9
Voy a Anyang en coche el miércoles por
la mañana. Mi nivel de entusiasmo está
donde siempre está en estos casos. ¿En
una escala del 1 al 10 en felicidad y
diversión? Un cero.
No es habitual que tenga que ir a casa
durante el año escolar, pero a veces no
tengo otra opción. Por lo general ocurre
si el mecánico a tiempo parcial que
trabaja en el taller de mi padre no puede cubrir a Jae cuando este lleva a mi padre a sus citas con el médico. Hoy es uno de esos días, pero me convenzo a mí mismo de que puedo gestionar sin
volverme loco un par de horas de
cambios de aceite y puestas a punto.
Además, será un buen calentamiento
para el verano. Tiendo a olvidar lo
mucho que odio trabajar en el taller, y
ese primer día de regreso siento como si
me acabaran de enviar a la primera línea en una zona de guerra. Mi estómago se retuerce y el miedo me da una bofetada cuando me doy cuenta de que esta será mi vida durante los próximos tres meses.
Al menos, dar el primer paso hoy me
hará deshacerme de parte del pánico. La
camioneta de Jae ya no está cuando aparco mi pick-up frente al taller
mecánico «Kim e hijos». El nombre es
un poco irónico ya que se llama así
desde mucho antes de que mis padres
tuvieran ningún hijo. Mi abuelo dirigía
el negocio antes de que mi padre se
hiciera cargo, y supongo que en algún
momento albergó la esperanza de
engendrar una buena prole masculina.
Sin embargo, solo engendró uno, por lo
que técnicamente el taller debería
haberse llamado Kim e HIJO.
El taller es una edificación pequeña
de ladrillo en cuyo interior solo hay
espacio para dos elevadores. Pero los
escasos metros cuadrados en realidad no afectan mucho al negocio, ya que no está en auge que digamos. K & H hace el
suficiente dinero como para cubrir los
gastos y pagar las facturas de mi padre y
la hipoteca de nuestro bungaló, que se
encuentra en la parte trasera de la
propiedad. Cuando era pequeño, odiaba
que nuestra casa estuviera tan cerca de
la tienda. Nos solíamos despertar de
repente en medio de la noche con golpes
en la puerta de algunos clientes, que
llamaban porque su coche se había
averiado, o por las llamadas telefónicas
de la compañía de grúas avisando de
que nos traían un vehículo.
Desde el accidente de mi padre, lo
cierto es que esa proximidad se ha
convertido en una ventaja, ya que uno
puede ir de casa al trabajo en menos de un minuto.
No es que él ahora pase mucho
tiempo en el taller. Jae es el que hace
todo el trabajo, mientras papá bebe
hasta la estupidez en el sillón reclinable
de la sala de estar.
Me acerco a la puerta de metal
abollado, que está cerrada y con el
cierre echado. Un trozo de papel a rayas
está pegado con un trozo de cinta
americana y de inmediato reconozco la
letra de mi hermano.
LLEGAS TARDE.
Dos palabras, todas en mayúscula.
Mierda, Jae estaba enfadado.
Utilizo mi juego de llaves para abrir
la puerta lateral, a continuación entro al interior y le doy al botón que hace que la enorme puerta mecánica vaya hacia
arriba. Todavía hace frío afuera, pero yo siempre dejo la puerta abierta sin
importarme que la temperatura sea
gélida. Es mi único requisito para
trabajar aquí. El penetrante olor a aceite
y tubo de escape me da ganas de
suicidarme.
Jae me ha dejado una lista de cosas
que hacer, pero por suerte no es
demasiado larga. El viejo Buick
aparcado en la calzada necesita un
cambio de aceite y que le cambie un
faro. Eso está tirado. Me planto un mono azul con el logotipo K & H en la parte posterior, giro el dial de la radio hasta la primera emisora de heavy que aparece y me pongo a currar.
Pasa una hora antes de que me tome
mi primer descanso. Bebo agua
directamente del grifo del lavabo de la
oficina y después salgo a la calle a
fumarme un cigarrillo rápido.
Acabo de pisar la boquilla con mi
bota de punta de acero cuando oigo el
sonido de un motor en la distancia. Mi
pecho me aprieta cuando vislumbro el
para choques delantero de la furgoneta
blanca de mi hermano, atravesando los
árboles que bordean el largo camino.
Como un cobarde, entro al taller y
corro hasta el capó abierto del Buick.
Me inclino y finjo que reviso el motor.
También finjo que estoy demasiado centrado en mi trabajo como para
escuchar los portazos de las puertas de
la furgoneta y la áspera voz de mi padre
soltándole algo a mi hermano. Oigo dos
pares de pasos, uno lento y pesado,
alejándose del camino de tierra; y otro
rápido y cabreado, entrando en el taller.
Jae.
—No has podido acercarte a
saludarle, ¿no? —me pregunta mi
hermano mayor enfadado.
Me enderezo y cierro el capó.
—Lo siento, estaba terminando con
esto. Me pasaré por casa antes de irme.
—Más te vale, porque me acaba de
soltar una bronca por esa movida y ni
siquiera he sido yo el que no ha ido a
saludar. —Las oscuras cejas de Jae se juntan formando un ceño disgustado. Da la sensación de que quiere darme alguna lección más, así que rápidamente, antes de que siga, cambio de tema.
—Y entonces, ¿qué ha dicho el
médico?
Jar responde en tono regular.
—Que tiene que dejar de beber o se
va a morir.
No puedo dejar de resoplar.
—Buena suerte con eso.
—Por supuesto que no va a dejarlo.
Él está bebiendo PARA morir. —Jae
sacude la cabeza con furia—. Antes del
accidente, era una adicción. Ahora creo
que es un propósito.
Dios. Nunca he escuchado un análisis más deprimente en mi vida.
No obstante, no puedo discutírselo. El
accidente fue realmente el punto de
inflexión; provocó que mi padre
recayera y prácticamente borró todos los años de sobriedad. Los BUENOS años, joder. Tres años enteros teniendo de nuevo un padre.
Cuando yo tenía catorce años, su
último periodo en la clínica de
desintoxicación milagrosamente
funcionó. Había estado sobrio un año
entero antes de que mi madre se
marchara, y esa fue la única razón por la que accedió a que nos quedáramos con él. Durante el divorcio, tuvimos la
posibilidad de elegir con cuál de los dos
queríamos vivir y, como Jae no quería cambiarse de instituto y se negó a dejar
a su novia, decidió quedarse con nuestro padre. Y yo elegí quedarme con mi hermano mayor. No solo porque lo
idolatraba, sino porque cuando éramos
pequeños, los dos hicimos la promesa
de cuidar siempre el uno del otro.
Papá se mantuvo sobrio dos años más
después de eso, pero creo que el
universo estaba decidido a que a la
familia Kim no se le permitiera ser
feliz y, cuando yo tenía dieciséis años,
mi padre sufrió un brutal accidente de
coche mientras regresaba de dejarnos
con nuestra madre.
Sus dos piernas quedaron aplastadas.
Y cuando digo APLASTADAS, me refiero a que tuvo suerte de no quedarse
paralítico. Tenía unos dolores de morir,
pero los médicos eran reticentes a
recetar analgésicos a un hombre con un
historial destructivo de adicciones.
Dijeron que había que vigilarle 24 horas
al día, así que Jae dejó la universidad
para volver a casa y poder ayudarme a
cuidar de él. David, el nuevo marido de
mamá, se ofreció a pedir un préstamo
para poder contratar a alguien para
cuidar a papá, pero le aseguramos que
podíamos gestionarlo. Porque, en ese
momento, honestamente pensábamos que podíamos. Las piernas de papá se
curarían, y si iba a rehabilitación, tal y
como los médicos habían indicado,
podría caminar normalmente en el futuro.
Pero una vez más, el universo tenía
otra dosis de «que os jodan» para los
Kim. Papá estaba en una agonía tal que
volvió a beber para minimizar el dolor.
Tampoco terminó su rehabilitación
física, lo que significa que sus piernas
no se curaron como deberían haberlo
hecho.
Así que ahora tiene una cojera muy
pronunciada, dolor constante y dos hijos que se han resignado al hecho de que estarán cuidando de él hasta el día que se muera.
—¿Qué hacemos? —pregunto con
gravedad.
—Lo mismo que hemos hecho siempre. Hacemos lo que hay que hacer y cuidamos de nuestra familia.
La frustración retuerce mis tripas y se
enreda con el nudo de culpa que ya
descansa ahí. ¿Por qué es NUESTRA
obligación sacrificarlo todo por él?
Porque es tu padre y está enfermo.
Porque a tu madre le tocó hacerlo
durante catorce años y ahora os toca a
vosotros.
Otro pensamiento emerge a la
superficie, uno que ya he tenido antes y
que hace que me entren ganas de vomitar cada vez que aparece por mi cabeza.
Las cosas serían mucho más fáciles
si se muriera.
Cuando la bilis quema mi garganta,
aparto esa idea repugnante y egoísta. No quiero que se muera. Es posible que sea
un desastre, un borracho y un auténtico
gilipollas a veces, pero sigue siendo mi
padre, joder. Él es el hombre que me
llevaba a los entrenamientos de hockey,
lloviera o hiciera sol. El que me ayudó a
memorizar las tablas de multiplicar y el
que me enseñó cómo atarme los zapatos.
Cuando estaba sobrio, era muy buen
padre, y eso es algo que solo hace que
toda esta situación sea mucho peor.
Porque no le puedo odiar. NO le odio.
—Escucha, he estado pensando… —
paro, tengo demasiado miedo a la
reacción de Jae. Toso, cojo otro
cigarrillo del paquete y me voy hacia la
puerta—. Vamos a hablar fuera un momento.
Un segundo después, aspiro una buena
calada de mi cigarro, esperando que la
nicotina me dé una dosis muy necesaria
de confianza. Jae me mira con
desaprobación antes de soltar un suspiro de derrota.
—Dame uno de esos, anda.
Mientras se lo enciende, exhalo una
nube de humo y me obligo a continuar.
—Un agente de Nueva York ha
mostrado cierto interés. Es un agente
deportivo muy gordo. —Dudo—. Piensa
que no tendré ningún problema en firmar con un equipo si voy por libre.
Las facciones de Jae se endurecen al
instante.
—Eso podría significar firmar por una buena cantidad. Y un contrato.
¡DINERO, Jae! —La desesperación
aprieta mi garganta—. Podríamos
contratar a alguien para llevar el taller y
a un enfermero a tiempo completo para
papá. Tal vez incluso podríamos pagar
la casa…, si el contrato es lo
suficientemente grande.
Mi hermano suelta una carcajada
burlona.
—¿Cómo de grande es el contrato que
crees que puedes pillar, Seokjin? Seamos serios, por favor. —Sacude la cabeza—. Mira, ya hemos hablado de esto. Si lo que querías era ir a la liga profesional, deberías haber elegido la ruta de los clubes. Pero querías licenciarte en la universidad. No puedes tener las dos cosas.
Sí, elegí la licenciatura. Porque sabía
muy, muy bien, que si cogía la opción
alternativa, nunca dejaría la liga y eso
significaría joder bien a mi hermano.
Habrían tenido que quitarme el palo de
hockey haciendo palanca, de mis manos
muertas y congeladas, para que dejara
de jugar.
Pero ahora que se acerca el momento
en el que Jae y yo nos intercambiamos
el papel, estoy aterrado.
—Podría ser un montón de dinero —
murmuro, pero mi débil intento de
convencerlo no funciona. Jae ya está
negando con la cabeza.
—Ni de coña, Jinnie. Tenemos un trato. Incluso si firmaras con un equipo,
no te darían todo ese dinero por
adelantado y se necesitaría mucho
tiempo para poner en orden todo aquí.
Yo no tengo tiempo, ¿vale? Medio
segundo después de que te pongan tu
diploma en la mano, me largo de aquí.
—Oh, vamos. ¿Esperas que crea que
vas a desaparecer de pronto rollo
Houdini?
—Jennie y yo nos vamos a Europa en
mayo —dice Jae en voz baja—.
Salimos el día después de tu graduación.
La sorpresa me golpea.
—¿Desde cuándo es eso?
—Llevamos planeando esto durante
mucho tiempo. Ya te lo dije; queremos viajar durante un par de años antes de
casarnos. Y luego queremos pasar algún
tiempo en Jeju antes de buscar una
casa en Anyang.
Mi pánico se intensifica.
—Pero ese es todavía tu plan, ¿no?
Vivir en Anyang y trabajar aquí,
¿verdad?
Ese era el trato que hicimos cuando
yo acabé el instituto. Jae se encarga del
fuerte mientras yo estoy en la
universidad; después me ocupo yo, hasta que él y su novia se establezcan por la zona; y entonces él volverá a gestionar el taller y yo seré otra vez libre.
Claro que para entonces yo ya tendré
veinticinco años, y las probabilidades
de jugar al hockey profesional no serán tan favorables. Sí, puede ser que acabe
en la Liga AHL en alguna parte, pero no
sé lo interesados que estarán muchos de
los equipos de la NHL en pillarme a mí
en ese punto.
—Ese sigue siendo el plan —me
asegura—. Jennie quiere vivir en un
pueblo y criar a nuestros hijos aquí. Y a
mí me gusta ser mecánico.
A mí, para nada.
—Y tampoco me importa cuidar a
papá. Yo… —respira con dificultad—.
Yo solo necesito un descanso, ¿vale?
Mi garganta se ha cerrado con fuerza,
así que me conformo con asentir con la
cabeza. Después apago el cigarro y
fuerzo una sonrisa hasta que finalmente recupero mi voz.
—Todavía tengo que cambiar ese
faro. Será mejor que me ponga a ello.
Caminamos dentro del taller. Jae se
dirige a la oficina mientras yo arrastro
los pies de nuevo hasta el Buick.
Quince minutos más tarde, cuelgo mi
mono en uno de los ganchos de la pared, grito un «adiós» precipitado y
prácticamente corro hasta mi pick-up.
Y espero con todas mis fuerzas que
mi hermano no se dé cuenta de que no
saludo a nuestro padre.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro