4.
Le gustaba bien poco la disciplina de la Educación Física. Karen no era de deportes. Era de aquellas que, con poco correr, se cansaba como si hubiese atravesado medio desierto de Gobi. Para más inri, su falta de sueño la golpeaba duramente con ese agotamiento brutal que dejaría noqueado a cualquiera. Era viernes por la mañana. ¿A quién se le ocurría poner esta materia a finales de semana cuando el cuerpo ya pide con urgencia un merecido descanso? ¿Y ella era la joven que debería de estar pensando en la fiesta que se iba a montar un sábado por la noche, en vez de retarse sobre cuántas horas era capaz de dormir del tirón en una cama? Notó una mano sobre su hombro.
—Será breve. Pasará en un ratito —musitó Madison con una mueca mentirosa en su cara. No ayudaba mucho con su teoría.
—¡Ostras, Madi, que esto no es una intervención quirúrgica! —Rodó los ojos—. Aunque dudo que pueda salir ilesa de ello.
La hizo reír. Carter pasó el brazo por encima de su hombro.
—Yo mismo te ayudaré a superarlo.
Karen se liberó.
—Puedo sola.
—Que conste que lo he intentado —ironizó, arqueando una ceja con una mueca de sarcasmo.
—No soy tan enclenque.
—Pero sí, una vaga —bromeó Madison, llevándose un puñetazo en su hombro—. ¡Ay! Que es broma.
Carter volvió a atraparla con su brazo.
—¡No te metas con mi chica o te atizo!
Karen se lo volvió a quitar de encima, enfadada.
—¡Quieres parar, Carter! ¡No soy tu chica!
Este alzó los brazos.
—¡Oye! Solo improviso.
—¡Pues no lo hagas!
El señor Hayes dio unas palmadas.
—Vale, chicos. Vamos a correr en círculo. Calentemos un poco.
Calentar un poco... Como si a Karen le apeteciera.
—¡Eh! Llegas tarde, chico —regañó el profesor a Jayden que entraba con prisas en el gimnasio.
—Lo siento. Fue el tráfico que...
—No necesito excusas que no puedan mejorarse con madrugar más —se adelantó a él—. Ponte a correr.
A Karen le dio un brinco el corazón al verlo. Vestía unos pantalones de deporte de color gris, una camiseta blanca y una chaqueta deportiva gruesa oscura. Se la quitó dejando entrever todo lo que aquella fina camiseta marcaba por debajo de su tela. Jayden era perfecto. Su anatomía estaba esculpida por alguna deidad decidida a usarlo para la tentación. Notó una mano que le pasaba por debajo de la boca.
—¡Deja de babear y ponte a correr! Si no quieres que te regañen, hermosa —la reprendió Madison, con Carter alternando la mirada en ella y en Jayden torciendo bastante el gesto. Seguía mostrando sus celos sin cortarse.
Karen observó de reojo a un Jayden que se movía ágil. Jadeaba de manera graciosa. Incluso sensual. La encendía con sus movimientos y jadeos. Con el sudor comenzando a perlar sus sienes y cuello. Era hermoso, incluso de esta manera.
—¿Quieres que Carter se lo cargue? Deja de mirarlo de una vez —la regañó Madison que corría a su lado.
—¡No lo estoy mirando!
—¡Sí que lo haces! Y Carter también. Si esto va a más terminaremos viendo una pelea de esas donde podrás ver incluso sangre. Puro Gore.
—¡Déjame en paz!
Jayden no la había mirado ni un segundo. La había eludido sin problema. Y eso conseguía que algo en el interior de Karen ardiera de rabia. ¿Acaso no le parecía atractiva? ¿Por qué no podía gustarle a los chicos guapos? Carter no es que fuera feo. Pero a Carter era como un amigo casi hermano. Al igual que a Madison.
—Muy bien, chicos —volvió a palmear el profesor Hayes—. Jugaremos un poco al voleibol. Os explicaré un poco de qué va este deporte —dijo, señalando hacia la red que se había montado previamente en el gimnasio.
