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29

—¿Apareció de repente en medio de la
sesión de estudio? —Yungyeom parece
estar pasándoselo pipa cuando coge su
café.

Esta es la primera vez que la veo
desde nuestro incómodo encuentro a
principios de mes, y estoy sorprendido
por lo bien que está yendo. No ha
habido ningún parón en la conversación, ni resentimiento por mi parte, y parece realmente interesado por lo que estápasando en mi vida.

—Sí —contesto—. Dijo que me traía
un café, pero los dos sabíamos que era
una excusa absurda.

Yungyeom sonríe.

—Así que Kim Seokjin es celoso.
¿Honestamente? No me sorprende. Los
jugadores de hockey están
acostumbrados a la agresión. Son
grandes machos alfa, que se ponen en
plan cavernícolas cuando otro tío intenta robarles el disco.

—¿Y aquí yo soy el disco?

—Más o menos, sí.

Resoplo.

—Bueno, que le zurzan. En todo caso,
SOY YO el que debería estar celoso.
¿Sabes cuántas tías le entran? Pasa todo el tiempo, incluso cuando estoy con él.
Pero el otro día tuvimos un encontronazo increíblemente satisfactorio. —Hago una pausa dramática—. Nos topamos con Piper en el cine.

Yungyeom ahoga un grito.

—Oooh. Qué fuerte. ¿Qué dijo?

La satisfacción sale de mí.

—Al principio fue muy dulce, pero
eso es probablemente porque no se dio
cuenta de que yo estaba allí. Se puso a
flirtear con él, pero era evidente que no
era recíproco, así que cambio de táctica
y empezó a hablar de hockey. De repente se dio cuenta de que yo estaba CON él, y no solo de pie junto a él, y fue como si acabara de entrar en el sótano de un asesino en serie. Horror puro.

Yungyeom se ríe.

—Jin me presentó como su novio y
te juro que parecía estar a punto de
matarme. —Me pongo alegremente
vengativo cuando cuento esta historia—.Después resopló fuerte y se fue a
reunirse con sus amigas.

—¿Con quiénes estaba?

—Con unas chicas a las que no
reconocí. —Me detengo—. Y Maya.
Quien, por cierto, ni siquiera me saludó.

Eso no parece sorprender a Yungyeom.

—Maya piensa que la odias —admite
—. Ya sabes, por lo que pasó con el
asunto ese de Twitter.

—Yo no la odio. —Me encojo de
hombros y le doy un bocado a mi muffinde chocolate y plátano—. Pero tampoco me apetece estar con ella. No tenemos nada en común.

No se me escapa la forma en la que
Yungyeom se estremece, como si la
acusación estuviese dirigida a ÉL. Pero esa no era mi intención. Nosotros
dos nos lo hemos pasado genial muchas
veces. En una ocasión, cuando íbamos al
instituto, nos quedamos toda la noche de charleta. Ni me acuerdo de lo que
hablamos, solo que de repente
amaneció.

La melancolía se enrosca en mis
entrañas. Echo de menos eso. Aparte de
Woozy, no he hecho ningún amigo más
este semestre y, aunque Woozy y yo nos llevamos muy bien, no tenemos la
cercanía que solíamos tener Yungyeom y yo.

Como si leyera mi mente, su voz se
suaviza.

—Te echo de menos, Kookie. Te echo
mucho de menos.

Mi corazón se contrae.

—Yo también te echo de menos,
pero…

Pero, ¿qué? ¿No confío en ti? ¿No te
he perdonado? No estoy seguro de
cómo me siento ante nuestra amistad, y
no estoy preparado para analizarlo con
atención todavía.

—Pero creo que es mejor que vayamos así como ahora, poco a poco —termino. A continuación pongo unason risa alentadora—. Bueno, y ¿qué has estado haciendo? ¿Qué tal van las
clases?

Durante los minutos siguientes me
cuenta cosas de sus clases de teatro y de
algunas fiestas a las que ha ido, pero una sombra en sus ojos me preocupa. Su voz no tiene el tono despreocupado al que estoy acostumbrado; incluso su aspecto físico es un poco… raro. Lleva más maquillaje, su top está más ajustado de lo habitual. Por muy
horrible que suene, parece demacrado y
vulgar. En el pasado, podía ponerse
ropa vulgar sin ningún problema y estar
SEXY, porque tenía la confianza suficiente como para defenderlo. Pero
ahora mismo, su rollo cool no se ve por
ningún lado.

La conversación pasa entonces a
nuestras familias y terminamos
quedándonos en el Coffee Hut otros
cuarenta minutos, poniéndonos al día
con lo que nuestros padres han estado
haciendo, y riéndonos de sus payasadas.
Cuando le digo que tengo que irme a
clase, su sonrisa se desvanece, pero
simplemente asiente y se pone de pie.
Tiramos nuestros vasos vacíos al cubo
de la basura, nos damos un abrazo de
despedida y nos marchamos cada uno
por nuestro lado.

