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1.

     Se miró los dedos. Karen y Madison se habían sentado sobre la hierba esperando a Carter. Llegaba tarde. Karen se observó los dedos. Sentía cómo estos burbujeaban metidos en una solución efervescente. Súbitamente, era como si hubiera traspasado una pared transparente y se encontrara en otra dimensión más de tipo espiritual o etéreo. Fue cuestión de segundos. Porque cuando Madison tocó su brazo fue aspirada hacia el mundo terrenal.

    —¡Eh! ¿Qué les pasan a tus dedos? ¿Te duelen? —Madison los observó con la misma atención que lo hizo ella.

    Como acto reflejo los escondió debajo de las piernas, ocultándoselos.

    —No. No es nada.

    —Por tu gesto, no me parece que fuera nada. —Le colocó un mechón detrás de la oreja—. ¿Qué te está pasando, cielo? De verdad, me estás asustando.

    Sacudió la cabeza cerrando los ojos durante unos segundos. Los apretó con fuerza.

    —No es nada. No es... solo es falta de sueño.

    Madison se abrazó a ella por el lado.

    —Es ansiedad. Carter opina lo mismo. No sé qué tanto te preocupa para que te sientas tan inquieta.

    —Es ese... sueño. Ese sueño que se repite.

    —Es solo un sueño. Tal como viene se irá. Trata de hacer algo de yoga, pilates, relajación... no sé, lo que sea, antes de acostarte para que tu mente descanse.

    —No me van esas cosas. Y no tengo constancia.

    —En algún momento puedes empezar. Digo yo.

    Sacudió la cabeza con una negativa.

    Carter las sorprendió agachándose y pasando el brazo por sus hombros con un «buh». Madison empezó a atizarle indignada por el susto.

    —¡Joder, Carter! No hagas eso.

    Encontró a Karen tan apagada que la besó en la mejilla por sorpresa para animarla.

    —Mis mimitos para mi chica.

    —No soy tu chica —bisbiseó Karen por lo bajo.

    Se sacudió para que la soltase.

    —Porque no quieres.

   Karen lo miró.

   —No estoy de humor. Por favor. Para.

    Él alzó los brazos emitiendo un largo suspiro.

    —Como deseéis, princesa.

    —No soy ninguna princesa —murmuró ella de nuevo. Sonó el timbre de entrada a las clases. Como Carter tenía que hacer un cambio de libros en su    taquilla después de llegar tarde, se adelantó a ellas.

    —Nos vemos en clase.

    —Claro —aceptó Madison sin quitarle la vista a Karen, que continuaba cabizbaja y pensativa.


    Accedieron al aula. No tardó en aparecer el señor Turner cargado de unos libros y carpetas. Se sentó en la mesa central y abrió un archivador empezando a pasar la lista. Un chico alto, con ropa oscura, chaqueta gruesa deportiva, entró interrumpiendo, desproveyéndose de su capucha. Era rubio, bastante alto, de piel clara y ojos de un azul profundo. Se detuvo un instante agasajado por la atención repentina de toda la clase por su presencia. El señor Turner se puso en pie. Lo invitó a entrar y presentarse. Se le veía hermético, tímido. Destilaba, aparentemente, hostilidad.

   —Pasa, chico. Ven. Di tu nombre y de dónde vienes para que la clase te conozca.

Miró a uno y a otros como si desconfiara de todo el mundo. Apretaba sus manos agarradas en un asa de su mochila. Acabó despegando los labios.

    —Me llamo Jayden. Vivo aquí —dijo simplemente. Enseguida tomó rumbo hacia el único pupitre libre, buscando zafarse de todas aquellas miradas.

   —¡Qué brevedad! En fin. Empecemos con la clase de historia.

   Aquel pupitre libre estaba justo al lado del de Karen. La miró de reojo antes de sentarse. Ella mantenía la cabeza gacha, sintiéndose intimidada por aquella mirada celeste. No estaba acostumbrada a que un chico la mirase de aquella manera. Había sido intenso y descarado.

    Karen no se atrevió a mirarlo, cosa que, el resto, le dirigía alguna mirada intrusiva como si, con ello, pudieran recibir datos de su procedencia.


