32
—¿Unas cervecitas en el Malone’s? —
pregunta Yoongi cuando salimos del
estadio, después de jugar el que
probablemente haya sido el peor partido de toda mi carrera en el hockey.
Aprieto los dientes.
—Tengo planes con Kook. Pero si no los tuviera, no me iría a celebrar nada a un puto bar, tronco.
Se pasa la mano por el pelo rubio y húmedo tras la ducha.
—Sí, ha sido duro ahí fuera. Pero ya está. El partido ha terminado. No tiene
sentido mortificarse.
En momentos como este es cuando me
pregunto por qué juega al hockey. ¿Para
follar? Porque desde el día en el que se
unió al equipo, Yoongi ha mostrado una
total falta de pasión por nuestro deporte.
Una lástima, la verdad, porque es un
jugador increíble. Pero no tiene ningún
interés en jugar al hockey después de la
universidad, por lo menos no
profesionalmente.
—En serio, tío, deja de fruncir el ceño —me ordena Yoongi —. Vente al bar con nosotros. Le he conseguido un carnet
falso al nuevo y le voy a enseñar unas cuantas cosas esta noche. Me vendría
bien un poco de compañía.
El «nuevo» a quien Yoongi ha puesto bajo su ala y a quien está llevando por el camino de la perdición.
—Naah, esta noche paso. Jungkook y yo
vamos a ver una peli en casa.
—Qué coñazo. A no ser que veáis la peli en pelotas, en cuyo caso, lo apruebo.
La verdad es que sí que espero que hoy acabemos en pelotas. Necesito
desesperadamente liberar toda la tensión acumulada que me ha estado
atormentando desde que hemos entrado
cabizbajos en el vestuario después del pitido final, dejando detrás de nosotros
una amarga y pestilente estela de un 0-5.
Vale, no es más que un partido de
pretemporada y no cuenta para las
clasificaciones, pero si hay que llevarse
algo de la derrota de esta noche es esto:
estamos muy lejos de estar preparados… Y nuestro primer puto partido es la próxima semana, joder.
Además, los que nos han pegado esta
paliza son los de Incheon, algo que me cabrea incluso más, porque el equipo de Incheon está formado por gilipollas y capullos.
Sigo preocupado por el partido cuando atravieso la puerta de Jungkook un poco más tarde. Me saluda con lástima al ver mi cara.
—No ha ido bien, ¿verdad? —Se acerca y me rodea con sus brazos, sus labios suaves rozan mi piel dándome un beso suave en el cuello.
—El equipo sigue sin consolidarse —
contesto irritado—. El entrenador no
para de reorganizar las líneas para
encontrar la fórmula en la que todo
encaje bien, pero es como si mezclara
piezas de distintos puzzles aleatoriamente.
Es frustrante, especialmente porque
Yoongi y yo somos una máquina bien
engrasada cuando jugamos en la misma
línea. Pero también somos los mejores
defensores del equipo, así que el
entrenador nos divide con la esperanza de que ayudemos a las otras líneas a no
ser tan rematadamente patéticas. Yo
ahora juego con Brodowski, que necesita mejorar tanto, que parece que
me encargo yo solo de la zona defensiva.
—Estoy convencido de que irá a mejor —me asegura—. Y te prometo que estaré animándote desde las gradas la próxima semana.
Sonrío.
—Gracias. Sé el gran sacrificio que eso supone para ti.
Jungkook suspira.
—El más grande del mundo. — Recoge una camiseta del suelo y la echa al cesto de la ropa sucia—. Ordeno todo esto un momento y ponemos la peli, ¿te parece?
—Por supuesto. —Le doy una patada
a mis zapatillas y me desabrocho la
cazadora. Lo miro pasearse por la
habitación recogiendo ropa por todas
partes. Supongo que es toda de su
compañero de cuarto. Madre mía, Woozy debe de adorar a Jungkook: un increíble compañero de piso y un señor de la limpieza con un TOC, fusionados en un cóctel adorable.
Jungkook se agacha para coger un calcetín metido entre el escritorio y la
cama de Woozy, y ver su culo en pompa
me hace gemir.
Gira la cabeza y me mira por encima
de su hombro.
—¿Estás bien?
—Oh, sí. Quédate en esa posición un
minuto. En esa posición EXACTA.
—Pervertido.
—Tienes razón. ¿Cómo me atrevo a
disfrutar de la visión del culo de mi
novio así, sexy y en pompa? —Tengo la
garganta seca—. Esta noche quiero
follarte así mismo.
Su respiración se corta.
—No me parece mal.
Me río por su respuesta burlona.
—Entonces sube a la cama. Desnúdate. Ahora. Orgasmo extra si te das prisa.
Se quita la camiseta y su pantalón en un tiempo récord, y yo me río mientras me desabrocho el botón de los vaqueros.
—Dios, cualquiera diría que no he
estado colmando tus necesidades.
Su mirada sigue el movimiento de mis
dedos mientras me bajo la cremallera.
Me encanta cómo me mira. Hambriento y con admiración, como si no pudiera
saciarse.
Un minuto después, estoy desnudo y
tengo un condón puesto. Esta noche no
necesito juegos previos: estoy empalmado como una roca y con muchas ganas de darle. Pero eso no me impide jugar con él un poquito.
Me arrastro entre sus piernas y le beso la cara interna de los muslos. Su piel es suave como la de un bebé, sedosa bajo mi lengua, y cuando subo para lamerle su entrada, sus dedos se enredan en mi pelo y me impide que me mueva de ahí.
Me río entre dientes y le doy lo que me pide. Lametazos suaves y lentos, y besos dulces, aprovecho en preparar su entrada introduciendo mis dedos junto con mi lengua de manera lenta al principio haciendo que pierda la cabeza y suelte gemidos entrecortados hasta que se retuerce en el colchón. Pero no dejo que termine. Su primer orgasmo es siempre el más intenso y quiero sentir cómo me aprieta la polla y gime mi nombre cuando se corre.
Le doy un último beso, lo cojo de las
caderas y le doy la vuelta.
—A cuatro patas, bebé. Acércame ese culito.
Y me lo acerca. Su culo firme choca contra mi ingle cuando me pongo de
rodillas detrás de él, después lo frota
contra mi polla, enviando un rayo de
calor por mi columna vertebral. Dos
meses juntos y sigue volviéndome loco.
Deshaciendo mi puto cerebro con el
placer que me da.
Agarro mi erección y la acerco a su
culo; la bajo por su piel hasta que
encuentra la apertura. La expectación
calienta el aire. Este es mi momento
favorito, el pequeño toque de succión en la punta, saber que pronto estará
apretándomela fuerte, rodeándome con
su calidez.
Esto es tan perfecto que me deslizo
perfectamente con mi primer impulso,
llenándolo hasta el final. Lo follo lentamente al principio, para prolongarlo, pero cada profundo golpe
confunde mi cerebro más y más, y pronto el ritmo lento se convierte en rápido; un ritmo implacable que me hace gemir de forma desenfrenada. Pero aunque he hablado antes de tirármelo a cuatro patas, esta posición es demasiado… impersonal. Así que tiro de él para que su espalda quede pegada contra mi pecho y jugueteo con sus pezones mientras empujo mi pelvis hacia arriba.
Su cabeza está de perfil y aprovecho
para presionar mis labios contra su
cuello. Respiro su piel, chupando su
suave y fragante carne, mientras empujo dentro de él. Golpes rápidos
y poco profundos que nos hacen jadear a los dos. Acaricio su cuerpo con una
mano, rozando sus pezones, bajando hasta su vientre, hasta que encuentro su
polla llorosa y lo froto; de manera suave que contrastan con los golpes rápidos de mi polla.
Hemos avanzado mucho en simultanear nuestras respuestas, en sincronizar nuestros cuerpos para acabar estremeciéndonos en el placer final al
mismo tiempo. Nos derrumbamos en una maraña sudorosa de brazos y piernas, con la respiración agitada por los orgasmos, besándonos frenéticamente mientras descendemos del clímax.
Después, coge su ordenador portátil, y nos abrazamos bajo la manta esperando a que empiece la película. Ha elegido él, así que, como no podía ser de otra forma, toca una horterada de
Jean-Claude Van Damme, que nos
llevará irremediablemente a un ataque
de histeria. Solo llevamos cinco minutos
de película cuando suena el móvil de
Jungkook.
Se inclina sobre mi pecho para mirar
la pantalla, pero no responde a la
llamada.
—Es Yungyeom —dice cuando le lanzo
una mirada interrogante—. No estoy de
humor para hablar con él ahora. Sigamos con la peli.
El teléfono suena de nuevo. Jungkook hace un ruido frustrado y le da a Ignorar.
No lo culpo. Yoongi me ha contado que
se ha encontrado con Yungyeom en el bar un par de veces, pero yo no la he visto desde el semestre pasado. Y
personalmente, no me apetece mucho
verlo.
—Probablemente solo quiere ver si
salimos por ahí —dice Jungkook poniendo el teléfono en vibración.
Está a punto de descansar su cabeza
en mi pecho cuando, nada más hacer
contacto, un fuerte zumbido sacude el
colchón.
—OK. Supongo que tenía que haberlo
puesto en silencio en vez de en vibrador.—Se sienta de nuevo, coge el móvil y se queda congelado.
—¿Qué pasa? —intento mirar el teléfono.
Lo gira para que pueda ver la
pantalla.
SOS.
No dice más. Enviado por… ¿quién puede ser? ¡Yungyeom!
Tal vez soy un cínico hijo de puta, pero todo esto a mí me huele a manipulación.
Jungkook no contesta al teléfono y Yungyeom le obliga a responder.
—Tengo que llamarlo.
Ahogo un suspiro.
—Bebé, probablemente esté intentando asustarte para que llames
—No. —Jungkook parece afectado—.
Nosotros no usamos el SOS porque sí.
NUNCA. En todos los años que llevamos siendo amigos, solo lo hemos usado dos veces. Una vez lo hice yo en Busan porque pensaba que un tío super raro me estaba siguiendo, y otra vez él, una noche, cuando íbamos al último curso de instituto, que perdió el conocimiento en una fiesta y se despertó sin tener la más remota idea de dónde estaba. Esto va en serio, Jin.
Aunque hubiera querido discutir, él ya está saltando de la cama y llamando
por teléfono.
♡♡♡
Estoy de verdad asustado. Las manos me
sudan, mi corazón galopa y mis
pulmones me queman. Pero supongo que esa es la respuesta normal del cuerpo cuando descubres que tu amigo está retenido contra su voluntad por un grupo de gamberros, cuando te enteras de que ha tenido que esconderse en el cuarto de baño para llamarte, porque esos animales en cuestión han intentado
confiscar su teléfono en cuanto ha dicho
que quería marcharse de allí.
En el asiento de copiloto de la pickup
de Jin repiqueteo mis dedos contra los muslos en un ansioso ritmo.
No quiero pedirle que conduzca más
rápido, porque ya está superando el límite de velocidad. Además no para de
hacerme preguntas; preguntas para las
que no tengo la puta respuesta, porque
Yungyeom me ha colgado hace cinco
minutos y ya no me coge el teléfono.
—¿Qué jugadores de hockey son? —
pregunta Jin por tercera vez en diez
minutos—. ¿La gente de nuestra uni?
—Por última vez, no lo sé. Te he contado todo lo que me ha dicho, Jin, así que, por favor, deja de agobiarme.
—Lo siento —murmura.
Los dos estamos muy nerviosos.
Ninguno sabemos lo que nos vamos a
encontrar cuando lleguemos al motel, y
mientras nos dirigimos a toda velocidad
a las afueras del pueblo, mi conversación con Yungyeom resuena en mi cabeza como un
enjambre de abejas.
—Pensaba que habría más gente
aquí, pero solo están los jugadores. Y
no dejan que me marche, Kook. Me
prometieron que me iban a llevar a
casa y ahora me están diciendo que me
tengo que quedar a dormir en su
habitación, y yo no quiero. Ni siquiera
tengo mi bolso conmigo. Solo el
teléfono. Y no tengo dinero para un
taxi, y nadie quiere venir a
recogerme… Y…
En ese momento ha empezado a llorar
y el miedo ha inundado mi estómago.
Conozco a Yungyeom desde hace mucho
tiempo. Conozco muy bien la diferencia
que hay entre sus lágrimas de cocodrilo y sus lágrimas de verdad. Sé cuándo está
fingiendo tener miedo y cuándo tiene
miedo de verdad. Sé cómo suena su voz
cuando está tranquilo y cómo suena
cuando está aterrorizado.
