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Cap XXXIX; réquiem

Podría considerarse que acababa de quitarme la venda de los ojos, pero creo que sería más correcto decir que me la habían arrancado. Yo le insistía a Mingi en que debía abrir los ojos, pero finalmente ha resultado que el que tenía que abrir los ojos parecía ser yo.

Llevaba los días posteriores a la declaración de Yunho sin apenas ser capaz de pegar ojo, tenía un dolor de cabeza horrible equiparable al que me causaría tener una montaña de ladrillos sobre la frente, y había llegado un punto en el que no sabía si eso era causado por el desmayo que tuve en el despacho de Yeosang, la falta de sueño o la cantidad de dudas que rondaban mi pensamiento. Más bien era un cóctel de todo ello.

Antes ansiaba el conocimiento, pero ahora que lo poseía necesitaba saber si ese conocimiento correspondía con la verdad. Tantas mentiras habían sido pronunciadas a lo largo de tantos años a mi alrededor que ya no sabía distinguir. Me sentía engañado, como un idiota, toda mi juventud intentando defender a aquellos que nunca movieron ni moverán un dedo por mí y mi causa, ángeles que se suponía que eran mis coetáneos, mi familia, mi refugio, y habían acabado por ser más bien mi prisión. Los que estaban supuestos a ser los buenos parecían incluso peores que los malos.

Habían herido a mis amigos, y por consecuencia a mí, que no podría vivir con la conciencia tranquila al saber que he llegado a defender ideales que les perjudicaban. Necesitaba arreglarlo como fuera, no podía continuar tropezando con la misma piedra cuando la vida me había dado ya la oportunidad de distinguir quién quería engañarme. Había tomado a Mingi como un mentiroso y a aquellos que me desprecian como mis aliados.

Estaba cansado de ser la marioneta de las clases altas, de llevar a debate propuestas que ni a mí ni a cualquier ángel de a pie les iría a favorecer de ninguna manera, de estar luchando por una supuesta paz que nunca jamás llegó a existir como tal. Ansiaba la libertad y deshacerme de una vez de todas aquellas cadenas invisibles que nublaban mi pensamiento crítico; pero al mismo tiempo no deseaba que la rabia y los impulsos lo nublaran una vez más.

Ya no sabía qué significaba pensar por uno mismo, o hasta qué punto mi forma de pensar estaba siendo influenciada tanto por ángeles como Yeosang como por Mingi o Seonghwa, ¿había una opción correcta? No lo sabía, pero sí estaba seguro de que la opción que había elegido hasta ahora era la incorrecta. No podía garantizar que ni Mingi ni Seonghwa hubieran dicho únicamente verdades, pero de momento parecían haberme mentido menos que los ángeles. Los hechos hablaban por sí solos.

Tanto Mingi como yo habíamos intentado cambiar el sistema desde dentro, valiéndonos de palabras y acuerdos, pero eso no sirve para nada cuando el sistema está podrido desde la raíz. No se puede revivir algo que ya estaba muerto.

Había que dar un paso más allá.

Los ángeles comunes necesitaban algo en lo que creer, algo en lo que apegarse, y las clases altas se lo daban: la ignorancia. Cuanto menos sepan, menos se cuestionarán y menos molestarán en la vida privilegiada de todos aquellos ángeles que se sentaban en la Cámara Alta. Démosles algo en lo que creer, no algo que puedan conocer. No obstante, yo ya había tomado la decisión de alejarme de ese ambiente hacía demasiado tiempo.

Efectivamente, la religión era el opio del pueblo.

Y así, después de tantos debates mentales, me encontraba sentado en el despacho del serafín Choi Jongho una vez más. Observaba cómo se frotaba las sienes detenidamente esperando a que finalmente declarara mis intenciones, sus ojos se encontraban ligeramente cerrados y no hacía falta fijarse mucho en ellos para darse cuenta de que debía haber pasado más de una noche en vela. No era de extrañar, la situación de permanente tensión actual debilitaría hasta al más fuerte de los ángeles.

—¿Y bien? —Jongho rompió el silencio sepulcral— Espero que sea importante Hongjoong, últimamente estoy demasiado ocupado y no puedo permitirme perder el tiempo en charlas banales. Aunque sabes que en otro momento menos delicado no me importaría.

Era el momento perfecto para hacer uso de aquella valiosa información que Yunho me había proporcionado.

—Prometo que es importante, si no, no estaría aquí. He estado días reflexionando desde la última cumbre, y me pareció que Seonghwa mencionó algo similar a la existencia de una especie de sección secreta donde se guardan los libros censurados en la biblioteca del cielo.

Tan pronto como aquellas palabras salieron de mis labios, la apática expresión de Jongho, fruto del estrés y el trabajo continuado, sufrió un pequeño cambio casi imperceptible, quizás una sola chispa en sus ojos o un pequeño arqueo de cejas. Lo suficiente para saber que había conseguido lo que me proponía.

Tenía miedo.

—¿Por qué no me has mencionado esto antes? —Replicó— Acusaciones y rumores de ese tipo deberían estar en la primera línea del informe.

—No creí verlo necesario, pues tenía entendido que los libros censurados eran eliminados al instante para evitar su propagación. Sin embargo, lo reflexioné mejor y pensé que no era buena idea que los demonios fueran soltando más rumores dañinos e inciertos sobre los ángeles, tal y como hicieron con los arcángeles velando por los ateos, ¿no?

No me costó darme cuenta de que Jongho cada vez tenía que hacer esfuerzos mayores para que no expresar sus verdaderos sentimientos al escuchar todo aquello. Si la sección prohibida era tan secreta y delicada como Yunho me dio a entender, estaba más que seguro que a la Cámara Alta no le gustaría escuchar cómo los demonios rumorean sobre ella.

—Desde luego son unas acusaciones muy graves y que para nada hacen justicia a la metodología del cielo. Tendremos que tomar medidas antes de que se expanda más de lo que podamos controlar.

—Si me lo permite, sería lo más adecuado. Aunque por supuesto, no es una cuestión que me incumba ni es mi intención meterme donde no me llaman.

—Gracias por la información, Hongjoong. Debatiremos qué hacer en el pleno de la Cámara Alta de esta tarde —El tono de voz de Jongho se mantenía pausado, calmado, como él solía ser siempre— Te comunicaré lo debatido mañana.

—Lo estaré esperando.

Solo hay una manera posible de desarticular los esquemas de un ser cerrado y con ansias de control: la duda, el caos y la incertidumbre. Porque un simple soplido de información innecesario podría ser capaz de arruinar un imperio entero, no porque realmente fuera tan poderoso, sino porque nadie se lo esperaba, y por tanto, nadie lo tuvo en cuenta en sus planes.

Yo acababa de soplar.

***

Cuando pasas toda tu vida reprimiendo todos los sentimientos que puedan intentar nublar de alguna manera tu criterio, intentando convertirte en una perfecta máquina sin sentimientos, destinada a convertirse en la élite de la alquimia, y fallas en ello, lo más probable es que tu estabilidad mental se rompa en más pedazos que un cristal al chocar contra el suelo. Por desgracia, por mucho que se intente reparar, siempre faltará algún pequeño trozo, y la imagen nunca volverá a ser lo que era.

Tantas emociones guardadas bajo llave tenían que brotar en algún momento, y definitivamente no de la mejor forma posible.

Ese era el estado de Choi San, de pie frente a unos tanques más grandes y pesados que él, albergados en uno de los sótanos del Palacio del Averno. En su interior reposaba la sustancia que había desarrollado, capaz de haberle devuelto las alas a Mingi de una forma inmejorable, ahora producida en cantidades industriales. Una pieza clave en el juego. Si tan solo arrojara la cerilla encendida que portaba entre sus esbeltos dedos hacia uno de esos tanques, la explosión acabaría hasta con los cimientos del Palacio del Averno, y causaría que tanto él como el resto de demonios en su interior acabaran siendo uno con la sustancia, quedando unos cuerpos tan desfigurados que serían equiparables a las pobres almas en pena que yacían en la entrada al infierno por culpa de todos y cada uno de sus experimentos fallidos.

—San, no lo hagas.

Aquellas palabras sonaron como un suave hilo de voz deslizándose en su oído. Incrédulo, giró su cabeza ligeramente hacia la derecha. Ahí se encontraba el demonio al que una vez le había jurado lealtad para después destrozarla al igual que su confianza.

—¿W-Wooyoung...?

Lágrimas empezaron a brotar de los ojos esmeralda de San hasta deslizarse suavemente por sus mejillas. Paralizado, incapacitado para hacer que volvieran a su cauce o que dejaran de caer. No pudo dejar de pensar en lo patético que tendría que parecer a los ojos de Wooyoung, quien simplemente observaba, acercándose con pequeños pasos hacia San.

San era perfectamente consciente de todo el daño que le había hecho a aquel demonio por no haber conseguido quererlo de la misma manera que Wooyoung a él. Pero a quién iba a engañar, ahora que Seonghwa lo había rechazado lo único que quería ahora era volver a estar a su lado y hacer como si nada hubiera pasado.

Seguiría siendo su segunda opción, pero Wooyoung no tendría por qué saberlo.

Cuando sintió a Wooyoung tan cerca que parecía que sus cuerpos iban a rozarse, no dudó un solo segundo en abrir sus labios y cerrar sus ojos recubiertos en lágrimas hasta abalanzarse contra los labios del demonio una vez más.

En el momento en que San pensaba que sus labios iban a juntarse con los de Wooyoung, solo sintió un frío congelado, una sensación de vacío como si acabara de intentar besar a un espíritu. Y efectivamente, en cuanto abrió los ojos se dio cuenta de que estaba solo de nuevo, que Wooyoung nunca jamás había estado en el sótano junto a él y que su imagen había sido tan falsa como el amor que él había pretendido sentir por Wooyoung.

Era demasiado bonito para ser real.

Porque claro, en un momento de desesperación así, ¿a quién se le ocurriría pensar que era altamente imposible que el demonio a quién le había puesto los cuernos descaradamente y que no pensaría en vender dos veces si Seonghwa le diera la oportunidad estaría ahí para salvarlo?

La rabia se apoderó de San como nunca jamás lo había hecho antes, probablemente como resultado de haberla estado reprimiendo al igual que otros sentimientos similares.

No obstante, antes de que ningún pequeño impulso pudiera llegar a sus músculos, causándole cometer una acción cuyas consecuencias serían irreversibles, dos esbeltos dedos apagaron con sus propias yemas la pequeña llama que se alzaba en la cabeza de la cerilla.

Y que, por supuesto, no eran los de Wooyoung.

—No se te puede dejar solo, ¿eh?

San sintió cómo el aliento de Seonghwa chocaba contra su cuello mientras sus manos agarraban con fuerza sus muñecas. Desconocía cómo había conseguido llegar hasta posicionarse detrás suya sin que él se percatara, como un depredador buscando a su presa. Sin embargo, teniendo en cuenta la alucinación que acababa de tener, no era de extrañar que sus otros sentidos se encontraran en fase de hibernación. Intentó zafarse, pero sus energías estaban tan exhaustas que con cada movimiento solo consiguió que Seonghwa aumentara la fuerza con la que lo retenía.

—Dime Seonghwa, ¿realmente estás luchando por los demás o por ti mismo? ¿Alguna vez has pensado en alguien que no sea en ti? Te admiro joder, porque por más que lo intente no consigo ser tan malditamente insensible como tú.

—No me gusta la violencia, ¿sabes? Dejar a la gente sin claridad para pensar fríamente es igual que torturarlas hasta la muerte, o incluso peor —Las palabras de Seonghwa sonaban graves y frías a pesar de estar prácticamente encima suya. El dulce olor a jazmines que emanaba se perdía en el olfato de San— Pero hay veces que es inevitable usarla.

—Atrévete —Espetó San osadamente.

Y a quién quería engaña, realmente deseaba que Seonghwa le hiciera sentir algo, cualquier cosa, que no fuera miseria.

—No te voy a dar ese gusto. Porque yo a diferencia de ti tengo autocontrol, sé esperar el lugar y el momento indicado —Seonghwa dejó escapar una risa taimada— ¿De qué me sirve a mí hacer un plan si lo voy a ignorar? Y antes de que me vengas con que soy un impulsivo, créeme que no has visto nada, pero nada de lo que puedo ser capaz de hacer. No sabes lo que me he tenido que contener a lo largo de los últimos meses.

—Venga Seonghwa, ¿dónde está la labia esa de la que tanto presumes? Vamos, convénceme para que me detenga —Continuó vociferando San, dando rienda suelta a toda aquella ira contenida que llevaba guardándose para sí mismo con el transcurso de los años— Porque que yo sepa nada de esto sería posible sin mí, sin Wooyoung, sin Mingi. Vale que te creas el rey que controla el resto de piezas del tablero, pero, ¿qué harías sin piezas?

—Tienes razón San, pero se te olvida un pequeño detalle, y es que si el rey acaba en jaque mate, la partida se termina, ¿pero qué pasa si muere un peón? Sigues empeñándote en creer que eres especial, pero déjame decirte que no es así.
Si me falla el plan A por tu culpa, empezaré el plan B y así sucesivamente hasta conseguir mi objetivo. No es una cuestión personal.

Y así fue como San supo que daba igual cómo intentara dañar a Seonghwa, él siempre iba a estar un paso por delante suya como siempre había hecho. Era imposible intentar ser malvado cuando estaba lidiando con la maldad en todo su esplendor. No hicieron falta muchos segundos para que Seonghwa notara como los músculos de San se destensaban y supiera que lo había dejado tocado y hundido.

El rubio soltó finalmente el agarre que mantenía en las muñecas de San, quien cayó desplomado al suelo de rodillas agotado, sin posibilidad alguna de plantarle cara de manera tal que él no pudiera evitar. Seonghwa entonces se aproximó a él por detrás, y levantó bruscamente su cara hacia arriba desde el mentón mientras se asomaba para observar el rostro de San desde atrás, haciendo contacto visual con sus enrojecidos ojos esmeralda.

—Si estabas pensando en alguna estrategia para que todo el mundo me odiara, adelante, ponla en marcha —Sentenció Seonghwa con sorna— Porque de aquí a unos días voy a tener al mundo entero de rodillas, tú el primero.

Acto seguido, Seonghwa abandonó el sótano, dejando a San aún más destrozado y patético de lo que ya lo estaba. Sin capacidad de haber soltado una sola palabra para enfrentarlo, como siempre había sido. En el fondo, no era más que un cobarde que no podía responsabilizarse de sus malas decisiones.

San reflexionó que de nada servía volar por los aires aquel sótano si no iba a conseguir que la expresión de Seonghwa se enturbiara lo más mínimo, y que probablemente lo único que conseguiría es ser conocido como el demonio traidor que intentó fastidiar el plan maestro del ojito derecho de Satán, y que además acabarían pagando aquellos demonios que menos culpa tenían de su inestabilidad emocional. Así que, por una vez en su vida, se propuso controlar de una maldita vez esos impulsos de idiotez que surgían en sus pensamientos de vez en cuando.

Pero esta vez lo hacía por él y por su pueblo, no por complacer a Seonghwa.

***

—Por unanimidad en la votación de todos los ángeles presentes, se declara oficial la cesión de Jeong Yunho como bibliotecario encargado de custodiar la Biblioteca Divina y mantener el orden en su sección prohibida. En su lugar, el cargo será ocupado por su totalidad por el Director de Información e Investigación del cielo, Kang Yeosang, quien ya ostentaba anteriormente este puesto junto a Jeong Yunho.

La sentencia de Jongho fue escuchada alta y clara en medio del hemiciclo. Desde su lugar en el estrado Todos los ángeles pertenecientes a la Cámara Alta del cielo: serafines, querubines y tronos, todos ellos sentados en cómodos asientos que disponían las bancadas del lugar, con tapicería en terciopelo índigo y cuya estructura estaba forjada en fastuoso oro macizo, se levantaban de sus asientos para aplaudir la decisión. En medio de todos los asientos, una enorme trampilla de mármol con decoraciones de oro se encontraba cerrada, siendo este el lugar por el que se arrojaban a los ángeles caídos directos al infierno. El techo se alzaba en una cúpula con vidrieras en tonalidades azules, decorada por imponentes pinturas que representaban los triunfos mayores de los ángeles.

Entre ellas, destacaba la flamante sonrisa de oreja a oreja de Yeosang, quien ni siquiera intentó ocultar su felicidad tras haberse deshecho de una vez del molesto Yunho. Ahora por fin se harían las cosas de la mejor forma: a su manera.

—El siguiente tema a tratar en el pleno de hoy concierne la posibilidad de convocar una nueva cumbre con el infierno en los próximos días tras el aviso dado por nuestro mediador sobre la existencia de rumores que conciernen la seguridad de la sección prohibida —Continuó informando Jongho— Le cedo el turno de palabra al Director Kang, máximo encargado de la sección prohibida.

Tras finalizar el discurso, Jongho regresó hasta su asiento en el hemiciclo para dejar que fuera Yeosang quien ocupara su lugar en el estrado. El trono acomodó el micrófono antes de comenzar con su discurso:

—Sus santidades, lo primero que me corresponde hacer al dar inicio a mi discurso es agradecerles por su confianza en mi ser para ocupar el puesto de máximo encargado de la Biblioteca Divina en su totalidad. Juro solemnemente no decepcionar a Dios, a la Cámara Alta y, por extensión, al cielo —Agradeció el trono cordialmente, haciendo una pequeña reverencia a sus coetáneos desde su puesto en el estrado. Acto seguido, aclaró su garganta para proseguir con la intervención— Con todo su debido respeto, ¿van a dejar que un ángel de tercera como Kim Hongjoong le dé lecciones a la mismísima Cámara Alta sobre cómo mantener el orden en el cielo? Salir a la defensiva a negar estas acusaciones, que todos los presentes sabemos que son ciertas, solo delataría que tenemos algo que esconder. ¿Es esa la imagen que queremos dar en un momento de tensión como el que estamos viviendo? Les aseguro que no. Esta clase de ángeles que no conocen cuál es su lugar en la jerarquía son el verdadero problema en un momento donde tenemos que mantenernos unidos contra el enemigo común: los demonios. Quieren aprovecharse de sus propios privilegios para arrebatarnos los nuestros, sin embargo, olvidan que aquellos que estuvieron liderando la guerra contra los demonios fueron los aquí presentes miembros de la Cámara Alta, aquellos que lideraron sus esfuerzos para lograr que ningún asqueroso demonio pretendiera doblegar las intenciones del cielo. Tenemos que reclamar nuestro lugar y afirmar nuestros principios antes que cualquier otro ángel mundano, pues fuimos nosotros, una pequeña minoría, quienes nos impusimos frente a la horda de salvajes demonios y conseguimos ganar la guerra. —Las palabras de Yeosang sonaban firmes, duras y gélidas, estas eran acompañadas por numerosos gestos con sus extremidades llamando a la unidad— ¿Ustedes, por qué luchan? Porque yo lucho porque nunca tengamos que vivir una situación igual, y no consentiré que nadie ni nada le quite al cielo y a todos los ángeles la fe que durante tanto tiempo hemos estado formando. Y créanme, que no me va a faltar mano dura para erradicar todo aquel atisbo de rebeldía o desviación que se produzca en el seno del cielo, sea cual sea el coste. Aquellos que deseen alejarse del camino dictado por Dios Padre, deberán hacerlo ahora antes de que suponga consecuencias peores. Es por ello y por toda mi trayectoria profesional al lado de libros tan peligrosos como los que alberga la sección prohibida, que no debemos dar ni un paso atrás frente al infierno, pero tampoco a todos aquellos que no conocen el lugar que les corresponde. Tengan esto en consideración cuando decidan aportar su voto en cuanto a la próxima cumbre. Gracias por su atención.

Una gran ovación de la Cámara Alta acogió a Yeosang mientras se dirigía hacia su puesto en el hemiciclo de nuevo. Se sentía poderoso, querido y reconocido. Sin embargo, no pasó por alto como no todo el hemiciclo se puso en pie a aplaudir su discurso, incluido Choi Jongho.

Se sucedieron los turnos de réplica, algunos no hacían más que parafrasear las palabras de Yeosang para mostrarle su apoyo incondicional, otros como Jongho, decidieron adoptar una posición más crítica y abogaban por que la mejor solución en momentos de tensión era el diálogo y la comunicación. Sea como fuere, cuando llegó el recuento de votos para la convocación de la cumbre se produjo un perfecto empate entre los partidarios del sí y el no. Nunca se recordaba un empate de tal rigurosidad en la historia de la Cámara Alta, que siempre había tendido a lograr una posición común en aspectos tan excepcionales.

Jongho regresó al estrado a dar sus últimas palabras, pues no podía no darse una respuesta a la opción de la cumbre: tenía que producirse un desempate.

—Estamos ante un momento insólito para la Cámara Alta, es por ello que se debe seguir un criterio para llegar a una decisión entre el sí y el no —Explicó Jongho— Es por ello que solo se tendrán en cuenta los votos de los cargos superiores dentro de la Cámara Alta: los serafines.

El inconformismo de Yeosang no tardó en apoderarse de su mente, ¿en serio todos esos ángeles iban a dejar la decisión a los serafines, cuando él era el que más conocimiento tenía sobre la seguridad del cielo? Debía ser una broma.

Yeosang se levantó de su asiento y comenzó a hablar desde su lugar en el hemiciclo, totalmente indignado por la decisión de Jongho:

—No puedo mantenerme callado cuando se está cometiendo tal imprudencia. Es bien sabido por todos que tanto yo como mi departamento somos los que mejor conocemos la situación del cielo en estos momentos, mucho mejor que los serafines. Sería un completo despropósito dejarnos sin nada que decir en un momento como este.

Jongho fulminó con la mirada a Yeosang mientras veía como intentaba imponer su decisión por encima de la suya como tantas otras veces en el pasado. Estaba más que harto de que el trono se creyera el mismísimo Dios y que su opinión pesaba más que todos aquellos que tenían una estrecha relación con el mismo.

—Director Kang, si mal no he comprendido en su discurso hacía llamamiento a la Cámara Alta a que se impusiera e hiciera que los ángeles de tercera conocieran su lugar. Pues bien, le recuerdo que si bien usted no es un ángel de tercera, es un trono, por lo que los serafines nos encontramos por encima de usted. Así que le recomiendo que se siente y acepte su lugar en la jerarquía mientras esta cámara aprueba la convocatoria de una próxima cumbre como bien lo han querido los serafines aquí presentes.

Yeosang simplemente tuvo que quedarse en silencio. Acababa de tomar un profundo trago de su propia medicina.

***

Se sucedía un día más en aquel balcón del Palacio del Averno que Mingi y Wooyoung habían tomado como centro de reuniones desde que coincidieron días atrás. Allí, embriagados por el olor del hollín que desprendían las cataratas de lava más próximas a la edificación y bajo el cielo cubierto por negras nubes que hacían que se tuviera la sensación de que era permanentemente de noche.

Wooyoung había encontrado al lado de Mingi un confort similar al que sentía cuando su relación con San funcionaba, pero sin el componente romántico-sexual de por medio. Aquel ángel caído se había convertido en lo más cercano a un amigo que había tenido nunca, y ahora más que nunca necesitaba ese apoyo a su lado.

Había conseguido algo de paz interior que no cambiaría por nada del mundo, bastantes problemas había tenido que aguantar ya. No le servía de nada estar acumulando rencor hacia Seonghwa por todo lo ocurrido cuando fue San quien cedió ante él, por mucho que el objetivo de Seonghwa fuera molestarlo.

Igualmente, Mingi también encontró un cierto apoyo moral en Wooyoung que echaba en falta desde que su camino y el de Hongjoong se separaron para siempre. Nunca habría pensado que los demonios podían llegar a tener una ética incluso más razonable que los ángeles.

De alguna forma, no eran más que dos seres que necesitaban volver a recobrar la confianza en el mundo.

—Tengo curiosidad —Se dirigió Mingi, separando su mirada del extraño cielo para dirigirla hacia su contrario— ¿vas a permanecer al lado de Seonghwa a pesar de todo lo que te ha hecho?

A Wooyoung una pregunta así lo tomó por sorpresa, por lo que no pudo evitar mostrar una mueca y arquear las cejas confusamente.

—Aunque me jode profundamente reconocerlo, creo que en momentos así tengo que dejar de lado mi egoísmo y mis valoraciones personales hacia Seonghwa y ser capaz de reconocer quién realizaría un buen trabajo. Y mejor trabajo que Seonghwa, sinceramente, no lo hace nadie.

—¿Y por qué no lo haces tú? A mí me parece que eres mucho más noble y con mucho mejor corazón.

—¿Yo? —Elevó el tono de voz, sobresaltado— Ni de coña, no tengo la sangre fría que requiere ser mediador, mucho menos la lengua viperina necesaria para darle la vuelta a cualquier argumento que suelte un ángel. Prefiero quedarme como estoy y pasarle el muerto a Seonghwa, sinceramente.

Mingi rió suavemente con la contestación de Wooyoung.

—Entiendo, desde la experiencia te puedo decir que no es un trabajo fácil. Pero más difícil lo tienen los que tuvimos que tener a Seonghwa al otro lado de la mesa.

—Nuestras similitudes acaban siendo más que nuestras diferencias, al fin y al cabo nuestro objetivo es el mismo. Yo tengo la suerte de estar en un buen cargo, por así decir, y no debo desperdiciarlo ni dejar que se me suba a la cabeza.

—Te prometo que si estuvieras en el cielo, serías la oveja negra. Esa gente tiene la mente enturbiada por el poder.

—Seonghwa también, pero su odio por los ángeles procede de todo lo que ellos han hecho sufrir a los demonios, a su pueblo. Su venganza nace de un atisbo de empatía hacia los suyos. No es bueno, eso te lo puedo asegurar de primera mano, pero tampoco es el monstruo que los ángeles piensan que es. Es un simple subordinado de Satán más como tú o como yo.

Y como si acabaran de hacer una invocación, la silueta de Seonghwa se aproximó al balcón. El rubio ni siquiera hizo contacto visual con Wooyoung, ni una sola mueca, ni una sola risita. Para suerte de Wooyoung, no parecía haber escuchado sus últimas palabras.

—Song Mingi, ven conmigo un momento.

El ángel caído asintió y junto a Seonghwa abandonó el balcón hasta llegar a una de las salas destinadas a reuniones del Palacio del Averno. Seonghwa tomó asiento en una de los sillones de cuero rojo, e indicó a Mingi que hiciera lo mismo en el otro lado de la mesa, quedando ambos cara a cara. Mingi no pudo evitar recordar aquel momento en que ambos estaban uno frente a otro luchando por sus ideales, pero él aún era un ángel con el cerebro lavado.

Mingi había evitado hacer un solo comentario hasta que Seonghwa decidiera iniciar la conversación, y así fue:

—Acaba de llegar una citación de los ángeles para una nueva cumbre en unos escasos días. Un poco antes de lo previsto, pero ya sabes lo que eso significa.

Un escalofrío recorrió cada nervio del cuerpo de Mingi, que se limitó a asentir con la cabeza.

—Necesito que reúnas a todos y cada uno de los ángeles caídos que hay en el infierno —Seonghwa prosiguió— Entre todos tenéis que conseguir elaborar un mapa lo más preciso posible del Palacio Santo y sus alrededores, eso incluye puntos de acceso, de salida, estructura y demás.

—Muchos ángeles apenas han tenido oportunidad de poner un pie en el Palacio Santo, está reservado para las élites en su mayoría. Sin embargo, haré mi mejor esfuerzo, no te quepa la menor duda.

Seonghwa sonrió satisfecho, Mingi creyó ver una especie de brillo espeluznante brotar de sus afilados ojos rojos mientras entrelazaba los dedos de ambas manos.

—Dime Mingi, ¿no tienes ganas de hacer un viajecito al cielo?

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