio libre. «Me gusta cuidarte». Se esmeraba demasiado en cuidarla. Cerró los ojos durante un instante rememorando a la niña del sueño. ¿Ella seguiría su consejo? «Sigue en la luz, pequeña». Y en cuanto a Jayden... ¿Qué estaría haciendo Jayden en este mismo momento? ¿Sería consciente de su sueño? ¿Cuándo podría saber con seguridad en qué momento le mentía, o le decía la verdad? Era bastante difícil de descifrar.
—¿Tú qué dices, cielo? —escuchó preguntar a su padre desde lo lejos. Recordó que tenía sujeta la carta del menú entre las manos a punto de pedir—. ¿Te encuentras bien? ¿Estás bien?
—¿Estás bien? —le preguntó April, acto seguido, yendo a tocar su frente.
—¡Sí! Es solo... solo es que me estaba concentrando —se excusó junto a una risilla nerviosa. Porque la respuesta era no. Un no rotundo a estar bien.
—Valeee... —empezó a decir.
Nombró aquellas cosas que le agradaban de la carta. Sus padres asentían al tiempo que ella iba nombrando. Luego deliberarían sobre qué pedir finalmente. Respiró la aromática atmósfera que sintió pesada. Como si fuera una clase de oxígeno más espeso y sustancioso para que sus pulmones lo digirieran adecuadamente. Su padre se marchaba ya. Sin ruegos ni preguntas. Sin poder oponerse, o posponer. Miró de reojo a su madre que tenía un tic nervioso que ocultaba por debajo de la mesa. «Todo irá bien, papá. Todo irá bien, mamá» repitió mentalmente para sí sin poder decirlo en voz alta, ya que si ella estaba segura de que esto se fuera a realizar. «Come bien». El mensaje de Carter la hizo reír. Este chico estaba en todo. Hace media hora que le dijo a él y a Madison que iría a comer al restaurante favorito de su padre y ya podía adivinar que estaba sentada en la mesa. ¡Ni que pudiera verla a través de algún agujero mágico!
La camarera se acercó. Fue Edward la voz de la mesa pidiendo lo que finalmente habían decidido entre los tres. La voz de su padre se fue ralentizando. Como el zumbido de oídos tras una explosión de magnitudes impredecibles. «Tú no perteneces aquí», escuchó decir a una voz lúgubre susurrarle al oído, cortándole la respiración. «Mientes. Mientes. Mientes», repitió ella para sí como un mantra, tratando de buscar el aire desaparecido para inhalar. Notó unos toques en su mano derecha.
—¡Nena! Nena, ¿qué pasa, cielo? —oyó de lejos preguntar a su madre.
Recuperó la bocanada de aire perdido e inhaló con fuerza antes de soltar todo de golpe y toser.
—Sí... sí... yo...
—Te quedaste pálida. Edward, deberíamos de llevarla a urgencias. Ella no está bien —se agobió la mujer. Su padre la observaba con un gesto de preocupación desmesurado—. ¿Qué haré cuando te vayas? ¡La niña no está bien!
Karen se esforzó por aparentar recomponerse cuando todavía sentía una debilidad aplastante.
—Estoy... estoy bien —aseguró—. Voy al... voy al baño un momento.
—¡Te acompaño! —se ofreció April poniéndose en pie como un resorte.
—¡No! No. Puedo... puedo ir sola.
—No estoy tan segura de eso, hija.
Karen tocó su hombro.
—Mamá, de verdad que estoy bien.
—¡Pues no lo parece, hija! —repuso con la desesperación bordeando su voz.
