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9. EL JEFE DE LA CASA

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Selena despertó al oír los gritos de Daphne Greengrass, quien parecía haber cargado baterías extra esa mañana.

-¡Arriba, todas! -chilló Daphne con entusiasmo inusitado- ¡nos vamos a perder el desayuno!

Selena se sentó en la cama de un salto, parpadeando para despejarse.

-Muero de hambre -declaró Daphne con un tono de urgencia, mientras se lanzaba de la cama y se vestía con rapidez-. ¿Nadie más se va a levantar? -gritó, mirando a sus compañeras, que aún permanecían en la cama.

Millicent Bulstrode, aún en las sombras de su almohada, le lanzó con una almohadón.

-La próxima vez te lanzaré algo más contundente -murmuró, dando la vuelta en un intento de ignorar el bullicio.

-Tienes un humor horrible por las mañanas -bufó Pansy sin abrir los ojos.

Daphne, con una sonrisa contagiosa y decidida, tomó del brazo a Pansy, obligándola a levantarse.

-¡Vamos al comedor! -propuso, casi tirando de ella.

Pansy frunció el ceño, mirando a su alrededor con expresión confundida.

-¿Alguna sabe cómo llegar? -preguntó, en medio de un bostezo.

-No -contestó Selena, encogiéndose de hombros.

-Creo que recuerdo el camino -murmuró Daphne, aprehendiendo a Selena con su otro brazo, encantada por la idea de salir-. ¡Vamos! -exclamó, avanzando con decisión.

En la sala común, la poca actividad del lugar dejaba claro que la mayoría de los estudiantes ya habían corrido hacia el gran comedor. Desde la dirección de los dormitorios de los chicos, Theodore Nott salió de la penumbra con el cabello alborotado y el nudo de la corbata hecho un desastre. Detrás de él, Draco Malfoy avanzaba con una elegancia notable, su cabello perfectamente peinado hacia atrás, luciendo su uniforme impecable.

-¡Draco! -llamó Pansy, levantando la mano-. ¿Vienes con nosotras a desayunar?

-¡Theodore Nott! -exclamó Daphne, un poco escandalizada al notar su apariencia-. ¿No piensas arreglarte un poco? Al menos, péinate.

-Es muy temprano. No te comportes como mi padre -resopló Theodore, alejándose antes de que la conversación pudiera continuar.

-¿Dónde están Goyle y Crabbe? -preguntó Pansy, mirando con curiosidad el pasillo vacío.

-Creo que se levantaron más temprano para desayunar -comentó Draco, con un tono despreocupado y sin desgastar más energía en el asunto.

Las chicas siguieron a algunos estudiantes mayores hacia el gran comedor. Selena intentaba memorizar el recorrido, sintiendo que cada paso le traía un poco más cerca de entender su nuevo hogar. Al entrar, el bullicio del lugar las envolvió. Las mesas brillaban con comida abundante, y la familiar mezcla de olores la hizo sonreír.

Selena se sentó junto a Blaise Zabini y frente a Goyle y Crabbe, quienes le habían reservado un lugar en medio de Draco.

El día avanzó rápidamente, y al concluir la cena, el Profesor Severus Snape, jefe de la casa Slytherin, se presento a los estudiantes de primer año. Era un hombre delgado, de piel cetrina, mientras sus ojos oscuros observaban a los estudiantes con una intensidad que hizo que varios se encogieran en sus asientos.

-Todos ustedes han tenido el honor de ser seleccionados para Slytherin -comenzó, su voz grave resonando en el silencio-. Durante estos siete años, deberán hacer honor a su casa -dijo, deteniéndose un momento y enfocando su mirada en Selena-. Los Slytherin son líderes, astutos, ingeniosos, fuertes y, sobre todo, leales.

Hizo una pausa, dejando que las palabras calaran en los estudiantes, antes de continuar.

-Es por eso que para nuestra supervivencia es fundamental seguir estas normas -se aclaró la garganta con severidad- Sean unidos por que esa es la regla numero uno, tenga union verdadera porque si entre ustedes pelean los devoran los de afuera. Como habrán podido notar, Slytherin no tiene la mejor reputación.

El ambiente se volvió tenso. Snape se movió levemente, dando un paso más hacia el grupo.