—Voleibol. ¿De verdad? Si soy malísima para jugar a fútbol, imagínate para el voleibol —protestó Madison enganchándose de nuevo la coleta porque llevaba sus cabellos desordenados después de correr.
Escucharon al señor Hayes. Más o menos, pillaron el concepto de dicho deporte. Comenzó el calentamiento con los balones. La práctica de los tiros. Cómo hacerlos. Los saques. Karen volvió a mirar a Jayden. Continuaba evitándola. ¿Y lo de ayer? ¿Lo había imaginado? ¿Qué hacía debajo de su casa? ¿Cómo había averiguado tan pronto dónde vivía? Le urgía averiguarlo.
—Dadme un segundo.
—¿Adónde vas? —quiso saber Carter, deteniéndola; sujetándola del brazo.
—Tengo que hacer esto —gruñó, revolviéndose para que la soltara.
—¿Hacer qué?
Madison observaba la escena con la boca abierta. ¿Qué pretendía hacer ella?
Carter la soltó. Karen se dirigió hacia Jayden. Apretando el balón que sujetaba, entre sus manos.
Llegó hasta donde Jayden estaba. Él seguía concentrado en los saques, recibiendo balones. Regresándolos con fuerza por encima de la red con una técnica inmejorable.
—Dime una cosa —empezó Karen.
Jayden se detuvo. Clavó la mirada en ella mostrando de inmediato la hostilidad a la que la tenía acostumbrada.
—¿Qué quieres? —formuló.
—¿Dónde estuviste ayer entre las nueve y las nueve y cuarto?
—¿Eso importa?
—A mí, sí.
Bufó, riéndose con desdén.
—¿Quién eres tú para interrogarme?
—¿Por qué conocías el destino de aquel hombre?
—¿De qué hombre me hablas?
—Sabes perfectamente de qué hablo.
Se llevó la mano a la cara frotándosela con desaprobación y cansancio.
—Estás loca —afirmó, observándola con el ceño fruncido.
—¿Murió?
—¡Y yo qué sé! ¡No sé de qué demonios me estás hablando! Oye, ¿puedes apartarte y dejarme practicar? —siseó en un murmullo apretando los dientes.
Sus ojos azules volvían a mostrarse fríos, oscuros, arrogantes. Un azul que se tornaba grisáceo como el anuncio inminente de una fuerte tormenta.
Karen tomó aire para soltar lo siguiente.
—¿Quién eres? ¿Y qué tienes que ver conmigo? Soñé con tu voz. Con tu presencia. O parecías tú. Y ayer te vi en el escenario del suceso. Cuanta coincidencia, ¿no?
Jayden la observó atónito. El señor Hayes llamó de nuevo la atención de sus alumnos.
—Muy bien, chicos. Vamos a jugar. Veo que ya estáis mínimamente preparados para ellos. Venga. Formad los equipos.
Karen se volvió deprisa hacia Jayden.
—Que sepas que no voy a darme por vencida —amenazó, antes de moverse para reunirse con los suyos.
—¡Loca! —verbalizó él en un murmullo antes de bajarle la mirada.
¡Formar equipos! Lógicamente, Karen haría equipo con Madison. Y con Carter. De hecho, ellos enseguida la buscaron para eso y, más tarde, se unieron a los otros tres componentes que cerrarían el equipo completo. Jayden iba a ejercer de oponente junto a su equipo de seis, contándolo a él. Carter hizo crujir los dedos entre sus manos.
—Interesante —bisbiseó feliz dispuesto a darle una buena paliza. Iba a meterse en la línea de ataque. Esperaba que él también lo hiciera. Le demostraría quién de verdad vale.
Jayden se colocó de ataque, cerca de la red. Carter celebró el acierto. Se encontraban frente a frente. Iba a darle duro. Nadie debería de ser capaz de intentar quitarle, o meterse con su chica.
Con gestos, Carter dijo así como: «vas a saber quién es aquí el mejor». Jayden esbozó una risilla maliciosa para dar paso a una mirada más dura y gélida que alimentó la ira de su oponente.
Karen y Madison se habían quedado detrás, como defensa. Se habían dado cuenta del pique entre ambos.
