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12. EL PESO DEL APELLIDO

«No te das cuenta de que no importa lo que uno es por nacimiento, sino lo que uno es por sí mismo»

- Albus Dumbledore

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Después de las clases de Transformaciones con la profesora McGonagall, Selena se dirigió a la biblioteca, su refugio entre las estanterías rebosantes de libros antiguos y el suave murmullo de los susurros. Estaba impaciente por sumergirse en sus estudios, cuando, al entrar, se encontró con Neville. Él estaba sentado solo en una mesa, rodeado de libros abiertos y pergaminos desordenados. Terminaron todos sus tareas mientras disfrutaba de algunos dulces que Draco le había regalado a Selena.

- Anoche fuimos con Harry, Ron y Hermione al pasillo prohibido en el segundo piso -dice Neville en susurro para que solo ella lo esuchara, Selena parecia sorprendida de aquella aventura nocturna - Tienen un perro enorme de tres cabezas -le susurró Neville, bajando la voz como si compartiera un secreto oscuro, sus ojos redondos brillando con un toque de terror.

Selena levantó una ceja, intrigada.

- ¿Estás bromeando? -preguntó, esbozando una sonrisa incrédula, pero el brillo asustado en los ojos de Neville la hizo dudar.

- ¡Claro que no! ¡Casi me orino en los pantalones! -exclamó Neville, sonrojándose visiblemente y llevándose una mano a la frente, como si intentara ahuyentar el recuerdo aterrador.

- ¡Neville, qué valiente! -rió ella, inclinándose un poco hacia él, apoyando los brazos en la mesa de madera. Su risa llenaba el aire a pesar del ambiente silencioso de la biblioteca-. Yo definitivamente me habría orinado. Pero, ¿por qué hay un perro enorme de tres cabezas en Hogwarts?

Neville se encogió de hombros, frotándose las manos nerviosamente.

- No lo sé. Hermione dijo que custodiaba algo, pero Harry y Ron empezaron a murmurar sobre eso y... me quedé dormido antes de enterarme -confesó, mordiéndose el labio mientras mordía un trozo de pastel de calabaza, casi dejando escapar una migaja.

Selena frunció el ceño, haciendo una mueca.

- Esos dos definitivamente están tramando algo -dijo, agitando una mano en el aire como si ahuyentara la idea-. No quiero involucrarme.

Neville asintió- Tengo que escribirle a mi abuela. ¿Me acompañas a la lechucería luego? -preguntó, sacando la carta para su abuela de su mochila, con movimientos torpes que revelaban su ansiedad por hacerlo rápido-. ¿Puedes guardar el secreto del... perro? -preguntó mientras salían de la biblioteca rumbo a la lechucería, su rostro se tornaba más serio.

Selena se inclinó hacia él, abrazando con complicidad el momento.

- Claro, sobre todo el que casi te orinas -susurró, dejando escapar una risa suave que hacía eco en el pasillo vacío.

Neville sonrió de nuevo, buscando su mirada con gratitud.

- Gracias -murmuró, mientras continuaban su camino. Su andar era un poco más ligero.

- Además de tu abuela, ¿tienes más familia? -preguntó Selena con curiosidad mientras subían las escaleras, notando que la conversación se tornaba algo más personal.

Si Selena hubiera mirado a Neville, habría notado que su expresión se tornó seria y la luz en sus ojos se apagó lentamente. Fue un momento de silencio incómodo.

- Sí... -titubeó, limpiándose una gota de sudor de la frente.

- ¿En serio? Nunca los mencionas -dijo ella, levantando la mirada, preocupada al ver su rostro pálido-. ¿Estás bien? Te ves... pálido. ¿Te duele el brazo?

- Estoy bien... no me duele nada -respondió Neville, pero su mirada se desviaba, como si tratara de evitar un tema-. Solo que... no quiero hablar ahora.

Selena sintió una punzada de culpabilidad al notar la tristeza en su mirada. Se sintió mal por haber preguntado, pensando en lo que podría estar ocultando.

- Lo siento, no debí preguntar... las familias son complicadas -dijo, tocándole ligeramente el brazo. Neville asintió, una sombra de tristeza cruzando su rostro.

Selena sintió la tristeza en la mirada de Neville y una ola de culpabilidad la invadió por haber inquirido en algo tan personal. En ese instante, una idea se le cruzó por la mente: «quizás los padres de Neville no estaban en su vida, ya que él nunca los mencionaba». Eso podría explicar su enfoque constante en su abuela.

Luego de unos minutos de silencio, se sintió impulsado a devolver la pregunta.

- ¿Qué hay de tu familia? -preguntó Neville, su voz un poco más baja.

Selena exhaló suavemente, con una débil sonrisa que no llegaba a sus ojos.