-La regla número dos -y su voz se volvió más profunda- si son atacados por cualquiera de las demás casas, acudirán a mí o a cualquiera de los prefectos. Ellos no tendrán piedad, y nosotros no la tendremos con ellos. Es por eso que estoy aquí para velar por ustedes. ¿Está claro? -preguntó, con un énfasis que esperaba respuesta.

Silencio.

-¿Está claro? -repitió, esta vez elevando el tono.

-¡Sí! -respondieron todos al unísono, tensos pero conscientes de la seriedad del momento.

-Tercera regla: si un Slytherin necesita ayuda o está en peligro, ayudarán a esa persona. Y por último, pero no menos importante, bajo ningún término deberían permitir que les quiten puntos. Somos la casa con menos miembros en Hogwarts, y cada punto cuenta. Si queremos seguir ganando la Copa de las Casas, como lo hemos hecho durante todos estos años, deberán seguir estas reglas. ¿Comprenden? -inquirió, finalizando su discurso mientras obserba a todos los estudiantes.

El eco de sus palabras resonó en la sala, una advertencia que quedaría grabada en la mente de cada nuevo Slytherin.

-¡Sí, señor! -respondieron todos al unísono, sus voces resonando en la sala comun.

-Excelente. Ahora todos a dormir -ordenó el profesor Snape, su voz grave cortando el murmullo de la sala. Los estudiantes, con la adrenalina aún recorriendo sus cuerpos, se levantaron casi corriendo, apresurándose a salir de la sala común de Slytherin hacia sus habitaciones.

Una vez dentro, la atmósfera se tornó más relajada, pero el miedo de la primera noche aún flotaba en el aire.

-El profesor Snape me da un poco de miedo -murmuró Daphne, dejando escapar un suspiro mientras se sentaba en el borde de su cama, los dedos enredados nerviosamente en las sábanas.

-A mí también -comentó Selena, acomodándose en su cama-. No parece muy simpático.

-Mi madre dice que Snape es el mejor jefe de casa que nos podría haber tocado -intervino Tracey, recostada con los brazos detrás de la cabeza.

Selena se giró hacia ella, una ceja arqueada. - ¿A que se referia con que no atacaran? -preguntó, el ceño fruncido y un leve temblor en su voz. Esa parte de la advertencia del profesor la inquietaba.

-Ya sabes, las demás casas nos odian -comentó Daphne, encogiendo los hombros con despreocupación, como si eso fuera lo más normal del mundo.

-¿Por qué? -indagó Selena, su curiosidad superando su incertidumbre.

Pansy se unió a la conversación, apoyándose contra la pared y mirándolas con intensidad. -El Señor Tenebroso salió de esta casa, al igual que muchos magos oscuros. Todo el mundo nos tiene miedo por eso -explicó, con el rostro endurecido por la convicción.

-Pero también salieron muchos magos famosos de Slytherin que no se inclinaron por las artes oscuras -intervino Millicent, entrando en la conversación con una voz decidida, aunque su expresión mostraba cierta inseguridad.

-Pero nadie parece importarle eso -replicó Daphne, moviendo la mano en un gesto de frustración-. Solo se enfocan en los miembros que se inclinaron por las artes oscuras.

-Es porque nos tienen envidia. Somos mejores que cualquiera de las demás casas -declaró Pansy con orgullo, sonriendo con satisfacción al notar las miradas de aprobación de sus compañeras.

Selena, acurrucada en su cama, sintió el nudo en su estómago mientras reflexionaba sobre lo que Snape les había dicho. La idea de que, por ser de Slytherin, pudiera convertirse en un blanco la aterraba. Había vivido esa situación antes, y estaba decidida a no volver a pasar por lo mismo. Con esos pensamientos girando en su mente, finalmente se dejó llevar por el sueño, aferrándose a la esperanza de que su nueva vida en Slytherin sería diferente.

Hogwarts, con sus ciento cuarenta y dos escaleras, se alzaba como un laberinto mágico, donde perderse era un arte y encontrar las aulas un reto. Selena se esforzaba por recordar cómo llegar a cada clase. La magia era mucho más que el agitar de una varita y pronunciar palabras extrañas; era todo un mundo por descubrir, lleno de desafíos.