Y ahora mismo, está aterrorizado.
El trayecto al pueblo está cargado de
tensión. Mis músculos están agarrotados
y el cuerpo me duele cuando llegamos al
motel. El edificio de ladrillo en forma
de L está a las afueras del pueblo y,
aunque no tiene nada que ver con el
bonito hostal de la calle principal del
pueblo, tampoco es un cuchitril de mala
muerte.
Cuando Jin se detiene en el aparcamiento, sus ojos azules se nublan de inmediato. Sigo su mirada y veo un
autobús rojo brillante aparcado en la
acera.
—Es el autobús del equipo de Incheon —dice con tono cortante—. Juegan contra Seúl mañana, así que supongo que tiene sentido que se queden aquí a dormir esta noche.
—Espera, ¿ese no es el equipo contra
el que jugaste hoy?
Asiente.
—Son unos gilipollas, todos y cada
uno de ellos. Incluido el equipo técnico.
Mi preocupación aumenta. Le he oído
antes hablar mal de sus contrincantes,
pero cuando lo hace, es evidente que
siente un cierto respeto. Como por
ejemplo, la rivalidad que existe con elequipo de Seul. Jin puede quejarse de ellos, pero nunca dirá que los jugadores de Seúl son unos capullos y nunca atacaría su personalidad, como acaba de atacar a los chicos esos de Incheon.
—¿De verdad son tan mala gente? —
pregunto.
Apaga el motor y se desabrocha el
cinturón de seguridad.
—Su antiguo capitán fue suspendido
la temporada pasada por romperle el
brazo a un jugador de nuestro equipo. Nuestro chaval ni siquiera tenía el disco en su poder cuando Braxton estrelló su cuerpo contra él. Su capitán es un mierda prepotente patinando junto a nuestro banquillo, escupía a los chicos. Un hijo de puta irrespetuoso.
Saltamos de la pick-up y vamos a paso largo hacia la habitación 33, que es uno de los pocos detalles que pude sonsacarle a Yungyeom mientras sollozaba. Jin me sujeta del brazo y me coloca detrás de él en un gesto protector.
—Yo me encargo de esto —me
ordena.
El brillo letal de sus ojos es
demasiado aterrador como para
discutirle nada.
Golpea la puerta con el puño, con
tanta fuerza que el marco tiembla.
Música a todo volumen resuena desde dentro de la habitación, también se oyen unas risas masculinas que congelan la sangre de mis venas. Es como si estuviesen celebrando una fiesta salvaje ahí dentro.
Un segundo después, un chico alto de
pelo oscuro y perilla aparece en el
umbral. Le echa un vistazo a la cazadora de la NSU que lleva Jin y levanta sus labios en una mueca de desprecio.
—¿Qué coño quieres?
—He venido a buscar a Yungyeom —
suelta Jin.
La música rap sale de la puerta
abierta con toda su potencia; el bombo
vibra bajo mis zapatillas. Echo un
vistazo desde detrás de la ancha espalda
de Jin intentando ver qué está pasando dentro de la habitación, pero todo lo que consigo ver es un muro de grandes cuerpos voluminosos.
Cuatro. Quizá cinco. El terror se arremolina en mi tripa.
Oh, Dios. ¿Dónde está Yungyeom? ¡¿Y por qué coño ha pensado que era buena idea irse de fiesta con estos tíos… SOLO?!
—Vete a tu casa, gilipollas —dice el
jugador con una sonrisa de superioridad—. Acaba de llegar y no necesita que nadie lo venga buscar.
La mandíbula de Jin se convierte en piedra.
—Apártate, Choi.
La música para de repente. Un instante de silencio lo reemplaza. A continuación, oigo el golpe amenazante
de unos pasos que se acercan: son los
compañeros de equipo de Choi, que se colocan detrás de él.
Un rubio gigante con ojos azul claro
le ofrece a Jin una sonrisa burlona.
—Ooooh, qué mono. ¿Te vienes a
nuestra fiesta de después del partido,
Kim? Ah, ya lo pillo. Quieres saborear
lo que se siente al ser campeón ¿verdad?
La carcajada con la que responde Jin no tiene ninguna gracia.