- No hay mucho que contar -Respondio Selena soltando un suspir-. Solo sé que mi mamá se llamaba Scarlett Avery y está muerta. Y mi padre, Rabastan Lestrange, está en prisión... así que, ahora vivo en el Orfanato Surrey. Antes estuve en otros orfanatos, pero... me expulsaron.

Neville la miró con sorpresa, incapaz de imaginar a Selena haciendo algo tan malo como para que la expulsaran.

- ¿Por qué te expulsaron? -su voz tembló ligeramente, como si temiera la respuesta.

Selena se encogió de hombros, dejando que sus palabras fluyeran con una mezcla de resignación.

- Bueno, digamos que no tenía muchos amigos antes de venir aquí. Los niños en el orfanato y en la escuela se burlaban de mí porque hacía magia sin control, pero, en mi defensa, no sabía que era bruja -dijo, una sombra de tristeza cruzando su rostro.

Neville la observó, su corazón lleno de empatía por su historia, Selena retirando un mechón rebelde de su cabello del rostro. No tenía ganas de relatar las razones de su expulsión; era una historia larga y dolorosa que prefería reservar para otro momento.

- Yo tampoco tenía amigos antes de venir -confesó Neville, mirando al suelo. Su voz era un susurro cargado de nostalgia-. Me alegra que seamos amigos.

- A mí también, eres genial -respondió Selena con una sonrisa amplia, provocando que los ojos de Neville se iluminaran momentáneamente.

Después de un breve silencio, Neville se aclaró la garganta, como si estuviera a punto de compartir un secreto importante.

- Vivo con mi abuela -dijo de repente, su voz un poco más fuerte-. Se llama Augusta.

Selena hizo una pausa, recordando la vez que se encontraron en Flourish y Blotts, la abuela de Neville había proyectado una extraña mezcla de ternura y autoridad.

- Sí, la recuerdo. Parecía agradable -respondio la niña con una media sonrisa

- Lo es... a veces... -balbuceó Neville, encogiéndose un poco, como si esa última parte lo incomodara-. También tengo a mis padres... Alice y Frank.

Su voz se desvaneció al mencionar sus nombres, y Selena notó una sombra de tristeza en sus ojos.

- Nunca los habías mencionado. ¿Por qué? -inquirió, inclinándose un poco hacia él y frunciendo el ceño, sorprendida al notarlo tan distante.

- No los veo tan seguido -confesó Neville, mirando hacia otro lado, como si se sintiera abrumado por recuerdos inmediatos.

Por la mente de Neville pasó una oleada de pensamientos confusos y contradictorios. Sabía perfectamente quiénes eran los padres de Selena; su apellido resonaba en su cabeza como un eco inquietante. Desde el primer instante en que la vio, había dejado que sus instintos lo guiaran, advirtiéndole que debiera temerla. Sin embargo, su experiencia con ella había sido todo lo contrario. Recordó vívidamente cómo, en aquel abarrotado tren, Selena extendió su mano para ayudarlo a buscar a Trevor, su sapo, sin dudar ni un segundo, con una calidez genuina que lo había sorprendido.

El rostro de su abuela se dibujó en su mente, frunciendo el ceño con una desaprobación silenciosa. Seguramente estaría decepcionada al enterarse de que su mejor amiga era Selena Lestrange, la hija del hombre que había sometido a sus padres a una cruel tortura, llevándolos la locura. Alice y Frank nunca volvieron a ser los mismos; la huella de Rabastan Lestrange había dejado una marca indeleble en sus vidas.

Pero había algo en Selena que lo hacía cuestionar su juicio. En su interior, sabía que no podía juzgarla únicamente por su apellido. Ella no era el estereotipo que había imaginado en su primera impresión; había momentos en los que su autenticidad y bondad brillaban a través de las sombras de su herencia, haciéndolo dudar de todo lo que había aprendido sobre las etiquetas y los linajes.

- ¿Por qué? -preguntó Selena, su tono ligero pero inquisitivo. La duda reflejada en los ojos de Neville no le había pasado desapercibida.

- ¿No lo sabes? -preguntó él, sintiéndose inseguro y sorprendido por su aparente desinformación.

- No -respondió Selena, con un ceño ligeramente fruncido, observando atentamente la duda en los ojos de Neville- ¿De qué estás dudando?

Neville se sorprendió ante aquella pregunta, ella siempre sabía cómo él se sentía.

-Creí... creí que tú... -las palabras se atoraron en la garganta de Neville, mientras sus orejas y mejillas se ruborizaban, avergonzado por haber dudado de Selena-. Creí que sabías la historia, después de todo.

Habían subido hasta la cima de la torre oeste del castillo, donde las lechuzas de los estudiantes pasaban el año escolar. La brisa fría entraba por las ventanas sin vidrio, y el aire helado les hacía encogerse. Mientras Neville enviaba la carta a su abuela, una inquietante sensación se instalaba entre ellos. En el descenso hacia sus respectivas salas comunes, Selena, con un ceño fruncido, se atrevió a romper el silencio.

-¿Por qué debería saberlo? -preguntó, su voz entrelazada con confusión y curiosidad. En ese momento, deseó poder dominar la legeremancia, para comprender los pensamientos que atormentaban a Neville.

Neville tragó saliva, sintiendo la tensión en el ambiente. -Tu padre... bueno... él lo admitió -musitó, su mano sudorosa acariciando su nuca mientras su voz temblaba-. No es que yo lo esté acusando... solo... quiero que sepas la verdad.

Selena levantó una ceja, cruzando los brazos sobre su pecho, un gesto que evidenciaba su creciente impaciencia. -Neville, no comprendo -interrumpió, observando cómo él evitaba su mirada, su nerviosismo palpable, lo que la inquietaba aún más. Se mordió el labio inferior, sintiendo preocupación por el comportamiento del Gryffindor-. Si no te sientes cómodo hablando sobre esto, podemos cambiar de tema.

Un silencio incómodo los envolvió, mientras Neville, presionado por sus propios pensamientos, luchaba contra la verdad que le quemaba la garganta. El miedo a perder la amistad de Selena lo paralizaba. Finalmente, optó por un intento de distracción.

-¿Quieres más golosinas? -dijo Selena de repente, forzando una sonrisa y ofreciendo una rana de chocolate con un gesto nervioso.

Neville respiró hondo, su pecho llenándose de determinación, recordando que entre amigos no debería haber secretos. -Selena, tu padre, Rabastan Lestrange, y tus tíos... -las palabras salieron de sus labios como una flecha afilada- torturaron tanto a mis padres que los llevaron a la locura.

Selena se quedó boquiabierta, sus manos cubriendo su boca mientras sus ojos se ampliaban con incredulidad. Su rostro se tornó pálido, como si súbitamente le faltara el aire. -¿Los...? -susurró, su voz quebrándose, un hilo de miedo y dolor entrelazado en cada sílaba-. ¿Los torturaron tanto que...?

Neville asintió lentamente, con la mirada fija en el suelo, incapaz de soportar el golpe de la verdad sobre el rostro de su amiga. En ese momento, el silencio se volvía pesado, casi insoportable, como si el mundo entero se detuviera alrededor de ellos.

-Neville... -dijo Selena, su voz apenas audible, mientras el dolor brotaba de su interior-. Lo siento... -murmuró, cada palabra arrastrando consigo un torrente de tristeza-. No lo sabía... lo siento... -Sus brazos se deslizaron rápidamente alrededor de él, envolviéndolo en un abrazo; entre sollozos, unas lágrimas traicioneras resbalaron por su rostro que intentó limpiar apresuradamente. -Lo siento... lo siento -repetía, cada palabra una súplica desesperada.

-No es tu culpa -respondió Neville, cerrando los ojos mientras la brutal realidad se instalaba entre ellos, estrechándola aún más en su abrazo. Con cada segundo que pasaba, pensó en cómo compartir esta verdad podía romper, pero también podía unir-. No eres como tus padres.

Las palabras resonaban en el aire como un mantra.Selena sintió el peso de la historia familiar aplastarla. Era un recuerdo escalofriante, un legado que nunca había solicitado.

Aquella charla sobre su padre había dejado a Selena con un peso en el pecho. Las palabras de Neville resonaban en su mente, cada una de ellas como un eco sombrío. Había hablado de Rabastan Lestrange, el hombre que, antes de ser encerrado en Azkaban, se había jactado de sus crímenes con una frialdad escalofriante. No solo había torturado a los padres de Neville, sino que también había asesinado a muggles y a otros magos inocentes en nombre de aquel que no debía ser nombrado.

Con la mente en una tormenta de pensamientos, Selena caminaba rápidamente por los pasillos de Hogwarts, dirigiéndose a su sala común. Sus ojos, ligeramente enrojecidos, traicionaban la tristeza que intentaba esconder. No quiso que nadie la viera así, pero el destino tenía otros planes. Al doblar una esquina, se chocó de frente con tres estudiantes de Ravenclaw, cuyos rostros le eran completamente desconocidos, pero que claramente eran de tercer o cuarto año.

- Cuidado por dónde caminas, serpiente -dijo el rubio, su tono era hostil como un susurro venenoso. Los ojos de Selena se abrieron en sorpresa, aunque su instinto la decía que debía mantenerse firme.

- Lo siento -murmuró, intentando deslizarse más allá de ellos, pero el grupo le cerró el paso, formando una muralla.

- ¿Qué hace la pequeña serpiente caminando sola por los pasillos? -preguntó la única chica del grupo, con una sonrisa burlona que revelaba más desprecio que amabilidad.

Selena sintió cómo su estómago se retorcía. No necesitaba ser una genio para entender que estaban buscando provocar, tal como lo habían hecho toda en su vida. Aquello era un ciclo sin fin. Pensó que en Hogwarts podría encontrar paz, pero rápidamente se dio cuenta de que aquí también iba a tener que lidiar con bravucones.

- ¿Sabes quién soy? -inquirió de nuevo el rubio, con un tono que se tornaba más amenazante, un brillo arrogante en sus ojos que la hizo sentir pequeña.

Selena, fingiendo desinterés, observó disimuladamente a su alrededor. Había otros estudiantes que pasaban, entretenidos en sus conversaciones, pero nadie parecía notar lo que estaba sucediendo. La incomodidad le oprimió el pecho; necesitaba salir de allí.

- No lo sé y no me interesa -respondió, erguida pero con la voz temblorosa, intentando no dejar que su miedo se manifestara. Sin embargo, al intentar alejarse, el grupo se desplazó a su lado.

- Deberías saber quién soy, Lestrange -el chico enfatizó el apellido con un tono de amenaza.

- ¡Déjenme en paz! -exclamó Selena, elevando el tono de voz, su determinación resonando en el eco del pasillo.

El tercer Ravenclaw, un chico de cabello oscuro y rizado, intervino por primera vez, desdibujando la línea entre la burla y la amenaza- No te quieras hacer la valiente, asquerosa serpiente -dijo, una sonrisa cínica jugando en sus labios mientras daba un paso adelante, como si buscara acorralarla.

La paciencia de Selena comenzaba a desvanecerse, pero era claramente consciente de su desventaja: tres estudiantes mayores, todos con una actitud de superioridad, la seguían de cerca y le cerraban el paso. A su alrededor, otros estudiantes continuaban su camino, ajenos a la confrontación, lo que aumentaba su sensación de aislamiento. Con el estómago revuelto, aceleró su paso, pero las sombras de sus perseguidos lo hicieron eco. Su mano apretó con fuerza la varita debajo de su túnica, como si ese pequeño objeto pudiera brindarle la suficiente valentía para afrontar la situación.

- Te diré quién soy, pequeña Slytherin -anunció su voz llena de arrogancia-. Soy Chase, el hijo de Colin Macmillan.

Selena lo miró de reojo, manteniéndose en silencio, intentando ignorar su provocación.

- ¿No te suena de nada? -preguntó, cerrándole el paso con una actitud desafiante.

- ¡Déjame en paz! -repitió, elevando la voz nuevamente, su pulso acelerándose-. No sé quién eres y no me interesa.

A su respuesta, los otros Ravenclaw rieron con desdén, como si su lucha fuera un juego. La idea de huir de allí la tentaba, pero sabía que eso significaría que se convertirían en sus acosadores permanentes. No podía mostrar miedo ni debilidad.

- Parece que eres muy valiente -dijo Chase, inclinándose levemente para que sus rostros quedaran a la misma altura. Su expresión era pura burla.

- No te me acerques -amenazó Selena, sin poder ocultar el temblor en su voz.

- ¿O qué? -parpadeó Chase, el tono burlón resonando en sus palabras.

Cada vez más estudiantes empezaban a reducir la velocidad de sus pasos, mirando la escena intrigados, pero, eligiendo no intervenir, eran solo espectadores en un espectáculo cruel.

- ¿Lanzarás un crucio? -preguntó Chase con una risa desafiante. Selena, sintiendo cómo se mordía el interior del labio, su nerviosismo se incrementó.- ¿Qué pasa? ¿Tu padre no te ha enseñado ese maleficio aún? -provocó, dándole un paso adelante, como si eso le otorgara más poder.

- No creo que pueda visitarlo en Azkaban -agregó el otro niño, una sonrisa sarcástica dibujándose en su rostro.

- ¿Tu padre, el asesino, no te ha enseñado las maldiciones imperdonables? -insistió Chase, como un depredador acorralando a su presa. Selena tragó saliva, en silencio. No quería pensar en su padre, en sus crímenes.

- ¿Ahora no hablas? -exigió Chase, su voz cargada de reproche.

Con un impulso inesperado, Selena se lanzó contra Chase Macmillan, su cuerpo pequeño en movimiento, lleno de determinación. El chico no tuvo tiempo de reaccionar; cayó al suelo con un golpe sordo. La furia brillando en sus ojos fue instantánea. Chase la miró con rencor y, antes de que el pudiera reaccionar, Selena le lanzó un puñetazo en el labio. Aunque ella había lanzado el primer golpe, la fuerza del chico lo superaba; en medio del caos, la empujó con fuerza, haciéndola caer de espaldas al suelo.

Los dos Ravenclaw amigos de Chase se lanzaron sobre Selena, sujetándola por los brazos y levantándola bruscamente, dejándola suspendida en el aire, su cuerpo temblando de indignación y furia. La tensión en el ambiente era palpable, y Selena sintió que el mundo se detenía a su alrededor. Pero ya no podía permitir que aquellos Ravenclaw notaran el miedo que le provocaban.

-¡SUÉLTENME! -gritó, intentando zafarse con toda su fuerza, su voz resonando en los pasillos.

El enojo burbujeaba en su interior y no pudo contener el impulso de actuar. Todo sucedió tan rápidamente que nadie entendió lo que estaba ocurriendo. De repente, una ráfaga de viento oscuro emergió de la nada, y la lengua de Chase Macmillan comenzó a crecer desmesuradamente. Selena, absorta en la escena, no notó cómo la multitud se agolpaba a su alrededor, observando con expectación. Un escalofrío recorrió su espalda cuando se dio cuenta de que los dedos de sus manos se estaban tornando de un negro profundo. Apretando los puños, ocultó rápidamente sus manos dentro de la túnica, con la esperanza de que nadie hubiera notado aquel inquietante cambio.

-¿Qué está sucediendo? -preguntó Terence, que llegaba corriendo junto a Gemma, su rostro entre la confusión y la curiosidad.

-¡Le lanzó un maleficio! -dijo la chica Ravenclaw, apuntando a Selena con un gesto apresurado-. ¡La vi! ¡Sus manos se pusieron negras!

Chase, aún en el suelo, luchaba por comunicarse; el humo negro que lo había envuelto lo había hecho caer de espaldas. Su lengua no dejaba de crecer, y él trataba de pedir ayuda, pero las palabras se le escapaban en un gorgoteo incomprensible.

-Ahora ya no puedes decir estupideces, Macmillan -se burló Gemma, riendo entre dientes mientras la multitud comenzaba a murmurar, algunos incluso disfrutando del espectáculo.

En medio del bullicio de risas y comentarios, de entre la multitud emergieron dos figuras familiares: el profesor Severus Snape y la profesora Minerva McGonagall. Selena palideció; sabía que estaba en problemas. Snape, con su expresión habitual de desdén, lanzó un contrahechizo que poco a poco hizo que la lengua de Macmillan volviera a la normalidad.

-Macmillan, Shacklebolt y Morris, la oficina del profesor Flitwick -ordenó Snape, su voz grave cargada de irritación. No había visto al profesor tan molesto en mucho tiempo-Lestrange -añadió, sin necesidad de más palabras. Selena comprendió que debía seguirlos, con la esperanza de que el castigo no fuera demasiado severo.

El camino hacia la oficina de Snape fue en completo silencio. Hace unos momentos, las consecuencias de sus actos no le importaban, pero ahora que su enojo había desaparecido, pensaba con más claridad. Había golpeado y lanzado un maleficio a un chico mayor que ella. En su defensa, el chico la había atacado primero, pero no tenía pruebas, y todos habían sido testigos de su reacción impulsiva. Era evidente que perderían puntos y recibirían un castigo significativo, o peor aún, la enviarían de regreso al orfanato de Surrey.

-Siéntate -ordenó Snape, señalando con un gesto firme la silla frente a su escritorio-. ¿Tienes algo que decir al respecto? -su voz era fría, casi carente de emociones.

-¡Ellos empezaron! -se defendió Selena, apretando los puños sobre su regazo.

-Y tú lo continuaste -replicó Snape, su mirada penetrante no dejándole espacio a la duda.

Era complicado descifrar los pensamientos del profesor; su expresión impasible no ofrecía pista alguna sobre su sentir.

-Lo siento -dijo ella, tratando de contener las lágrimas que amenazaban con brotar-. No pude soportarlo más. Me ha molestado desde el primer día, por qué mi padre está en Azkaban, por vivir con muggles, por mi aspecto, por qué mi madre es una traidora... -las palabras escurrían de sus labios junto a su dolor, pero luchó por mantener la compostura.

Selena había sido objeto de burlas desde su llegada a Hogwarts, y aunque era la primera vez que la atacaban de forma tan directa, los comentarios crueles de otros estudiantes de distintas casas la habían herido mucho antes. Aunque Slytherin tenía mala reputación, los miembros de su propia casa nunca habían sido tan despiadados como los Ravenclaw o Gryffindor. Las agresiones eran tan habituales que no se daba cuenta de lo mal que estaba el acoso que sufría por los crímenes de sus padres.

-Podrías haber hablado con cualquier profesor -dijo Snape, interrumpiéndola con un tono firme-. No era necesario lanzarle un maleficio.

-Lo siento... -murmuró, agachando la cabeza-. De donde vengo, los adultos jamás hacen nada al respecto.

-Ahora estás en Hogwarts, y yo me preocupo por mis estudiantes -su voz sonó un poco más suave-. ¿Dónde aprendiste ese maleficio?

Selena se encogió de hombros, luchando por no perder la compostura.

-No sé. Solo quería que el cerrara su boca -confesó, su voz temblando al final de la frase.

Snape arqueó una ceja, su mirada afilada escudriñando a la joven.

-¿Fue tu obscurus, o estás realizando magia avanzada? -preguntó, la gravedad de sus palabras resonando en la habitación.

Selena bajó la vista, avergonzada. No pudo evitar sentir que el calor subía a sus mejillas mientras se debatía entre la verdad y las expectativas.

-Obscurus... -murmuró, su voz casi inaudible-. Estaba enojada. Traté de calmarme, lo juro... además, no me pasaba hace meses.

La confesión le dejó una sensación de peso en el pecho. Había experimentado demasiados problemas debido a su obscurial, y no quería que volviera a ocurrir. A medida que la furia se disipaba, el miedo se apoderaba de ella: miedo a las consecuencias de sus actos.

Snape, al notar la lágrima que se deslizó por la mejilla de Selena, suavizó un poco su tono:

-No voy a castigarte por hacer magia sin control. Comprendo que es algo que no puedes manejar. Pero la próxima vez, debes venir a contarme lo que te sucede. ¿Comprendes?

-Sí -respondió, tratando de contener las lágrimas que la amenazaban. No quería llorar pero las lagrimas se escapaban de sus ojos

-Le comentaré tu incidente a Dumbledore -dijo Snape, y ella solo asintió, incapaz de expresar su inquietud.

-Está bien...

-Puedes retirarte.

Selena sintió un gran alivio al salir de la oficina del profesor Snape. No había perdido puntos ni había sido castigada, pero aun se sentia triste por todo lo que habia sucedido ese dia.

Al regresar a la sala común de Slytherin, los murmullos la rodearon. Los demás estaban comentando lo sucedido, y ella se deslizó hacia el interior de su habitacion con la esperanza de desaparecer. Se dejó caer sobre su cama, luchando por calmar su respiración. No quería llorar, no iba a llorar, pero las lágrimas se asomaban, y el mundo comenzaba a difuminarse a su alrededor.

-¡Levántate de esa cama! -exclamó Tracey, quien había entrado con sus compañeras de habitacion. Selena se secó rápidamente las lágrimas que se habían escapado.

-Estoy bien -dijo, sentándose de golpe como si cambiara de tema.

-¿Así? -preguntó Pansy Parkinson, cruzando los brazos de modo desafiante.

-Sí, perfecta -respondió, esbozando una sonrisa que no podía alcanzar sus ojos rojos.

-Escuchamos lo que pasó -dijo Daphne, su tono cargado de preocupación-. Es horrible.

-Mi madre me lo advirtió -agregó Millicent-. Siempre nos han atacado.

-Ahora es peor -dijo Daphne al sentarse junto a Selena-. Nuestros padres han cometido algunos errores que nosotros pagaremos.

-Por eso los Slytherin nos cuidamos entre nosotros -dijo Tracey, tomando asiento junto a ella.

-Solo nosotros nos burlamos de nosotros mismos. Ninguna otra casa puede meterse con nosotros -añadió Pansy, su voz llena de enojo.

Selena escuchaba en silencio.

-No les hagas caso a lo que digan los demás -dijo Daphne, rodeándola con un brazo en un gesto de apoyo.- Tú eres increíble. Eres astuta, eres inteligente, eres mágica.

Las palabras de Daphne vibraron en Selena, y por primera vez sintió que alguien verdaderamente se preocupaba por ella. Recordó lo que el Sombrero Seleccionador había dicho durante su ceremonia de selección, y dejó que unas lágrimas cayeran, esta vez no por soledad, sino por el sentimiento de pertenencia. Hogwarts se sentía como un hogar, la sensación de amistad era nueva y cálida. No estaba sola; podía contar con sus compañeras, y eso era suficiente para calmar su angustia.

Sus compañeras la animaron a unirse a la sala común, donde los chicos estaban visiblemente preocupados por el incidente. Draco Malfoy, generalmente con su mirada altanera, estaba allí, y la miraba con genuina preocupación.

-¿Estás bien? -preguntó Vincent, su voz más suave de lo habitual.

-Sí, estoy bien -contestó Selena con una media sonrisa, sintiendo un ligero calor en su pecho.

-Mi padre dice que Dumbledore es un inútil. Nunca puede controlar el acoso que reciben los Slytherin -replicó Draco, su gesto de disgustado.

-Por eso nosotros siempre atacamos primero -agregó Blaise, asintiendo con determinación.

-Mi hermano dice que a Dumbledore no le importa lo que les suceda a los Slytherin -comentó Theodore, su voz grave y seria.

-Mi madre me contó que siempre favorece a las demás casas si tiene la oportunidad -Millicent frunció el ceño, visiblemente molesta.

Selena observó a sus compañeros y, aunque la situación fuera complicada, comprendía que siempre encontraría su lugar entre ellos. En ese momento, supo que a pesar de los miedos y etiquetas, formar parte de Slytherin era más que ser parte de una casa; era ser parte de una familia.