Karen insistió. Salió veloz hacia el baño de mujeres. Se sostuvo con fuerza agarrándose del lavabo, respirando a grandes bocanadas hasta que las lágrimas se agolparon en sus ojos y estalló. Ella pertenecía a este mundo. ¿Quién se lo estaba discutiendo? ¿Quizá la pequeña criatura a la que trataba de aferrar a la vida? ¿Por qué tenía todos esos sentimientos ligados a la vida y la muerte? A lo oculto e inexplicable. A lo que Jayden tenía semejanza de algún modo. Jayden... ¿Cómo interrogarlo mañana? ¿Qué iba a decir él a su favor? «Estaba en mi casa. ¿De qué demonios estás hablando?». Podría escuchar con nitidez la respuesta. ¿Entonces? ¿A quién podía preguntarle qué era esta locura en la que se desenvolvía sin haber pedido el papel de la protagonista?
April entró en el baño. Karen se secó con rapidez las lágrimas.
—Cielo, estabas tardando. Yo... —La vio secarse con rapidez las lágrimas con el dorso de una mano. Sin decir nada más, se acercó a ella cobijándola entre sus brazos—. Ojalá pudiera saber qué te está ocurriendo y solucionarlo.
Karen lloró. Lloró como si no hubiera un mañana. Como si necesitara llorar aquel rio contenido de lágrimas hasta que se secaran y dejasen de brotar. Porque llorar tanto la abrumaba. Porque estaba tan asustada como un niño en mitad de una pesadilla. Solo que la suya parecía durar una eternidad.
—¿Quieres que nos vayamos a casa? —Sintió que negaba sobre su hombro—. De acuerdo. —Y la dejó llorar. Desahogarse, antes de regresar al comedor del restaurante, y después de que se arreglase un poco el maquillaje tras lavarse el rostro del que no se borraría el signo de un llanto que dejaba unos ojos hinchados.
—¿Qué me pasa, mamá? —le preguntó la joven a su madre que la observaba con el mayor dolor instaurado en su corazón.
—No lo sé. Pero estoy segura de que necesitas terapia. Pediremos cita. ¿Te parece bien?
—Paso de tomar esa medicación que te deja atontada. Es como si me convirtiera en la loca de un manicomio drogada por todas esas sustancias.
—¿Y si te hacen sentir mejor? ¿Por qué no tomarlas? Aparte, te dará unos consejos para lidiar con ello.
—No necesito consejos. Necesito que esto desaparezca.
Volvió a abrazarla.
—Lo sé, cariño. Lo sé. Vale. Regresemos fuera. Papá debe de estar preocupado. Y pronto se marchará. Disfrutemos de su compañía.
Karen tocó el rostro de su madre.
—¿Cómo estás?
Ella suspiró.
—¿Cómo crees que estoy? —Exhaló otra vez—. Pero no reparemos en mí. Pensemos en hacerte sentir mejor. En dejar que papá se vaya tranquilo, pues ya lo está pasando demasiado mal.
—Vale.
—Muy bien.
Se movieron hacia la puerta. Karen la frenó agarrándola suavemente de la muñeca.
—¿Crees que pertenezco aquí?
La mujer la observó con extrañeza.
—¿Aquí? ¿Te refieres a nuestra familia? ¿A la familia que formamos?
—A todo. Aquí. A la familia que formamos. A este mundo. A esta vida que estamos viviendo.
April la abrazó fuerte, sujetándola con dulzura de una mano en su espalda y la otra en su nuca, acariciando con sus dedos sus cabellos.
—Pues claro, cariño. Eres parte de nuestra familia. Y eres la razón por lo que nos sentimos felices de vivir esta vida; aquí y ahora. —La apartó un poco para mirarla a los ojos—; eres lo que más quiero. Lo que tu padre y yo más queremos. Gracias a ti he podido ser madre. Gracias a ti no me siento incompleta. ¿Te parece poco la importancia que tienes para nosotros?
Fue Karen quien abrazó esta vez con fuerza a su madre con el temor de perderla. De perderse en lo que fuera y desapareciera.
—Gracias, mamá. Gracias por darme la oportunidad de vivir.