     El tema se extendió por todo el centro. «El nuevo». Era atractivo, aunque reservado y solitario. Decían que era de Columbus. Alguna de las chicas se estaba pensando la idea de invitarlo a conocerlo mejor. Era un poco complicado por el modo con que se deshacía de cualquier invitación con frases breves, contundentes, o una retirada sin pronunciarse en nada.

    —Es mono —dijo Madison llevándose un bocado de aquel sándwich vegetal a la boca.

    —¿Mono? ¡Por favor! Yo soy mucho más guapo —alardeó Carter.

   —¡Presuntuoso!

    Alzó el mentón en un gesto de orgullo.

    —Ese tipo me da grima. Me observó como si me odiase. Y no lo conozco.

    —¿Odiarte? Creo que odia al instituto entero a juzgar por los comentarios que me han llegado estando en la cola de la cafetería —explicó Carter arrugando la nariz con desprecio.

   —¿Pero ¡qué exagerado! Solo es que estáis abrumando al pobre chaval. Que lo observáis como si tuviese un tercer ojo en la frente —argumentó Madison, molesta.

    —¡No es verdad! —protestó Carter.

    Karen alzó la mano.

    —Vale. ¡Parad! Prefiero hablar de otra cosa, si no os importa.

   Carter le dirigió una mirada enternecedora.

    —Claro, princesa. De lo que tú quieras.

    —Deja de llamarme princesa.

   Asintió.

    —Como desees —agregó simplemente.

    Hubo otro tema de conversación. Finalmente, Carter había conseguido una tercera entrada para Madison; para asistir al concierto de Pink.

    —No os invito. Lo digo para que abonéis cada una la vuestra —les recordó él—. O me quedo sin blanca.

    —Por supuesto. No iba a ir gratis, «atontado». No tengo tanto morro —protestó Madison.


      El chico nuevo accedió a la cafetería espoleado nuevamente por todas aquellas miradas de gente que necesitaba saber, juzgar, poner nombre o datos a la novedad. Él simplemente se dedicaba a teclear en su teléfono al tiempo que esperaba como si, con ello, pudiera meterse en un mundo aparte e ignorarles. En cuanto obtuvo su almuerzo se sentó solo en una mesa. Continuó con la mirada fija en la pantalla de su teléfono.

    Karen le dio una mirada rápida antes de que la pillase. Sí era atractivo. Su piel blanca hacía que el claro de sus cabellos rizado resaltase al caer sobre su rostro. Era tan bello como aquellos tipos que había visto en las películas juveniles y de los que podía enamorarte con solo una mirada. Parpadeó varias veces obligándose a olvidar la información que acababa de darle su cerebro.

    «Karen, ¿en qué demonios estás pensando?».

    Un escalofrío la recorrió por entero. Mientras lo sentía, escuchó algunos susurros provenientes de a saber qué sitio. Todo se emborronó. Experimentó una arcada aderezada por una falta de aire momentánea. Terminó soltando el aire de golpe de manera exagerada.

    —¡Karen! —Carter frotó su espalda clamando a su serenidad—. ¿Estás bien? —repitió. Ella lo escuchaba desde lejos con un eco ahogado—. ¡Eh!

    Tosió como quien tiene algo atragantado en la garganta. Volvió a mirar hacia el tipo rubio de la mesa solitaria. Fruncía el ceño, en esta ocasión manteniéndole la mirada. ¡No podía ser! ¿Parecía conocer la causa exacta de sus ataques de «ansiedad», o simplemente se lo estaría imaginado y la estaría observando con la misma aversión que lo hacía con el resto?

    Madison le acercó el agua.

    —Bebé, cielo. No me acojones. No quiero quedarme sin amiga —la regañó, levantando la botella de agua mineral y que bebiera.

   Ella la apartó un poco con la mano.

    —Bebe. Por favor.

    El tipo rubio seguía observándola sin pestañear. Como si se hubiera congelado su imagen allí mismo.

    —Bebe. —Acabó obedeciéndola—. Buena chica. Verás como te mejoras —verbalizaba su amiga con un aire maternal.

    Quizá sí debería tomar la palabra de su madre y que la visitara un buen terapeuta que eliminase todas estas desagradables sensaciones de su vida. Se sentiría mucho mejor. Se lo comunicaría en cuanto estuviera segura totalmente.