—Se va a liar una buena como estos dos no se relajen —auguró Madison poniendo los ojos en blanco. Cuando a Carter se le metía algo en la cabeza, era terriblemente obcecado. —Por cierto ¿Qué le has dicho a Jayden? Se le veía bastante cabreado.
Karen señaló hacia el balón. Un chico del otro equipo iba ya a sacar.
—Ahora no. Deja que nos concentremos. El señor Hayes ya está lo suficientemente quisquilloso.
Madison gruñó por lo bajo. ¡Qué poco le gustaba cuando su amiga usaba como excusa las obligaciones y no contarle. ¿Acaso ya no eran tan buenas amigas?
Continuaron con el juego. Las chicas agradecieron que las sacaran al banquillo para ir rodando a los alumnos. Carter se resistía a salirse del juego. Jayden estuvo a punto de hacerlo, pero este lo picó.
—¿Acaso eres un cobarde?
Él negó clavando con fiereza la mirada en su contrincante. Ambos anunciaron al profesor que seguirían jugando, defendiendo a sus respectivos equipos. El señor Hayes se alegró de ver que había motivado tanto a sus estudiantes. Eso no sucedía diariamente.
Pelearon duro. Se insultaron en voz baja, sobre todo Carter cuando se sentía extenuado y Jayden se mostraba fresco como una rosa. ¿Hasta cuánto era capaz de soportar el tipo? El equipo de Jayden terminó ganando el partido. Este, el anterior, el siguiente.
—¡Joder! —gritó Carter saliendo de la zona de juego. Se acercó hasta Jayden—. Que hayas ganado no te da derecho a quitarme a mi chica —masculló pegando su pecho contra el suyo.
Este arqueó una ceja. Luego sonrió alardeando de su superioridad en este momento. De encontrarlo indignado por su derrota.
—Te diré algo. —Tocó con el dedo su pecho apartándolo un poco de él—, no estoy interesada en ella. Y dudo que sea tu chica —le recordó, entre dientes, mostrando una risita de suficiencia.
—¿Qué pasa aquí? ¡Vosotros dos! ¡A cambiaros y a clase! Como os vea zumbaros o algo os mando derechitos al despacho del director.
Carter le hizo el ademán de no quitarle los ojos de encima. Jayden simplemente sonrió mostrando tal serenidad que enfurecía aún más a Carter.
—Gilipollas —masculló, de camino a los vestuarios.
Madison y Karen iban de camino al vestuario de las chicas. Antes de abandonar la pista todo se volvió negro. Karen se encontró en un escenario vacío, oscuro. Bajo una luz tenue que no sabía ni de dónde venía, vio acercarse, andando despacio hacia ella, a Jayden. La miró con su peculiar mueca impávida, gélida, inmutable. Con esos ojos azules que se volvían de color cobalto cuando se ensombrecían.
—¿Eres ella? ¿Lo eres? —la interrogó, frunciendo las ceñas en un esfuerzo por adivinar.
Con una larga bocanada de aire regresó a la vida, al escenario donde se había detenido su tiempo.
—¡Karen! ¡Karen! —insistía Madison zarandeándola para que respondiera.
Ella alargó la mirada, todavía con resuello, hacia Jayden que se había detenido en la misma puerta de entrada de los vestuarios.
—Déjame en paz —rogó verbalizando claro para que la entendiese.
Él simplemente relajó el gesto y la ignoró.
—¿Cómo puede...?
—¿Cómo puede qué? ¿Qué pasa contigo y con Jayden? ¿Vas a contármelo de una vez?
Apartó un poco a Madison para abrirse paso hacia los vestuarios. No quería hablar de ello.
—No sé qué te pasa, pero juro que me tienes preocupada —empezó a decir Madison de camino a clase.
—No tienes de qué preocuparte.
La detuvo.
—Te quedas catatónica y no sé si vas a regresar a la vida o te vas a caer muerta en el suelo como un bloque. ¡Deberías ir al médico, por Dios!
—Tengo... tengo visiones.
—Visiones... —Asintió—. Como los sueños.
—Eso es. Y en ellos sale Jayden. No sé por qué.
Madison estalló en una risotada.
—¿No es obvio? ¡Babeas cuando lo tienes delante!
—¡No es lo que crees! No es... eso.
—Ya. —Madison suspiró—. Sigo pensando que deberías de hacerte un chequeo. Quizá tu cuerpo tiene alguna carencia que te hace sentir enferma.
—¿O loca?
Se encogió de hombros.
—O loca. La carencia de la vitamina D provoca patologías cerebrales.
—¿Qué?
Era extraño escuchar a Madison hablar en términos médicos.
—Lo vi el otro día en Google. Quizá necesitas esa vitamina.
Karen rio incrédula.
—No te haces una idea de lo que realmente me pasa. Y eres mi mejor amiga. Entonces ¿Cómo quieres ayudarme? —sentenció, dejándola plantada; largándose a clase.
La siguiente clase se le hizo espesa. Aún sentía el aturdimiento del momento que estuvo inconsciente. Esa falta de oxígeno en el cerebro le había dado dolor de cabeza. ¿Qué había ocurrido? ¿Eran reales todas esas cosas que veía? ¿Sucedían? ¿Él podía meterse en su cabeza? ¿Por qué? «No voy a darme por vencida». ¡Como si a él le importara! Porque a ese muchacho poco parecía importarle de cuanto ocurriera a su alrededor. Hubiera sido capaz de capear el temporal cuando aquel par de chicas se le pusieron a tiro y sintió la necesidad de evitarlas. Incluso si ella no hubiera intervenido.
Lo miró con disimulo girando la cabeza muy despacio, esperando que el profesor no la pillase distraída. Él tenía la mirada fija en la explicación que se estaba dando. En su cabeza se hizo eco la pregunta que se le había formulado hacía nada. En lo ocurrido con aquel hombre la noche anterior. En el coche que ardía y donde dentro perecía un matrimonio mientras la niña salía más o menos ilesa como rescatada por una mano divina. ¿Era ella? «¿Eres ella?». ¿Cómo sabía que la estaba soñando? Se fijó más en él. Parecía que no respiraba. Incluso su pecho parecía haberse detenido. Ni subía, ni bajaba. Se ruborizó dándose cuenta de cuán hermoso era cuando se encontraba tan inmóvil. Incluso cuando se movía lo era. Parecía una escultura tallada para que el mundo lo admirase como la obra de arte más perfecta y bien definida. El modo tan acertado y glamuroso con que se hacía el medio recogido, semejándose a un samurái de la época del Japón feudal. Notó unos toques en su espalda. Se dio la vuelta asegurándose antes de que el profesor no la observaba.
—¿Qué quieres, Carter?
—¿Por qué le prestas tanta atención?
Rodó los ojos.
—No es momento de discutir nada —sentenció, regresando a su posición inicial. Suerte que lo hizo, pues fue cuando el señor Turner miró hacia allí.
—Yo podría ofrecerte algo mucho mejor —lo escuchó murmurar a sus espaldas. Arqueó la sonrisa en un gesto de ironía. ¿Algo mejor que la perfección de Jayden? Él era la tentación. Resultaba difícil superar la atracción que suponía sus aires enigmáticos y misteriosos, añadido a un toque de sensualidad.
—¿Me estás oyendo?
Lo chistó con disimulo. A Karen no le apetecía nada tener un problema con el señor Turner por su culpa.
—Te romperá el corazón —agregó Carter antes de callarse.
Hizo oídos sordos a su amenaza. Comenzó a tomar apuntes. El profesor había iniciado un esquema sobre la Segunda Guerra Mundial que sería interesante que no se perdiera porque, de seguro, saldría en los exámenes.
Fue a coger el bolígrafo. Sus dedos dejaron de funcionar. Se sintieron adormecidos, evaporarse, efervescentes.
—¡Otra vez no, por favor! —rogó por lo bajo.
Miró a Jayden. La observaba con curiosidad y disgusto. Más con curiosidad, que molesto. Con una curiosidad notable. Tuvo que bajar la mirada cuando resultaba imposible sostenérsela.