—Ay, hija, eres un amor. Y ahora salgamos fuera antes de que tu padre se reúna con nosotros en el baño de las chicas y tengamos jaleo con los dueños del restaurante. Y ya sabes que es el favorito de tu padre. No lo soportaría —bromeó April frotando la espalda de su hija con una ternura arrolladora.
Regresaron a la mesa. Edward preguntó de inmediato si había ocurrido algo.
—Todo está bien, cariño. —April se fijó en lo que había sobre la mesa. Ya habían traído lo que habían pedido. Señaló hacia ello—. Bien, No dejemos que algo tan rico se enfríe. O no sabrá igual —alegó con una sonrisa que buscó que fuera tranquilizadora.
Más tarde hicieron palomitas en casa y se pusieron una película de aquellas clásicas. Cuando se montaban una reunión familiar echando mano de la colección cinéfila que su padre atesoraba con tanto mimo evitando que lo estropease el paso de los años. Películas que, en su día, le había regalado su padre en DVD. Edward todavía conservaba uno de esos reproductores de DVD antiguos que usaba para verlas. En este caso le tocó el turno a Casablanca. El eterno galán que fue en sus tiempos Humphrey Bogart se mostraba como si no hubiera pasado tantos años. Seguía coqueteando con la hermosa Ingrid Bergman en su papel de Ilsa Lund. Entre ambos existía una química que convertía las escenas de sus encuentros en excitantes y muy romantizadas, a pesar de la frialdad que consideraba Karen que mostraba Rick Blaine bajo su traje de etiqueta y su constante aire de seductor incorregible.
Recibió otro mensaje de Carter.
CARTER
•«¿Has comido bien? ¿Qué estás haciendo ahora? Yo estoy jugando con mis colegas por el ordenador»
¿Cómo conseguía estar en todas partes y usar las manos para tantas cosas a la vez?
KAREN
•«Estoy viendo Casablanca»
CARTER
•«¡Pero eso es muy antiguo! ¿Y no te entra el sueño?»
KAREN
•«Mi padre se irá el lunes. Ya te lo he dicho. Estamos planificando y realizando cosas en familia a la velocidad de unos fotogramas que casi ni los puedes ver»
CARTER
•«Qué agobio. Todo con prisas. Cuando te canses de ver al abuelete de la peli puedes pasarte por mi casa y si quieres, nos vemos una de esas románticas que tanto te encantan»
KAREN
•«A ti no te gustan»
CARTER
•«Por ti, lo que sea»
Llegaba la escena del beso entre los protagonistas. A su madre se le iluminaba el rostro. Y su padre... Edward parecía encontrarse en otro lugar. Seguramente, dándole vueltas a la cabeza sobre su precipitado traslado.
KAREN
•«Te dejo. Voy a centrarme en mi tarea por esforzarme en lograr que sea un día precioso para los míos. Mi padre parece estar ausente. Sé en qué piensa. Y no voy a consentirlo. Hablamos»
CARTER
•«Ya me cuentas»
Karen se puso en pie de un salto.
—¿Y si nos vamos a la bolera? Me parece que papá se ha oxidado de no ir.
Fue cuando Edward reaccionó regresando a la realidad. Al escuchar la voz de su hija con aquella propuesta repentina.
—¿Ahora? ¿A la bolera?
April trasladaba su mirada de uno al otro.
—¿Y por qué no? —Miró el reloj—. ¡Aún estamos a tiempo! —Dio una palmada fuerte—. ¡Decidido! Nos vamos a jugar a los bolos. Me apetece.
April se puso en pie con una sonrisa.
—Voy a cambiarme de ropa, otra vez —celebró, animada.
Edward rodó los ojos.
—Ahora que me entró la pereza —protestó.
Karen lo empujó hacia su habitación.
—Vuelve a ponerte guapo que nos largamos.