Tres veces a la semana, era recibida por la alegre y regordeta profesora Sprout en los invernaderos, sus manos siempre cubiertas de tierra mientras movía las plantas con ternura. "Recuerden, cada planta tiene su propia magia", solía decir con una sonrisa amplia, animando a sus estudiantes a cuidar cada especie.

En la clase de Historia de la Magia, la única clase dictada por un fantasma el profesor Binns, la mayoria de sus compañeros aquellas clases les aburria demaciado. Sin embargo, Selena encontraba fascinante cada detalle. "No puedo creer que esto realmente sucedió", murmuraba para sí misma, inmersa en relatos de antiguos magos, mientras sus compañeros cabeceaban en sus asientos.

El aula de Encantamientos era un espectáculo en sí misma. El pequeño profesor Flitwick, rebosaba de sabiduría, siempre se subía a una pila de libros para asomarse por encima de su escritorio. "¡Concentración, estudiantes! ¡El encantamiento debe fluir desde el corazón!", exclamaba emocionado.

La profesora McGonagall, de mirada severa y voz firme, impartía Transformaciones con una precisión ejemplar. Después de una clase intensa, sus estudiantes, con las manos aún manchadas de tinta, recibieron un fósforo para transformar en aguja. Draco Malfoy, con una confianza casi arrogante, fue el primero en trasformar un fósforo en aguja. "Miren y aprendan", dijo con una sonrisa altanera, mientras los otros se esforzaban, algunos logrando afinar la punta mientras que Selena solo conseguía que el suyo permaneciera igual.

Los murmullos de emoción resonaban en la sala común cuando los Slytherins escucharon que la clase de Defensa Contra las Artes Oscuras sería impartida por el intrigante profesor Quirrell. Sin embargo, al poco tiempo de iniciar la clase, la decepción reinó en el ambiente. Los estudiantes se miraban entre sí, aburridos, mientras algunos Hufflepuff parecían disfrutar simplemente porque no tenían nada que perder.

Selena había memorizado el camino desde la sala común al comedor. Este día, se sentó junto a Draco, quien le había guardado un sitio, y a su alrededor, Pansy se acomodaba frente a ellos con Blaise a su lado.

- ¿Qué tenemos hoy? -preguntó Blaise, sirviéndose generosamente un tazón de cereales, su voz despreocupada.

- Pociones dobles con Gryffindor -respondió Draco, sus ojos brillando de emoción-. ¡Tenemos a Snape! Será genial.

Pansy se encogió de hombros con desdén - Esos idiotas de Gryffindor -sentenció, haciendo un gesto con la mano, como si desechara cualquier pensamiento sobre ellos.

Selena, aún en plena búsqueda de su identidad dentro del nuevo mundo mágico, no pudo evitar opinar. - Algunos Gryffindor me caen bien -dijo, sonriendo un poco tímida, pero con una chispa de desafío en su voz.

Pansy la miró como si hubiera dicho la cosa más estúpida que había escuchado, una ceja arqueándose en clara incredulidad. - Eres tan Hufflepleff a veces -dijo con desagrado, haciendo un gesto despectivo que hizo que Selena sintiera un leve escalofrío de arrepentimiento recorrerla.

A medida que la conversación se desvanecía, se sintió atrapada cuestionándose si realmente pertenecía a Slytherin. Selena no solía participar mucho en las conversaciones de sus compañeros. Prefería escuchar atentamente y solo respondía si la preguntaban algo. No se sentía a gusto interrumpiendo sus charlas, que por lo general giraban en torno a lo que sus padres les habían comprado, las cartas que recibían de miembros de la familia, los lugares a los que habían viajado durante las vacaciones o, simplemente, críticas a las demás casas.

En esas conversaciones, Selena no sentía que pudiera aportar nada interesante. No tenía familia, ni viajes, ni experiencias que compartir. Además, no le agradaba la crítica hacia los otros grupos. Desde el segundo día en Hogwarts, había notado que muchos de sus compañeros de otras casas miraban a los Slytherin con desprecio: los murmullos al pasar, las miradas, todo ello la hizo sentir incómoda. A pesar de esto, no se sentía cómoda hablando mal de ellos.

Con el pasar de los dias, también había estado analizando a sus compañeros de casa. La mayoría parecían ser niños mimados, lo que le recordaba a aquellos que se burlaban de ella y de los otros niños del orfanato por no tener dinero ni padres. La única diferencia era que, lo Slytherin en general, ellos no se metían con ella; o al menos, no lo hacían con frecuencia. Solo a veces Pansy, Millicent o Goyle soltaba un comentario desagradable o se burlaban de su falta de conocimiento sobre el mundo mágico.

El Gran Comedor se estremeció por la llegada del correo matutino, y Pansy no tardó en abrir su carta con una risa burlona. - Vaya, tengo correspondencia de mi madre -murmuró, leyendo con ostentación-. Qué pena que a ti no te lleguen cartas de tu padre desde Azkaban -añadió, ignorando el escalofrío que recorrió a Selena al pronunciar esas palabras.

Draco y Blaise intercambiaron miradas asombradas. No era común que se burlaran de su propia casa, y la sorpresa de Draco se hizo evidente en el fruncir de su ceño. - Eso fue cruel, incluso para ti, Parkinson -dijo, la desdicha asomándose en su voz.

Selena le regaló a Draco una sonrisa de agradecimiento antes de levantarse de la mesa. Se dirigió a la mesa de Gryffindor con pasos decididos. Al llegar, se sentó junto a Neville Longbottom, uno de los pocos con los que se sentía genuinamente cómoda. Desde su primer encuentro, había sentido una conexión especial con él; podia percibir facilmente todas sus emociones e incluso podria jurar que hasta podria leer sus pensamiento.

Aunque su don de percepción no estaba del todo desarrollado y a menudo le resultaba difícil controlarlo, con Neville todo fluía con mayor naturalidad. Esto le daba una sensación de confianza que no experimentaba con otros. Por su parte, Neville parecía genuinamente agradecido de que Selena fuera amable con él. Era un respiro en medio de la tormenta de burlas y críticas que enfrentaba a diario por los problemas que tenía con la magia. A pesar de que ellos compartían esa lucha; Selena, a pesar de conocer toda la teoría, aún encontraba difícil concretar los hechizos.

Mientras se sentaba, se sirvió un tazón de cereales, el sonido del crujido resonando en el bullicio del comedor. Mientras hablaban sobre sus próximas clases, comenzó a mencionar lo mala que solia ser Pansy a veces. A pesar de que notó algunas miradas de desdén cuando la vieron unirse a la mesa de Gryffindor, decidió ignorarlas. Nadie interrumpió, así que siguió desayunando con tranquilidad y disfrutando de la conversación con Neville.

Finalmente, la campana sonó, indicando que era hora de dirigirse a la mazmorras para la clase de Pociones. Al entrar, Selena sintió una ola de frío que le hizo estremecerse. El ambiente era sombrío, con sombras alargadas y frascos de vidrio conteniendo criaturas extrañas flotando en el aire. La sala parecía cobrar vida con susurros inquietantes.

Al igual que el profesor Flitwick, Severus Snape tomaba asistencia con una mirada penetrante. Su voz resonó en el aire frío mientras nombraba a cada uno de los estudiantes. Cuando llegó el turno de Selena, el profesor se detuvo unos segundos, sus ojos oscuros examinándola con intensidad. La castaña sintió una pequeña punzada de ansiedad en su estómago; no logró descifrar la emocion en su mirada, pero conocía bien la reputación de Snape, probablemente no era nada bueno. Después de un instante que pareció eterno, el profesor continuó con la lista, avanzando hasta llegar a Harry.

-Ah, sí -dijo Snape con una voz suave pero cargada de desdén-, Harry Potter. Nuestra nueva... celebridad.

Las risas de Draco, Goyle y Crabbe resonaron en la sala, y sus rostros estaban iluminados por un brillo burlón mientras se tapaban la boca. Snape terminó de pasar lista, y su mirada se detuvo en cada estudiante, deteniéndose en ellos como un depredador observa a su presa. Sus ojos eran tan negros como un túnel profundo, una oscuridad en la que nadie deseaba caer.

-Ustedes están aquí para aprender la sutil ciencia y el exacto arte de hacer pociones -comenzó, su voz baja un susurro controlado, pero que cortaba el aire con una agudeza insoportable. Todos en la clase se quedaron en silencio absoluto. Al igual que la profesora McGonagall, Snape tenía el talento innato de mantener a todos en su sitio.