    Otro vistazo más inocente hacia la mesa ocupada por un solo alumno. Se había quedado vacía. Lo buscó con la mirada por todo el comedor. Él había almorzado y, después, se había ido. Seguramente abrumado con todo aquel tumulto, analizándolo.

    —Necesito ir al baño.

    —Te acompaño —se ofreció Madison.

    —No... no hace falta.

   —¿Y en el caso de sentirte indispuesta?

   Levantó el teléfono a la altura de su cara.

  —Te llamo. De inmediato.

   —Pero...

    No la dejó terminar. Salió deprisa hacia los pasillos. Ya no lo encontró por allí. Luego se verían en el aula. Pero el aula era un área nula. Por lo que allí se comportaría de un modo usual y pasivo. Tomo aliento reflexionando. Algo en él la hacía sentir alerta.


     Se miró al espejo del baño. Las ojeras, negras con el tizón, destacaban sobre un maquillaje que se había puesto con mucho cuidado de ocultar cualquier rasgo de cansancio sin surtir su efecto. Estuvo tentada a lavarse la cara para refrescarse. No llevaba el neceser de maquillaje para reemplazarlo. Por lo que tuvo que abandonar esa opción. Madison entró.

    —Tardabas. Pensaba que te había ocurrido algo.

    Se esforzó por mutar su mueca anterior. Esbozó una sonrisa fingida.

    —Estoy bien. Solamente, me tomaba un pequeño descanso.

    —Pues te advierto que no tardes. Tienes a Carter tan preocupado que acabará invadiendo el baño equivocado para conocer tu estado de salud.

    Frunció el ceño.

    —Pero ¿Qué le ocurre a ese chico?

    —¿No es evidente? ¡Le gustas!

    —¿Qué?

    —De ahí que no deje de obsequiarte con todos esos gestos amorosos. ¡Por favor, chica! ¡Ya te lo ha mencionado varias veces! Y tú, como si nada.

    —Es que... no sé qué decirle.

    —¿No te gusta?

   —Sí. No sé. ¡Yo qué sé!

    El timbre de regreso a clases sonó otra vez. Karen miró hacia el techo.

   —Muchas gracias por salvarme de esta, seres celestiales —murmuró hacia él.

    Madison rodó los ojos.

    —Te he oído.

    Tal y como Madison había aventurado, Carter las estaba esperando fuera. Enseguida que la vio aparecer la abrazó.

   —¿Estás bien?

    Estuvo a punto de rechazarlo. Después de conocer esta nueva faceta de su interés por ella, decidió dejar de resistirse y averiguar qué quería hacer en realidad.

   —Sí —musitó hacia su pecho.

   —Marchémonos a clase antes de que nos expulsen por cualquier estupidez —propuso Madison.

    —Será mejor que sí —apoyó la propuesta Carter.

    Al acceder al aula y verlo sentado allí notó un pinchazo en su corazón. Tenía la mirada fija en algo que estaba anotando. Tenían que ser tareas que le quedarían pendientes. Llegó a su silla y se sentó. Él no levantó la vista cuando pasó por su lado. Bien. Era mejor eso que la sensación intimidante que la hizo experimentar cuando la miró de aquella forma. Igual, y se preocupaba por las personas cuando las veía enfermar. Igual era un tipo sensible. Aunque tampoco era para enfadarse por ello. Porque fue como la miró: con una frialdad y un resentimiento incomprensible. O fue lo que le pareció a Karen.


    Deseaba llegar a casa. Atrincherarse en su cuarto. Vaciar la mente. Se despidió de Madison. Antes lo hizo de Carter. No le había sabido tan mal su abrazo.

    Entró en casa. April la recibió con un abrazo.

    —¿Qué tal ha ido tu día?

    —Bien —murmuró sobre su hombro. La apartó para mirarla a los ojos—. Me preocupas, hija.

    —Estoy bien —trató de asegurarle—. Voy a dejar la mochila a mi habitación. Ahora vuelvo.

  Su madre asintió. Sonrió.

   —Bien.