Cuando lo veo alejarse, con sus
hombros encogidos y las manos en los bolsillos de sus pantalones vaqueros, mi
corazón me da un latigazo. ¿Soy un
amigo de mierda por mantenerlo alejado de mí? Honestamente, ya no lo sé.

Reflexiono sobre este tema mientras
camino por el sendero empedrado que
me lleva al auditorio donde se imparte
la clase magistral de Teoría del Cine
que he cogido como optativa este
semestre. Estoy subiendo las escaleras
del edificio cubierto de hiedra cuando
suena mi teléfono. Es Jin.

Doy un suspiro cuando pulso el botón
para contestar. Espero de verdad que la
llamada no sea para pedirme otra vez
disculpas por lo del café de ayer. Aún
no he decidido si su aparición durante mi sesión de estudio con mi compañero
de clase de Psicología me molestó, me
pareció lo más mono del mundo o las
dos cosas. Al final, volvió esa misma
noche más tarde y mantuvimos una
conversación bastante larga sobre la
confianza del uno en el otro, y pienso
que conseguimos entendernos en cuáles
son nuestros límites.

—Hola, precioso. Genial, te pillo antes de que entres en clase.

El sonido de su voz ronca me hace
sonreír.

—Ey. ¿Qué pasa?

—Quería contarte una cosa a ver qué
opinas. Resulta que Yoongi y Hoseok van a un concierto el sábado por la noche a Busan y han decidido pasar ahí el fin de semana. Van a pillar una habitación de hotel y todo eso. Y Tae se va quedar en casa de Jimin hasta el domingo, así que…

Hace una pausa, y prácticamente
puedo imaginarme el rubor en sus
mejillas. Eso es algo que jamás habría
esperado: Jin se sonroja cuando está
nervioso, y es increíblemente adorable.

—Pensé que quizá te gustaría pasar el
fin de semana conmigo.

La emoción bombea en mi interior.
Nervios, también, pero tampoco
mogollón. Llevamos siendo una pareja
«oficial» casi tres semanas y, ni una vez,
Jin me ha metido presión para que nos acostemos. En realidad ni siquiera ha sacado el tema, lo que me parece a la
vez desconcertante y tranquilizador.

Y no tarda ni un segundo en ofrecer
esa tranquilidad de nuevo.

—Cero expectativas, por cierto. No es que te esté invitando para, no sé, tener un festival de tres días de folleteo
non-stop, ni nada así.

Resoplo. Mi novio, el poeta.

—Incluso, si quieres, puedo tirar
todos los condones que hay en casa. Ya
sabes, para eliminar la tentación.

Reprimo una carcajada.

—Es muy amable por tu parte.

Su voz se vuelve más grave.

—Solo quiero dormir contigo. Y
despertarme contigo. Y hacerte…, ya
sabes, si es que te apetece un orgasmo marca Kim Seokjin.

La carcajada se escapa. Y él me contesta con otra que se mete en mi oído y hace que me tambalee un poco.

—Me encantaría quedarme en tu casa
durante el fin de semana —le digo con
firmeza—. Oh, acabo de recordar que
tengo que cenar con mi padre el
domingo por la noche. ¿Podrías dejarme
en su casa sobre las seis?

—Sin problema. —Una pausa—. No
le vas a contar dónde has pasado el fin
de semana, ¿verdad?

Palidezco.

—Por Dios, ¡por supuesto que no! No
quiero que le dé un ataque al corazón. A
veces aún intenta atarme los cordones de los zapatos.

Jin se ríe.

—Mañana iré al súper. ¿Hay algo
especial que quieres que compre?
¿Patatas fritas o algo así? ¿Helado?

—Oh, sí. Helado. De menta y pepitas
de chocolate.

—Hecho. ¿Algo más?

—No, pero si se me ocurre algo ya te
escribo un mensaje. —Mi corazón late
más rápido de lo que debería: solo
estamos hablando de quedarme en casa
de Jin el fin de semana. Por el amor
de Dios, no es que nos vayamos a fugar.

Pero aun así, todo mi cuerpo arde por la
expectación, porque tres días seguidos
con Jin suena como estar en el
paraíso.

—Entonces, me paso a por ti mañana
después de la última clase. Acaba sobre
las cinco, ¿verdad?

—Sí.

—OK. Te escribo cuando esté de
camino. Ciao, precioso.

—¿Jin?— suelto antes de que
pueda colgar.

—¿Sí?

Respiro hondo.

—No tires los condones.

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