Volverse el alma de la fiesta le dio un subidón. Puede que no estuviera bien. Pero había cosas que todavía sabía hacer para que la gente fuera feliz a su alrededor. Y esta, era una de ellas: no dejar que nadie decayera en la tristeza. Aunque ella se encontrase en la más profunda de sus miserias.
Fue todo risas. Su madre ejercía de espectadora. Era un poco torpe para jugar y solía quejarse en cuanto se empecinaban en que participara en el juego.
—Yo aplaudo vuestros plenos —solía decir, aclarando que tampoco es que se quedase afuera del plan.
Karen había aprendido bien. Edward la había enseñado. Y él, como buen padre que era, la dejaba ganar. Lo señaló.
—Sé más competitivo —lo regañó entre risas.
Él le mostró la mano derecha fingiendo que su muñeca se sentía débil.
—Hoy no tengo el día. Por lo que tú ganas.
Ella negó, risueña.
—Mentiroso.
Fue a por la bola. Le tocaba el turno. Se secó la mano sobre el vaquero. Metió los dedos en el agujero y con la otra la sujetó por debajo. Se concentró en aquellos bolos que se erguían a lo lejos. Tenía que seguir con sus líneas rectas, llegar a un punto central que lograra una inercia que tirase cuantos más mejor. Hubo otro fundido. Un fundido que la dejó sin aliento, en un espacio paralelo al suyo.
«No perteneces a este mundo. No escuches a quien te diga lo contrario»
Regresó su respiración. Otra bocanada precedida de una tos tras la asfixia. Edward corrió hacia ella al verla flojear, con el bolo oscilando en su flácido brazo.
—¿Qué te pasa, cielo?
Cerró los ojos adolorida necesitando ignorar a aquella voz que ahora se metía en su cabeza. Prefería cien veces más escuchar a Jayden. Incluso a Carter, por muy pesado que se pusiera.
—Solo ha sido un vahído. Estoy... bien —vocalizó como pudo.
Buscó las fuerzas necesarias para elevar el brazo, mirar hacia el fondo, rogar que regresara la fuerza a su brazo y hacer el pleno. Todo ello la ayudaría a fingir aún más la escena sin preocupar a nadie más. Inspiró hondo antes de tirar la bola. La tiró. Esta dio en el punto exacto realizando el pleno.
—¡Sí! —celebró en un ademán con su respiración todavía entrecortada. Ella sí pertenecía allí. Ella pertenecía al lugar donde sus pies se asían sobre un suelo firme. Y quien dijera lo contrario estaba bien equivocado.
Edward la abrazó.
—Esa es mi niña. ¡Una ganadora! Me toca.
Karen se puso a un lado cerrando los ojos durante escasos segundos, buscando sentirse mejor.
«Jay. Repíteme que pertenezco aquí. Al aquí y ahora. Porque yo lo creo», mencionó en su cabeza esperando escuchar su voz en una respuesta. El silencio fue lo que sucedió y se sintió más confusa todavía, si cabe. «Pienso quedarme aquí. Le pese a quien le pese», mencionó decidida hacia la nada que revoloteaba dentro de su cabeza, convirtiéndose en un molesto zumbido de oídos y un poco de vértigo. No iba a desvanecerse. No, mientras pudiera luchar contra ello.
Las pistas estaban llenas. La gente joven se entremezclaba con alguna que otra familia que deseaba aprovechar un domingo de diversión como ellos. Sonrió con la escena de la familia que tenían al lado. El padre intentaba enseñar a su niña de siete años a jugar a este juego. ¡Pobre criatura! ¡Si no podía ni sostener la bola! Recordó a su mismo padre haciendo esto cuando ella tenía cinco años. Lo recordaba como un sueño. Como esos sueños que te confunden en si los has soñado, o han sucedido de verdad. Había escasos recuerdos. Ninguno de cuando era más pequeña. Salvo el sueño del accidente. ¿Y quién tiene recuerdos de su niñez? El humano no tiene una memoria tan amplia salvo para los traumas. Y por eso ella soñaba con el suyo. Eso era psicológicamente posible. ¿O no? «Pediremos ir a terapia, cariño», le había dicho su madre. Le vino a la mente el tema de la regresión. «No te va a gustar lo que te encuentres», mencionó su Pepito Grillo particular más atemorizado. Tragó saliva. ¿Por qué no podía ser más valiente? El chasquido del chocar la bola con los bolos la despertó. Su padre había hecho un pleno.