    La ayudó a preparar la mesa. Charlaron. Se encontraba más tranquila. Quizá se estuviera excediendo a causa de su ansiedad. Sus amigos ya habían opinado sobre eso. Y tuviera que buscar serenidad. Hace lo que Madison le dijo antes de ir a dormir. Puede que eso la salvara de los malos sueños. Era momento de empezar a cambiar.

    Y como cambio, lo primero era salir de casa. Ir a la biblioteca a estudiar y hacer las tareas. Madison le preguntó qué haría aquella tarde. Se lo dijo sin rodeos. Se ofreció para acompañarla y pasar la tarde con ella. Pero Karen sabía que, de hacerlo, en algún momento saldría el tema prohibido a la conversación. Seguía creyendo que lo mejor era ir sola. Por más que ella protestó.

    Se sentó en una de las mesas vacías. Sacó todo lo necesario. Se colocó un auricular en la oreja poniéndose un poco de su música favorita a un volumen bajo. De ese modo desconectaría al completo del entorno y se centraría mejor en lo que iba a hacer.

  Carter apareció. Se sentó frente a ella.

  —¡Será broma! ¿Quién te ha contado que estoy aquí?

  —Eso no importa. Ha sido solo coincidencia.

    —Ah... Claro... «Coincidencia».

  —Así es.

  —Embustero.

  Él señaló hacia sus tareas.

    —Cuando termines con eso te invito a merendar. Seguro que tienes hambre.

    Negó. Arrugó la nariz discrepando.

    —Antes de que protestes diré que no me harás cambiar de opinión con respecto a eso por mucho berrinche que montes.

    Karen entornó los ojos desafiándolo. Carter era de lo más terco. Mucho más que ella misma. Y eso eran palabras mayores.

    El chico sacó las cosas de su mochila. Las esparció por su parte de la mesa dispuesto a empezar a trabajar. Se quedó embelesado, apoyando la barbilla en su mano, observándola. Cuando estaba tan quietecita le parecía muy mona. Hermosa. Como si se tratara de una figura de alabastro de cualquier diosa de la mitología griega. Hermosa, exuberante, perfecta. Karen alzó la mirada y lo descubrió mirándola como un pasmarote.

    —¿Qué crees que haces?

    —¿Te ayudo?

    Ella puso una mueca de sorpresa.

   —¿No tienes trabajo que hacer?

   —Sí. Pero te ayudo, si eso.

    —No es necesario.

    —¿Acaso no puedes dejar que haga algo por ti? —rezongó.

    —¡Ya lo haces! Compañía.

    —¡Eso no es suficiente!

    —No exageres.

    Carter mostró una sonrisa astuta ladeando la cabeza al mirarla.

    —Llámame pesado. Pero me gusta cuidarte.

   —¿Por qué? —preguntó Karen con un tono de molestia.

    Él elevó un dedo.

    —¡No! No... no. Que te veo venir y paso de que te cabrees conmigo.

    La hizo reír.

    —No soy tan frágil como aparento.

    —Lo sé. Y aun así, necesito estar cerca por si te caes a pedazos. Así, los recojo y los devuelvo a su lugar.

    Eso le sonó tan tierno como cursi.

    —Vuelves a exagerar —bisbiseó ella arrugando los labios.

    —Lo sé —se rio.

    Ella le devolvió la sonrisa.

    —Vale. Déjame terminar mis tareas o mañana estaré en graves problemas.

    —Te ayudo —insisto.

    Señaló hacia todo lo que tenía desparramado frente a él.

    —¡Tienes trabajo!

    Negó.

    —Ya lo había terminado. Solo trataba de ser un poquito solidario si veías que estábamos en las mismas. Que me dejarías quedarme —aseguró.

    —Pero...

    Elevó un dedo en alto mandándola callar. Ella rodó los ojos, exasperada.

    —Lo que tú digas —terminó aceptando.

   Carter cambió de lugar. Eso, después de guardar con prisas de nuevo todo en la mochila. Su compañía era agradable. Por mucho que la hiciera protestar, él se mostraba cercano, afectuoso, agradable. Con ello conseguía que esa serenidad tan necesaria que necesitaba recolectar llegase como agua de mayo para ella. Carter era como ese mar en calma. Como el yang que iba necesitando como amuleto.

    Dejaron las cosas a su lado sobre el sofá acolchado color caramelo. Aquella tienda de batidos era la mejor de la ciudad. Su preferida. Carter se pidió uno de zarzamora, mientras que Karen se pidió uno de arándanos. Aparte, se habían pedido un extra; un trozo de pastel de chocolate para compartir juntos con dos cucharillas.

    —Vale. Va a darme un subidón de azúcar. Pero estoy feliz —dijo él levantando la cucharilla colmada de tan dulce manjar.

    —Mi abdomen, mis posaderas y caderas van a lamentarlo —se quejó ella.

    —¡Nah! Tú eres hermosa de cualquier forma posible.

    Fue a colocarle un mechón detrás de la oreja. Pero ella se apartó. Pestañeó impresionada. No dejaba de halagarla constantemente. ¿Pretendía ruborizarla?

    —¿Crees que Madison se cabreará cuando se entere de que hemos salido estar tarde sin ella? —dijo de repente Carter como cambiando de tema al verla fruncir un poco el ceño tras el halago.

    —Antes me lo preguntó a mí. Le dije que quería estar sola esta tarde. Protestó. Pero no cedí. Supongo que irá a por ti si se entera de que has roto mis normas.

    —Vale. Guay. Divertido.

    —¿Cómo?

    Palmeó sobre su brazo.

    —Apóyate aquí, a mi lado. Recuéstate tranquila.

    —¿Qué? ¿Por qué?

    —¡Vamos! ¡No voy a comerte!

    —¡No!

    Tiró de ella hasta colocarla suavemente sobre su brazo.

    —¡Deja de protestar! Lo está deseando.

    —¡No es cierto! —se quejó, yendo a apartarse de él. Carter no la dejó. Ella puso los ojos en blanco.

    —Vamos. Abre la boca. Aaaaaaaa.

    —¡No soy una niña!

    —Eres mi niña. Abre la boca.

    —No soy tu niña —rezongó arrugando los labios.

    —¡Abre y deja de protestar!

    Se llevó la porción de la cucharilla con ella.

    —¿A que está rica?

    —Demasiado —respondió, aun con la boca llena.

    —Reconoce que soy un tío genial.

    Fue a incorporarse. Volvió a detenerla.

    —¡Carter!

    —¡Quédate un poco quieta! ¿Quieres? Venga. Otra cucharadita más.

    —Puedo comer sola.

    —¿Así? ¿De lado? Lo dudo. Mancharás el sofá.

    —Entonces deja que me siente adecuadamente.

   —Nope.

    Karen rodó los ojos.

    —¡Anda ya! —protestó.

    Hubo un silencio al tiempo que se zampaban la porción de pastel. Que él le daba su parte a cucharadas.

    —Hueles genial. Me encanta el agua de colonia floral que usas.

    —Tú también hueles bien, Carter.

    —¡Gracias! —se emocionó. La curva de sus labios se aplanó—. Dime que te sientes mejor.

    —Por eso quería estar sola esta tarde. —Se irguió—. Porque alguno de vosotros terminaría preguntando.

    Puso su mano sobre su mejilla.

    —No me gusta que sufras, Karen Evans. No soy capaz de soportar el verte sufrir.

   Estuvo a punto de besarla. Para cuando quedaban escasos milímetros de sus labios, ella reaccionó y se apartó.

    —Tendré que beberme el batido. Digo yo —se excusó.

    Carter emitió un gruñido seco.

    —Claro. Te dejo beberlo —murmuró con decepción.

    Karen alargó la vista hacia la mampara de cristal que daba a la calle. Empezaba a caer una lluvia persistente. Bajo ella le pareció ver la figura de alguien que se alzaba observando hacia allí con las manos en los bolsillos y la capucha de su chaqueta cubriéndole el rostro, supuso que para ocultarle de la lluvia. El corazón se aceleró. El estómago se le achicó hasta sentir una opresión que resultaba molesta.

    —¡Eh! En serio. ¿Estás bien?

    Desvió la mirada para atender a su amigo que continuaba mostrando una notable preocupación. Volvió a mirar hacia el exterior. La figura que había debajo de la lluvia había desaparecido.

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