Mientras el profesor se adentraba en un extenso discurso sobre la materia, Hermione Granger estaba al borde de su silla, sus ojos brillaban de emoción, sus manos inquietas deseando participar en la discusión.

-¡Potter! -de repente, Snape pronunció el nombre de Harry, acercándose a él con una mirada afilada como un cuchillo-. ¿Qué obtengo si agrego polvo de raíz de asfodelo a una infusión de ajenjo?

Harry miró rápidamente a Ron, buscando alguna señal de ayuda, pero este parecía tan perplejo como él, frunciendo el ceño en una mueca de confusión.

-No lo sé, señor -respondió Harry, con la voz un poco temblorosa.

-Bah... es evidente que la fama no es todo -replicó Snape, sus labios curvándose en una mueca burlona, como si la idea de que Harry ignorara algo lo divirtiera. Ignoró a Hermione, quien tenía la mano levantada con entusiasmo, casi saltando en su asiento por la necesidad de participar.

-Vamos a intentarlo de nuevo, Potter. ¿Dónde buscarías si te digo que me encuentres un bezoar?

Selena, que había estado sentada detrás de Harry, no tuvo que pensar mucho. Desde el primer día en que supo que era bruja, se había sumergido en los libros de pociones, absorbiendo cada palabra. También lo había hecho Hermione, que nunca dejaba de levantar la mano con fervor.

-Parece que no has abierto un solo libro antes de venir, ¿verdad, Potter? -dijo Snape, sus ojos destilando desprecio mientras se daba media vuelta, regresando a su escritorio.

Selena, sintiendo que había una oportunidad de ayudar a Harry, se inclinó hacia él y le susurró:

-Es una piedra tomada del estómago de una cabra.

-¿Qué? -susurró Harry, apenas audiblemente, con un expresión de confusión.

-Es una piedra tomada del estómago de una cabra -repitió Selena, su tono firme y seguro, y Harry se inclinó un poco más hacia atrás, esforzándose por escucharla.

-Es una piedra tomada del estómago de una cabra -repitió Harry, como si intentara recordar cada palabra.

Pero en ese momento, Snape volvió a girarse, sus ojos afilados como dagas fijas en Harry.

-Diez puntos menos para Gryffindor -dijo con voz fría y cortante-. La próxima vez que quiera ayudar a Potter, será castigada, señorita Lestrange.

Selena miró a su alrededor, sintiendo la tensión que flotaba en el aire de la mazmorras. No era su intención hacer perder puntos a Gryffindor. Solo quería ayudar a Potter, y ahora los susurros de los Slytherin la hacían sentir como si hubiera cometido un crimen imperdonable. Ron Weasley la observaba con el ceño fruncido, y su mirada era lo suficientemente intensa como para hacer que se sintiera pequeña. «Seguro que me odia», pensó, apartando la vista.

El profesor Snape comenzó su clase formando parejas para hacer una simple poción para curar forúnculos. Selena estaba sentada con Neville, pero el profesor los separó y puso a Neville con Seamus Finnigan, y a ella le tocó con Draco Malfoy. Se encogió de hombros; él no estaba tan mal, y parecía tener cierta simpatía por ella. Snape hizo un recorrido por la sala, lanzando miradas de desaprobación a casi todos los estudiantes, salvo a Draco y Selena. Mientras se paseaba con su larga capa negra ondeando a sus espaldas, expresó su aprobación con un gesto hacia su protegidos.

-¡Miren la forma perfecta en que han cocido sus babosas con cuernos! -anunció Snape, su voz llena de desdén hacia el resto de la clase.

De repente, una nube de humo verde y ácido emergió de la mesa de Seamus. «¿Qué ha hecho ahora?» pensó Selena cuando se dio cuenta de que Neville había convertido el caldero de Seamus en una masa retorcida. La poción se derramó, hirviendo en el suelo e incendiando los zapatos de varios estudiantes, quien dieron saltos de alarma. En un instante, toda la clase estaba de pie sobre sus taburetes.

-¡Chico idiota! -exclamó Snape, frustrado, mientras deshacía la poción con un movimiento de su varita, el aire gélido a su alrededor. Se acercó a Neville, cuyas manos estaban empapadas y comenzaban a llenarse de ampollas de un rojo vibrante.

