𝖎. The Deal
𝕮APÍTULO UNO
EL TRATO.
現在位置
📍 Reformatorio Estatal de Norilsk
Siberia, Rusia.
El reloj marca las cinco en punto, el sonido de la alarma inunda la habitación, un retumbante ruido que se cuela por los oídos de Rassiel. La luz fría de las lámparas parpadean sobre ella, proyectando sombras distorsionadas que se agitan de manera casi inquietante. Su cabello negro azabache está revuelto, desordenado, y se asoma tímidamente por encima de las sábanas color beige, que aún conservan el frío de la noche anterior. Su mano, aún adormecida por el sueño, sale de entre las mantas, tanteando el terreno hasta encontrar el reloj. Con un rápido movimiento, apaga el molesto sonido, y la habitación se sume en un pesado silencio.
Cientos de murmullos parecen disiparse poco a poco, pero el eco de una pesadilla extraída directamente de sus memorias persiste en su mente. El aire, denso y frío, se siente como una presión que aplasta su pecho.
Unas luces cegadoras parpadean sobre ella, y sombras de rostros borrosos se inclinan sobre su cuerpo, como si la gravedad misma las atrajera hacia ella, como si se desmaterializara en la niebla de su propio terror.
Rassiel Blackstone... una voz profunda y cruel pronuncia su nombre, un tono cargado de amenaza que atraviesa su piel como un cuchillo. Es una voz que ella reconoce, una voz que ya había escuchado en lo más oscuro de su mente. Vladimir Volkov.
Intenta gritar, pero no hay sonido. Las sombras murmuran en un idioma incomprensible, sus palabras caen sobre ella como cuchillas invisibles, mientras un dolor punzante atraviesa su mano derecha. Rassiel observa, horrorizada, cómo una aguja afilada perfora la piel del dorso de su mano, dejando una cicatriz incandescente que arde como fuego.
Rassiel se estremece en su cama, pero rápidamente aparta ese recuerdo, obligando a su mente a disociarse de la imagen. Se siente atrapada en su propio cuerpo, como si su alma estuviera siendo arrastrada de nuevo a los oscuros pasadizos de su tormento. Con un suspiro, tomó, casi mecánicamente, el pequeño frasco de pastillas que tenía a su alcance en la mesita auxiliar. Con manos temblorosas, abre el frasco, y el aroma químico y amargo de las pastillas le invade las fosas nasales, un olor que se ha convertido en parte de su vida.
Sin pensarlo, metió dos píldoras celestes en su boca, sintiendo el sabor amargo que se extiende por su lengua, como un veneno familiar. Las tragó de inmediato, junto con un trago de agua, dejando que la frescura líquida se mezclara con el punzante sabor de los medicamentos, buscando en ese momento una tregua en su mente turbulenta.
La sensación de alivio fue casi instantánea, como si una niebla pesada comenzará a disiparse en su mente, despejando las sombras que la perseguían. Las voces en su cabeza se desvanecieron lentamente, y un suspiro de alivio escapó de sus labios, como si el simple acto de respirar le devolviera la humanidad. Su cuerpo, tenso y adolorido, empezó a relajarse poco a poco, como si estuviera tomando conciencia de sí misma de nuevo.
Era un alivio momentáneo, una desconexión temporal de todo lo que la había perseguido. Un paréntesis en su dolor, que jamás duraba lo suficiente. Pero la rutina nunca fallaba. Siempre regresaba. Levantarse, asearse, alimentarse.
Un ciclo interminable.
Con movimientos automáticos, Rassiel se levantó de la cama, fue al baño, y se sumergió en la ducha. El agua fría la despertó por completo, pero también la dejó más vacía que antes. El frío le calaba los huesos, un recordatorio de que nada podía sacudir la monotonía de su existencia. La rutina continuó: el lavado, el peinado, el vestirse con las ropas blancas de la institución. Cada gesto se convirtió en un reflejo mecánico. El dolor nunca se disipaba completamente, pero el enfoque en la monotonía del día la ayudaba a mantener el control.
Al menos, eso era lo que se decía a sí misma.
Después de un desayuno rápido y sin sabor, salió al pasillo, cumpliendo con las estrictas órdenes del lugar. Los demás internos la saludaban tímidamente, pero ella no devolvía los saludos. Nadie se atrevía a acercarse. Rassiel caminaba en solitario, como siempre lo hacía. Nadie era digno de su confianza, y todos lo sabían. En el reformatorio, ella era una sombra que pasaba desapercibida, una espectadora distante de un mundo que ya no la tocaba. Las paredes de ese lugar parecían más grises con cada día que pasaba, el ambiente pesado, casi opresivo, impregnado de una quietud de la que nadie podía escapar.
A media mañana, el encargado de la vigilancia se acercó a ella con una mirada incómoda.
—Rassiel Blackstone, u vas yest' posetitel'. Eto chrezvychayno vazhno (Rassiel Blackstone, tienes una visita. Es sumamente importante).
Rassiel frunció el ceño y lo miró de reojo. Su tono se tornó más áspero de lo que había intentado, pero la sorpresa era evidente. No esperaba visitas. No necesitaba visitas.
—¿VOZ? (¿Quién?)—su voz salió más cortante de lo que había anticipado.
El guardia, visiblemente incómodo ante su actitud, se encogió de hombros.
—Luchshe prover' eto sam (Es mejor que lo compruebes tú misma).
Sin decir una palabra más, Rassiel se dio la vuelta y caminó hacia la sala de visitas. Mientras caminaba por los pasillos fríos, su mente se preguntaba quién podría ser, pero al mismo tiempo, no le importaba. No le importaba lo que esa persona quisiera. Nada importaba, en realidad. Esa era la sensación que su vida había cultivado en ella: indiferencia. Y lo peor de todo es que ya no sabía si esa indiferencia era una elección o una necesidad.
Al entrar en la sala, vio a un hombre mayor, elegantemente vestido, de pie junto a una mesa. Su mirada era amable, aunque calculadora. El hombre se presentó al instante.
—Rassiel Blackstone. Un placer conocerte. Soy Stanley A. Dickenson, presidente de la BBA.
Rassiel lo observó con cautela, pero no mostró emoción.
—¿Qué desea de mí?— respondió con frialdad.
Dickenson, con una sonrisa tranquila, hizo un gesto hacia la silla frente a él.
—Por favor, toma asiento.
Ella dudó un momento, pero finalmente se sentó, observando a su alrededor con desconfianza. Las paredes de la sala eran de un blanco pulcro, pero la atmósfera se sentía tensa, como si todo estuviera demasiado limpio, demasiado controlado. El silencio se alargó unos segundos antes de que Dickenson rompiera la calma.
—Quería saber cómo te encuentras. ¿Te están tratando bien? ¿Te has metido en problemas?— Su voz sonaba genuina, pero algo en él no inspiraba confianza.
Rassiel lo miró fijamente antes de responder en un tono neutro.
—No he tenido problemas. He seguido las reglas al pie de la letra.
Su respuesta era directa, pero algo en su interior sentía una incomodidad creciente. Algo en la situación le parecía... ajeno. Como si esa conversación fuera un guión que ella no recordaba haber aceptado.
Dickenson asintió lentamente, como si estuviera evaluando cada palabra.
—Eso es bueno. Sin embargo, no estoy aquí solo para hablar de tu bienestar. — Su tono cambió, más serio. —He venido a acompañarte al aeropuerto. Hay un vuelo que te llevará directamente a Inglaterra, a tu hogar en Kensington.
Rassiel lo miró con desdén.
—No tengo familia —respondió con frialdad, cruzando los brazos sobre su pecho como si quisiera protegerse de las palabras del hombre frente a ella—. Mi padre murió hace seis años. Soy huérfana.
El Sr. Dickenson no reaccionó como esperaba. En lugar de disculparse o mostrar sorpresa, esbozó una sonrisa tranquila, como si ya hubiera anticipado su respuesta.
—Eso no es del todo cierto, señorita Blackstone. Su padre, Albert Blackstone, era una figura respetada, pero no la última de su linaje.
Rassiel lo miró fijamente, sus ojos grises como dos fragmentos de hielo que no se derretían.
—Si sabe tanto, ¿por qué no vino esa persona en lugar de enviarlo a usted? —contraatacó con una mueca irónica.
El hombre mayor se permitió una ligera risa.
—Porque algunos fantasmas del pasado son más fáciles de enfrentar con un intermediario.
Rassiel frunció el ceño, su paciencia empezó a agotarse.
—¿Qué quiere decir con eso?
Dickenson mantuvo su postura firme, pero su tono cambió a algo más calculador.
—Lo que quiero decir, señorita Blackstone, es que gracias a tu valiente testimonio, logramos encerrar a la mayoría de los implicados en los horrores de la Abadía Volkov. El lavado de cerebro a los reclutas, los experimentos con almas animales, los crueles procedimientos hacia los miembros del equipo representante de Rusia... todo gracias a ti. Pero Vladimir Volkov... él sigue libre, desaparecido sin dejar rastro.
Rassiel, con una sonrisa irónica, se inclinó ligeramente hacia adelante.
—¿Y cree que ese criminal se va a quedar quieto? Tarde o temprano, volverá a aparecer. Probablemente con planes de dominación mundial aún más estructurados e impredecibles.
Dickenson la observó en silencio un momento, luego dijo con firmeza:
—Lo encontraremos. Y pagará por sus crímenes. Pero ahora, tengo una pregunta para ti.
Rassiel, intrigada pero manteniendo su actitud desafiante, esperó.
—¿Por qué estás tan segura de que Vladimir volverá a cumplir su objetivo? Sin socios ni recursos, su ambición no es más que una fantasía.
Rassiel sonrió maquiavélicamente.
—Todo es posible... de una manera u otra.
Dickenson la miró sin inmutarse, como si ya estuviera esperando esa respuesta. Luego, cambió el rumbo de la conversación.
—Es por eso que tengo una propuesta para ti. Un programa de "rehabilitación". Un lugar donde los ex-representantes de Rusia, el equipo Demolition Boys, se encuentran en una situación similar a la tuya. Confinados, bajo estrictas condiciones y bajo total confidencialidad. Quiero que seas mis ojos y mis oídos allí.
Rassiel, desconfiada, levantó una ceja.
—¿Y cuál es el truco? ¿Qué ganaría usted a cambio?
Dickenson mantuvo la calma, sin titubear.
—Nada, salvo la promesa de que tu tutor se mantendrá lejos de ti, si prefieres que así sea.
Rassiel lo miró detenidamente, sopesando sus palabras, analizando las ventajas y las posibles consecuencias. Finalmente, sin vacilar, asintió, una sonrisa fría asomando en sus labios.
—Está bien. Acepto.
El presidente extendió su mano, y ella la estrechó firmemente, sellando el trato.
¡Muy buenas, mi gente latino! He aquí finalmente el capítulo uno de Obscure, y debo decir que me encantó el resultado final.
¡Espero que lo disfruten!
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