Selena no había podido dormir bien debido a lo ocurrido el día anterior, y el cansancio la acompañaba mientras se apresuraba hacia el Gran Comedor. Con la cabeza baja, atravesó el puente, intentando ignorar las miradas curiosas y los murmullos que la seguían. Cuando finalmente entró en el Gran Comedor, se dio cuenta de que todos los Slytherin ya estaban sentados, y sintió una punzada de vergüenza al caminar por el pasillo.

Al pasar junto a la mesa de los Ravenclaw, los comentarios comenzaron a hacerse más audibles. Una Ravenclaw de cabello castaño claro elevó la voz, apuntándola con un dedo.

- ¡Fue criada por muggles! -exclamó, con un tono burlón que hizo que Selena se encogiera un poco.

- Dicen que su madre era aún peor -murmuró otro, con una expresión de desdén que la hizo sentirse aún más vulnerable.

Selena intentó apretar los labios y seguir adelante, buscando la esperanza de que la atención se desviara hacia otra cosa, pero no pudo evitar escuchar la charla a su lado.

- No es como nosotros, ¿no vieron cómo actuó ayer? -dijo la misma chica que había estado con Macmillan el día anterior, su risa era cruel.- ¡Fue espantoso! -agregó, mientras la otra Ravenclaw se reía con desprecio

- ¡Golpear como un... muggle! -exclamó Chase, riendo con desdén, su sonrisa burlona

En ese preciso instante, Terence Higgs, cuya mirada furiosa no pasaba desapercibida, se levantó bruscamente de la mesa. Con determinación en cada paso, se dirigió hacia los Ravenclaw, su espalda recta y la mandíbula apretada. Detrás de él, Cassius Warrington y Peregrine Derrick lo siguieron de cerca, sintiendo la imperiosa necesidad de interceder y proteger a su compañera. Después de todo, la lealtad entre ellos era sagrada, y nadie debía quedar desprotegido frente a la burla y la despreocupación de otros.

- Admitan que te dio un buen puñetazo -dijo Terence, riendo y con un brillo desafiante en los ojos.

- Cierra la boca, Higgs -replicó un Ravenclaw, sus ojos fulminando de odio-. Además, ¿vieron cuando lanzó el maleficio? Sus ojos se pusieron blancos.

Selena pudo notar cómo la tensión en el aire aumentaba. Terence, molesto por las palabras del Ravenclaw, no se quedó atrás.

- Yo te puedo dejar los ojos morados si quieres, asquerosa sangre sucia -dijo, su voz grave resonando con desafío.

Severus Snape se levantó de la mesa de los profesores, su manto negro ondeando tras él, y con un gesto autoritario hizo que Terence, Warrington y Derrick se sentaran de inmediato. Luego, se dirigió a los Ravenclaw con una mirada helada.

- Si continúan molestando a mis alumnos, habrá consecuencias -amenazó, su voz suave pero firme. Los Ravenclaw se quedaron en silencio, avergonzados.

Selena se sintió un poco aliviada, pero al mismo tiempo pesada por el odio que podía sentirse en el aire. Claro que era un tema recurrente en Hogwarts.

- Si te molestan, debes decirnos -dijo Gemma, quien se acercó con preocupación en sus ojos, haciendo un gesto para que se sentara junto a ella-. No es la primera vez que nos atacan.

- La mayoría tenemos padres algo cuestionables -agregó Marcus Flint, un Slytherin grande y robusto, que siempre estaba al lado de Gemma-. Por eso nos odian. Además, somos Slytherin.

Terence seguía mirando con desprecio a los Ravenclaw, su mandíbula apretada- Por eso siempre nos cuidamos entre nosotros -añadió, su tono lleno de frustración.

Selena no se sentía dispuesta a hablar mucho durante el desayuno. La conversación sobre la pelea había invadido todo el ambiente, y esas miradas la seguían como sombras. Sin embargo, sabía que no estaba sola. La preocupación genuina de sus compañeros le recordaba que Slytherin significaba algo más.

Cuando el desayuno terminó, Selena y Tracey subieron corriendo las escaleras hacia el tercer piso, ansiosas por no llegar tarde a su primera clase del día.

Su siguiente clases era encantamientos, Selena soltó un suspiro de alivio al notar que aún faltaban algunos minutos para el inicio de la clase. Se sentó junto a Draco que estaba con el frunció el ceño, claramente molesto.

- ¿Por qué estás tan molesto? -preguntó, con curiosidad, mirando su expresión convencida.

Draco entrecerró los ojos y dejó escapar un suspiro frustrado- Esa cara rajada tiene una escoba nueva... una Nimbus 2000 -comentó, gesticulando con desdén.

- Los de primero no pueden tener escoba. Los castigarán -dijo Selena, sonriendo levemente, tratando de levantar el ánimo.

- No solo es eso -prosiguió Draco, dejando caer los brazos sobre la mesa-. Está en el equipo de Quidditch.

Selena sabía perfectamente que Draco deseaba ser parte del equipo de Quidditch. Cada vez que se acercaba la clase de vuelo, él no podía evitar mencionar lo talentoso que era y lo injusto que era no estar en el equipo de Slytherin.

- Seguro ni juega tan bien -dijo Selena, con una sonrisa traviesa, tratando de levantarle el ánimo-. Apuesto a que se cae de cara al suelo en su primer partido.

Draco sonrio mirando hacia el pasillo como si ya pudiera imaginar la escena.

Mientras caminaban por los pasillos entre clases, Selena pudo oír su nombre susurrado a su alrededor. Se sintió incómoda. Después de terminar su última clase del día, agotada y casi deseando que la tierra la tragara, se encontró con Neville.

- ¡Selena! -exclamó Neville, sonriendo al verla-. ¿Vamos al lago a relajarnos un poco?

Selena levantó la vista, pero sus rasgos mostraban cansancio.

- No estoy de ánimos... solo quiero ir a dormir -murmuró, con un tono de voz opaco y resignado.

Neville la miró con curiosidad, y, tras un pequeño silencio, decidió preguntar.

- ¿Entonces es verdad lo que todos dicen?

- ¿Qué es lo que dicen? -Selena frunció el ceño, su curiosidad despertándose a medias.

- Escuché a Lavender y Parvati murmurar que golpeaste a Chase Macmillan -dijo, intentando ocultar su risa.

- Si... Lavender y Parvati son unas chismosas -respondió Selena, rodando los ojos.

- Todos están hablando de eso. Y dicen que tus ojos se ponían blancos y los dedos de tus manos negros y que lanzabas maleficios.

- ¡Ahora todo el mundo cree que soy un fenómeno! -exclamó Selena, su voz llena de frustración.

El día no podía empeorar. Todo el colegio estaba al tanto de lo que había sucedido, y Selena sentía que el peso de las miradas se volvía cada vez más insoportable. Su mayor esperanza era que sus compañeros no supieran nada sobre sus dificultades para controlar sus emociones ni el hecho de que era un obscurial. La idea de que alguien pudiera enterarse de su verdadero yo le causaba una profunda vergüenza.

Selena anhelaba la normalidad; deseaba que su vida no estuviera llena de secretos. Pero más que nada, temía que la noticia de que era uns obscurial se exparciera por todo Hogwarts. La idea de que sus compañeros sintieran lástima por ella la horrorizaba, y eso solo acentuaba su deseo de mantener sus problemas en la sombra.

- Ojos blancos... qué mentira tan ridícula -dijo Neville, riéndose para calmar los nervios.

- Sí -repondio soltanodo una risa nerviosa

- Están exagerando. En unos días se olvidarán, lo prometo -trató de convencerla, aunque le costaba creerlo.

- Eso espero -respondió ella, apretando los labios, indecisa.

La semana se tornó difícil. Macmillan había tomado la iniciativa de propagar chismes por todo Hogwarts, asegurando que Selena practicaba magia negra. Además, dejó caer detalles sobre su vida personal que preferiría que nadie supiera: vivir en un orfanato, la muerte de su madre y su padre en Azkaban. Cada vez que pasaba por los pasillos, podía escuchar los murmullos, como si su nombre fuese un eco perturbador.

Sin embargo, la consecuencia que el profesor Severus Snape le aplicó a Macmillan fue una pequeña satisfacción que la hizo sentir un poco mejor. El jefe de su casa, con su mirada acerada, había dejado clara su molestia por la divulgación de la vida privada de Selena.

El incidente provocó que se convocara una reunión en la sala común de Slytherin. Los alumnos mayores repitieron las reglas que les habían mencionado en su primer día. Se insistía en que los miembros de Slytherin debían cuidarse unos a otros. Nadie debía permitir que se metieran con ellos de nuevo.

Gemma, sentada cerca de Selena, murmuró:

- Te dije que Snape no era tan malo después de todo.

Selena asintió, aunque con cautela. Cada vez que se cruzaba con él, el profesor le hacía preguntas sobre su bienestar y si su obscurus había vuelto a descontrolarse. Incluso se había ofrecido a prestarle algunos libros interesantes de su oficina. Era un gesto que Selena no se esperaba, el profesor le brindaba un atisbo de apoyo que jamás habría imaginado.

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ACLARACIÓN: Colin Macmillan NO es el boxeador, es una coincidencia, ya le había puesto nombre al personaje cuando me avisaron que un boxeador se llamaba asi, yo no tenía idea jajajjaa

ESPERO QUE LES GUSTE EL CAPITULO NO SE OLVIDEN DE COMENTAR Y VOTAR.

YA EMPECE A ESCRIBIR EL SEGUNDO LIBRO DE LA SAGA .

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