—¡Toma! —celebró dando saltos—. Ha vuelto mi racha —exclamó, abrazándola con euforia.
—Tú eres mucho mejor que yo, papá. A ver quién me ha enseñado.
Negó acariciando su mejilla.
—Tú eres la mejor versión de mí. Esa chica valiente que va a conquistar el mundo —aseguró, depositando un dulce beso sobre su frente.
April aplaudía desde el sillón mullido de color chillón donde se encontraba sentada.
—Yo digo que los dos sois buenos. Tengo a los más campeones del planeta conmigo —alegó, sintiéndose orgullosa de ellos.
Estacionaron el coche en el sótano del edificio. Recibió un mensaje de Carter.
CARTER
•«Estoy en el portal de tu casa. Quería asegurarme de que, realmente, estabas bien. ¿Puedo verte?»
Edward la observó ladeando la cabeza en un intento de adivinación. Su madre hizo lo mismo.
—Es Carter. Está frente al portal. Quiere hablar conmigo. Saber que estoy bien.
—Ese chico es un cielo —afirmó April a punto de soltar la misma retahíla de siempre.
Karen alzó la mano.
—Ahora no. Tengo prisa.
Al llegar a la planta del portal cada cual tomó un rumbo.
—No tardes, hija. Mañana hay clase —le recordó April.
—No tardaré.
—Y, si lo deseas, puedes invitar a Carter a subir. Hace frío en la calle.
Ella negó.
—Nos meteremos dentro del portal.
—Bien. No te resfríes, mi niña.
Tomó aire, sintiendo sus piernas temblar. Le quedaba claro que él la iba a machacar hasta que terminara gustándole. Se asomó dejando la puerta abierta.
—¡Ey, Carter! —alzó la mano.
La cara del joven se iluminó.
—¡Hola, preciosa!
—¡Carter!
La protesta fue breve porque, para cuando Karen se quiso dar cuenta, la estaba abrazando.
—Sentí una corazonada. ¿Estás bien? —Ella asintió contra su pecho. Iba a obviar contarle la parte de lo ocurrido durante el día donde la echaban de este mundo real y cruel. La apartó un poco para mirarla a los ojos—. Tienes cara de cansancio.
—Ha sido un día realmente agotador.
Él sonrió.
—Imagino...
—¿Entramos en el portal? —Sintió un escalofrío con el frescor de la brisa nocturna—. Estoy helada.
—Claro.
Entraron dentro. Se sentaron en los primeros escalones. No es que pudieran huir del frío gélido, aún bajo cobijo allí dentro. Al menos eso era mejor que estar a la intemperie. Y ella se negaba a subirle a casa. Sus padres lo ametrallarían a cumplidos y preguntas. Agasajarlo mucho podría resultar de lo más confuso. ¡Ni hablar!
—¿Qué habéis hecho hoy?
Karen le contó los planes que habían realizado esquivando sus crisis. Si se lo contaba, volvería a entrar en pánico poniéndose mucho más protector de lo que ya actuaba. Y era abrumador.
—Ha sido un día divertido.
—Sí. ¿Y tú?
—Con mis amigos. Por Internet. Te lo dije por mensaje.
—Lo recuerdo —asintió—. ¿Por qué no le has dicho a Madison de salir a dar una vuelta?
—¿Quieres que la confunda? ¡Ni lo sueñes! Es a ti a quien quiero.
Al escucharlo notó un calor sofocante escalar por su rostro.
—Vayaaa. Que seas tan directo consigue que me entre la vergüenza. ¿Puedes cortarte un poco, por favor?
Él negó sin dejar de sonreír.
—Imposible. Lo siento.
Bufó, molesta.
—Eres más terco que una mula.
—Y tú más bonita que cualquiera de esas modelos de pasarela de Victoria Secret.
Karen se tapó instintivamente los pechos. Luego, las partes pudendas bajas.
—¡Jamás posaré para ti en ropa interior!
Carter estalló en una carcajada.
—¡Es un decir, tontorrona! —Regresó a una seriedad preocupante. Tocó con sus dedos la barbilla de Karen—. Eres muy bonita, Karen. No dejaré que se apague tu luz. Jamás. Aunque me cueste la vida.
—¿Tú me crees?
Carter entornó los ojos.
—¿A qué viene eso ahora?
—Necesito que alguien me crea de verdad.
Carter respiró hondo antes de responder. Asintió.
—Por supuesto que te creo.
—Hay... una voz... una que me dice que no pertenezco a esto.
—¿A esto?
—A esta vida, universo paralelo, o lo que sea.
Acarició con sus dedos un mechó que acabó dejando detrás de su oreja.
—Eres tú misma torturándote desde las entrañas. Perteneces aquí. Aquí, y ahora. Nos pertenece tu maravillosa compañía. Diga quien diga lo contrario, tienes un valor extraordinario para todos los que te conocemos.
—¿Y por qué siento que no es así? Que no debería de estar aquí.
Chasqueó los dedos.
—¿Lo ves? Eres tú quien afirma que estás fuera de tiempo, de lugar, de escena. —Dejó su mano cálida en la mejilla apoyada, infundiéndole un poco de claridad—. Estás de bajón. Y no dejaré de sujetar tu mano. Porque paso de que te hundas, Karen Evans. Vas a seguir aquí, conmigo, en el presente, quieras o no quieras —la sermoneó acercándose con lentitud a su rostro con la intención de besarla. Enseguida, ella puso la mano sobre sus labios, tapándole la boca.
—No te emociones tanto, Romeo. No voy a besarte.
Lanzó un gruñido seco al aire.
—¿Cuándo vas a dejar convencerte de que no hay nadie como yo para vivir feliz y segura?
—Puedo cuidar de mí misma.
Carter puso los ojos en blanco.
—Siempre igual. Buscando hacerte la valiente. ¡Ya tendrás tiempo de ejercer de heroína!
—Ahora mismo quiero ejercer de heroína —rebatió, en una sonrisa que no le salía entera por sus miles de preocupaciones.
Con rapidez, Carter le dio un beso rápido en la frente.
—Vale, preciosa. Sube a casa. Mañana hay clase y se madruga. —Le dedicó una sonrisa amplia y limpia—. Descansa bien. Sin pesadillas. Dame esa alegría mañana.
—Lo intentaré.
Alzó el mentón con vanidad.
—Sueña conmigo. Te garantizo que descansarás mejor.
Ella rodó los ojos.
—¡No digas bobadas! —Ladeó un poco su risilla. Una risilla que se asomó traviesa. Carter se encogió de hombro, divertido—. Haré por dormir bien.
El chico le dio unas palmaditas en su brazo.
—Esa es mi chica. Nos vemos mañana.
—Nos vemos.
Salió afuera para despedirlo. Alzó la mano agitándola cuando él lo hizo antes de abrir gas a su motocicleta. Alargó la vista hacia la farola que tuvo el valor de amedrentarla aquel día. ¿Qué sería de aquel hombre? Jayden nunca se lo había aclarado. Volvió a fijarse en ella. Sentía alivio al verla encendida. Quizá Jayden tenía mucha razón cuando se empeñaba en que fuera atraída por la luz. La oscuridad significaba la muerte. De repente, lo entendió.
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