—Dime que no eres capaz de empatizar claramente con esto que siento. ¿Cómo puedes saberlo? —Alzó la vista esperando una respuesta. Él seguía con la mirada fija en ella frunciendo el ceño aunque en su mirada se viese un asomo de preocupación—. ¿Qué me estás haciendo, Jay? —Murmuró a un volumen casi inaudible que lo llevó a soltar una bocanada larga de aire desde la distancia. O era muy bueno leyendo los labios, o estaban claramente conectados.
—Este tipo me enerva.
—¿Por qué?
Carter arrugó la nariz.
—¿No está claro, Madison? Busca confundir a Karen. Y ella está cayendo como un dócil corderito. Karen no necesita más problemas de los que ya sostiene. Le urge que su ansiedad sane.
—¿Y si es verdad? ¿Y si todo aquello tan inaudito que cuenta le ocurre realmente y no fuera producto de su ansiedad? Por más imposible que sea.
Se miraron durante unos segundos.
—No —respondieron a la vez dándose cuenta de lo absurdo que era pensar algo así.
—Jayden es un tipo presuntuoso. Desagradable con las chicas. Hostil con todo el mundo. No dejaré que le haga daño a ella, en concreto —opino Madison.
—Ella sigue sin aceptarme. ¿Qué debo hacer para que me vea diferente? Para que se cuele por mí.
—Eres demasiado impaciente. Dale tiempo.
—El tiempo se me agota, Madi. Que deje que la cuide me llena, pero necesito algo más. Necesito algún tipo de reciprocidad.
—Pienso que Karen será siempre una utopía para ti.
Él la fulminó con la mirada.
—¿Qué sabrás tú?
—¿De qué estáis hablando? —consultó ella de regreso de adquirir su almuerzo.
—De nada —se adelantó Carter con apuro y una sonrisa cómplice al observar a Madison.
—¿De nada? —Entornó la mirada con desconfianza—. Dudo que sea «de nada» cuando no temes opinar de lo que sea. Temo sobre qué hayas podido opinar.
—Espera... que proceso eso. Lo has dicho tan enredado como si se tratara de un trabalenguas.
—Sabes a qué me refiero —continuó Karen, acomodándose en la silla.
Carter acabó estallando en una carcajada.
—Vale. Celebro que me conozcas así de bien.
—En ocasiones juro que te preferiría mudo.
Lo hizo arquear una ceja.
—No te caerá esa suerte —amenazó él con tono socarrón.
Karen tomó un sorbo de su batido. Hoy tendría suficiente con eso y un bollo grande de leche. Alargó la vista hacia la fila de recogida del almuerzo que aún era inmensa. Localizó a Jayden en los últimos puestos. Hoy había acudido a la cafetería más tarde de lo habitual. Bueno, era normal en él huir constantemente del tumulto. Se puso en pie con decisión.
—En nada regreso.
—¿Pero adónde vas, chiquilla? —intervino Carter sorprendido. Cuando vio hacia dónde miraba ella la sonrisa se le borró de los labios—. Nunca escuchas cuando te hablo —dijo más secamente dedicándole al objetivo una afilada mirada.
Ella ya no lo escuchó. De hecho, no quería escucharle cuando se ponía tan celoso. Además, había incógnitas que aquel seguía sin desvelar. Incógnitas que ardían con rabia en la mente de Karen que tenía que pasar por todo cuanto estaba pasando sin entender el por qué. Y él parecía tener una idea.
—Está buscándose la perdición —masculló Madison por lo bajo con una risilla socarrona. Carter entornó los ojos, mostrándose ofendido por su comentario.
Karen lo alcanzó. Jayden puso gesto cansado.
—¿Qué quieres ahora?
—Sigo sin obtener respuestas.
—No las necesitas.
—¿Por qué?
—Porque nunca sé de qué demonios me hablas.
—Sé que las tienes.
Jayden exhaló, empezando a perder la paciencia con ella. Miró al tipo de delante. A los de atrás.
—¿Quieres la explicación en público o en privado? —bromeó adquiriendo una mueca divertida, aunque desdeñosa.
