25
Trascurre una semana entera antes de ser capaz de tachar otro elemento de la lista.
Hasta ahora, he completado cuatro de los seis «gestos», pero los últimos que quedan son la hostia de chungos. El nº6 ya lo tengo en marcha, pero el nº 5, puf, ese es complicado de narices. He estado buscándolo por todas partes, incluso he contemplado la idea de comprarlo online, pero esas cosas son mucho máscaras de lo que pensaba.
Es martes por la tarde y estoy con Tae y nuestro amigo Namjoon. Vamos a buscar a Jimin, Taemin y a la novia de Namjoon, Solar, al edificio de Arte Dramático, para después irnos los seis a un restaurante a cenar juntos. Pero nada más entrar en el auditorio cavernoso donde
nos han dicho que nos encontrarían, mi boca se abre de par de par y nuestros
planes cambian.
—Ay, la hostia... ¿es eso un diván de terciopelo rojo?
Mis amigos intercambian una mirada de perplejidad total.
—Eh... sí, claro —dice Nam—. ¿Por?
Pero yo ya estoy corriendo hacia el escenario. Los demás no han llegado aún, lo que significa que tengo que actuar con rapidez.
—Por vuestra madre, venid aquí —les grito girándome hacia atrás.
Sus pasos resuenan detrás de mí, y para cuando se suben al escenario, yo ya
me he quitado la camiseta y estoy llegando a la hebilla del cinturón. Me detengo para coger mi móvil del bolsillo de detrás y se lo tiro a Tae, que lo atrapa sin perder un instante.
—¿Qué está pasando aquí? —suelta Nam.
Dejo caer los vaqueros, les doy una patada para alejarlos y me tiro en el sillón afelpado solo con mis bóxers negros.
—Rápido. Haz una foto.
Nam no deja de sacudir la cabeza. Una y otra vez. Y parpadea como una lechuza. Es como si no pudiera entender lo que está viendo.
Tae, por otro lado, sabe lo suficiente como para no hacer preguntas. Y es que él y Jimin se pasaron dos horas el otro día construyendo corazones de origami conmigo. Sus labios tiemblan
de forma incontrolada mientras coloca el teléfono en posición.
—Espera. —Hago una pausa en mis pensamientos—. ¿Qué piensas tú? ¿Doble pistola o doble pulgar hacia arriba?
—¡¿Que está pasando aquí?!
Los dos ignoramos el grito desconcertado de Nam.
—Déjame verte con los pulgares hacia arriba —dice Nam.
Pongo morritos a cámara y subo los pulgares.
El resoplido de mi mejor amigo rebota en las paredes del auditorio.
—Nada. Fuera. Las pistolas. Sin duda, las pistolas.
Hace dos fotos, una con flash y otra sin, y ya está, así de fácil, ya tengo otro gestito romántico en la saca.
Mientras me apresuro a ponerme otra vez la ropa, Nam se frota las sienes con tanto vigor que parece que su cerebro hubiera implosionado. Me mira boquiabierto cuando me subo los
vaqueros hasta las caderas. Me mira aún más boquiabierto cuando me acerco a Tae para poder analizar las fotos.
Asiento con la cabeza en señal de aprobación.
—Joder, chaval. Debería hacerme modelo.
—Eres muy fotogénico —dice Tae con tono grave—. Y tronco, ¡vaya
paquete! Parece enorme.
Joder, es verdad.
Nam se pasa ambas manos por el pelo oscuro.
—Juro por Dios y por todos los santos que si uno de vosotros no me dice
qué cojones acaba de pasar aquí, voy apillarme un cabreo de la hostia.
Me río.
—Mi chico quería que le enviase una foto sexy en un diván de terciopelo rojo,
pero no te puedes hacer idea de lo difícil que es encontrar un puto diván
rojo de terciopelo.
—Dices eso como si se tratara de una explicación. Pues no lo es. —Nam
suspira como si el peso del mundo descansara sobre sus hombros—.
Vosotros, los jugadores de hockey, estáis mal.
—Naah, solo es que no somos unos flojos como tus coleguitas de fútbol americano —dice Tae con dulzura—.Nosotros tenemos control sobre nuestro sex appeal, tronco.
—¿Sex appeal? Eso es lo más cursi que he oído en... ¿Sabes qué? No voy a seguiros el rollo —gruñe Nam —.Vamos a pillar algo de comer.
♡♡♡
Oh, Dios mío. ¡Lo ha hecho! Me quedo mirando mi teléfono. Estoy entre reír,
gemir o irme corriendo al sex shop más cercano a comprar un vibrador, porque
joder, joder, joder. Kim Seokjin tiene el cuerpo más sexy del planeta.
Estoy de pie, en medio de la emisora de radio, con la lengua fuera ;probablemente no sea la conducta más apropiada para estar en el trabajo, pero técnicamente hoy no estoy trabajando.
Acabo de llegar para ir con Morris a comer. Y es que ni siquiera me importa estar babeando en público... La foto es ASÍ de deliciosa. El pecho desnudo de Jin me tienta desde la pantalla del teléfono, los músculos definidos color miel, sus pectorales perfectamente formados, el abdomen ondulado. Dios, y sus bóxers están tan apretados contra su ingle y sus muslos que puedo ver el contorno de su...
—Bueno, bueno. ¡Joder! —dice la voz de Morris. Parece encantado.
Pego un respingo, sorprendido, y a continuación me giro para ver cómo se acerca sigilosamente a mí por detrás. A juzgar por la diversión que muestran sus ojos, está claro que se ha asomado por encima de mi hombro y ha visto la foto que estaba mirando.
—Tenía dudas de que fuera a conseguir esa —comenta Morris, sin dejar de sonreír como un tonto—. Pero obviamente, no debería haber dudado de él. Ese tío es una fuerza imparable de la
naturaleza.
Entrecierro mis ojos.
—¿Te ha contado lo de la foto?
—En realidad me ha contado lo de toda la lista. Estuvimos juntos anoche
(por cierto, Lorris está a punto de hacerse con el control de Brooklyn) y no
paró de gemir y lloriquear porque no era capaz de localizar un sofá de terciopelo
rojo. —Morris se encoge de hombros—. Me ofrecí a ponerle una manta roja al
sofá de mi salón comunitario y hacer algunas fotos, pero me dijo que tú
considerarías eso es hacer trampa y le privarías de tu amor.
Ahogando un suspiro, meto el teléfono en mi bolso y después atravieso la
habitación hasta llegar a la mini nevera y cojo una botella de agua. Desenrosco el
tapón, esforzándome al máximo por ignorar el disfrute total que Morris está
obteniendo con todo esto.
—Cómo me molaría ser su tipo —dice con tristeza.
Una risita se me escapa.
—Ajá, continúa. Estoy dispuesto a seguirte por esa madriguera y ver a
dónde conduce.
—En serio, Kook, amo a ese tío. Me pone. —Morris suspira—. Si hubiera
sabido que existía, no te habría pedido salir.
—Oh, gracias.
—A ver. Eres increíble, y te echaría un polvo sin pensármelo, pero no puedo
competir con ese tío. Él funciona a un nivel totalmente distinto cuando se trata
de ti.
Es curioso. Después de nuestra breve y fallida cita, la amistad entre Morris y
yo se ha estrechado. A veces la sensación de culpa por besar a Jin en la fiesta de Sigma todavía emerge, pero Morris no me deja que le pida disculpas más veces. Él insiste en que una mísera
cita no cuenta como una relación y que, por lo tanto, ese beso no cuenta como
adulterio. Además creo que lo siente así de verdad. También creo que
probablemente haya sido mejor que no comenzásemos nada, porque me he
empezado a dar cuenta de la forma en la que mira a Woozy, y estoy bastante
seguro de que realmente EL es el único al que quiere echar un polvo.
¿Y yo? Quiero esa cita con Jin más que nada en este mundo, y me arrepiento
de todos estos aros que le estoy haciendo saltar, porque, sinceramente,
me ganó al segundo de enviarme ese poema. Y está claro que quiere esta cita
tanto como yo, o de lo contrario no habría invertido tanto esfuerzo en el
collage más alucinante que he visto nunca. Ni en los corazones de origami. Ni en las rosas que tiñó con colorante alimentario hasta casi matarlas para que fueran azules.
¿Y ahora la foto sexy en el diván? Su tenacidad es francamente inspiradora.
—¿Sabes qué? —le digo lentamente—. Me siento mal por decirle que haga todas esas cosas cuando los dos sabemos que le voy a decir que sí a la cita. Creo que debería decirle que no se
moleste con el último punto.
—No lo hagas —dice Morris al instante.
Mi frente se arruga.
—¿Por qué no?
—Razones puramente egoístas. —Se ríe—. Tengo curiosidad por ver qué se
le ocurre.
Aprieto los labios para luchar contra la risa que quiere salir.
—Honestamente... yo también.
♡♡♡
Dos días después de que el destino pusiera un diván de terciopelo rojo en
mi vida, acelero en la salida de la autopista y me dirijo hacia el centro de Seul.
Tae está sentado tranquilamente en el asiento del copiloto. Ninguno de los dos
hemos hablado mucho durante la hora de viaje, aunque probablemente tenemos diferentes
razones para nuestro silencio. Yo no puedo dejar de pensar en el estadio que
pasamos en nuestro camino hacia el restaurante. No tiene nada que ver con el
esplendor del TD Garden de Boston. No era más que un edificio grande e
impersonal, similar a cualquier estadio antiguo que uno puede encontrar en
Nueva Inglaterra.
Y sin embargo, vendería mi alma al puto diablo por tener la oportunidad de
despertar cada mañana y entrenar allí.
Aparco en nuestro camino de entrada, pero dejo el motor en marcha mientras miro a Tae.
—Gracias por hacer eso, tío. Te debo una de las gordas. —Hago una pausa—.
Sé que no te gusta usar los contactos de tu padre.
