Olvido (Spanish)
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y treinta y cinco minutos.
—¡Alto!
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y treinta y seis minutos.
—¡Espera!
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y treinta y siete minutos.
—¡Hey!
—Disculpe, lo siento...
Se levantó del tropezón y volvió a correr a toda velocidad, sin detenerse a ayudar a quien había chocado en la siguiente esquina. Recibió algunos insultos y miradas indignadas en un idioma que no era el suyo, pero mantuvo la cabeza en alto, la vista fija y sin parpadear.
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y treinta y ocho minutos.
Había mucha gente a esa hora en el centro de Praga, pero no fallaría, no esta vez. Aunque el tránsito lo atropellara, aunque la policía se lo llevara preso por disturbios y corridas sin sentido, ante los ojos estupefactos de turistas y locales.
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y treinta y ocho minutos.
Sí, estaba loco. Sí, ya había perdido todas las formas que lo distinguieron siempre entre los suyos. Pero ¿qué más daba?
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y treinta y nueve minutos.
No debía perder de vista esa cabeza, ese cabello.
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y treinta y nueve minutos y treinta segundos.
Juraba, sentía, que esa vez no estaba equivocado.
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y treinta y nueve minutos y cincuenta segundos.
Un semáforo en rojo le dio la única oportunidad en mucho tiempo.
Cinco años, tres meses, veintidós días, cuatro horas y cuarenta minutos.
—¡¡Gabriel!!
El tiempo se detuvo, como su cuerpo destrozado de tanto correr kilómetros que no quiso contar. Había pasado media ciudad a trote; pero no le importó eso, ni el ardor en sus músculos, o su esternón estallado clamando oxígeno.
Sólo los ojos del color del mar en verano que voltearon a verlo, curiosos, al escuchar su nombre.
—Oh God... it's you... I knew it... — susurró con media sonrisa, aun quieto, sin quitarle la vista — Finally... finally...
El susodicho volteó por completo, alejándose del cúmulo de gente para verlo mejor. Había casi media cuadra de distancia entre ellos, pero ninguno de los dos avanzaría.
—Hmn, hello — dijo tímidamente el muchacho, sosteniendo su mochila de viajes y acomodándose el cabello castaño atados a medias, cayendo sobre los hombros. El inglés no era su lengua natal, pero sabía pronunciarlo bien. Deliciosamente bien, para el otro.
—Yo... hola — continuó el británico con más calma. Se puso derecho y suspiró, terminando de acomodar el aire en sus pulmones y caminando despacio hacia el otro — No puedo creerlo. No entiendo qué pasó, ¿dónde estabas? ¿Qué fue lo ocurrió contigo?
—... ¿Qué?
—Sí, es confuso. Un día simplemente te tragó la tierra y nadie supo más nada de tí. Te busqué por todos lados, inclusive en el Mundo Onírico; le debo favores a media población mágica — dijo con burla, y seguía caminando — . Pero no importa, porque finalmente te encontré después de tanto tiempo, Gabe, y yo...
—Woah — el moreno hizo un gesto de alto para que dejara de acercarse. El rubio enarcó una ceja.
—Lo sé, lo sé. Estoy hablando mucho, pero estoy nervioso — se rascó la cabeza, suprimiendo las ganas de apretarlo contra él, llorar y besarlo en público — ; ya sabes como soy...
—No, de hecho no tengo idea.
La respuesta armó un silencio incómodo entre ambos, mientras la gente parecía saber que no debía caminar cerca de esos dos.
—... ¿No tienes idea?
—Uhm... no sé quién es usted — le aclaró despacio, mirándolo con prudencia — . Me llamó por mi nombre y dijo todas estas cosas; pero realmente no lo conozco, senhor.
Cinco años, tres meses, veintidós días, cinco horas.
—¿Qué... ? —sonrió a medias — ¿Estás bromeando, verdad? Es de mal gusto, Gabe. Estuve muy angustiado...
—No es mi cara de chiste — señaló, serio — . Y no sé si usted me está jugando una mala pasada. No sé quién es o qué quiere de mí.
No, no era broma. Para nada. Los ojos de Gabriel eran honestos.
No podía ser.
—... soy Arthur. Arthur Kirkland — se señaló el pecho dando otro paso, en shock — . Reino Unido, Inglaterra.
—Claramente es de allí, por su acento — le contestó, sosteniendo la mochila de las manijas — . Pero no conozco a ningún Arthur.
—No... no...
Las manos del británico comenzaron a temblar y se las tuvo que sostener para no hacer un espectáculo. Balbuceó cosas inconexas, mordiéndose la boca para callar el sollozo de las lágrimas al caer en sus mejillas, con sus pupilas abiertas como platos.
—Lamento no ser ese Gabriel, se ve que está sufriendo mucho — acotó luego el moreno, sintiéndose culpable cuando notó la angustia — ¿Quiere que le avisemos a la policía? Quizás puedan ayudarle.
Inglaterra no sabía si partir el cielo con un rayo y fulminar a todos los humanos allí, por puro despecho; caer de rodillas y gritar, o ponerse a reír frenéticamente. O todo a la vez.
No estaba pasando, no estaba pasando.
—...
—¿Señor?
—... Sólo... — tomó aire para hablar — ... perdóname. No tengo malas intenciones — dijo entonces, hilando las palabras en su lengua para sonar coherente — . Estuve buscando a mi esposo por años, porque desapareció.
—Oh Deus, lo siento mucho — el otro dio un paso hacia él — . Debe ser terrible.
—No tienes idea... Gabriel — susurró, su realidad cayéndose a pedazos delante suyo sin remedio. Porque no sólo no recordaba quién era, sino que parecía que no tenía idea lo que él era también — . Lo siento, de verdad. — se secó las lágrimas.
—No, está bien... ehm... ¿quiere que lo acompañe a algún lado?
—Jaja, no — respondió — . No quiero asustarte más. Sólo tengo una pregunta.
—¿Sí?
—... ¿eres feliz?
Cinco años, tres meses, veintidós días, cinco horas y veinte minutos.
Gabriel parpadeó confundido con el ceño fruncido, porque nada de ese encuentro tenía algo de sentido. ¿Por qué la confusión era sobre una persona tan precisa? Quizás...
—Sí.
Arthur se mordió la lengua.
—Bien. Es lo único que me alivia ahora — sonrió forzadamente, esquivando la mirada ¿Habría hecho una vida nueva, alejado de todo lo que ellos eran? ¿Cómo era eso siquiera posible? — . Disculpa la intromisión, Gabriel. Gracias.
—Señor, si hay algo que pueda hacer...
—Ya no.
Aquella respuesta fue más fría de lo que había calculado, pero no pudo evitarlo. Ahora estaba triste y furioso; no con él, sino con su maldito Destino. Le dio la espalda, terminando de aceptar lo que había pasado y comenzó a caminar, rígido, alejándose de él. Pensando y no pensando. Pensando y no pensando.
—¡Arthur! — se aventuró a llamarlo por su nombre; dio unos pasos hacia él, pero el rubio no volvió a voltear — ¡Espera!
Quedó confundido y de alguna manera que no entendía por qué, herido. Como un viejo dolor sin explicación.
Hora cero, cuarenta minutos.
La marea de gente pronto los separó de nuevo, perdiéndolos en la multitud de Praga.
Hora cero, cuarenta y un minutos.
Hora cero, cuarenta y dos minutos...
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