—Podemos salir fuera y me cuentas.
—No. No hará falta. —Se inclinó hacia su oído. El corazón de la chica comenzó a bombear con fuerza. Olía bien. Pero su cercanía la agitaba—. Soy del equipo de superhéroes del país —confesó sin reírse cosquilleándole el aliento en la oreja. Eso hizo que se estremeciera.
Reaccionó con enfado cuando se retiró mostrando esa ladeada sonrisa de superioridad que bien le valdría un puñetazo en su preciosa cara. Solo que no quería armar follón en la cafetería. Tenía suerte de que fuera una chica pacífica.
—¿Te estás burlando de mí?
—¿Y tú de mí? —Alzó las cejas, burlón.
Negó con la ira poniéndola colorada.
—¡Hablo en serio, Jayden! —Todos los miraban chismorreando. Suponiendo de todo un poco.
—Yo también. Créeme.
Gruñó fuera de sí apretando los puños.
—¡Eres idiota!
—Y tú eres una perturbada.
—¿Perturbada? ¡Sabes en qué estado se encuentra el hombre que tuvo el infarto! ¡Lo sabes, y no sé por qué razón lo sabes! —le echó en cara.
—¿Qué?
—Estuviste allí. ¡Sé que estuviste! No sé cómo, ni por qué. Pero eras tú. Tu voz. Tu...
—Estás loca —insistió entre dientes.
Los que se encontraban a su alrededor se mofaba de la ignorancia y la paranoia que ella expresaba.
—No pienso darme por vencida —insistió para que lo recordase.
—Bien. —Asintió.
—¡Bien! —gritó ella indignada alzando los brazos.
Regresó a la mesa donde estaban Carter y Madison. El público aún la observaba con sorpresa y burla.
—¿Me ayudáis a matarle? —propuso Karen a sus amigos tomando un sorbo largo de su batido.
Carter alzó la mano.
—¡Yo! Yo me apunto.
Madison le dio un manotazo en el brazo que lo bajara.
—No habla en serio. No te emociones, capullo.
—Yo creo que sí —canturreó feliz—. Mira su mueca asesina. Y su tono rojizo en su cara. Y su...
Madison le dio un puñetazo en el hombro.
—¡Ay!
—¡Cierra el pico, por favor! Ey. ¿Qué le has preguntado a ese tío? ¿Por qué te empeñas en meterle caña?
—¡Él sale en mis sueños! En mis visiones. O, al menos, el tipo que aparece, tiene su misma voz y similar aspecto. Su mismo aspecto.
Carter dio una palmada y un chasquido de dedos.
—¿Lo ves? ¡Estás tremendamente obsesionado con él!
—¡No es cierto!
—De lo contrario, no lo soñarías.
—¡Te digo que no! Todo es demasiado real.
Ambos la observaron con una gran preocupación.
—Vale. Estoy actuando como una persona ida. Pero es que... —Bufó—. De acuerdo. Dejadlo estar. No podéis entender.
Carter alzó las manos a la defensiva. Madison hizo como que prefería no hablar más sobre el asunto.
—¿Y si mejor nos abrimos? —Miró su pulsera de actividad—. Moved el culo.
Volvieron a las clases. En plena concentración, en mitad del silencio de la clase de Ciencias, Karen notó unos toquecillos en su espalda. Era Carter.
—No te enfades conmigo, porfa.
—No estoy enfadada —le hizo saber en un murmullo ladeando un poco la cabeza para que se le escuchara.
—No lo soportaría si te alejaras.
—Carter...
—Lo sé. Lo sé.
El profesor les chistó. Había un silencio que indicaba una intensa concentración con lo cual debería ser respetado.
—¿Cómo te sientes?
—Carter, ¡déjalo ya! No quieras que nos echen de clase.
Karen alargó la mirada hacia Jayden. Él la miró frunciendo el ceño. Seguía molesto supuestamente por su anterior intrusión. Intensificó su mirada para luego devolverla a su cuaderno ignorándola como si no existiera. Fue cuando ella soltó el aire de golpe. Cuando la observaba así, era incapaz de respirar adecuadamente. Es más, se esforzaba en adivinar sus pensamientos. ¿Por qué tendría que ser tan hermético?