Se encoge de hombros.
—Mikey es mi padrino. He usado mis propios contactos. —Pero sé que no le ha gustado una mierda hacer esa llamada. Padrino o no, la leyenda del futbol coreano, Son Heung-Min, sigue siendo el mejor amigo de Kim Phi, y Tae ha pasado la mayor parte de su vida tratando de separarse de la sombra del capullo de su padre.
—¿Has hablado con él últimamente? —le pregunto con cautela—. Con tu padre, digo.
—No. Me llama cada pocas semanas, pero simplemente le doy al botón de Ignorar. ¿Has hablado tú con el tuyo?
—Hace un par de días. —He estado haciendo el esfuerzo de llamar a mi
padre y Jae, y a mi madre, porque una vez empiece la pretemporada y nuestro horario de
entrenamiento se intensifique, empezaré a vivir en mi burbuja de hockey y es muy
probable que me olvide de llamar a mi familia.
Tae se queda en silencio por un instante y a continuación me mira
pensativo.
—¿Vale la pena hacer todo esto por el, hermano?
No le pregunto quién es «el».
Simplemente asiento.
—¿No es solo por el sexo?
Mi sonrisa es triste.
—Aún no nos hemos acostado.
La sorpresa parpadea en sus ojos.
—¿En serio? Supuse que te lo habías tirado en abril.
—No.
Las comisuras de sus labios se estiran hacia arriba. O me lo estoy imaginando
o parece estar ORGULLOSO de mí.
—Bueno, en ese caso ya me has respondido a mi pregunta de si valía o
no la pena. —Me da un golpe en el hombro y agarra la manivela—. Buena
suerte.
A decir verdad, no estoy seguro de necesitar suerte. Cada vez que he
aparecido con uno de mis regalos románticos en la puerta de Jungkook, he
sido recompensado con una brillante sonrisa de conejito que ilumina todo su rostro.
Y... o me lo he estado imaginando, o no ha parado de mirarme fijamente la boca,
con infinita atención, como si se muriese de ganas de besarme. Pero aun así yo no
he dado ningún paso. No he querido forzar demasiado, ni ir demasiado rápido. Pero tengo la sensación de que esta noche me puede caer mi beso.
Veinte minutos más tarde llamo a la puerta de Jungkook, ordenándome a mí
mismo mantener la satisfacción al mínimo. Pero es que, joder, me siento la
hostia de satisfecho con la forma en la que he cumplido con éxito todas sus
demandas. Realmente es una pena que la gente no pille que soy un terco cabrón.
Jungkook no parece sorprendido de verme cuando abre la puerta.
Probablemente porque le envié antes un mensaje para decirle que iba a pasarme.
No le he dicho por qué, pero el me mira un instante a la cara y ahoga un
gritito.
—No habrás...
Le ofrezco mi teléfono móvil, victorioso.
—Aquí tiene su trofeo, mi señor: la aprobación de un famoso.
—Vale, vale. Pasa. NECESITO ver esto. —Una mano me arrebata el
teléfono mientras la otra tira de mí.
Su compañero de cuarto, Woozy, está con las piernas cruzadas sobre la cama y
sonríe cuando me ve.
—¡Pero si es el Sr. Romance en persona! ¿Qué tienes para nosotros esta
noche, muchachito?
Le devuelvo la sonrisa
—Nada especial. Solo...
—Hola, Jungkook. —Una voz sale del altavoz del teléfono. Jungkook ha cargado
el video y le ha dado al play a una velocidad de vértigo. Su compañero de
cuarto se queda congelado al oír el alegre saludo masculino—. Aquí Son Heung-Min —el chico de pelo oscuro de la pantalla continúa hablando.
—¡OSTRAS! —grita Woozy. Salta corriendo de su cama y va hacia Jungkook,
mientras que yo me quedo delante de ellos sonriendo con la sonrisa más
grande de todas las sonrisas.
—Te traigo un mensaje importante —anuncia la casi nueva estrella... Son ha empezado su carrera en la liga profesional arrasando y todo el mundo está salivando, pensando en lo que hará esta próxima temporada. Solo tiene treinta años y ya se le está comparando
con los grandes del futbol y, sinceramente, creo que no les falta razón.
—Conozco a Jin desde hace mucho tiempo —Lukov guiña una ojo acamara—. Y por mucho tiempo, quiero decir cinco minutos, pero ¿qué es el tiempo, en realidad? Por lo que yo sé, es
un buen tipo. Agradable a la vista. Se rumorea que es un salvaje total en el
hielo. Eso es todo lo que necesito saber para darle mi apoyo. Así que..., sal con
él, cielo. —Una amplia sonrisa llena la pantalla—. Mi nombre es Son Heung-Min y
apruebo este mensaje.
El video llega a su fin. Woozy está ocupado recogiendo su mandíbula del
suelo. Jungkook me está mirando como si no me hubiese visto antes en su vida.
—Entonces... —Parpadeo con inocencia—. ¿A qué hora te recojo mañana por la noche?
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