—Sí, tengo una envidia de la hostia
porque has ganado un puto partido de
pretemporada, Gu… Y ahora muévete a un lado para que pueda ver que Yungyeom está bien, porque si le
habéis hecho algo, yo…
—Tú, ¿qué? —se burla otro jugador
—. ¿Nos das una paliza? Sí, inténtalo,
tronco. Ni siquiera un matón como tú
puede con cinco tíos a la vez.
—A no ser que sea por el culo — salta alguien—. Apuesto a que le mola
que le den por el culo.
Los otros jugadores se ríen aún más
fuerte, pero Jin ni se inmuta. Les
muestra una sonrisa agradable y dice:
—Por muy tentador que suene eso de
daros una paliza… A TODOS… creo
que esta noche prefiero pasarla fuera del calabozo. Pero no tengo ningún
problema en llamar a todas las puertas de este hotel, hasta que encuentre la
habitación del entrenador Harrison para advertirle de esta pequeña fiesta de tíos que estáis celebrando. Así será él quien os dé una paliza.
—Probablemente se uniría a nosotros.
Al entrenador le importa una mierda que nos pongamos pedo después del partido —dice Choi con engreimiento.
—Ah, ¿sí? Bueno, estoy seguro de que no le hará ni puta gracia ver lo que te estás metiendo por la nariz.
Jin da un paso hacia delante y yo
instintivamente me tenso; parece que le
va a soltar un puñetazo. Pero lo que hace es darle un golpecito en la nariz. Me fijo mejor y veo unos puntos blancos
pegados en las fosas nasales de Choi.
Jin enseña los dientes en una sonrisa cruel.
—Se te ve la coca, gilipollas. Ahora,
apártate de mi camino. No te muevas,
Jungkook.
Entra a la habitación y yo me quedo
fuera, obligado a que me miren de arriba abajo cuatro jugadores de hockey
cabreados, que aparentemente están
puestos de cocaína. El pánico va
corriendo de arriba abajo por mi espina
dorsal, rápido e incesante, y no se
esfuma hasta que Jin reaparece menos de un minuto después.
Para mi infinito alivio, Yungyeom está
su lado. Sus mejillas están más blancas que la cocaína de la nariz de Choi, sus ojos más rojos que el autobús aparcado fuera, y corre a mis brazos en cuanto me ve.
—Ay, Dios mío —gime, apretándome
hasta dejarme casi sin respiración—.
Gracias. Menos mal que estás aquí.
—Tranquilo. Todo está bien. — Acaricio cariñosamente su pelo—.Venga, vámonos.
Intento llevármelo de allí, pero se detiene y dispara su mirada a la puerta.
—Mi móvil —balbucea—. Me lo ha
cogido.
Señala al jugador que Jin ha llamado Gu, y un gruñido se escapa de la boca de mi novio cuando se echa encima de la puerta.
—¿Le has cogido su puto teléfono?
¿Para qué? ¿Para que no pudiese llamar
pidiendo ayuda cuando vosotros, hijos
de la gran puta, lo violarais en grupo?
Nunca había visto a Jin tan enfadado. Sus ojos azules están desatados, su fuerte espalda tiembla.
—Dame el puto teléfono. Ahora.
Los gilipollas de la puerta se mueven
de un lado para otro, hasta que por fin
uno de ellos saca el iPhone de Yungyeom de su bolsillo trasero. Se lo tira a Jin a la velocidad de la luz, pero mi chico tiene rápidos reflejos y coge la caja de plástico antes de que le dé en toda la cara.
—Id al coche —nos dice sin darse la vuelta.
Me preocupa dejarlo ahí, pero Yungyeom está temblando sin parar, así
que me obligo a alejarme. Mantengo la
mirada fija en la habitación del motel
todo el tiempo y veo cómo Jin se acerca y dice algo que no puedo entender. Sea lo que sea, provoca que todos los jugadores lo miren con cara de asesinos, pero ninguno de ellos actúa de acuerdo a sus impulsos coléricos. Simplemente entran de nuevo y cierran la puerta detrás de ellos.
Me deslizo en el asiento central de la
pick-up y Yungyeom se coloca a mi lado,
presionando su mejilla contra mi hombro.
—He pasado tanto miedo —solloza
—. No me dejaban ir a casa.