Encima la había llamado «perturbada». ¿Cómo se atrevía? Nadie más que él sabía que era verdad todo lo que le mencionó. Su mayor locura era no entender qué era todo cuanto le estaba sucediendo. Su significado. O su finalidad. Al menos, entender de qué iba el asunto. Y por qué le concernía a ella. A ambos, cuando él salía en algunas de sus pesadillas y visiones. De ser aquella niña, ¿por qué no tenía ninguna cicatriz en su piel que fuera en recuerdo de aquellas quemaduras graves? ¿Cómo es posible que saliera ilesa? ¿Por qué no había rastro de lo sucedido en ningún lugar de su cuerpo, salvo esos recuerdos que la golpeaban insistentes para que entendiera que eran suyos? ¿Lo eran?
Terminaron las clases. En su mente seguía centrifugándose todos aquellos razonamientos que no conseguía sacarse de encima. Lo que más necesitaba en este justo momento era huir de todo el barullo; de Jayden. De todos. Y cerrar su mente a un remanso de paz que la ayudara a descansar en algún lugar tranquilo donde no la asaltase ninguna clase de amenaza.
—¿Te llevo a casa? —se ofreció Carter.
Lo último que quería era crear malentendidos sobre malentendidos con él. Pues el ovillo se iba haciendo más grande. Más enredado. Carter se dejaba caer en algo que, en realidad, no existía. «Solo amistad». Daba lo mismo cómo ella lo definiera cuando él le pasaba encima sin escuchar.
—Iré en el bus con Madison.
—¡Bravo! —celebró ella en un ademán festivo.
—Vamos, Karen. Puedo llevarte. Y te dejaré en la puerta de casa. Y, si lo prefieres, te acompañaré hasta la misma puerta de tu casa.
—Hoy no, Carter. Hoy necesito... espacio.
—Espacio —repitió él frunciendo el ceño discrepando.
Madison la abrazó en un ataque de afecto.
—Mi chica se viene conmigo.
Carter frunció aún más el ceño.
—¿Por qué no discutes con ella diciendo que no eres su chica? ¡Conmigo lo haces!
Madison le mostró el dedo corazón.
—Qué más te dará. Mañana estamos de concierto —le recordó, sintiendo el peso de la paciencia volatilizarse cuando iban a ser largas horas con él tratando de esquivarlo como fuera. Suerte que Madison iba en el mismo paquete. Iba a recordarle que no les dejara solos.
—¡Es cierto! ¡Viva Pink! Ella también es mi chica.
Carter rodó los ojos alucinando. Karen se rio de su arranque de fan, infantil.
—Nos vemos mañana, si eso.
—No me daré por vencido —amenazó él observándola con gesto de disgusto.
Se subieron al autobús. Madison dejó que Karen se sentara a la parte de la ventanilla. Era su lugar favorito y por ello la dejaba.
—¿Vas a dejar que te convenza? ¿Quedarás esta tarde con él para hacer tareas?
—Me niego. No quiero más drama. No quiero darle falsas esperanzas.
Madison emitió una risilla burlona.
—Madre mía. Tienes a ese tipo enganchado a ti. A ver, es mono. Y atento. Y todo eso. ¿Por qué no le das una oportunidad? Os conocéis desde hace mucho. Podría existir esa clase de conexión.
Ella negó.
—Sabes muy bien que solo somos amigos.
—Porque no quieres dar el paso, tía. Pero él está muy colado por ti.
Volvió a negar.
—¿Y qué hay de Jayden? ¿Qué ha sido ese arranque de ira que te ha entrado para no cortarte y plantarle cara constantemente? ¿Por qué sale en tus sueños, visiones o como quieras llamarle? ¿No crees que Carter pueda tener razón? La obsesión por deshacerte de él te arrastra a soñarlo.
—Es algo... diferente a eso.
—¿Diferente? Explícame —preguntó, ladeando la cabeza con gesto confuso.
—Necesito respuestas. Hay algo... algo de todo ello que amenaza con ser real. Puede que parezca una chiflada. Pero, no sé. ¿Recuerdas que me gustaría conocer a mis padres biológicos? Buscar información sobre ellos.
—Y yo te animé a hacerlo.
—Ojalá ellos hubieran sobrevivido y me pudieran decir qué pasó realmente ese día. Si eran ellos los protagonistas de la escena del accidente. Si soy yo la niña que veo arder dentro del coche, llorando de angustia. Si es real, o solamente la escena de alguna película que me impresionó, quedándose grabada en mi cabeza a fuego y me atormenta durante las noches. Si es simplemente ansiedad lo que siento cuando mi cuerpo se queda sin oxígeno, suspendido en el tiempo por cuestión de segundos para sentir cómo regreso a la realidad escupida desde algún lugar lejano.
—Madre mía. Ese es un gran argumento para una novela. Podrías dedicarte a escribir.
La observó abatida.
—¿Crees que miento?
—No. No he dicho eso. Es solo que me impresiona. Es como...
—Como que no me crees. Crees que se me ha ido la cabeza de repente.
—Tampoco he dicho eso.
—Te doy miedo.
—¡No! ¡Deja de inventar!
—Pero no terminas de creértelo.
Suspiró vencida.
—¡Es complicado! ¡Quiero creerte! Pero es complicado. Y, por favor, no te enfades conmigo. Quiero apoyarte. Creer todo cuanto me cuentas. Decir que es verdad y que quiero ayudarte.
—Hablas como un psiquiatra de esos con sofá como objeto de tortura.
Madison estalló en una carcajada.
—A mí el sofá me vendría genial para echarme una siesta.
—Crees que debería probar la regresión para que estudiasen dentro de mi cabeza.
—Yo daría votos a favor para eso. Que me tienes mogollón intrigada.
—Y si lo que me dicen no me gusta. Y si s real todo ello. Si descubro algo que no me agrada.
Se ancló a su brazo con una sonrisa.
—Entonces no lo hagas.
—Es justo lo que estaba pensando.
—Bien. —Sonrió de nuevo—. Esa es mi chica. ¡Y sí eres mi chica! ¡Que le den a Carter Baird!
Eso la hizo reír.
—Eso es lo que necesito. Ver que sonríes de vez en cuando. Que la vida es lo bastante asquerosa como para que encima nos dejamos vencer por ella. —Puso un mohín de súplica—. No te des por vencida.
Llegó a la parada. Madison se bajó.
—Esta tarde te llamo. —Recordó el acontecimiento de mañana—. ¡Bravo! ¡Concierto! —dijo en un murmullo ahogado pero festivo alzando el puño. Hizo reír a su amiga. La señaló—. Sigue así. Sonriendo —concluyó, bajándose a toda prisa antes de que el conductor cerrase la puerta.
Karen se había quedado sola. Miró por la ventanilla. Sola, sin reproches, sin suposiciones, sin acusaciones. Un vacío se escuchó en sus oídos. Un vacío que llenaba el sonido del motor del autobús y el murmullo de los que quedaban subidos en él. ¿Qué haría ahora? ¿Qué haría esta tarde? Hubiera podido citarse con Jayden. Obligarlo a hablar. Aunque tuviera que torturarle. ¿Qué sería lo siguiente que iba a sucederle? Su siguiente visión. Su próxima pesadilla. ¿Qué vida era esa si la tenía que vivir así? Pronto cumpliría los dieciocho. Los dieciocho, y medio loca.
Llegó a su parada. Se bajó, con la mente dispersa. Le daba tantas vueltas a todo que se le hacía una nube espesa dentro del mismo cerebro.
CARTER
•«¿Ya estás en casa? ¿Has llegado bien?»
Respiró hondo intentando no alterarse. En el fondo, tendría que estar agradecida por preocuparse por ella.
Así que le mandó un mensaje breve a él. Y otro a Madison. Luego guardó el teléfono en el bolsillo ignorando los siguientes mensajes entrantes. No estaba ahora mismo para mantener una conversación coherente.
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