7
Mi padre aún no ha llegado al Coffee
Hut cuando entro, así que voy a la barra
a pedir un té verde y después busco un
par de sillones cómodos en una esquina
del local. Es sábado por la mañana y la
cafetería está desierta. Imagino que la
mayoría de la gente estará
probablemente curándose de sus resacas de la noche del viernes.
Cuando me acomodo en el sillón aterciopelado, la campana sobre la
puerta tintinea y mi padre entra en la
cafetería. Está vestido con su chaqueta
marrón característica y unos pantalones
caquis almidonados, un modelo al que
mi madre siempre llama su «look de
profesor serio».
—Hola, cariño —me saluda—. Voy
primero a por un café.
Un minuto más tarde, se une a mí en la
esquina; parece más agobiado que de
costumbre.
—Siento llegar tarde. Pasé por la
oficina a recoger unos papeles y una
estudiante me retuvo. Quería hablar de
su proyecto de fin de semestre.
—No te preocupes, acabo de llegar.
—Abro la tapa de mi taza y el vapor sube hasta mi cara. Soplo el líquido
caliente un instante y después le doy un
sorbo—. ¿Qué tal tu semana?
—Caótica. Me preocupaba la calidad
de los trabajos que me estaban
entregando, así que he ampliado las
horas de tutoría para que los estudiantes que tengan dudas sobre el examen puedan venir. He estado en el campus hasta las diez de la noche cada día.
Frunzo el ceño.
—Sabes que tienes un asistente,
¿verdad? ¿No te puede ayudar?
—Lo hace, pero ya sabes que me
gusta interactuar con mis alumnos.
Sí, sí que lo sé. Y estoy seguro de que, justo por eso, todos sus estudiantes lo adoran. Mi padre enseña biología
molecular para estudiantes de postgrado en la NSU, un curso que no creo que sea demasiado popular; sin embargo, hay hasta lista de espera para entrar en su clase. Me he sentado en algunas de sus conferencias durante los últimos años, y tengo que admitir que tiene una manera estupenda de hacer que un material absolutamente aburrido parezca interesante.
Mi padre sorbe su café, mirándome
por encima del borde de la taza.
—Bueno, he hecho una reserva en el
Ferro para el viernes a las seis y media.
¿Le va bien al cumpleañero?
Elevo las cejas. No soy PARA NADA de ese tipo de personas que adoran los cumpleaños. Prefiero las celebraciones de perfil bajo, y en mi mundo perfecto ni siquiera se celebraría. Pero mi madre es un monstruo de los cumpleaños. Fiestas sorpresa, regalos de broma, obligar a los camareros a cantar en restaurantes…
Lo que quiere es infligir la mayor
cantidad de dolor y tortura posible. Creo
que le da un chute de adrenalina
avergonzar a su único hijo. Pero desde
que se mudó a París hace tres años, no
he tenido la oportunidad de pasar mi
cumpleaños con ella, así que ha
reclutado a mi padre para que tome el
control en las funciones de humillación.
—Él cumpleañero solo aceptará ir si puedes prometer que nadie le va a cantar nada en la mesa.
Mi padre palidece.
—Señor, ¿crees que YO quiero pasar
por eso? De ninguna manera, cariño.
Vamos a tener una cena agradable y
tranquila, y cuando hables con tu madre y le cuentes cómo ha ido, puedes decirle que una banda de mariachis se acercó a nuestra mesa y te cantó solo a ti.
—Trato hecho.
—¿Seguro que no te importa que no
cenemos el día de tu cumpleaños? ¿De
verdad? Si quieres celebrarlo la noche
del miércoles, puedo cancelar las horas
de tutoría.
—El viernes es perfecto —le
aseguro.
—Muy bien, en ese caso tenemos una
cita. Ah, y hablé con tu madre de nuevo
ayer por la noche —añade—. Me
preguntó si habías reconsiderado lo de
cambiar tu vuelo a mayo. Le encantaría
verte durante tres meses en lugar de dos.