Lo obligo a abrocharse el cinturón y
después estiro mi brazo sobre sus
hombros.
—¿Te han hecho daño? —pregunto en
voz baja—. ¿Te han obligado a…?
Niega con la cabeza con vehemencia.
—No. Te lo prometo. Llevaba ahí
solo una hora más o menos, y han estado demasiado ocupados esnifando coca y bebiendo vodka directamente de la botella. Ha sido justo antes de mi
llamada cuando han empezado a
manosearme y a intentar convencerme de que les hiciera un striptease. Cuando les he dicho que me quería marchar, han cerrado la puerta con llave y no me
dejaban salir.
La desaprobación tensa mi mandíbula.
—Dios, Yungyeom. ¿Cómo se te ocurre
IRTE con esos tíos? ¿Por qué has aceptado irte con ellos solo?
Vuelve a sollozar.
—Porque teóricamente no iba a estar
solo. Jess y yo nos los encontramos
después del partido y nos invitaron a ir
al motel, pero Jess tenía que pasar antes
a ver al camello, así que me dio dinero
para el taxi y me dijo que nos
encontraríamos aquí. Pero cinco minutos después de llegar, me escribe un mensaje diciéndome que no viene.
Mi hombro está húmedo; las lágrimas de Yungyeom han calado a través de la
manga de mi camiseta.
—¡Me ha dejado TIRADO! Me ha dejado solo con ellos. ¿Qué tipo de amiga hace eso?
Una amiga egoísta.
Me muerdo la lengua y acaricio su hombro; una parte de mí no puede evitar sentirse responsable de lo que ha pasado esta noche. Sé que es absurdo pensar eso, pero también sé que podría haber prevenido esta historia, si hubiera tenido más presencia en su vida. Yungyeom y yo teníamos un… equilibrio, supongo. Él me motivaba para que yo fuese impulsivo y dejara de cuestionarme a mí mismo; y yo lo motivaba a él para que no fuese impulsivo y para que empezase a cuestionarse a sí mismo.
Me obligo a eliminar la culpa.
No.
Me niego a sentirme responsable de esta
«casi» catástrofe. Yungyeom es una
persona adulta. ÉL tomó la decisión de irse de fiesta con estos tíos y tiene
suerte de que todavía sienta una pizca de lealtad hacia él y que haya venido a su rescate.
Este último pensamiento me da qué
pensar, y de repente me doy cuenta de
que lo que he hecho esta noche es
exactamente lo mismo que he estado
criticándole a Jin: ayudar a alguien
que quizá no se lo merezca. Permitir que los años de historia y la lealtad me
lleven a hacer algo que no quiero hacer
necesariamente, pero que SIENTO como
obligación.
Pego un respingo cuando se abre la
puerta del conductor, pero es Jin, que
se desliza detrás del volante con una
mirada pétrea. No obstante, cuando se
dirige a Yungyeom, su tono es
infinitamente dulce.
—¿Estás bien? ¿No te han hecho
daño?
—No —contesta con tono débil—.
Estoy bien. —Eleva su cabeza y nos
mira con infinita vergüenza—. Gracias
por venir a buscarme. Os pido disculpas
por arruinaros la noche.
—De nada —responde Jin—. Y por Dios, no te preocupes por la noche, Yungyeom. Lo único que importa ahora mismo es que te hemos sacado de ahí
antes de que la cosa se desmadrara.
Sus bruscas palabras rodean mi corazón y lo llenan con calidez. Dios, adoro a este chico. Sé que su opinión sobre Yungyeom no es exactamente positiva, pero aun así ha venido a ayudarlo esta noche y le quiero más que
antes solo por eso.
Siento la tentación de acercarme a él
y susurrárselo en el oído. Decirle
simplemente cuánto le quiero. Pero la
valentía se esfuma.
La verdad es que estoy esperando a
que me lo diga él primero. No sé, quizá
sean los restos de mi inseguridad por lo
que pasó en abril. Jin me RECHAZÓ y tengo mucho miedo de que vuelva
ocurrir. Tengo miedo de ser vulnerable,
de darle mi corazón y que acabe
tirándomelo a la cara.
Así que no digo nada. Lo mismo hace
Yungyeom y lo mismo hace Jin. Y en el
camino de vuelta al campus solo hay
silencio.
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