-¡Llévalo a la enfermería! -ordenó a Seamus con firmeza, girándose hacia la clase-. ¡Otros diez puntos menos para Gryffindor!

La hora de clase que siguió parecía interminable, con todos sintiéndose nerviosos tras el escándalo y el eco de los gritos aún resonando en sus oídos. Finalmente, la clase terminó y los estudiantes salieron de las mazmorras lentamente.

-No puedo creer que hayamos perdido veinte puntos hoy -dijo Harry, su voz cargada de incredulidad mientras caminaban.

-Seguro que lo hizo a propósito para que te quitaran puntos -vociferó Ron, alzando la voz intencionadamente para que Selena, quien pasaba junto a ellos, pudiera oírlo.

-No lo hice a propósito -bufó Selena, los ojos encendidos por la ira y la frustración-. Solo quería ayudar, no pensé que les quitaría puntos.

-Eres una mentirosa -replicó Ron, su mirada desafiando a Selena. Harry parecía abrir la boca para defenderla, pero fue interrumpido.

-A mí me pareció muy astuto de su parte la forma en que logró que le quitaran puntos -intervino Draco, que había llegado como un rayo para interponerse entre Ron y Selena.

Goyle y Crabbe, enormes y amenazantes, se agruparon detrás de Selena, sus miradas fijas en los Gryffindor con un aire intimidante.

-Vámonos, Draco -dijo Selena, apretando la mano del rubio para alejarlo del conflicto. No quería un escándalo la primer semana de clases. Una vez que estuvieron lo suficientemente lejos, le confesó en voz baja- No lo hice a propósito, solo quise ayudarlo.

-Lo sé -respondió Draco, su voz tranquila y reconfortante-. Pero ese Weasley te llamó mentirosa. No iba a permitir que se metieran contigo. Los Slytherin nos cuidamos entre nosotros.

Selena sintió un alivio en su pecho al escuchar sus palabras.

-Gracias, creo que Weasley me odia -respondió, su voz un poco más suave.

-Weasley es un idiota -dijo Draco, encogiéndose de hombros con desdén, una sonrisa traviesa asomándose en su rostro. Selena no pudo evitar sonreír.

-¡Basta ya! -reprochó Selena, apretando la mano de Draco, sorprendida de no haberla soltado antes. Sus ojos se abrieron de par en par, y rápidamente retiró la mano-. No deberías empezar una pelea en la primera semana.

Draco, con una sonrisa traviesa, levantó las cejas y se encogió de hombros.

-De acuerdo, esperaré a la próxima -dijo, su voz ligera y juguetona.

Selena sacudió la cabeza con una mezcla de incredulidad y diversión.

-Draco.

-Es broma -respondió él, aunque la chispa en sus ojos la hacía dudar de sus intenciones-Sobre Pansy esta mañana, no le des importancia -suspiró Draco, haciendo un gesto distraído con la mano.

-Ella también me odia -replicó Selena, su tono más serio ahora.

-No, solo está celosa de que tú eres más lista que ella -Draco explicó con calma, sonriendo a pesar de la situación.

-No soy más lista que ella -se quejó Selena, arrugando la nariz mientras intentaba mantener la conversación ligera.

-¡Claro que sí! -dijo Draco, riendo entre dientes-. Siempre sabes la respuesta de todo.

Selena frunció el ceño, su frustración evidente.

-Eso no importa si no puedo realizar un hechizo correctamente -respondió, moviendo las manos con inquietud, como si intentara conjurar la magia que todavía se le escapaba.

-Solo es práctica -Draco encogió los hombros, restándole importancia al asunto-. Muero de hambre, ¿vamos al Gran Comedor?

Selena vaciló un momento y luego tomó una decisión.

-Primero iré a ver a Neville a la enfermería -dijo Selena y Draco frunció el ceño, pero no protestó-. Guárdame un lugar -añadió, dando una rápida sonrisa antes de dar media vuelta y salir corriendo en busca de la enfermería.

Mientras se apresuraba por los pasillos, Selena preguntó a los retratos que colgaban en las paredes cómo llegar a la enfermería. Finalmente, llegó a la puerta y, con un toque nervioso, la llamó. Una mujer de estatura media, con el cabello recogido en un moño pulcro, le abrió. Sus ojos azules, se posaron sobre la joven.

-¿En qué puedo ayudarte, querida? -dijo con un tono muy amable.

-Vine a ver a Neville Longbottom -respondió Selena, sintiendo cómo la calidez de la mujer la tranquilizaba.

-Oh, sí, pasa -dijo la enfermera, apartándose para dejarla entrar.

Neville estaba acostado en una camilla, con un rostro que empezaba a parecer un poco mejor; las ampollas en su cara y manos eran más pequeñas. Al ver a Selena, sus ojos se iluminaron, aunque aún parecían enrojecidos de haber llorado.

-¿Neville, cómo te sientes? -preguntó ella, preocupada, acercándose a la cama.

-Estoy mejor, Madame Pomfrey me dio una poción y creo que está haciendo efecto -respondió él, intentando sonreír, aunque sus palabras temblaban un poco.

Madame Pomfrey revisó a Neville nuevamente y, tras una inspección cuidadosa, le permitió abandonar la enfermería. Le advirtió que en un par de horas las ronchas deberían haber desaparecido; de lo contrario, si no mejoraba, tenía que regresar.

-Snape me aterra -confesó Neville, su voz temblorosa mientras ambos se dirigían hacia el Gran Comedor.

-No es tan terrible... solo es estricto -afirmó Selena con un intento de aligerar el ambiente, aunque entrecerró los ojos.

-McGonagall es estricta, Snape es aterrador -replicó él, haciendo una mueca, lo que causó que Selena se riera suavemente.

-Bueno, quizás tengas razón -dijo ella, estirando los labios en una sonrisa-, pero solo es la primera semana... no podría ser peor... ¿O sí?

-Espero que no -dijo Neville, su voz casi un susurro.

O eso era lo que Selena Lestrange creía.

Las primeras semanas en Hogwarts fueron difíciles para Selena. A pesar de su profundo interés en la magia y su deseo de aprender, se encontraba impotente al no poder realizar los hechizos correctamente. La mayor parte del tiempo, fallaba en sus intentos o, simplemente, no lograba que nada saliera de su varita. Pasaba horas y horas leyendo, sabía la teoría de memoria, pero cuando intentaba llevarla a la práctica, el pánico se apoderaba de ella. La idea de hacer algo mal la aterraba: «¿y si lastimaba a alguien? ¿Y si destrozaba un aula entera?» Pensaba constantemente. Había tenido varios accidentes en el pasado y temía que sucedieran de nuevo.

Además, se sentía frustrada al observar que sus compañeros aprendían a realizar hechizos con facilidad mientras ella se estancaba. Las únicas asignaturas en las que se sentía un poco más cómoda eran Pociones e Historia de la Magia; en todas las demás, la incapacidad para conjurar correctamente la magia. No podía evitar comparar su desempeño con el de otros, como Neville Longbottom, quien aunque torpe, lograba manejar sus hechizos, y Seamus Finnigan, conocido por sus explosiones, que aún así parecía avanzar en comparación con ella.

Selena comenzaba a dudar de sí misma, cuestionando si realmente merecía estar en Hogwarts. No parecía ser lo suficientemente buena para pertenecer a aquel lugar; su incapacidad para realizar magia la hacía sentir como si no tuviera derecho a estar allí. Aunque leía con fervor y dominaba los conceptos teóricos, eso no era suficiente si no podía ejecutar los hechizos de manera efectiva.

A lo largo de esas semanas, Selena y Neville se volvieron más cercanos. Ambos compartían en común la lucha con sus habilidades mágicas y una autoestima tambaleante. Neville era dulce y comprensivo, siempre tratando de animarla, ya que comprendía cómo se sentía. Él, como ella, lidiaba con la presión de estar a la altura de las expectativas: la abuela de Neville constantemente le recordaba que debía ser tan bueno como su padre, una carga que resultaba difícil de soportar.

Por otro lado, Draco también mostró un lado amable, sugiriendo que su dificultad para realizar magia podría deberse a que había estado demasiado tiempo con muggles y que pronto todo se normalizaría. A Selena le parecía un argumento un tanto absurdo; sabía que no era su tiempo con muggles lo que estaba impidiendo su progreso, sino su propia inseguridad y la percepción de su falta de talento.

Después de la clase de Pociones, el profesor la llamó para que se quedara un momento. Un escalofrío de ansiedad le recorrió la espalda; estaba convencida de que iba a ser regañada por su incapacidad para realizar incluso un simple hechizo correctamente. La incertidumbre y el miedo se apoderaban de ella, mientras esperaba el veredicto de su profesor.

- Siéntate -dijo Severus Snape, señalando una silla frente a su escritorio con una mirada que oscilaba entre la severidad y la consideración. La niña, con la cabeza gacha, obedeció, sintiendo el peso de la ansiedad en su pecho.

- ¿Quieres decirme qué te sucede? -preguntó, suavizando su tono, algo inusual en él.

- Nada -respondió Selena, sin atrever a mirarlo, su voz apenas un susurro.

- ¿Nada? -repitió Snape, levantando una ceja, curioso; había un matiz de preocupación en su mirada.

- Sí -insistió ella, aún sin levantar la vista.

- Dumbledore me mencionó tu caso -dijo Snape, atrayendo la atención de Selena. Por primera vez, sus ojos se encontraron, y una chispa de sorpresa iluminó el rostro de la pequeña al escuchar el nombre del director-. Su obscurus -agregó cono una grave predisposición.

- Oh -murmuró ella, sintiéndose abrumada, sin saber qué más decir.

- He preguntado a los demás profesores cómo te iba en clase -continuó Snape, su mirada inspectora fija en ella. Selena tragó saliva, recordando las semanas llenas de frustración, las miradas de desaprobación, y el temor que sentía al fallar en cada intento mágico-. Me han comentado sobre tus dificultades.

- Perdón -dijo, un rubor de vergüenza subiendo por su rostro.

- ¿Perdón? ¿Por qué? -Snape inclinó ligeramente la cabeza, su expresión un tanto confusa.

- Por no ser lo suficientemente buena -murmuró, apretando los labios, reteniendo unas lágrimas que amenazaban con brotar.

- Jamás dije que no fueras buena -respondió él, su tono firme aunque cálido.

- No hace falta que lo diga, yo lo sé -replicó, cubriendo su rostro con ambas manos y exhalando con fuerza, intentando contener la frustración que burbujeaba en su interior.

- Yo pienso que todo lo contrario -dijo Snape, notando la sorpresa en los ojos de Selena al descubrir que su profesor le ofrecía una valoración distinta-. Creo que tu problema es que te da miedo hacer magia.

- Un poco -confesó, avergonzada, permitiendo que su voz temblara un poco.

- No debes temerle a la magia, señorita Lestrange -dijo Snape con seriedad, aunque la compasión se asomaba en su mirada.

- ¿Y si hago algo malo? -preguntó, casi implorando.

- Si te equivocas en un hechizo, hay muchos profesores que pueden ayudarte -replicó él, ajustándose en su silla con un ligero gesto afirmativo-. Jamás aprenderás si no te permites errar.

- ¿Y si esa cosa sale? -Su voz era un hilo de inquietud.

- ¿Te refieres al obscurial? -Selena asintió, mordiéndose el labio-. Para que eso se disipe, tienes que dejar de tenerle miedo a la magia -dijo Snape, extendiendo la palma de su mano. De ella emergió una hermosa mariposa, que revoloteó con gracia antes de posarse en el cabello de Selena-. La magia es maravillosa, no debes temerle.

- Prometo mejorar -dijo ella, el brillo de la mariposa aún danzando en su cabello.

- Sigue practicando magia después de clase -le aconsejó Snape, su tono firme pero alentador-. Investiga, realiza hechizos nuevos. Si te equivocas, está bien. Nadie te juzgará por hacer magia.

- Gracias, profesor. Me esforzaré -respondió, con una media sonrisa que empezaba a asomarse en su rostro.

- Estoy seguro de que puedes llegar a ser una bruja extraordinaria -afirmó Snape, un destello de orgullo cruzando su rostro.

Selena salió del aula de Pociones sintiéndose, por primera vez en mucho tiempo, un poco mejor consigo misma. Tenía que intentarlo; no podía seguir aferrándose al miedo. En Hogwarts, todos eran como ella, lidian con sus propias inseguridades. Nadie le haría daño por ser una bruja. Recordó las palabras del director cuando la vio por primera vez: los niños no deben reprimir su magia. Había reprimido su habilidad por años, y estaba cansada de ocultar lo que era.

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