Dudo un instante. Me apetece
muchísimo visitar a mi madre este
verano, pero ¿tres meses? Incluso dos es
demasiado…, por eso insistí en volver
la primera semana de agosto, a pesar de
que el semestre no empieza hasta final
de mes. A ver, no quiero que se me
malinterprete: yo adoro a mi madre. Es
divertida y espontánea, y tan
dicharachera y llena de vida, que es
como tener a tu propia animadora personal agitando sus pompones
mientras te persigue. Pero a la vez es…
agotadora. Es una niña en el cuerpo de
una mujer adulta, que actúa dejándose
llevar por sus caprichos, sin detenerse a
tener en cuenta las consecuencias.
—Lo pensaré —respondo—. Tengo
que pensar si tengo la energía suficiente
como para seguirle el ritmo.
Mi padre se ríe.
—Bueno, ambos sabemos que la
respuesta a eso es «no». Nadie tiene
energía suficiente para seguirle el ritmo
a tu madre, cariño.
Desde luego, ÉL no la tuvo, pero por
suerte su divorcio fue amistoso al cien
por cien. Creo que cuando mi madre le
dijo que quería dejarlo, mi padre se sintió más aliviado que disgustado. Y
cuando decidió mudarse a París con el
propósito de «encontrarse a sí misma» y
«volver a conectar con su arte», él la
apoyó en todo.
—Te diré algo este fin de semana, ¿de
acuerdo? —Voy a coger mi té, pero mi
mano se congela cuando suena el
tintineo de la puerta de nuevo.
Un chico de pelo oscuro con una
chaqueta de hockey de la NSU entra y, por un momento de infarto, creo que es
Jin.
Pero no. Es otro chico. Más bajo, más
ancho y no tan devastadoramente guapo.
La decepción palpita en mí, pero me
obligo a quitármela de encima. Incluso si Jin hubiese entrado por esa puerta,
¿qué espero que pueda pasar?: ¿que se
acerque a la mesa y me bese?, ¿que me
invite a salir?
Ya, fijo que sí. Le di un orgasmo
anoche y ni siquiera se quedó el tiempo
suficiente para darme un beso de
despedida. Así que sí, tengo que
enfrentarme a los hechos: solo soy uno
más en la larga lista de conquistas de
Kim Seokjin.
Y honestamente, me parece perfecto
que sea así. Por muy decepcionante que
haya podido ser, eh… haber sido
«conquistado» por Jin, es, de lejos,
el momento más destacado en mi primer año de universidad.
***
—¿Alguna vez una chico ha fingido un
orgasmo contigo? —suelto. Son las ocho
de la mañana del lunes y golpeo
nerviosamente mis dedos sobre la
encimera de la cocina, mientras miro a
mi compañero de piso.
Yoongi, que estaba yendo hacia la
nevera, se detiene en seco de una forma
tan brusca, que si hubiera llevado
patines estaría limpiando virutas de
hielo de mi cara en este momento.
—Lo siento, no te he oído bien. ¿Qué
has dicho?
Su expresión es la personificación de
la inocencia, por lo que, hasta después de decirlo otra vez , no me doy cuenta
de que me está tomando el pelo. Yoongi se parte de risa, literal, y unas lágrimas
corren por sus mejillas mientras tiembla
por las carcajadas.
—Te he entendido perfectamente bien
la primera vez —grazna—. Solo quería
escucharte cómo me lo preguntabas de
nuevo… Oh, joder… Creo que podría
mearme en los pantalones… —Otro
aullido sale de su garganta—. ¿Te has
zumbado a un tío y ha fingido correrse?
Aprieto mis dientes con tanta fuerza
que me hago daño en las muelas. ¿Qué
coño me ha hecho pensar que confiar en Yoongi sería una buena idea?
—No —murmuro.
Yoongi sigue riéndose como un loco.
—¿Cómo sabes que ha fingido? ¿Te
lo dijo después? Oh, Dios, por favor,
¡dime que sí!
Miro fijamente mi taza de café.
—No me dijo nada. Es solo que me
ha dado esa sensación, ¿vale?
Yoongi abre la nevera y coge un cartón
de zumo de naranja, todavía riéndose
para sus adentros.
—Esto no tiene precio. El semental
del campus no puede hacer que un
chico se corra. Es oficial, tronco, me has
dado suficiente munición como meterme contigo durante años.
Sí, estoy seguro de eso. Nadie dijo
nunca que yo fuese un tipo listo.
¿Y por qué coño sigo obsesionado con esto? Todo el fin de semana he
estado luchando contra la tentación de ir a ver a Jungkook. Me he obligado a estudiar para los exámenes. He jugado en la consola al Ice Pro en un maratón de seis horas con Hoseok. Incluso he limpiado mi cuarto y he hecho la colada.
Pero esta mañana, nada más abrir los
ojos, no podía soportarlo más.
Se me da guay, hostias. Las personas
saben que cuando se enrollan con Kim Seokjin van a salir con una sonrisa de
satisfacción en la cara, y me enloquece
pensar que Jungkook haya podido quedarse insatisfecho. La idea me ha estado carcomiendo la cabeza durante días.
Varios días, joder.
¿Sabes qué? A tomar por culo. Puede que no tenga su número, pero sé dónde
vive, y ni de coña seré capaz de
concentrarme en absolutamente nada hoy hasta que no haya arreglado esta
movida.
Dejar a un chico con las ganas no
solo es vergonzoso: es inaceptable.
Treinta minutos más tarde, estoy de pie
delante de la puerta de Jungkook.
Aparecer en la residencia de un
chico a las ocho y media de la mañana
puede no ser la mejor forma de ganar
puntos, pero dado que mi estúpido ego
se niega a olvidarse del tema, cojo aire
y toco en la puerta con los nudillos.
Jungkook abre un segundo después. Vestido solo con un albornoz.
Sus ojos se abren como platos cuando
me ve, y la voz que le sale es una
especie de gritito agudo.
—Hola.— lindo, muy lindo.
Trago saliva y hago todo lo posible
para no pensar en que, probablemente,
este desnudo bajo la bata. La tela de
toalla blanca cuelga hasta sus rodillas,
el cinturón está sujetado con firmeza
alrededor de su cintura, pero la parte de
arriba está ligeramente abierta y puedo
ver sus clavículas afiladas.
—Hola. —Mi voz suena ronca, así
que me aclaro la garganta—. ¿Puedo
entrar?
—Eh. Claro.
Él cierra la puerta detrás de mí yluego se da la vuelta, con una sonrisa
incómoda en sus labios.
—No tengo mucho tiempo. Mi último
seminario de Psicología es en una hora y tengo que vestirme y atravesar andando todo el campus.
—Está bien. Yo tampoco tengo mucho
tiempo. Tengo grupo de estudio en
treinta minutos. —Meto las manos en los bolsillos para evitar que se muevan
inquietas. Estoy nervioso y no tengo ni
idea de por qué. Nunca he tenido
problema en hablar con alguien antes.
—¿Qué pasa? —Con aire
despreocupado, se sujeta la apertura del
albornoz, como si se hubiera dado
cuenta de que está peligrosamente cerca de abrirse de par en par.
—No acabaste, ¿verdad? —La pregunta sale volando antes de que pueda detenerla.
—¿Acabar qué…? —se detiene y un
rubor ascendente aparece en sus mejillas cuando cae en lo que acabo de decir—. Oh. ¿Te refieres a…?
Aprieto los dientes y asiento.
—Bueno…, no —confiesa—. No
acabé.
Me esfuerzo por mantener la boca en
una posición que no me permita
fruncirla.
—¿Por qué me dijiste que sí lo
hiciste?
—No sé. —Suspira—. Tú ya habías
terminado. Y supongo que no quería dañar tu ego, ni nada de eso. El otro día
leí un artículo sobre cómo los hombres
son sensibles a ese tipo de cosas. Cómo
se desencadenan sentimientos negativos
si sus parejas no alcanza el orgasmo. Pero ¿sabías que aproximadamente el 10 por ciento de las mujeres no tienen ningún orgasmo durante la actividad sexual? Así que teniendo en cuenta esa
estadística, los hombres realmente no
deberían sentirse…
—Estás hablando sin control otra vez.
Su expresión es tímida.
—Lo siento.
—No me molesta. Me alegra escuchar
que estás preocupado por mi ego. —
Sonrío—. Porque hay razones para estarlo.
Jungkook parece sorprendido.
—¿Por?
—Porque no me he quitado de la
cabeza que la última vez no te di un
orgasmo. —Me encojo de hombros—. Y
me muero de ganas de cambiar eso.
^^^^
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro