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3. CALLEJÓN DIAGON

《 El serbal se ha asociado con los magos de corazón puro 》

- Garrick Ollivander

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Por supuesto, Selena no hizo caso a lo que el anciano le dijo y abrió los ojos debido a su curiosidad, aunque no vio mucho. Sintió que él se alejaba y se aferró con más fuerza a su antebrazo. De pronto todo se volvió negro y sintió una fuerte presión desde todas las direcciones. No podía respirar, sus ojos parecían empujar hacia el interior de su cráneo, y sus tímpanos se hundían más y más en su cabeza. A pesar de no ver bien debido a las lágrimas, notó que ya no estaba en el orfanato.Con un movimiento instintivo, aspiró grandes bocanadas de aire, perdiendo el equilibrio y cayendo al suelo con un golpe sordo.

- ¿Te sientes bien? -Preguntó el anciano, extendiendo una mano para ayudar a la niña a levantarse- A mi hermano le pasó lo mismo la primera vez, toma un tiempo acostumbrarse a esa sensación.

- Estoy... estoy bien -respondió, mirándose los pies y las manos, como si comprobara que había aparecido completa en aquel lugar. Aún sentía esa extraña sensación de estar pasando por un tubo de goma muy estrecho.

Cuando alzó la vista, se encontró con un asombro que le hizo abrir la boca. El lugar era un bullicio de actividad, lleno de negocios extraños con mercancías expuestas y multitud de compradores vestidos de formas peculiares. Había tiendas que vendían túnicas brillantes, otras ofrecían escobas y una variedad de instrumentos de plata que nunca había visto antes. Las vidrieras estaban repletas de tarros que contenían brazos de murciélago y ojos de águila, mientras que en otras se apilaban tambaleantes libros de encantamientos, plumas, rollos de pergaminos y frascos de pociones de colores vibrantes.

- Por aquí, señorita Lestrange -dijo el anciano desde el otro lado de la calle, señalando con una hacia lo que parecía ser una librería gigante con un letrero dorado que brillaba, "Flourish y Blotts". Abrió la puerta, permitiendo que la niña pasara primero.

Selena se adentró en el lugar, abrumada por el aroma a papel y tinta que llenaba el aire. Los libros estaban apilados hasta el techo. Aunque su mente trabajaba a mil por hora, le fue imposible pronunciar una sola palabra de asombro. Era raro que Selena Lestrange se quedara callada, pero en ese momento, la maravilla la había dejado sin aliento.

En la tienda había tres personas: el vendedor, un hombre moreno vestido con una túnica roja; una anciana de cabello plateado que llevaba un sombrero extravagante adornado con plumas coloridas; y un niño de rostro redondo que, con su cabello castaño.

La señora del sombrero se acercó a Dumbledore con una sonrisa.

- ¡Director Dumbledore! Qué gusto encontrarlo aquí -exclamó la mujer, sus ojos brillando de entusiasmo.

- Augusta, el gusto es mío -respondió él, devolviendo la sonrisa.

- Estamos muy ansiosos por recibir la carta de Hogwarts -añadió, poniendo un brazo protector alrededor del hombro del niño-. Neville espera quedar en Gryffindor, como sus padres, ¿verdad? -le preguntó, mirando con expectación al niño.

Selena pensó que no parecía un niño muy valiente, pudo ver un atisbo de miedo en sus ojos ante la afirmación de la anciana. Pero no lo conocía, así que no podía juzgarlo. Probablemente ella tuviera la misma cara de terror en ese momento.

- ¿Qué hace usted por aquí, director? Me sorprende verlo -preguntó la anciana, mirándolo con curiosidad. Solo en ese momento notó la presencia de Selena, parpadeando como si finalmente pudiera verla.

- Vengo con la señorita Lestrange -respondió Dumbledore- a comprar sus libros, ya que ella ingresará a Hogwarts el próximo año.

Al escuchar su nombre, la atmósfera se volvió tensa. La expresión de la anciana cambió, y el niño bajó la mirada nerviosamente. El rostro de la mujer se ensombreció ligeramente, como si apenas pudiera contener su desagrado. Selena sintió la incomodidad crecer en el aire, y una leve sonrisa se dibujó en su rostro, aunque no estaba segura si era suficiente para aplacar la atmósfera.

Afortunadamente, el vendedor interrumpió el silencio, llegando con una pila de libros en sus brazos.

- Aquí tiene, señora Longbottom -dijo el hombre con la túnica roja, rompiendo la tensión mientras la anciana tomaba los libros del vendedor.

Sin más que decir, la señora Longbottom y Neville se despidieron con un corto "adiós", dejando a Selena sola con Dumbledore.

El anciano con anteojos en forma de media luna pidió los libros necesarios y, al cabo de unos minutos, salieron de Flourish y Blotts con una pila de tomos que casi cubrían su rostro. Dumbledore eligió un enorme baúl decorado con runas doradas que era casi tan grande como ella misma.

Mientras paseaban de tienda en tienda, Dumbledore le explicó cómo acceder al Callejón Diagon el próximo año, y le entregó un mapa que parecía antiguo. Selena repetía mentalmente cada detalle que él compartía, temerosa de que, si no lo hacía, se le escaparía la información como arena entre los dedos. «El Caldero Chorreante se encuentra en la calle Charing Cross en Londres» se repitió, formando la frase una y otra vez en su mente.

Mientras buscaba los ultimos elemento de su lista, Dumbledore le explicaba a Selena cómo debía ingresar a la plataforma 9¾. Al principio, la niña pensó que estaba bromeando, pero la seriedad en el tono del anciano la sorprendió. Debía atravesar una pared entre las plataformas 9 y 10.

- Ahora solo te falta lo más importante -dijo Dumbledore, observando a la niña con una sonrisa cómplice, mientras ella sonreía ampliamente, sabiendo lo que eso significaba.- ¡En Ollivander conseguiras tu varita! ¿Es esto lo que más te emociona obtener, verdad? -comentó Dumbledore, como si leyera la mente de la niña.

- ¿Acaso está leyendo mis pensamientos? -bromeó, riéndose suavemente.

Dumbledore soltó una risa ligera

El último negocio que visitaron era angosto y desaliñado, con un aire de misterio que lo rodeaba. En la puerta, en letras doradas algo desgastadas por el tiempo, se leía: Ollivander: Fabricante de excelentes varitas desde 382 a.C. En la vidriera cubiertas de polvo, un solo cojín púrpura desteñido mostraba una única varita.

Cuando entraron, una campanilla sonó en el fondo del negocio, resonando con un eco que parecía dar vida al lugar. Era pequeño y vacío, excepto por una frágil silla y miles de cajas apiladas desordenadamente hasta el techo.

- Buenas tardes -saludó una voz suave que pareció flotar en el aire.

Selena, absorta en la contemplación del lugar, soltó un pequeño chillido al escuchar la voz, y Dumbledore dejó escapar una carcajada al notar su sorpresa. Ella frunció el ceño, mirando a los dos ancianos, mientras el hombre de la tienda se acercaba con unos ojos grandes y pálidos que brillaban como lunas en la penumbra.

- Albus, qué sorpresa verte -murmuró el anciano con un tono nostálgico.

«¿Acaso todo el mundo conocía a Albus Dumbledore?» Se preguntó Selena, la niña estaba un poco aturdida al ver cómo todos en el callejón la saludaban con respeto y familiaridad. Cada vez que entraban a un negocio, los magos sonreían y mencionaban su nombre como si fueran viejos amigos. «Quizás los magos son gente más amigable de lo que pensaba», reflexionó.

- Solo vengo a acompañar a la señorita Lestrange a comprar su varita -explicó Dumbledore con una voz suave y cálida, que transmitía seguridad.

- Señorita Lestrange, ¡qué alegría verla después de tantos años! -dijo Ollivander, acercándose a la niña con pasos precisos, su mirada fija y penetrante. Selena sintió que sus ojos claros la analizaban; en ellos pudo ver su propio reflejo.

El anciano continuó, su voz ahora un susurro nostálgico. - Lamento mucho lo de la señorita Avery. Era una gran bruja. - Su cara se ensombreció momentáneamente, como si una nube pasara por su memoria. - Recuerdo su varita, madera de serbal, pelo de unicornio... Veinticuatro centímetros, flexible. Una magnífica varita. - Sus ojos se suavizaron al mirar a Selena. - Se parece mucho a ella.

La niña, sintiéndose un poco abrumada por la intensidad de su mirada, se sonrojó y dio un paso atrás, buscando espacio entre los estantes llenos de varitas.

- Tus ojos, sin embargo, se asemeja a la de tu padre -agregó él, sonriendo de nuevo, buscando aligerar el ambiente- ¿No es muy habladora, verdad? En eso se parece a su madre. Su padre le encantaba hablar, era tan encantador. Una pena que...

- Garrick -interrumpió Dumbledore, su tono firme pero amable.

Ollivander pareció despertar de sus recuerdos y se centró nuevamente en Selena. - Bueno, señorita Lestrange, déjeme ayudarle. - Sacó del bolsillo una cinta métrica con marcas plateadas, que relucían bajo la tenue luz de la tienda. - ¿Cuál es su brazo para la varita?

- Yo... -La niña dudó un instante antes de murmurar-. Soy diestra, señor.

- Perfecto, extienda su brazo -ordenó Ollivander- Mientras la medía con cuidado, desde el hombro al dedo, luego de la muñeca al codo y así sucesivamente, continuó hablando. - Cada varita Ollivander tiene un núcleo central de una poderosa sustancia mágica. No hay dos varitas iguales, y nunca obtendrá tan buenos resultados con la varita de otro mago, por supuesto.

Selena observó atentamente cómo el anciano comenzó a buscar entre los estantes, deslizando sus dedos sobre las cajas polvorientas. Cada vez que sacaba una varita, parecía emocionarse, pero la emoción se desvanecía rápidamente al ver que no era la adecuada. Era ya la novena varita que probaba sin éxito, y la frustración comenzaba a asomar, sembrando la duda en el corazón de la niña: «quizás no era una bruja después de todo.»

- Vaya, qué difícil -murmuró Ollivander, frunciendo el ceño-. Pero no se preocupe, encontraremos la varita adecuada. - Su tono era complaciente mientras Selena continuaba probando varitas, cada una más decepcionante que la anterior.

La preocupación comenzó a gestarse en el rostro de Selena, y, con una rápida mirada hacia Dumbledore, sus ojos suplicantes parecían buscar consuelo.

- Tranquila, el señor Ollivander encontrará la varita perfecta para ti -le dijo Dumbledore, sonriendo con confianza.

Finalmente, Ollivander, con un destello de entusiasmo en su mirada, dijo: - Pruebe esta, señorita Lestrange. - Le entregó una varita negra adornada con plateado, como si fuera una obra maestra.

Al tocarla, una corriente de calor recorrió sus dedos. De repente, de la punta de la varita brotaron chispas plateadas que estallaron en el aire en un espectáculo de luces, como si fueran fuegos artificiales brillando en la oscuridad.

- ¡Bravo! -exclamó Ollivander, aplaudiendo con alegría sincera-. Muy bien, muy bien. ¡Una excelente varita! Madera de tilo plateado y fibra de corazón de dragón, veintidós centímetros, flexible. Sin duda, una varita hermosa. - La admiró con una sonrisa, como si sostuviera el mayor tesoro del mundo en sus manos.

Selena se sintió aliviada y feliz, el peso de la duda se disipó cuando comprendió que esa varita era, de hecho, la correcta.

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